Sin ninguna duda el centro de Europa es la región más enigmática de nuestro viejo continente.
Pegados unos a otros, países de larga tradición histórica, forman fronteras entre ellos, con el común asentamiento en una cordillera también enigmática: los Montes Cárpatos.
Una cadena
montañosa de 1.600 kilómetros de longitud y hasta 500 de anchura que discurre
por Rumanía, Moldavia, Ucrania, Chequia, Eslovaquia, Austria, Serbia y norte de
Hungría.
Parajes enigmáticos que los romanos llamaron “La Dacia” y en los que consumieron gran
parte de sus efectivos luchando contra los indomables habitantes de aquella
zona, cuyo principal caudillo fue Decébalo,
verdadero azote y enemigo de Roma.
Durante
muchos siglos toda la región de los Cárpatos fue una sucesión de convulsiones,
conquistas, ocupaciones, matanzas, pertenencia al imperio otomano, o al
austro/húngaro. Luego invasión del “imperio
nazi” y después del “bolchevique”, hasta que al desmembrarse este último, cada
territorio parece haber accedido a su verdadera identidad, no sin nuevas convulsiones.
De todas
las regiones de aquellos Montes, Transilvania se lleva la palma en lo que a
enigmática se refiere y no solamente porque la literatura decimonónica situara
allí a uno de los personajes de terror más trascendentes de cuantos se han
creado: El Conde Drácula, sino porque
allí mismo se había dado un personaje real en el cual se inspiró el autor: Vlad
Tepes, o Vlad el Empalador.
Fue el segundo
hijo del rey Vladislad II, conocido como Vlad Dracul, y desde muy niño su padre
se vio en la obligación de entregarlo como rehén al imperio otomano con el fin
de garantizar la paz. Conseguida la liberación del yugo turco, el príncipe Vlad
descargó todo su odio y su sanguinario instinto en sus enemigos, a los que
ejecutaba empalándolos, de ahí el sobrenombre por el que es conocido.
Pero no
fue éste el único personaje sanguinario de aquella recóndita región, pues hubo
otro y esta vez una mujer, que ha pasado a la historia por su crueldad y
carencia total de sentimientos hacia las personas.
Se llamó
Erzsebét Báthory de Ecsed y nació en 1560 en el seno de una de las familias más
antiguas y poderosas de Transilvania, fruto del matrimonio de dos primos
hermanos, Giorgi y Anna Báthory.
Pasó su
infancia en territorio de la actual Eslovaquia, en el intrigante castillo de
Cachtice, en donde la pequeña ya dio síntomas de padecer alguna enfermedad,
quizás epilepsia, que sin embargo se mitigó con el paso de los años.
Recibió
una educación esmerada, a la que casi ningún varón de la época podía acceder y
dio muestras de una inteligencia fuera de lo normal. Hablaba perfectamente
húngaro, latín, alemán y varios idiomas de las zonas próximas, cuando la
mayoría de la nobleza era totalmente analfabeta, por no hablar del pueblo
llano.
Con once
años fue prometida en matrimonio con el conde Ferenc de Nadasd y un año después
se trasladó a la residencia de su prometido para desposarse.
Después de
la boda, la familia se trasladó al castillo donde la joven había pasado su
infancia.
El matrimonio
tuvo cuatro hijos, el último de los cuales nació cuando Erzsebét tenía treinta
y ocho años.
De
extraordinaria belleza y culta, la joven tuvo una vida afortunada, aunque su
esposo pasaba más tiempo fuera de casa, guerreando contra todos, que en el hogar
familiar y como todos los vencedores de aquellas zonas, imponiendo a los
vencidos las más crueles torturas y vejaciones.
El alejamiento de su marido lo aprovechaba la condesa para visitar a su tía Karla Báthory, de gustos lésbicos, donde la joven condesa experimentaba toda clase de relaciones sexuales en orgías que su tía organizaba.
Al
parecer, entre los esposos se intercambiaba mucha correspondencia, en donde
ella, entre otras cosas, solicitaba instrucciones para la buena gobernanza del
castillo y sus posesiones y recibía los consejos del conde sobre cómo castigar
a los sirvientes, con medidas tan crueles como la introducción de agujas bajo
las uñas de las doncellas, para castigar cualquier falta por leve que fuera.
La condesa
no solo se solaza con sus doncellas sino que a una que hablaba mucho ordenó que
le cosieran la boca y a otra con fama de libertina la hizo sentarse en una
parrilla al rojo vivo.
En 1604
falleció el conde y ella quedó viuda con 44 años y ya no hubo de ocultar sus
instintos sexuales y criminales ante nadie y la primera medida que adoptó fue
la de expulsar de sus tierras a toda la familia de su difunto esposo, incluida
la madre y a continuación hizo prisioneros a todos los sirvientes de la casa
Nadasd, a los que encerró en los sótanos de su castillo, infligiéndoles
caprichosos castigos.
