No es la
primera vez que escribo sobre guerras, ya sea por sus nombres curiosos, como la
de La oreja de Jenkins http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-guerra-de-la-oreja-de-jenkins.html, la de los pasteles http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-guerra-de-los-pasteles.html
, o de la sandía http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/10/la-guerra-de-la-sandia.html
, o sea por la curiosidad de ser la más corta,
aquella que duró solamente cuarenta y cinco minutos o la más larga que duró
trescientos años y en la que no se disparó ni un solo tiro http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/04/la-mas-corta-y-la-mas-larga.html , o nuestra guerra española más larga http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2016/12/nuestra-guerra-mas-larga.html , como la declarada unilateralmente por el pueblo
granadino de Huéscar, contra toda una potencia de la época como Dinamarca; hoy
lo voy a hacer con una guerra que tuvo lugar como consecuencia de un partido de
fútbol.
Que el
deporte rey levanta pasiones es algo que a nadie se le escapa, pero llegar al
punto de que dos países se enfrenten bélicamente y se lleguen a producir hasta cuatro
mil muertes por el resultado de un partido de fútbol, es una buena muestra de
hasta donde es capaz de llegar la estupidez humana, aunque a lo mejor el
resultado del partido fue solamente el detonante de una situación ya insostenible
que solo necesitaba un empujoncito.
Era el año
1969 y Honduras y El Salvador, dos países centroamericanos fronterizos enfrentaron
sus respectivas selecciones de fútbol por tercera vez en el plazo de un mes. Se
jugaban la clasificación para el mundial de Méjico’70.
El primer
partido se jugó en Tegucigalpa, capital de Honduras y el resultado fue
favorable a Honduras por uno a cero.
El partido
de vuelta se lo adjudicó El Salvador por tres a cero y aunque con golaveraje a
favor, la eliminatoria estaba empatada y hubieron de jugar un tercer encuentro
en terreno neutral, esta ves en Méjico DC.
Los dos
partidos anteriores habían terminado con serios enfrentamientos entre las
aficiones que no hacían otra cosa que trasladar al deporte, lo que ya subyacía en
la difícil convivencia entre ambos países fronterizos en los que se daban unas
circunstancias de pobreza difíciles de superar.
Salvador
es el país más pequeño de Centroamérica, amén de más poblado que sus vecinos y
muy mal administrado. Su población era cercana a los tres millones de
habitantes, en su inmensa mayoría dedicados a la agricultura controlada por una
élite social de terratenientes que dejaba muy poco margen al campesinado pobre.
Por el
contrario, la vecina Honduras es cinco veces más grande y aunque su régimen
social y económico era muy parecido, tenía un millón menos de habitantes y
mucho terreno por cultivar.
Esto había
provocado que las élites dominantes promovieran una emigración de salvadoreños
con la intención de aliviar la presión interna del país a la vez que ofrecían
cultivar las tierras baldías que eran muchas, así como la posibilidad ofrecerse
como mano de obra a las compañías estadounidenses (United Fruit Company,
propietaria del 10% de la tierra cultivable) que operaban en el país. Así,
trescientos mil salvadoreños vivían en Honduras en aquellos momentos.
Pero
claro, a los hondureños aquella invasión no les hacía ninguna gracia y ahora se
veían enfrentados a sus gobernantes, a las élites sociales y a los inmigrantes
que les disputaban la tierra y los puestos de trabajo.
Para
colmo, una desafortunada ley reforma agraria perjudicaba a los salvadoreños, los
cuales fueron expropiados de las tierras que habían conseguido adquirir tras
varias generaciones de esfuerzo, por lo que la tensión fue en aumento.
La
situación se hizo tan grave que el presidente hondureño comenzó una política de
deportación de salvadoreños, creando un grave conflicto de convivencia entre
ambos países, pues la avalancha de deportados provocaba problemas constante,
acusándose ambos países de sus políticas enfrentadas, mientras las clases
dominantes en uno y otro estado, presionaban a sus respectivos gobiernos para
que se tomaran acciones militares.
