Hace ya
varios años que descubrí a este enigmático personaje, guardé documentación
sobre él y la estudié cuidadosamente, pero para escribir su historia necesitaba
de un algo, suceso o anécdota que pusiese la guinda al pastel y por fin, la he
encontrado. Ahora la historia está redondeada y he sacado mis papeles y me he
puesto nuevamente a estudiarlos.
El
personaje de esta historia es Juan de Miralles Trailhon, nacido en Petrer,
provincia de Alicante y capital de la comarca del Vinalopó, el 23 de julio de
1713, hijo de padres de ascendencia francesa.
Perteneciente
a una familia más que acomodada, con 27 años llegó a la Habana, con bastante
dinero, magníficas relaciones y buena presencia, lo que le abrió multitud de
puertas cubanas, entre ellas la de María José Eligio de la Puente, la soltera
más cotizada de toda la isla, por su belleza y su fortuna familiar.
Inició una
incesante actividad comercial con las demás islas del Caribe, siempre buscando
los artículos necesitados en unas islas y los excedentes de otras e
intercambiarlos. Así trabó fuertes relaciones comerciales con Jamaica, Bahamas
y las colonias británicas del continente, adquiriendo dominio de la lengua
inglesa.
Con el
pretexto de que servía de puente informador a las autoridades españolas de los
movimientos de los ingleses en el continente americano, el gobierno hacía la
vista gorda a sus actividades mercantiles, rayanas en la ilegalidad con las que
en poco tiempo consiguió amasar una considerable fortuna.
Junto con
el dinero, iba ganando prestigio como informador y cuando en 1776 las colonias
se independizan de Gran Bretaña y la corona española decide apoyar a los
independentistas, Juan de Miralles fue nombrado embajador ante las Trece
Colonias.
Era de los
pocos españoles que hablaba un inglés fluido y esto le hizo aproximarse mucho a
los colonos independizados, con los que muy pronto establecería relaciones
comerciales, surtiéndoles de tabaco, maderas, azúcar, harina y otras efectos de
los que carecían por haber cortado el suministro Inglaterra.
Miralles
cumplía con las instrucciones que recibía del gobernador de La Habana, mientras
desarrollaba relaciones comerciales en su beneficio y así entró en tratos con
afamados terratenientes americanos, entre los que se encontraba un tal George
Washington, en aquel momento poco menos que desconocido fuera del ámbito
agrícola.
Conviene
recordar que buena parte de la costa sur de los Estados Unidos, la del Golfo de
Méjico, eran posesiones españolas, como La Florida y La Luisiana, Tejas o Nuevo
Méjico que en algunos momentos pasaron de manos de unos países a otros, como
consecuencia de la Guerra de los Siete años y la posterior derrota de Napoleón.
Las
relaciones comerciales de Miralles se fueron sedimentando y sus relaciones
personales con importantes hombres de las colonias también.
Entre
todas esas relaciones, quizás la más consolidada fue precisamente con George
Washington, que como decía anteriormente, aun no había destacado en la política,
pero era un hombre decidido a conseguir la independencia, por eso en multitud
de ocasiones cogía sus armas y se ponía al frente de los agricultores que
formaban grupos armados, apoyados sobre todo por tropas francesas y españolas.
Había
participado como oficial de milicias en las guerras contra los indígenas y era
de los pocos oficiales con experiencia bélica.
Washington,
junto a Tomas Jefferson, Benjamín Franklin, John Adams y algún otro, fueron los
artífices de la declaración de independencia el 4 de julio de 1776, pero la
guerra continuó siete años más.
La
afinidad de empresas entre los dos era grande, pues Washington era un
importante empresario agrícola lo mismo que Miralles y entre ambos la relación
se fue agrandando hasta el extremo de que Juan de Miralles cuando estaba en las
colonias norteamericanas se hospedaba en casa de su amigo George, en Mount
Vernon.
En cierta
conversación mantenida entre ambos sobre las explotaciones agrícolas y las
necesidades de transportes, Miralles le comentó a su amigo que en España
existía una bestia de carga de extraordinaria resistencia. Era de la familia de
los équidos, más pequeño que el caballo, más lento, pero muchísimo más
resistente para en trabajo duro, capaz de caminar por cualquier lugar en el que
un caballo se haría daño en sus delicadas patas, mucho más fácil de alimentar y
considerablemente más longevo.
