Cuentan
los libros de historias los numerosos cambios de política que realizó Felipe IV
mientras la naturaleza no le proveía de un descendiente varón que perpetuase su
linaje.
Su primer
matrimonio fue con Isabel de Borbón, hija del rey francés Enrique IV, del que
nacieron ocho hijos más dos abortos finales. No se puede decir que la pareja no
fuera prolífica, pero sí que se inclinaba más hacia el sexo femenino.
La primera
hija fue María Teresa de Austria, que será la protagonista de esta historia,
pues como a ella le siguieron tres hermanas, el rey se planteaba la posibilidad
de asegurar la descendencia de la sangre, con un matrimonio con pariente
directo, también descendiente suyo.
Se
barajaban muchos nombres y todas las potencias europeas querían emparentar con
la realeza española, pero en este momento viene al mundo el infante Baltasar
Carlos, inmediatamente nombrado Príncipe de Asturias. Cuatro años después nace
otro varón, Francisco Fernando y ya parece que el problema sucesorio queda
subsanado.
Cambia
entonces la política matrimonial para su primogénita, con la que al final, el
rey, conseguirá un magnífico matrimonio: nada menos que con el delfín francés,
que sería el llamado “Rey Sol”, Luis XIV.
María Teresa de Austria pintada por Velázquez
Pero el
infante Francisco Fernando fallece con seis meses y solo queda el príncipe de
Asturias, Baltasar Carlos, pues los partos posteriores son todos de féminas.
La mala
fortuna parece afincarse en la corte española y Baltasar Carlos fallece con
dieciséis años, lo que hace que el rey, viudo desde dos años antes, se dé mucha
prisa en contraer nuevo matrimonio que garantice la sucesión directa y lo hace
con su sobrina, Mariana de Austria.
De esta
unión y como último despojo, nacerá Carlos II, indudable pago hereditario de la
consanguinidad.
Parece que
en un principio el matrimonio de María Teresa y de Luis es un éxito. A ella se
le ve muy enamorada, pero el marido hace a sus amigos comentarios ciertamente
despectivos, aunque cumple formalmente con su obligación y pronto empiezan a
llenar el palacio de vástagos, el primero de los cuales es un varón, al que se
proclama Delfín, es decir heredero de
la corona.
Luego le
siguen otros cinco hijos: tres mujeres y dos varones, pero entre medias ocurre
cierto incidente.
Cumple con
su deber, pero el rey Luis no es de conformarse con una sola mujer y menos aún
si no le resulta atractiva y siendo como es, asediado en la corte, cae pronto
en los brazos de una tras otras de sus cortesanas, siempre muy dispuestas en
aliviar al rey de la penosa tarea de gobernar.
María
Teresa es una mujer tímida, retraída, que ha recibido una férrea educación
católica, pues su padre, muy flojo de bragueta, era un contumaz católico,
obsesionado con la salvación, sobre todo después de cometer tanto pecado de
alcoba, para lo que penitenciaba constantemente, aunque no dejaba de traer
bastardos al mundo, de los que se han contabilizado más de cuarenta.
En fin,
que mucha misa y rosario por las mañanas y más fornicio por la noches, así
educó a sus hijos en una austera línea de religiosidad que impregnó en el
carácter apocado de María Teresa.
Imposible
de competir con las bellas y desvergonzadas cortesanas, la joven reina se fue
retrayendo cada vez más y ya casi no salía de sus aposentos ni acompaña al rey
en los actos oficiales.
Así las
cosas quiso el destino que llegase a Versalles el primo del rey Francisco de
Borbón-Vendome, duque de Beaufort, almirante de marina e incansable perseguidor
de piratas, el cual realizaba innumerables incursiones en el norte de África
contra los berberiscos.
Era el
duque un apuesto personaje, sumamente rico que viajaba con un séquito de
esclavos, entre los que se contaba una de sus últimas adquisiciones, un medio
enano morisco, no excesivamente negro que por sus tamaño y sus cabriolas, hacía
las delicias de la corte francesa, incluida la triste reina a la que aquel
medio enano parecía hacerle mucha gracia y distraía de su tediosa y triste
soledad.
Tanto
divertía a la reina que el duque decidió regalárselo y desde entonces aquel
hombrecillo, al que llamaban “Nabo”,
entró a formar parte de su séquito más cercano.
Algo debió
ocurrir porque el medio enano murió cosa de un año después, sin que
trascendieran las causas de la muerte y cuando la reina María Teresa se
encontraba embarazada del que debía ser su tercer hijo.
