viernes, 3 de mayo de 2019

LA HIJA NEGRA DE LA REINA BLANCA





Cuentan los libros de historias los numerosos cambios de política que realizó Felipe IV mientras la naturaleza no le proveía de un descendiente varón que perpetuase su linaje.
Su primer matrimonio fue con Isabel de Borbón, hija del rey francés Enrique IV, del que nacieron ocho hijos más dos abortos finales. No se puede decir que la pareja no fuera prolífica, pero sí que se inclinaba más hacia el sexo femenino.
La primera hija fue María Teresa de Austria, que será la protagonista de esta historia, pues como a ella le siguieron tres hermanas, el rey se planteaba la posibilidad de asegurar la descendencia de la sangre, con un matrimonio con pariente directo, también descendiente suyo.
Se barajaban muchos nombres y todas las potencias europeas querían emparentar con la realeza española, pero en este momento viene al mundo el infante Baltasar Carlos, inmediatamente nombrado Príncipe de Asturias. Cuatro años después nace otro varón, Francisco Fernando y ya parece que el problema sucesorio queda subsanado.
Cambia entonces la política matrimonial para su primogénita, con la que al final, el rey, conseguirá un magnífico matrimonio: nada menos que con el delfín francés, que sería el llamado “Rey Sol”, Luis XIV.

