domingo, 18 de agosto de 2013

LAS VACACIONES DEL ESPÍRITU SANTO, II



Nos habíamos quedado la pasada semana en los comienzos del segundo milenio  y aún quedan muchas historias curiosas y algunas atrocidades que seguir contando sobre el papado.
Con el nombramiento de Juan XII se culmina la etapa conocida como “Edad Oscura”. Este papa era hijo de Marozia, de la que hablamos en el artículo anterior y fue elegido el seis de diciembre de 955, a la edad de dieciocho años.
Se le conoce en la Iglesia por el sobrenombre de “Fornicario” y su pontificado se tiene por el más nefasto de toda la historia de la Iglesia. Su vida fue licenciosa a no pedir más, hasta el punto que el emperador Otón I marchó sobre Roma, lo que obligó al papa a huir, llevándose un gran tesoro perteneciente a la Iglesia. Se celebró entonces un concilio en el que se acusó al huido de incesto, perjurio, sacrilegio, robo y homicidio, por lo que fue depuesto y en su lugar se nombró a León VIII.
Desgraciadamente a los enemigos no se les puede dejar heridos, porque a lo peor se recuperan y éste lo hizo. Buscó apoyos y con el tesoro sustraído formó un poderoso ejército con el que volvió a Roma. Depuso a León VIII y lo excomulgó, junto con todos los que habían participado en su deposición, a muchos de los cuales les cortó las manos, las orejas o la nariz.
Rodeado de un lujo intolerable, llegó a tener dos mil caballos, a los que alimentaba con exquisiteces, mientras el pueblo pasaba calamidades. Era aficionado al juego y no dudaba en invocar al demonio en demanda de fortuna.
Pero un día cometió un deplorable error que fue ir a acostarse con una mujer casada cuyo marido los sorprendió en pleno acto y sin tener consideración de quién era, le dio una paliza de la que falleció a los tres días. No obstante estar contrastada la forma de su muerte, la Iglesia registró su fallecimiento como “una muerte misteriosa”.
Afortunadamente para todos su vida fue corta, pues falleció a la edad de veintiséis años.

