jueves, 17 de septiembre de 2020

CRUELDAD FEMENINA

 


Sin ninguna duda el centro de Europa es la región más enigmática de nuestro viejo continente.

Pegados unos a otros, países de larga tradición histórica, forman fronteras entre ellos, con el común asentamiento en una cordillera también enigmática: los Montes Cárpatos.

Una cadena montañosa de 1.600 kilómetros de longitud y hasta 500 de anchura que discurre por Rumanía, Moldavia, Ucrania, Chequia, Eslovaquia, Austria, Serbia y norte de Hungría.

 Parajes enigmáticos que los romanos llamaron “La Dacia” y en los que consumieron gran parte de sus efectivos luchando contra los indomables habitantes de aquella zona, cuyo principal caudillo fue Decébalo, verdadero azote y enemigo de Roma.

Durante muchos siglos toda la región de los Cárpatos fue una sucesión de convulsiones, conquistas, ocupaciones, matanzas, pertenencia al imperio otomano, o al austro/húngaro. Luego invasión del  “imperio nazi” y después del “bolchevique”, hasta que al desmembrarse este último, cada territorio parece haber accedido a su verdadera identidad, no sin nuevas convulsiones.

De todas las regiones de aquellos Montes, Transilvania se lleva la palma en lo que a enigmática se refiere y no solamente porque la literatura decimonónica situara allí a uno de los personajes de terror más trascendentes de cuantos se han creado: El Conde Drácula, sino porque allí mismo se había dado un personaje real en el cual se inspiró el autor: Vlad Tepes, o Vlad el Empalador.

Fue el segundo hijo del rey Vladislad II, conocido como Vlad Dracul, y desde muy niño su padre se vio en la obligación de entregarlo como rehén al imperio otomano con el fin de garantizar la paz. Conseguida la liberación del yugo turco, el príncipe Vlad descargó todo su odio y su sanguinario instinto en sus enemigos, a los que ejecutaba empalándolos, de ahí el sobrenombre por el que es conocido.

Pero no fue éste el único personaje sanguinario de aquella recóndita región, pues hubo otro y esta vez una mujer, que ha pasado a la historia por su crueldad y carencia total de sentimientos hacia las personas.

Se llamó Erzsebét Báthory de Ecsed y nació en 1560 en el seno de una de las familias más antiguas y poderosas de Transilvania, fruto del matrimonio de dos primos hermanos, Giorgi y Anna Báthory.

Pasó su infancia en territorio de la actual Eslovaquia, en el intrigante castillo de Cachtice, en donde la pequeña ya dio síntomas de padecer alguna enfermedad, quizás epilepsia, que sin embargo se mitigó con el paso de los años.

Recibió una educación esmerada, a la que casi ningún varón de la época podía acceder y dio muestras de una inteligencia fuera de lo normal. Hablaba perfectamente húngaro, latín, alemán y varios idiomas de las zonas próximas, cuando la mayoría de la nobleza era totalmente analfabeta, por no hablar del pueblo llano.

Con once años fue prometida en matrimonio con el conde Ferenc de Nadasd y un año después se trasladó a la residencia de su prometido para desposarse.

Después de la boda, la familia se trasladó al castillo donde la joven había pasado su infancia.

El matrimonio tuvo cuatro hijos, el último de los cuales nació cuando Erzsebét tenía treinta y ocho años.

De extraordinaria belleza y culta, la joven tuvo una vida afortunada, aunque su esposo pasaba más tiempo fuera de casa, guerreando contra todos, que en el hogar familiar y como todos los vencedores de aquellas zonas, imponiendo a los vencidos las más crueles torturas y vejaciones.

El alejamiento de su marido lo aprovechaba la condesa para visitar a su tía Karla Báthory, de gustos lésbicos, donde la joven condesa experimentaba toda clase de relaciones sexuales en orgías que su tía organizaba.

Ruinas del castillo de Cachtice 

Al parecer, entre los esposos se intercambiaba mucha correspondencia, en donde ella, entre otras cosas, solicitaba instrucciones para la buena gobernanza del castillo y sus posesiones y recibía los consejos del conde sobre cómo castigar a los sirvientes, con medidas tan crueles como la introducción de agujas bajo las uñas de las doncellas, para castigar cualquier falta por leve que fuera.

La condesa no solo se solaza con sus doncellas sino que a una que hablaba mucho ordenó que le cosieran la boca y a otra con fama de libertina la hizo sentarse en una parrilla al rojo vivo.

En 1604 falleció el conde y ella quedó viuda con 44 años y ya no hubo de ocultar sus instintos sexuales y criminales ante nadie y la primera medida que adoptó fue la de expulsar de sus tierras a toda la familia de su difunto esposo, incluida la madre y a continuación hizo prisioneros a todos los sirvientes de la casa Nadasd, a los que encerró en los sótanos de su castillo, infligiéndoles caprichosos castigos.

