Me pasa
como a muchas personas cuando les preguntan cuántas veces ha viajado a los
Estados Unidos. Casi todo el mundo responde con cierta ambigüedad. Unos dicen:
ocho o seis veces; otros: cinco o cuatro y por fin los de mi grupo que respondemos:
una o ninguna.
En efecto,
porque yo no he estado nunca en los Estados Unidos, ni pienso ir, entre otras
cosas porque no me gusta nada viajar y mucho menos montarme en avión y pasar
cinco o seis horas inmóvil pensando que en cualquier momento aquello se puede
caer.
Pero eso
no quiere decir que no me guste el país, que no admire la grandiosidad de sus
ciudades, que no aprecie que Nueva York es una ciudad hermosísima, plagada de
bellísimos edificios y sobre todo, para mi gusto, con unas estaciones de tren
que más parecen el hall de un gran hotel que un centro de viajeros.
Esa moda
de construir bellas estaciones tanto de ferrocarril como de metro o autobuses,
se extendió por todo el país y plagó de bellísimas construcciones casi toda su
geografía.
Recuerdo
una escena de la película “Los Intocables de Elliot Ness”, rodada en una estación
de tren en la que Ness y el agente Giuseppe Petri proceden a la detención de un
mafioso, con un coche de niño que rueda escaleras abajo para dar mayor
dramatismo a la situación. Me acuerdo perfectamente del edificio, de su
amplitud, su luminosidad y su belleza en general. No sé en que estación fue
filmada esa escena, pero da igual, muchas capitales de los estados cuentan con
terminales como esa.
Seguro que
muchas personas, estadounidenses incluidos, desconocen quien diseñó y construyó
esas obras de arte moderno y se sorprenderán cuando sepan que fue un español el
que ideó y patentó la forma de construir esas bóvedas y arcos alicatados, que
dan amplitud a los espacios interiores, a la vez que proporcionan una gran
luminosidad.
Esta es la
historia, muy brevemente contada, de ese genio español, que como el del
anterior artículo, resulta prácticamente desconocido.
Su nombre
era Rafael Guastavino Moreno y nació en Valencia el uno de marzo de 1842, en
una familia de larga tradición artística, en la que había desde fabricante de
pianos hasta constructores de edificios.
Rafael Guastavino Moreno
Muy joven,
empezó a trabajar como aprendiz en un gabinete de arquitectura, dando así
salida a lo que ya se veía era su vocación, después de dejar el violín, que
había sido su primera pasión artística. Muy pronto comprendió que sus
conocimientos era escasos y decidió
ampliarlos, para lo que aprovechando la posición adinerada de su tío Antonio
Guastavino industrial del textil de Barcelona que lo acogió en su casa, comenzó
a recibir clases en la entonces llamada Escuela de Maestros de Obra de
Barcelona, germen de lo que sería escuela de arquitectura, donde destacó entre
sus compañeros por su gran ingenio y creatividad.
Completada
su formación con 24 años y gracias al apoyo de su tío, construyó en Barcelona
un espléndido edificio llamado Fábrica Batlló, dedicada a la industria textil y
comenzó la construcción del Teatro de La Massa, con una bóveda espectacular, en
la localidad cercana de Vilasar de Dalt.
Tenía 39
años y una vida familiar algo más que irregular, pues su carácter mujeriego y su exclusiva pasión por la construcción de
edificios le hacía difícilmente compatible con una vida familiar ordenada
cuando su mujer, Pilar Expósito con la que se había casado en 1861, lo dejó
plantado y con los tres hijos mayores, habidos en el matrimonio, se marchó a
Argentina, dejando con el marido al hijo más pequeño, llamado Rafael, como su
padre.
Guastavino
era inquieto y sabía que en España su futuro estaría muy limitado y que era
necesario cambiar de planes y aunque ya había diversificado su actividad en las
dos facetas, la de diseñador y la de constructor de sus propios edificios,
siendo pionero de la utilización en España de los nuevos cementos, recién
inventados, no se conformaba con lo que había.
En un
viaje que realizó al Monasterio de Piedra, quedó impresionado por el techo de
una gruta, de forma abovedada, en la que solo el agua había conseguido
construir de una forma tan sólida y esa idea le persiguió para siempre.
Fábrica textil Batlló
Así, el 26
de febrero de 1881, con el hijo pequeño y una asistenta o nodriza con sus dos
hijas, embarcan en Marsella con destino a Nueva York.
