En una
reunión de amigos y compañeros, alrededor de una buena comida, mientras
hacíamos la sobremesa, comentábamos mi artículo sobre las operaciones de
cataratas.
Uno de los
comensales que estudió medicina, dijo que recordaba haber leído en un libro
sobre la historia de la medicina que el inventor de las gafas había sido un
médico andalusí llamado Al-Gafequi. Este médico había sido un adelantado a su
tiempo y además de operar cataratas, dio nombre a las gafas, por similitud con
su apellido.
Mohamed Ibn
Qassoum Ibn Aslam Al-Gafequi fue, efectivamente, un notable “oculista” cordobés
que vivió en el siglo XII. Se formó en Córdoba y en Bagdad, donde adquirió una
notable destreza y regresó a su ciudad para desarrollar su oficio.
Se había
especializado en operar cataratas y en enfermedades del iris y escribió un
libro llamado “Guía del oculista”,
cuyo manuscrito se conserva en la biblioteca del Monasterio de El Escorial como
pieza sumamente valiosa.
Famoso en
su tiempo, el oculista fue cayendo en el olvido hasta diluirse completamente.
En 1965 la ciudad de Córdoba lo sacó del ostracismo erigiéndole un busto que se
encuentra en la Plaza Cardenal Salazar, frente a la Facultad de Filosofía y
Letras.
Evidentemente
nos encontramos ante todo un personaje de la medicina de aquella época, pero
por más que mi amigo leyera esa historia en un libro de la carrera, ni por la
similitud de su nombre con el vulgar de los anteojos, Al-Gafequi no inventó las
gafas.
Inmediatamente
vi que tenía necesidad de investigar sobre tan extraordinario invento y la
verdad, después de numerosos documentos consultados, no es fácil concluir de
una manera definitiva acerca de quien fue el afortunado inventor de tan
utilísimo artilugio.
No fue
fácil porque he encontrado documentación en la que se refleja que ya los
egipcios usaban unos cristales de colores para proteger sus ojos del Sol, lo
que da una idea de la antigüedad que tiene el colocar cristales ante los ojos,
aunque no sean para mejorar la visión.
Y eso,
precisamente eso, es lo que yo buscaba: cuándo se empezó a usar cristales más o
menos tallados artesanalmente para combatir la pérdida natural de la agudeza
visual.
En el
siglo IX, en plena Edad Media y época del mayor esplendor andalusí, un inventor
llamado Abbás Ibn Firnás, tan considerado en el mundo científico que su nombre
lo llevan un cráter de la Luna y un puente sobre el Guadalquivir en Córdoba,
desarrolló un sistema para tallar y pulir cristales que permitió obtener lo que
se conoció como “Piedras de lectura”, un verdadero ancestro de las lupas.
El
incansable Marco Polo a su regreso de China, en el siglo XIII, hablaba de que
los chinos usaban unos cristales ahumados para protegerse igual que los
egipcios, pero éstos, además, también usaban unos cristales de aumento para ver
con más claridad las cosas pequeñas; desgraciadamente esas declaraciones no
aportaban nada sobre la invención de las gafas.
Ese mismo
siglo, el franciscano y filósofo inglés Roger Bacon habla del uso de cristales
para mejorar la visión, lo que proporciona un dato importante que es que ya se
conocía la existencia de estas primitivas lentes. Bacón no fabricó ni siquiera
describió como debían ser dichos cristales.
Unos años más tarde, otro franciscano,
Alejandro della Spina que vivió a principios del siglo XIV, parece que fabricó
unas lentes de vidrio con las que construyó los primeros anteojos para ver de
cerca. Eran simples lentes convexas que, como las lupas, se adaptan a todos los
ojos, según se aproximen o se alejen del objeto a observar, es decir, a base de
variar el campo focal.
Poco
tiempo pasó hasta que a alguien se le ocurriera invertir la lente para ver bien
de lejos, como solución para los que padecen miopía. En este caso fue un
alemán, Nicolás de Cusa, filósofo y erudito.
Si hacemos
caso de los escritos y documentos que circularon por la Europa del
Renacimiento, la invención de las gafas, con aspecto similar al que nos
encontramos en la actualidad, se tendría que deber a un florentino llamado
Salvino degli Armati, el cual habría fallecido en 1317. Esta apreciación partía
de un académico, también florentino, del siglo XVIII que relataba que en la
iglesia de Santa María Maggiore de Florencia, se encontraba la tumba del tal
Salvino en cuya inscripción se le conmemoraba como inventor de los anteojos.