Ese animal
tenía otra particularidad que era la de poder cruzarse con yeguas, produciendo
el híbrido al que se conoce como mulo, que guarda características de una y otra
especie.
Es
probable que en América hubiese burros y caballos en tiempos muy pasados, pero
se habían extinguido en la época de las glaciaciones, así que los primeros
animales de estas especies fueron llevados por Colón en sus sucesivos viaje,
pero no eran de la especie a la que Miralles se refería que es autóctona de las
provincias de Zamora y León que se conoce como “garañón”.
Tanto le
habló de los garañones que Washington quedó interesado en conocer aquel animal
de los que ni en Cuba ni en Norteamérica existían, así que su amigo Miralles se
propuso darle satisfacción y venciendo la enorme burocracia española, solicitó
de la corte de Carlos III en envío de uno de estos burros, para complacer a su
amigo Washington.
Garañón zamorano
Pero los
animales de esa clase estaban protegidos por leyes muy estrictas que prohibía
sacarlos del país, como no fuera con autorización real.
Hay que
tener en cuenta varios factores, uno muy importante era la presencia española
en lo que hoy son los Estados Unidos, cuyas tres cuartas partes eran colonias
españolas y el gobierno estaba muy interesado en mantener buenas relaciones con
los independentistas. Lo segundo es que George Washington no era, ni siquiera
soñaba, con ser presidente del nuevo país, pero era un empresario agrícola muy
influyente, con el que merecía la pena llevarse bien.
En estas
circunstancias Juan de Miralles enfermó de pulmonía que contrajo cuando
presenciaba un desfile militar en compañía de su amigo Washington y a pesar de
los esfuerzos que hicieron los mejores médicos del lugar, falleció en casa de
su amigo, con gran pesar de éste y de muchos otros importantes personajes del
nuevo país, en el año 1780.
Pero la
tramitación del envío de un garañón siguió adelante y dos o tres años después,
el conde de Floridablanca, ministro de Carlos III, autorizó la salida de dos
burros, con destino a América.
He leído
en algún lugar que se envió una pareja de burros, lo que no es cierto porque
eso hubiese supuesto la posibilidad de reproducir la raza autóctona en tierras
americanas, lo que estaba muy lejos de la idea de preservarla en su hábitat
natural, así que se envió un solo macho, joven y en edad de cubrir yeguas.
También se ha dicho que en realidad fueron dos machos lo que iniciaron el viaje
y que solamente consiguió terminarlo uno de ellos. Eso es más probable.
Lo cierto
es que desde Zamora partieron hacia el puerto de Bilbao, un mulero llamado
Pedro Téllez llevando a los dos animales que embarcaron en dos barcos
diferentes y en establos adecuados que el propio Téllez les construyo. Uno de
los buque se hundió a consecuencia de un temporal y el otro consiguió descargar
el burro en un puerto americano. Desde allí hasta la finca de Mount Vernon, aun
hubieron de recorrer andando más de ochocientos kilómetros.
Washington
quedo muy agradecido y envió una carta al rey español y nunca olvidó aquel
detalle.
El burro
fue bautizado y se le puso el nombre de “Royal
Gift”, “Regalo Real” y durante años cubrió numerosas yeguas, calculándose
que en los momentos actuales hay más de seis millones de descendientes suyos,
lo que no parece posible ya que los mulos y las mulas no se pueden reproducir,
son híbridos, mejor dicho, los mulos son siempre estériles, pero las hembras, las
mulas, pueden ovular y quedarse preñadas de manera muy excepcional, aunque sus
crías son débiles y con escasas posibilidades de sobrevivir.
Murió “Royal Gift” en 1796, pero en todos los
Estados unidos se le recuerda, sobre todo de dos maneras muy específicas y
singulares: el 26 de octubre, fecha en que desembarcó el garañón, se celebra el
Día Nacional de Apreciación de la Mula y por otro lado es el símbolo del
Partido Demócrata.
Países con
pocas tradiciones se aferran a las que tienen con verdadero afán, otros tenemos
tantas que nos importa poco ir perdiéndolas.
En nuestro
acervo cultural tenemos una palabra que procede precisamente de “mulo” y no es
otra que “mulato” que hace referencia a que como el mulo, el mulato procede de
dos razas, en este caso humanas, distintas.
Muy Interesante el artículo...
ResponderEliminarSi, muy interesante y curioso, curioso.
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