María Teresa de Austria pintada por Velázquez

Pero el infante Francisco Fernando fallece con seis meses y solo queda el príncipe de Asturias, Baltasar Carlos, pues los partos posteriores son todos de féminas.
La mala fortuna parece afincarse en la corte española y Baltasar Carlos fallece con dieciséis años, lo que hace que el rey, viudo desde dos años antes, se dé mucha prisa en contraer nuevo matrimonio que garantice la sucesión directa y lo hace con su sobrina, Mariana de Austria.
De esta unión y como último despojo, nacerá Carlos II, indudable pago hereditario de la consanguinidad.
Parece que en un principio el matrimonio de María Teresa y de Luis es un éxito. A ella se le ve muy enamorada, pero el marido hace a sus amigos comentarios ciertamente despectivos, aunque cumple formalmente con su obligación y pronto empiezan a llenar el palacio de vástagos, el primero de los cuales es un varón, al que se proclama Delfín, es decir heredero de la corona.
Luego le siguen otros cinco hijos: tres mujeres y dos varones, pero entre medias ocurre cierto incidente.
Cumple con su deber, pero el rey Luis no es de conformarse con una sola mujer y menos aún si no le resulta atractiva y siendo como es, asediado en la corte, cae pronto en los brazos de una tras otras de sus cortesanas, siempre muy dispuestas en aliviar al rey de la penosa tarea de gobernar.
María Teresa es una mujer tímida, retraída, que ha recibido una férrea educación católica, pues su padre, muy flojo de bragueta, era un contumaz católico, obsesionado con la salvación, sobre todo después de cometer tanto pecado de alcoba, para lo que penitenciaba constantemente, aunque no dejaba de traer bastardos al mundo, de los que se han contabilizado más de cuarenta.
En fin, que mucha misa y rosario por las mañanas y más fornicio por la noches, así educó a sus hijos en una austera línea de religiosidad que impregnó en el carácter apocado de María Teresa.
Imposible de competir con las bellas y desvergonzadas cortesanas, la joven reina se fue retrayendo cada vez más y ya casi no salía de sus aposentos ni acompaña al rey en los actos oficiales.
Así las cosas quiso el destino que llegase a Versalles el primo del rey Francisco de Borbón-Vendome, duque de Beaufort, almirante de marina e incansable perseguidor de piratas, el cual realizaba innumerables incursiones en el norte de África contra los berberiscos.
Era el duque un apuesto personaje, sumamente rico que viajaba con un séquito de esclavos, entre los que se contaba una de sus últimas adquisiciones, un medio enano morisco, no excesivamente negro que por sus tamaño y sus cabriolas, hacía las delicias de la corte francesa, incluida la triste reina a la que aquel medio enano parecía hacerle mucha gracia y distraía de su tediosa y triste soledad.
Tanto divertía a la reina que el duque decidió regalárselo y desde entonces aquel hombrecillo, al que llamaban “Nabo”, entró a formar parte de su séquito más cercano.
Algo debió ocurrir porque el medio enano murió cosa de un año después, sin que trascendieran las causas de la muerte y cuando la reina María Teresa se encontraba embarazada del que debía ser su tercer hijo.
Llegado el momento del parto, éste se presentó problemático, lo que concitó alrededor del lecho de la reina a un importante numero de personas entre médicos, comadronas, sacerdotes y alguna cortesana afín a la reina.
Tras una larga espera de sufrimiento, la reina dio a luz a una niña que para sorpresa de todos tenía rasgos negroides, así como algunas deformaciones.
Ana María Luisa de Orleans, duquesa de Montpensier, recogió en sus memorias un párrafo demoledor en el que contaba que el propio hermano del rey le había narrado la dificultad del parto y cómo el capellán de la reina se había desmayado durante el dificultoso alumbramiento y que todos los presentes se habían reído de la cara que había puesto la reina cuando vio que los rasgos de la pequeña se parecían extraordinariamente al pequeño bufón morisco.
La niña fue bautizada con el nombre de Ana Isabel de Francia y confiada a expertas manos en la crianza de los infantes, pero aún así, un mes más tarde se dijo que había fallecido, pues su salud estaba muy debilitada por el difícil parto y no había sido capaz de sobreponerse.
Esto produjo produjo un gran revuelo en la corte francesa, a la que no se mostró el cadáver de la pequeña ni se la invitó a exequias funerarias. Estas circunstancias unidas a que desde un principio el color de la faz de la pequeña y sus rasgos moros hacían sospechar que era fruto de unas relaciones ilícitas de la reina con su bufón, dejaban claras las intenciones de librarse de ella cuanto antes.
Hay que seguir a la duquesa de Montpensier, citada anteriormente, en una nueva relación de este escabroso asunto, cuando comenta que al darse cuenta todos que la hija de la reina se parecía demasiado a su esclavo, que además había muerto poco antes en extrañas circunstancias, la niña fue ocultada esparciendo comentarios acerca de sus malformaciones y que tenía muy difícil sobrevivir e incluso se la ocultaron a la madre.
Los rumores se esparcieron, aunque con dignidad real, el matrimonio no pareció resentirse y siguieron juntos, teniendo otros tres hijos.
¿Qué sucedió realmente? ¿Era aquella niña fruto de las relaciones de una reina triste y aburrida con su esclavo negro?
No se sabe con certeza, porque al pobre negro ya lo habían quitado de en medio y a la no menos pobre niña se la hizo desaparecer, así de sencillamente.
Pasaron años y la reina falleció con una pesada leyenda sobre su fidelidad a su esposo y sus amores ilícitos. Nada hay que pueda desvelar este misterioso suceso porque por un lado el parir una niña de color oscuro y problemas de salud, después de un difícil, no es extraño, pues una grave cianosis podría haber provocado un oscurecimiento de la piel y la falta de aire graves daños en diversos órganos vitales. En esta teoría se suma la educación severamente católica de la reina y la falta de conocimiento de algún otro desliz a lo largo de su reinado.
Pero hay una circunstancia que viene a reavivar la polémica pasado algún tiempo y es que doce años después de fallecer la reina, la duquesa de Maintenon entregó al convento de la Orden Benedictina de Moret a una joven negra para que recibiera los hábitos y para lo que el rey le concede una pensión vitalicia a la joven de trescientas libras.

Pintura de la supuesta hija de la reina María Teresa

Por supuesto que la joven es muy bien acogida en el convento y allí recibe visitas de gente muy importante, además de la duquesa que la entregó.
Esa joven novicia se llamaba Luisa María Teresa y murió en 1732, según consta en el archivo conventual.
Si nos fijamos en su nombre, se compone de los del rey y la reina, una curiosidad unida a una pensión vitalicia real, la visita de gente importante, una duquesa presentándola al convento… Muchas coincidencias a favor de una joven negra, de desconocido nacimiento que es presentada con más de treinta años.
¿Quién era en realidad? No lo sabemos, pero Voltaire pensaba que no era hija de la reina sino de los amores del rey con una esclava negra de la corte y que se usó a la reina para no dejar caer al monarca a tan bajo acto como el de acostarse con esclavas, cuando tenía a toda la corte a su disposición y sobre todo a la que era su amante oficiosa, la marquesa de Montespan, con la que llegó a casarse tras la muerte de la reina.
¡Cuanta porquería ha habido desde siempre en las casas reales!

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