Otón I y el Papa Juan XII, en grabado de la época

Pero aún hay quien gane y este campeón de la infamia fue Benedicto IX. Nombrado papa a los catorce años, era sobrino de los dos papas anteriores y su padre Alberico III, verdadero dueño de Italia, quiso comprar un juguete para su hijo y le regaló la tiara papal.
Benedicto era experto en excomuniones y fue creándose un verdadero ejército de enemigos que, por fin, consiguieron echarlo de Roma, nombrando papa a Silvestre III. Pero un año después Benedicto consiguió deponer a Silvestre y volver a sentarse en el solio, aunque por poco tiempo. Enamorado de una bella cortesana, vendió las vestiduras papales a  Giovanni Graciano Pierleoni, el cual era arcipreste de Letrán, que fue proclamado papa como Gregorio VI.
Se conoce que Graciano no le pagó el total de lo acordado, que era la no despreciable cantidad de mil quinientas libras de oro y Benedicto trató de hacerse nuevamente con el poder, pero esta situación encabritó al Emperador Enrique III de Alemania, que marchó sobre Roma y depuso a los tres papas, Benedicto, Gregorio y Silvestre, nombrando a uno nuevo: Clemente II.
El emperador se retiró y Clemente empezó a gobernar, pero murió al poco tiempo, circunstancia que aprovechó Benedicto para ser nombrado papa nuevamente.
Lucio II murió de una pedrada cuando el 15 de febrero de 1145, al frente de un pequeño ejército se dirigió a tomar el Capitolio, donde se habían refugiado artesanos, obreros, comerciantes, funcionarios y demás clase media que solamente pedía al papado que se ocupase de las cosas de la espiritualidad y que dejase lo material para los otros poderes, cosa que, como es natural, al papa no le gustó ni un pelo.
La turba, enfebrecida, recibió al ejército papal a pedradas, con tal fortuna de que una de las primeras piedras que se lanzaron impactó de lleno en la cabeza del papa, causándole la muerte instantánea.
En el año 1208, Inocencio III lanza la cruzada contra los Albigenses, también llamados cátaros, nombrando a un tal Arnau Amalric como su legado. Cuando el poderoso ejército cercó a los herejes en la ciudad de Beziers, los capitanes preguntaban al legado de su Santidad qué hacían con todos los habitantes de la ciudad, pues, obviamente, todos no eran herejes y éste les respondió: Matadlos a todos, el Señor sabrá reconocer a los suyos. ¿Era la consigna recibida del Pontífice?
Teobaldo Visconti se encontraba en San Juan de Acre, Palestina, participando en una cruzada cuando se enteró que lo habían nombrado papa. Hizo la maleta y se encajó en Roma, donde adoptó el nombre de Gregorio X.
Su nombramiento fue espectacular, pues era la primera vez que se elegía en cónclave, que quiere decir bajo llave y es que los cardenales llevaban tres años reunidos en Viterbo, una pequeña ciudad al norte de Roma y divididos en dos facciones irreconciliables: franceses e italianos, incapaces de ponerse de acuerdo.
Por eso, los vecinos del lugar, hartos de soportar tanta estupidez cardenalicia y tanto gasto, los encerraron en una iglesia, los sometieron a dieta de pan y agua y desmontaron la techumbre para que tuvieran que soportar las inclemencias del tiempo. En seguida se pusieron de acuerdo y nombraron a uno que ni siquiera estaba presente ni interesado en el tema.
El primer antipapa, en el Cisma de Occidente, fue Roberto de Ginebra, que adoptó el nombre de Clemente VII, conocido como “El Carnicero de Cesena”. Roberto fue elegido por los cardenales franceses que se oponían a la designación de Urbano VI, al que el Espíritu Santo había elegido.
Siendo Clemente VII legado papal, dirigió un ejército prestado por un poderoso condotiero, Giovanni Acuto, para reducir a la pequeña ciudad de Cesena, recientemente independizada de los territorios pontificios. Allí supervisó la masacre de cuatro mil ciudadanos sin distinción de sexo ni edad, lo que le valió el bien ganado título, claro que al ser luego elegido papa, su nombre quedaría purificado.
Otro antipapa fue Bonifacio VII que lo fue por dos veces. La primera vez fue cuando estando el papa Benedicto VI vivo, un poderoso patricio romano nombró papa, imagino que con el consentimiento de un buen número de cardenales, al diácono que es un orden menor, Francone Ferruchi, que adopta el nombre de Bonifacio VII. Al enterarse Otón II, emperador del Sacro Imperio, envió a un embajador que obligó a huir a Bonifacio, no sin que éste matara al verdadero papa y huyera con un enorme tesoro. El nuevo pontífice, Benedicto VII, excomulga a Bonifacio que se refugia en Constantinopla y al enterarse que el emperador Otón II ha fallecido, regresa a Roma y con los apoyos que le llevaron al pontificado, encarcela al actual papa Juan XIV y vuelve a ocupar el trono de la iglesia. El papa encarcelado muere de inanición, por lo que el bueno de Bonifacio es el asesino de dos papas, un record poco igualable. Por cierto, a Bonifacio también lo asesinaron.
El papa Pablo II era un galante y un cortejador que al ser nombrado quiso tomar el nombre de Hermoso II (Formoso), cosa que desaconsejó la curia que le veía excesivamente provocador. Fue el papa de las festividades y el introductor del carnaval en Roma. Murió de dos formas, la oficial, de un empacho de melón y la popular que su muerte le sobrevino cuando era sodomizado por un paje que se había convertido en su amante. De cualquier manera, su fama de licencioso y homosexual iba muy por delante de él.
Ya hace algunos años publiqué un artículo que se llamaba Los papas sifilíticos que se puede consultar en este enlace:
 http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/los-papas-sifiliticos.html
Como se decía allí, para la concepción cristiana de la vida, nada más alejado que la posibilidad de que las enfermedades de transmisión sexual contagien al príncipe de la Iglesia, pero por muy increíble que parezca, las cosas sucedieron así y desde Alejandro VI, cuyo pontificado fue etiquetado por el sentir popular como de sangre y sexo, y hasta en su propia muerte se esconde la venganza y la traición pues fue envenenado.
El papa Borgia llegó a tener nueve hijos y mantuvo relaciones incestuosas con su hija Lucrecia, todo un personaje.
Se le acusó de envenenar a varios cardenales y él mismo murió envenenado junto a su hijo César, aunque éste, mas joven y fuerte, consiguió salvarse.

Dejaremos en este punto esta apasionante historia para retomarla y concluirla la próxima semana.

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