Llegado el
momento del parto, éste se presentó problemático, lo que concitó alrededor del
lecho de la reina a un importante numero de personas entre médicos, comadronas,
sacerdotes y alguna cortesana afín a la reina.
Tras una
larga espera de sufrimiento, la reina dio a luz a una niña que para sorpresa de
todos tenía rasgos negroides, así como algunas deformaciones.
Ana María
Luisa de Orleans, duquesa de Montpensier, recogió en sus memorias un párrafo
demoledor en el que contaba que el propio hermano del rey le había narrado la
dificultad del parto y cómo el capellán de la reina se había desmayado durante
el dificultoso alumbramiento y que todos los presentes se habían reído de la
cara que había puesto la reina cuando vio que los rasgos de la pequeña se
parecían extraordinariamente al pequeño bufón morisco.
La niña
fue bautizada con el nombre de Ana Isabel de Francia y confiada a expertas
manos en la crianza de los infantes, pero aún así, un mes más tarde se dijo que
había fallecido, pues su salud estaba muy debilitada por el difícil parto y no
había sido capaz de sobreponerse.
Esto
produjo produjo un gran revuelo en la corte francesa, a la que no se mostró el
cadáver de la pequeña ni se la invitó a exequias funerarias. Estas
circunstancias unidas a que desde un principio el color de la faz de la pequeña
y sus rasgos moros hacían sospechar que era fruto de unas relaciones ilícitas
de la reina con su bufón, dejaban claras las intenciones de librarse de ella
cuanto antes.
Hay que
seguir a la duquesa de Montpensier, citada anteriormente, en una nueva relación
de este escabroso asunto, cuando comenta que al darse cuenta todos que la hija
de la reina se parecía demasiado a su esclavo, que además había muerto poco
antes en extrañas circunstancias, la niña fue ocultada esparciendo comentarios
acerca de sus malformaciones y que tenía muy difícil sobrevivir e incluso se la
ocultaron a la madre.
Los
rumores se esparcieron, aunque con dignidad real, el matrimonio no pareció
resentirse y siguieron juntos, teniendo otros tres hijos.
¿Qué
sucedió realmente? ¿Era aquella niña fruto de las relaciones de una reina
triste y aburrida con su esclavo negro?
No se sabe
con certeza, porque al pobre negro ya lo habían quitado de en medio y a la no
menos pobre niña se la hizo desaparecer, así de sencillamente.
Pasaron
años y la reina falleció con una pesada leyenda sobre su fidelidad a su esposo
y sus amores ilícitos. Nada hay que pueda desvelar este misterioso suceso
porque por un lado el parir una niña de color oscuro y problemas de salud,
después de un difícil, no es extraño, pues una grave cianosis podría haber
provocado un oscurecimiento de la piel y la falta de aire graves daños en
diversos órganos vitales. En esta teoría se suma la educación severamente
católica de la reina y la falta de conocimiento de algún otro desliz a lo largo
de su reinado.
Pero hay
una circunstancia que viene a reavivar la polémica pasado algún tiempo y es que
doce años después de fallecer la reina, la duquesa de Maintenon entregó al
convento de la Orden Benedictina de Moret a una joven negra para que recibiera
los hábitos y para lo que el rey le concede una pensión vitalicia a la joven de
trescientas libras.
Pintura de la supuesta hija de la reina
María Teresa
Por
supuesto que la joven es muy bien acogida en el convento y allí recibe visitas
de gente muy importante, además de la duquesa que la entregó.
Esa joven
novicia se llamaba Luisa María Teresa y murió en 1732, según consta en el
archivo conventual.
Si nos
fijamos en su nombre, se compone de los del rey y la reina, una curiosidad
unida a una pensión vitalicia real, la visita de gente importante, una duquesa
presentándola al convento… Muchas coincidencias a favor de una joven negra, de
desconocido nacimiento que es presentada con más de treinta años.
¿Quién era
en realidad? No lo sabemos, pero Voltaire pensaba que no era hija de la reina
sino de los amores del rey con una esclava negra de la corte y que se usó a la
reina para no dejar caer al monarca a tan bajo acto como el de acostarse con
esclavas, cuando tenía a toda la corte a su disposición y sobre todo a la que
era su amante oficiosa, la marquesa de Montespan, con la que llegó a casarse
tras la muerte de la reina.
¡Cuanta
porquería ha habido desde siempre en las casas reales!
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