Como preveo que este artículo será largo, lo voy a
dividir en tres partes al objeto de no cansar excesivamente a mis queridos
lectores. ¡Empecemos!
Días atrás escuché una entrevista en la radio a un
tal Javier Sanz, al que no conozco, pero que tiene un “blog” que suelo visitar
con frecuencia.
La entrevista versaba sobre un libro que acababa de
publicar y en el que contaba algunas anécdotas sobre los papas. Como el asunto
me interesaba, lo compré y lo leí.
Que duda cabe que el asunto es mollar, máxime ahora
que acabamos de estrenar un nuevo pontífice que parece que va a ser distinto a
todos sus antecesores y realmente buena falta que le hace a la maltrecha
Iglesia, que entre escándalos financieros, pederastia, filtraciones y
dimisiones, no anda muy boyante.
Como en casi todos los procesos vitales, suele ser la
muerte por causas naturales la forma de extinción mas común y por
correspondencia, el papado que es un cargo vitalicio, debiera terminar con la
muerte del papa en el lecho, arropado por los suyos y rezando por su eterna
salvación, pero han habido ocasiones en las que el pontífice ha dejado su
existencia terrenal por haber sido asesinado, o ha dejado su ministerio por
haber sido encarcelado o depuesto de su sede, y hace bien pocos meses,
asistimos a un hecho insólito que completa el abanico de casos en los que la
muerte no pone fin al pontificado. Según la historia no es la primera vez que
un papa renuncia y se retira de la vida pública, refugiándose en un convento,
pero si analizamos todos los casos anteriores se comprenderá que la única
renuncia “voluntaria” es esta. A las demás las impusieron circunstancias como
la cárcel, el exilio, la fuerza militar, etc.
Las verdaderas causas por las que Benedicto XVI ha
renunciado nunca las sabremos, aunque todos podemos hacernos alguna idea desde
luego poco o nada edificante.
De la lectura del libro que he mencionado se deduce
que una cantidad muy importante de papas no murieron en sus camas, ni
renunciaron y desde luego, sus circunstancias personales y sus comportamientos
hacen pensar muy seriamente que fueron elegidos coincidiendo con las vacaciones
del Espíritu Santo. Y digo esto porque la tradición católica dice que la
tercera persona de la Santísima Trinidad es la que inspira a los reunidos en
cónclave para una acertada elección.
Quizás la Iglesia se quiera desmarcar de semejante
aseveración, porque de todo el decorado que montaron, la única figura
incontrovertible es la de Jesús, lo demás es pura especulación, pero lo cierto
es que hasta tal punto se ha mantenido la teoría de la divina inspiración que
una de las anécdotas relatadas en el libro lo deja bien a las claras.
Lo contaba ya Eusebio de Cesarea en el tomo sexto de
su obra Historia de la Iglesia y lo recoge Javier Sanz en su libro y ocurrió en
el año 236, desde el que, ciertamente, ha llovido mucho; al fallecer
martirizado el papa Antero, la comunidad cristiana se reúne junto a una casa en
el campo a las afueras de Roma para encontrar sucesor. Como casi siempre, no
había un claro candidato y los prelados debatían acaloradamente cuando, un
humilde campesino llamado Fabián, acertó a pasar por el lugar de la reunión y
al escuchar las voces se acercó al grupo para ver qué pasaba.
En ese preciso momento y cuando algunos de los
reunidos veían acercarse al campesino, una paloma se posó sobre su cabeza (Sanz
dice que se cagó encima de su cabeza). Como quiera que la iconografía clásica
representa al Espíritu Santo en forma de paloma, todos los que contemplaron el
“fenómeno” lo interpretaron como una señal, una forma de intervención divina
que había hecho su elección del nuevo papa.
Como Fabián era totalmente laico, sobre la marcha lo
ordenaron sacerdote, obispo y lo proclamaron papa.
Dejando claro que ese feliz día para Fabián, el
Espíritu Santo estaba al pie del cañón y realizando su trabajo con
profesionalidad, veamos ahora otros en los que su ausencia queda demostrada por
los acontecimientos.
El papa Fabián
El 22 de noviembre de 498 fue elegido papa Símaco y
ese mismo día, una facción de obispos disidentes, apoyada por el emperador
bizantino Anastasio I, procedió a nombrar a otro papa, Lorenzo.
Recurrieron al rey de Rávena, por cierto un seguidor
de la herejía arriana, que sostenía que Jesucristo era hijo de Dios, pero no
era Dios, lo cual es muy lógico que zanjó la situación cismática decretando que
Símaco era el verdadero papa porque era anterior y además, había sido elegido
por muchos más obispo que Lorenzo.
Lorenzo estuvo dando la lata, hasta que por el concilio
de Roma del año siguiente se le nombró obispo de Nocera, localidad cercana a
Nápoles y se decretó que todo clérigo que durante un pontificado intrigase para
la elección del sucesor, sería excomulgado.
El papa Gregorio III, el último papa no europeo hasta
la llegada de Francisco, elegido en el año 731, estaba frontalmente enemistado
con el emperador de Bizancio por el tema de las imágenes (la conocida herejía
iconoclasta), invadió los territorios de Rávena, al norte del Mar Adriático que
pertenecían al imperio Bizantino y que eran los que más a mano le quedaban.