No existe
constancia fiel, pero parece que cierta anciana decrépita, de la que la condesa
se burló, le echó una maldición, diciéndole que ella también se convertiría en
vieja en muy poco tiempo.
Orgullosa
de su belleza, Erzsebét no podía asimilar que ella se fuera a convertir en una
anciana decrépita como aquella y empezó primero a estudiar y luego a
experimentar extrañas fórmulas y pócimas para alargar la juventud, una obsesión
tan antigua como el ser humano.
Dicen que
profundizó en ritos de la llamada “magia roja”, una práctica de brujería en la
que se utiliza sangre humana, bebida directamente de las heridas causadas a las
víctimas y con el fin de obtener la ansiada juventud.
La falta
de escrúpulos de esta bella mujer, que ya con su edad podría haber sido
considerada como una anciana en su época y que, sin embargo, mantenía una
belleza y juventud envidiables, le llevaba a escribir un diario en el que
anotaba minuciosamente cada una de las torturas que daba a sus víctimas y que
según su propia redacción llegaron a ser ¡SEISCIENTAS DOCE!, siempre mujeres y
jóvenes.
Mordía directamente a la víctima en mejillas y pechos y bebía su sangre, o las introducía en la llamada “doncellas de hierro”, una especie de sarcófago antropomorfo cuyo interior estaba erizado de pinchos que se iban clavando en la carne conforme se cerraba.
Qué clase
de placer pudiera experimentar en tan sádicos y macabros actos, es cosa que se
escapa a la comprensión, pero lo cierto es que algo debía percibir que excitara
sus instintos porque el número de víctimas indica una práctica muy dilatada en
el tiempo. Y efectivamente así fue, porque durante años la condesa actuó con absoluta
impunidad, no solo por su situación privilegiada y poderosa, sino porque la
extracción social de sus víctimas hacía que en muchos casos nadie se interesase
por ellas.
Pero la
voz se corría y el pueblo llano sabía lo que se escondía tras aquellos muros
palaciegos y las jóvenes empezaron a huir de la zona, en donde sabían que su
muerte sería segura y comenzaron a faltar doncellas con las que continuar las
escabrosas prácticas y ahí cometió, afortunadamente, un tremendo error.
Empezó a
utilizar a jóvenes de la nobleza para sus horrendos crímenes y las
desapariciones de esas jóvenes si que despertaron sospechas entre los poderosos
que obligaron al rey, Matías II a que iniciara una investigación y éste ordena
a un primo de la condesa, el conde Thurzo que entre en el castillo y averigüe
qué pasa allí.
Así lo
hace el día 30 de diciembre de 1610 y lo primero que encuentran en el patio del
castillo, es a una mujer en un cepo, instrumento de tortura y en estado agónico.
Dentro del castillo los descubrimientos son terroríficos. Hay una joven
desangrada en el salón y otra con todo el cuerpo agujereado por haber sido
sometida a la “doncella de hierro” antes descrita. Más de treinta cadáveres son
desenterrados en los alrededores del castillo y todo estaba impregnado de un
olor a sangre y carnes en putrefacción.
La condesa
y algunas personas que le ayudaban en tan siniestra operaciones fueron
sorprendidas en medio de uno de aquellos rituales, procediendo a su detención
inmediata.
Hay quien
asegura que el conde Thurzo llevó a su prima a juicio y que fue condenada,
igual que sus sirvientes fieles, pero parece ser que no fue así.
La
investigación solamente pudo probar la muerte, o mejor dicho, el asesinato, de
ochenta doncellas, a pesar de que el diario al que antes hacía referencia habla
de más de seiscientas y si bien los sirvientes fueron condenados a la hoguera,
por brujería, a Erzsebét Báthory solo le impusieron una pena de confinamiento,
emparedada en una minúscula celda.
En estos
tiempos en los que las teorías conspiranoicas rinden tan suculentos beneficios,
no ha faltado el criterio de algún historiador que haya puesto en solfa todo lo
narrado, explicando que la realidad es que el rey Matías II tenía un gran
interés en las propiedades de la condesa y para eso se inventó una historia
según la cual, ella habría incurrido en graves delitos que acarreaban la pena
de muerte, único caso en que el rey podía incautarse de todas sus propiedades,
aunque luego conmutara la pena por el confinamiento.
Algo de
verdad habría tras aquellas acusaciones, pues de otra manera no se explica la
intervención real ni el posterior confinamiento.
De ser
verdad todo esto, en nuestra legislación y a pesar de que la condesa tenía
género, en este caso femenino, esta conducta no habría sido considerada
violencia de género.
Gran crueldad, que una vez más hace pensar, que el ser humano, no es bueno por naturaleza...
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