No existe constancia fiel, pero parece que cierta anciana decrépita, de la que la condesa se burló, le echó una maldición, diciéndole que ella también se convertiría en vieja en muy poco tiempo.

Orgullosa de su belleza, Erzsebét no podía asimilar que ella se fuera a convertir en una anciana decrépita como aquella y empezó primero a estudiar y luego a experimentar extrañas fórmulas y pócimas para alargar la juventud, una obsesión tan antigua como el ser humano.

Dicen que profundizó en ritos de la llamada “magia roja”, una práctica de brujería en la que se utiliza sangre humana, bebida directamente de las heridas causadas a las víctimas y con el fin de obtener la ansiada juventud.

La falta de escrúpulos de esta bella mujer, que ya con su edad podría haber sido considerada como una anciana en su época y que, sin embargo, mantenía una belleza y juventud envidiables, le llevaba a escribir un diario en el que anotaba minuciosamente cada una de las torturas que daba a sus víctimas y que según su propia redacción llegaron a ser ¡SEISCIENTAS DOCE!, siempre mujeres y jóvenes.

 Mordía directamente a la víctima en mejillas y pechos y bebía su sangre, o las introducía en la llamada “doncellas de hierro”, una especie de sarcófago antropomorfo cuyo interior estaba erizado de pinchos que se iban clavando en la carne conforme se cerraba.

La condesa Erzsebét Báthory

Qué clase de placer pudiera experimentar en tan sádicos y macabros actos, es cosa que se escapa a la comprensión, pero lo cierto es que algo debía percibir que excitara sus instintos porque el número de víctimas indica una práctica muy dilatada en el tiempo. Y efectivamente así fue, porque durante años la condesa actuó con absoluta impunidad, no solo por su situación privilegiada y poderosa, sino porque la extracción social de sus víctimas hacía que en muchos casos nadie se interesase por ellas.

Pero la voz se corría y el pueblo llano sabía lo que se escondía tras aquellos muros palaciegos y las jóvenes empezaron a huir de la zona, en donde sabían que su muerte sería segura y comenzaron a faltar doncellas con las que continuar las escabrosas prácticas y ahí cometió, afortunadamente, un tremendo error.

Empezó a utilizar a jóvenes de la nobleza para sus horrendos crímenes y las desapariciones de esas jóvenes si que despertaron sospechas entre los poderosos que obligaron al rey, Matías II a que iniciara una investigación y éste ordena a un primo de la condesa, el conde Thurzo que entre en el castillo y averigüe qué pasa allí.

Así lo hace el día 30 de diciembre de 1610 y lo primero que encuentran en el patio del castillo, es a una mujer en un cepo, instrumento de tortura y en estado agónico. Dentro del castillo los descubrimientos son terroríficos. Hay una joven desangrada en el salón y otra con todo el cuerpo agujereado por haber sido sometida a la “doncella de hierro” antes descrita. Más de treinta cadáveres son desenterrados en los alrededores del castillo y todo estaba impregnado de un olor a sangre y carnes en putrefacción.

La condesa y algunas personas que le ayudaban en tan siniestra operaciones fueron sorprendidas en medio de uno de aquellos rituales, procediendo a su detención inmediata.

Hay quien asegura que el conde Thurzo llevó a su prima a juicio y que fue condenada, igual que sus sirvientes fieles, pero parece ser que no fue así.

La investigación solamente pudo probar la muerte, o mejor dicho, el asesinato, de ochenta doncellas, a pesar de que el diario al que antes hacía referencia habla de más de seiscientas y si bien los sirvientes fueron condenados a la hoguera, por brujería, a Erzsebét Báthory solo le impusieron una pena de confinamiento, emparedada en una minúscula celda.

En estos tiempos en los que las teorías conspiranoicas rinden tan suculentos beneficios, no ha faltado el criterio de algún historiador que haya puesto en solfa todo lo narrado, explicando que la realidad es que el rey Matías II tenía un gran interés en las propiedades de la condesa y para eso se inventó una historia según la cual, ella habría incurrido en graves delitos que acarreaban la pena de muerte, único caso en que el rey podía incautarse de todas sus propiedades, aunque luego conmutara la pena por el confinamiento.

Algo de verdad habría tras aquellas acusaciones, pues de otra manera no se explica la intervención real ni el posterior confinamiento.

De ser verdad todo esto, en nuestra legislación y a pesar de que la condesa tenía género, en este caso femenino, esta conducta no habría sido considerada violencia de género.

La condesa murió en 1614 sin volver a ver la luz del día.

1 comentario:

  1. Gran crueldad, que una vez más hace pensar, que el ser humano, no es bueno por naturaleza...

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