Allí, el ejército del papa produjo una carnicería tal que las aguas del río Po
se tiñeron de sangre y durante seis años nadie consumió pescados de aquel
caudaloso río.
A este respecto conviene decir que en
las Tablas que Moisés recibió de la propia mano de Yahvé y en donde se
contemplan los Mandamientos de la Ley de Dios, en su artículo segundo se dice
textualmente: “No tendrás ni reconocerás a otros dioses en Mi presencia ni
fuera de Mí. No te harás una imagen tallada ni ninguna semejanza de aquello que
está arriba en los cielos ni abajo en la tierra ni en el agua debajo de la
tierra. No te postrarás ante ellos ni los adorarás, pues Yo soy El Eterno, tu
Dios, un Dios celoso, Quien tiene presente el pecado de los padres sobre los
hijos hasta la tercera y cuarta generación con Mis enemigos; pero Quien muestra
benevolencia con miles de generaciones a aquellos que Me aman y observan Mis
preceptos”.
Por qué se enfadaban entonces porque
los cristianos de oriente no quisieran tener imágenes en sus iglesias. ¿No era
ese el mandato divino? Por cierto que tal precepto no figura entre los Diez
Mandamientos llamados de La Ley de Dios y que supuestamente se corresponden con
los recibidos por Moisés.
En el año 752 se eligió papa a Esteban II, que no era
obispo y que por tanto debía cumplir el trámite de su ordenación como tal para
ser nombrado papa. Pero como quiera que era de salud quebradiza, falleció a los
dos días sin haber sido proclamado.
Y uno se pregunta: ¿no había obispos sanos? A lo
mejor es que les gustaban las controversias.
Otro papa, Bonifacio VI que sucedió a Formoso I,
falleció de gota a los quince días de su pontificado y claro, es que la gota se
le presentaría de repente, digo yo.
Singular, sin duda alguna, fue la elección el año 867
de Adriano II que estaba casado y con una hija, a pesar de que ya estaba
impuesto el celibato. Las dos pobres mujeres fueron decapitadas para quitar
testigos incómodos.
Su sucesor, Esteban VI, enemigo mortal de Formoso,
quiso vengarse de algunos agravios recibidos de éste y le montó una farsa de
juicio, para lo que hizo desenterrar el cadáver de su predecesor, sentarlo en
el banquillo y contratar a un actor que desde detrás contestaba a las preguntas
que se le hacían al cadáver.
La Edad Oscura es un período que va desde 904, con el
pontificado de Sergio III a la muerte de Juan XII en 964. Sesenta años que se
conocen como la “pornocracia” en el que dos mujeres, madre e hija, llegaron a
controlar el papado. Este término ni es actual ni trata de difamar o atacar a
la institución, pues precisamente fue acuñado por uno de sus hombres más
sabios, el cardenal Cesar Beronius, en el siglo XVI.
La madre, Teodora, era la esposa de Teofilacto, que
controlaba las finanzas de Roma y ella, que fue nombrada senadora, mantuvo una
relación carnal con el papa Sergio III y a la muerte de éste fue ella quien
nombró a sus tres sucesores, hasta
que falleció en 916.
Pero tomó el relevo su hija Marozia que, con quince
años ya había pasado por la cama del mismo papa del que su madre era amante y
con el que llegó a tener un hijo al que puso por nombre Juan.
Pintura de la bella Marozia
Casada con Alberico I, llegan a hacerle frente al papa Juan X, pero Alberico es asesinado, por lo que ella decide remediar la
situación de viudedad lo antes posible y como debía ser buena moza, no tardó en
encontrar pretendiente en Guido de Toscana, un poderoso marqués con el que se
casó. Nuevamente se enfrentan con el papa a consecuencia de la designación del
rey de Italia. En esta ocasión salen ganando y su esposo encarcela al papa que
muere en prisión y en extrañas circunstancias.
Lo mismo que había hecho su madre, interviene
activamente en la elección de los tres siguientes pontífices, el último de los
cuales, Juan XI, es su propio hijo.
Como la historia aún da para mucho, continuaremos en
las próximas semanas para completar este artículo.
Y a pesar de todo ahi sigue.
ResponderEliminarReferente al segundo mandamiento. Los catolicos no adoran a las imagenes (salvo quizas algunas pobres viejecitas que son muy devotas de tal o cual imagen y por ignorancia confunden). Los catolicos adoran a la Sagrada Forma porque es el cuerpo y la sangre de Cristo, que es Dios, con lo cual se cumple con el precepto. Por otro lado, a Jesus si se le puede dar imagen porque la tiene, ya que es hombre y se le puede (perdon, se le debe) adorar porque es Dios.
De todas formas te comento una anedocta catecumenal. Para poder comulgar, entre otras cosas, es necesario saber lo que se esta haciendo (aunque te reconzco que muchos adultos no parece que lo sepan muy bien). Una vez, cierto parroco, para saber si un joven con sindrome de Down estaba preparado, le puso un crucifijo y una "Ostia" y le pidio que le explicara cual era la diferencia. El joven señalando al crucifijo dijo, "aqui parece que esta Dios pero no esta" y señalando a la Sagrada Forma "y aqui parece que no esta pero esta".