Pero la
lápida no cubría una sepultura, era un simple cenotafio cuyo contenido fue
refutado por científicos de prestigio y obligado a retirar de la iglesia.
Lápida de Salvino degli Armati
En 1923 se
celebró en Sevilla un congreso Hispano Americano de Oftalmología en el curso
del cual el representante oficial del gobierno italiano, profesor Albertotti
reconoció que era falso que Salvino fuese el inventor de los anteojos.
Es muy
posible que las gafas no hayan sido inventadas por una sola persona, sino que
varias llegaron a conclusiones parecidas cuando trataron de paliar las
dificultades para ver que presentaban algunas personas, pero sobre todo, cuando
se empezó a comprender los fenómenos que la transparencia de determinados
cristales producían sobre los objetos que se observaban y que no es otra cosa
que consecuencia de la refracción y reflexión de la luz al pasar de un medio a
otro.
Pero lo
que parece cierto es que esa progresiva evolución desde la Piedra de lectura
mencionada más arriba, hasta los anteojos de doble cristal, tuvieron que
producirse al calor de unas avanzadas industrias fabricantes de vidrios, o del
tallado de cristal de cuarzo y en eso, hemos de volver la cara a Italia y a sus
poderosas industrias del vidrio, sobre todo en la isla de Murano, en Venecia.
Si
queremos situar en el tiempo tan prodigioso invento, ya que no se ha podido
determinar con exactitud a quien es debido el “milagro” de recuperar la visión
al usar unos lentes, no existe otro medio que inspeccionar la pintura de la
época, único medio gráfico.
Cardenal Hugo de Provenza escribiendo
con gafas
La primera
pintura en la que aparece un personaje con gafas salió de la mano de Tomasso de
Módena y es el Retrato del Cardenal Hugo de Provenza que se debió pintar en el
año 1350, en donde se le ve en un escritorio auxiliándose de unas gafas para
escribir.
Las gafas empezaron
a ponerse de moda, aunque siempre entre las clases pudientes y algunos
pintores, cometieron la osadía de pintar personajes en escenas tan antiguas como
la presentación en el templo del Niño Jesús, en la que un sacerdote judío lleva
gafas.
Pero
cuando realmente empezó a haber una importantísima demanda de estos artilugios
fue a partir de la invención de la imprenta. Y tiene una explicación, pues al
poner en el mercado una gran cantidad de libros, estos llegaron a manos de
gente que, sabiendo leer, no lo hacía por falta de material, pero al
popularizarse el libro, podían acceder muy fácilmente, comprobando que los años
habían pasado y sobre todo la presbicia, lo que llamamos vista cansada, había
hecho mella en sus ojos.
El mismo
Petrarca, hacia 1350, cuando había cumplido los sesenta años, contaba cómo
habiendo perdido su buena vista, hubo de recurrir a las lentes.
En cuanto
a la forma que fueron adoptando las diferentes gafas, en principio y como eran
solo para lectura, lo común era sostenerlas sobre la nariz, sujetándolas con
una mano, pero al aparecer las lentes que corregían la miopía, obligaba a
llevarlas puestas todo el día, haciéndose sumamente incómodo el sujetarlas, por
lo que la imaginación entró en juego nuevamente y empezaron a fabricarse,
primero unos gorros con una enjaretado de alambres que la sostenían, luego unas
bandas de cuero que a manera de antifaz la sujetaban a la cabeza. Y no fue
hasta el siglo XVIII en el que se empezó a utilizar las patillas que también
evolucionaron, desde ser un artilugio aprisionador de la cabeza, hasta
descansar sobre las orejas con mayor comodidad.
Gafas con patillas plegables del
siglo XVIII
No me ha
sido posible aclarar quién inventó las gafas, pero al menos me hado la
satisfacción de aprender algo sobre este fascinante mundo de la óptica.
Y una
última cosa, este útil artilugio ha ido cambiando su nombre a lo largo de la
historia: antiparras, anteojos, lentes, espejuelos, impertinentes, quevedos,
pero en los cuatro o cinco primeros siglos de uso no he encontrado el nombre de
“gafas”, con el que se ha popularizado totalmente en lengua castellana. Es
posible que en esa paulatina transformación de su nombre, en algún momento, yo
creo más bien reciente, se le empezara a llamar de ese modo en honor al moro
Al-Gafequi, que no fue su inventor, pero puede que se haya llevado la gloria.
Bonita historia y bien documentada...
ResponderEliminarsegún alcover viene del aleman gaff gancho
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