El choque
cultural fue brutal. Guastavino no tenía ni idea de inglés y en las américas se
mascaba tabaco y se bebía whisky, pero no sabían lo que era de vino ni aceite
de oliva, se construía con madera y al final todos los edificios terminaban
quemados o devorados por las termitas. Las bóvedas se construían con yeso y
cartón como si fueran cielos rasos que más tarde o temprano terminaban en el
suelo.
Rafael era
una persona muy despierta y de inmediato se dio cuenta del enorme futuro que
habría si se empezaba a construir edificios al estilo europeo, el que él había
desarrollado durante años y que recibía el nombre de “arquitectura cohesiva”
que el mundo occidental venía utilizando desde muy antiguo. A las primeras construcciones egipcias o babilónicas,
Guastavino las consideraba “de gravedad”, por ser el peso lo que unía las
piezas; más tarde, los romanos inventaron la construcción con argamasa, es
decir la unión de los materiales mediante un sistema de aglutinación que él
llamaba cohesivo.
Con el
sistema que se usaba en aquel momento, en Manhattan no se hubiese construido ni
un solo rascacielos. Pero cambiar mentalidades es una ardua tarea, sobre todo
si no se tiene un dólar y nadie quiere saber nada de su sistema de
construcción.
En 1882 se
presentó a un concurso para la construcción de un edificio, presentando un
proyecto basado en estilo árabe, allí completamente desconocido. Ganó el
concurso y recibió sus primeros ingresos, además de la inicial popularidad.
Invirtió bien el dinero recibido, porque lo hizo construyendo dos casas en un
Manhattan todavía en inicios y en las que aplicó sus sistemas de bóvedas
tabicadas que causaron admiración entre la gente rica.
Volvió a
presentarse a otro concurso oficial y también lo ganó, así como también acudía
a concursos para construcción de casas privadas y por fin, sonreído por el
éxito, a los cinco años de penalidades en América, su sistema de construcción
era aceptado y solicitado.
A partir de ese momento empezaron a entrarles contratos de todas las ciudades de la Costa Este, con obras tan importantes como la Biblioteca Pública de Boston, que se convirtió en unos de los edificios más emblemáticos de la época y que proporcionó a Guastavino un gran prestigio que ya no lo abandonó a lo largo de su carrera.
Sala de lectura de la Biblioteca de Boston
Tuvo la
visión de patentar su forma de construir la bóveda tabicada, bajo el “Guastavino System” y en el registro
de patentes estadounidenses figura con el número 430.122, y el título: Construcción de arcos de ladrillo para
techos y escaleras. 1890.
Pero al
año siguiente, con el número 464.562 figura otra patente: Construcción de
edificios. 1891.
Y la
siguiente en el mismo momento, la 464.563 titulada: Forjado cohesivo.
Y otra con
el mismo título al año siguiente, la 466.536.
Por no ser
exhaustivo, entre el año 1886 y 1908, año de su fallecimiento, figuran nada
menos quince patentes referidas todas a temas relacionados con la construcción
innovadora que fue capaz de crear, desde los edificios ignífugos, hasta hornos
para vidriar ladrillos.
Su estilo, absolutamente novedoso, a la vez que bello y funcional, le valieron una enorme fama que le permitió ir salpicando el país de magníficos edificios como la Estación Central de New York, una de cuyas instantáneas se ha convertido en un icono de la fotografía.
O estas
otras tres fotos de la misma terminal de finales del siglo XIX, principios del
XX:
En
internet se encuentran cantidad de fotografías de obras arquitectónicas
bellísimas de este valenciano universal, por lo que se excusa añadirlas a esta
publicación.
En febrero
de 1908 falleció Guastavino en la ciudad de Ashville, Carolina del Norte,
habiendo construido 360 edificios en Nueva York, más de un centenar en Bostón,
varios en Washington, Baltimore o Filadelfia.
A su
muerte, su hijo, Rafael Guastavino Expósito, aquél que le acompañó a América y
que había permanecido todo el tiempo a su lado aprendiendo y completando la
obra de su padre, le sustituyó al frente de la empresa que habían creado y
también registró diversas patentes hasta el año 1939. Posteriormente se
trasladó a Barcelona, donde murió en 1950.
En la necrológica
que The New York Times, publicó del gran Guastavino, figura su nombre y una
reseña: Arquitecto de Nueva York y en su texto consideraba que el
español había construido los edificios más importantes de la historia
arquitectónica de los Estados Unidos.
Joder con Gustavito...un gran arquitecto.
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