Se crearon
escuadrones populares clandestinos como el denominado “Mancha Brava”, que asesinó y secuestró a muchos salvadoreños.
Y con ese
escenario tan poco propicio, se enfrentaron las selecciones de fútbol,
interpretadas por ambos países como una puesta en escena deportiva de lo que al
final iba a ser un conflicto militar.
Para
acabar de condimentar aquel revuelto, el mismo día que se iba a jugar el tercer
y definitivo partido, El Salvador rompió unilateralmente las relaciones
diplomáticas con Honduras.
Una medida
muy poco inteligente sabiéndose, como se sabía que ambos países veían en la
confrontación deportiva la tragedia de su enfrentamiento.
El partido
lo ganó El Salvador por tres a dos, en el tiempo de prorroga, pues los noventa
minutos reglamentarios habían acabado con empate, tras lo cual se produjeron
enfrentamientos en los alrededores del estadio Azteca, solventados por el
enorme despliegue policial que se había efectuado.
El gol de
la victoria lo marcó el delantero salvadoreño Mauricio “Pipo” Rodríguez.
“Pipo” Rodríguez con la camiseta de la selección
Pero lo
grave se produjo en la frontera entre ambos países donde ciudadanos de uno y
otro lado se enzarzaron en combates callejeros, en los que la peor parte la
llevaron los emigrados salvadoreños que fueron literalmente masacrados por los
hondureños.
Esto hizo
que El Salvador decidiera intervenir militarmente y el 14 de julio de 1969 el
ejército salvadoreño se lanzó a una invasión de Honduras con ataques
aéreos y escaramuzas tipo guerrilla,
como capturas de las guarniciones fronterizas.
En
respuesta Honduras hizo lo propio, realizando ataques aéreos a puertos y
aeropuertos salvadoreños.
Si no
fuera por lo dramática de la situación, el conflicto habría que calificarlo
cuando menos de singular.
Los medios
aéreos empleados eran obsoletos aviones de hélice que se habían dejado de
fabricar muchos años antes y algunos de ellos de transporte reconvertidos como
arma aérea.
La OEA
(Organización de Estados Americanos) intermedió consiguiendo un alto el fuego
que entró en vigor el 20 de julio y las tropas salvadoreñas que habían
penetrado en Honduras se retiraron a condición de que se dejara de perseguir a
sus compatriotas.
Salvadoreños hacinados para la deportación
La
contienda dejó centenares de bajas, más en el lado hondureño, pero ambos países
sacaron una conclusión que no era otra que la necesidad de rearmarse, lo que
hizo que ambos dedicaran gran parte de sus presupuestos a esos menesteres
bélicos, desatendiendo otras actuaciones como el Mercado Común Centroamericano
que prácticamente desapareció, cuando era un germen para encarrilar
adecuadamente la economía de toda la zona.
Aparte de
los fallecimientos que se cifran en la cantidad antes señalada, hubieron quince
mil heridos y casi la mitad de los salvadoreños que vivían en honduras tuvieron
que abandonar el país, después de varias generaciones, además de reforzar el
papel político de los militares y en El Salvador, años después, dio lugar a la
guerra civil que mantuvo la fuerza armada contra los insurgentes del frente
Farabundo Martí, el revolucionario y político del primer tercio del siglo XX.
Una cosa
tengo bastante clara: si esos partidos se hubieran jugado diez años más tarde,
para la clasificación del Mundial’82 de España, no hubiera habido controversia,
pues en las filas salvadoreñas hubiera vestido la camiseta un extraordinario
jugador llamado Jorge González, conocido como “Mágico González” que era capaz de las mayores diabluras que se han
visto en el fútbol y que seguramente, de no haber sido por su forma de ser, se
habría convertido en uno de los mejores jugadores de la historia.
En mi
tierra hubo muchas ocasiones para verlo, pues tras el mundial, fichó por el
Cádiz y aquí nos deparó días de gloria y de magia futbolística.
¡Aun se le
recuerda!
Interesante, como todos los artículos que publicas.
ResponderEliminarComo siempre, un artículo interesante...
ResponderEliminarme parece grandioso. Cómo siempre.
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