A lo largo
de la Historia se han dado muchos casos de mujeres enroladas en los ejércitos
haciéndose pasar por varón; de entre los mas conocidos es el caso más de la Monja
Alférez, Catalina de Erauso. Mujeres heroicas que lucharon como mujeres son
también abundantes como María Pita o Agustina de Aragón personajes que han
trascendido la literatura con una amplia presencia.
Una buena
cantidad de las mujeres que decidieron hacer vida en el Nuevo Mundo, hubieron
de atravesar el Atlántico disfrazadas de hombre, situación muy difícil de
mantener, conviviendo con otros varones en espacios muy reducidos, pero
indudablemente algunas lo consiguieron. Una vez en las nuevas tierras volvían a
su condición de mujer, pero pocas veces se vieron abocadas a luchar contra
otros contingentes humanos.
La que
aparece en el artículo de hoy sí que tuvo que luchar, es más, esta mujer se
alistó para luchar. Es el caso de la conocida como María “La Bailaora”, una mujer del siglo XVI que no dudó en alistarse como
marinero para participar en la batalla de Lepanto.
De la “Bailaora” se sabe poco, ni siquiera su
nombre completo, buena prueba de que pasó inadvertida durante toda su vida,
hasta que el hecho narrado a continuación la sacó del anonimato, si bien poco
más sabemos para complementar su biografía que los datos seguidamente se
relatan.
Es muy
probable que su paso por la Armada hubiese pasado desapercibido para la
historia de no haber sido mencionada en la crónica que un soldado llamado Marco
Antonio Arroyo, partícipe del combate y por tanto testigo presencial de lo
ocurrido. Arroyo la nombra en una publicación llamada Relación del Progreso de
la Armada de la Santa Liga que apareció en Milán en 1576, cinco años después de
la batalla.
En su
escrito dedica ocho renglones para citar a una mujer española que, vestida como
un soldado, se había colado en la Armada y que llamaba María y era conocida
como “La Bailaora” que mutando su
indumentaria natural peleó con un arcabuz con tanta eficacia que a muchos
turcos costó la vida, no arredrándose cuando hubo de usar el sable para acabar
con la vida de alguno de ellos.
Conocida
esta valerosa mujer por el almirante de la flota, don Juan de Austria, le
concedió que en adelante sentara plaza de soldado, pese a su expresa prohibición
de no embarcar en la flota a mujeres ni gente inútil.
Esa concisa
prohibición fue parte esencial de la eficacia de la Armada de la Liga Santa
contra la flota del imperio Otomano que a pesar de su superioridad, arrastraba
una tremenda lacra que era la de llevar a bordo a mujeres y niños, así como a
esclavos cristianos, frutos de sus correrías mediterráneas, con la evidente
carga de ineficacia bélica.
En el caso
de María, era mujer, pero demostró no ser inútil.
Se sabe
que nació en Granada hija de padre “egipciano”,
que era como entonces se llamaba los gitanos, por nombre Gerardo y cuya madre,
al parecer cristiana vieja, murió cuando María tenía apenas ocho años, siendo
cuidada por su padre.
En las
persecuciones a judíos, moros y gitanos que propicia Felipe II, bajo el lema de
la España Católica, Gerardo es apresado por los guardianes de la pureza de
sangre, quienes para señalarlo, le cortan las orejas y una vez juzgado y
hallado culpable, lo envían a galeras, bajo la acusación de andar pidiendo
limosna de lugar en lugar y no tener ni oficio ni otra manera de vivir, salvo
la limosna y el hurto.
No era
cierta esta acusación, pues Gerardo, como muchos otras gitanos, era un próspero
chalán, dedicado a la compra venta de caballos, asnos y mulos, tan necesarios
en la época y que producía considerables ganancias.
Pero para
aquella España puritana, el hecho de ser gitano y la aparente inestabilidad en
la residencia, así como el hecho de no trabajar para nadie, era motivo más que
suficiente para una condena durísima, como era ir a galeras, de las que casi
nadie volvía.
Visto el
porvenir que le espera, Gerardo entregó a su hija María a la Iglesia,
pretextando que su madre era cristiana y en esa creencia había criado a su
hija. Ingresada en el convento de Santa Isabel la Real, las monjas piden a la
pequeña que las lleve a su casa, donde comprueban que la familia vivía con
cierta holgura, no dudando en apropiarse de cuantos objetos de valor
encontraron y de las bestias de carga preparadas para la venta.
La pequeña
advierte la codicia de las monja y se sorprende de la distancia que hay entre
las prédicas de la iglesia, ensalzando la pobreza, y el latrocinio a los
desvalidos, apoderándose de sus pertenencias, en vez de denunciar que en aquel
hogar no faltaba nada de lo fundamental y que todo había sido proveído por el
gitano Gerardo. A pesar de la aportación involuntaria que María hace a la
congregación, se convierte en la más humilde de las criadas por el solo hecho
de ser su padre un galeote.
En la primera oportunidad, María huye del
convento y se refugia en Granada, en donde es acogida por un morisco adinerado
llamado Yusuf, amigo de su padre, en cuya casa aprende a leer, escribir en
castellano y árabe, a vestirse y comportarse como mujer, danza y, además, a
manejar la espada, cosa que Yusuf le enseña, dadas la afición de la pequeña.
Inspirada
por ardor patriótico poco común, dicen unos y siguiendo a un amante díscolo y
pendenciero, amparada en su cultura y su manejo de la espada y otras armas,
María consigue enrolarse en 1571 el Tercio Lope de Figueroa y con el,
embarcarse en la galera La Real, buque insignia español, para participar en la
batalla de Lepanto como arcabucero, cosa que hizo ese mismo año de su
incorporación a filas, y en el mismo buque en el que iba el generalísimo de la
Santa Liga.
Batalla de Lepanto y retrato de Juan de Austria
Durante la
batalla, el galeón La Real abordó al buque insignia turco llamado Sultana, cuyo
almirante era el marino otomano Muezzindade Alí Pasha, en cuyo abordaje la
Bailaora tuvo una especial participación, pues su puntería causó muchas bajas
en las filas turcas, e incluso a alguno de los enemigos hubo de abatirlos a
golpes de sable que manejaba con destreza.
Aunque es
muy probable que se conociera su condición de mujer, pues en aquellos galeones
no existía intimidad por mínimo que fuese, lo cierto es que la contienda dejó
desvelada su condición femenina con el alboroto consecuente, circunstancia que
llegó a oídos de Juan de Austria, el cual ordenó licenciarla de inmediato, no obstante,
conocida su heroicidad y valor durante la batalla y quizás enardecido por la
extraordinaria victoria, magnánimo, la premió con el sueldo de arcabucero para
toda la vida.
Un detalle
a considerar acerca de la preservación de su identidad es el de ser llamada
como la “Bailaora” que hace pensar
que su buenas dotes para el baile le habían hecho conocida entre la
tripulación.
Un hecho
como el narrado hubo de tener forzosamente consecuencias extraordinarias entre
las tropas de la Santa Liga y de hecho, como se decía más arriba, Arroyo lo
había relatado por lo que es muy probable que otro personaje, a bordo de
aquella misma flota, tuviese de él conocimiento.
Bonita historia...
ResponderEliminarme ha encantado. Hay más mujeres hombres. y no lgbt
ResponderEliminarCurioso. Relato interesante y
ResponderEliminardesconocido.