Nos habíamos quedado la pasada semana en los
comienzos del segundo milenio y
aún quedan muchas historias curiosas y algunas atrocidades que seguir contando
sobre el papado.
Con el nombramiento de Juan XII se culmina la etapa
conocida como “Edad Oscura”. Este papa era hijo de Marozia, de la que hablamos
en el artículo anterior y fue elegido el seis de diciembre de 955, a la edad de
dieciocho años.
Se le conoce en la Iglesia por el sobrenombre de
“Fornicario” y su pontificado se tiene por el más nefasto de toda la historia
de la Iglesia. Su vida fue licenciosa a no pedir más, hasta el punto que el
emperador Otón I marchó sobre Roma, lo que obligó al papa a huir, llevándose un
gran tesoro perteneciente a la Iglesia. Se celebró entonces un concilio en el
que se acusó al huido de incesto, perjurio, sacrilegio, robo y homicidio, por
lo que fue depuesto y en su lugar se nombró a León VIII.
Desgraciadamente a los enemigos no se les puede dejar
heridos, porque a lo peor se recuperan y éste lo hizo. Buscó apoyos y con el
tesoro sustraído formó un poderoso ejército con el que volvió a Roma. Depuso a
León VIII y lo excomulgó, junto con todos los que habían participado en su
deposición, a muchos de los cuales les cortó las manos, las orejas o la nariz.
Rodeado de un lujo intolerable, llegó a tener dos mil
caballos, a los que alimentaba con exquisiteces, mientras el pueblo pasaba
calamidades. Era aficionado al juego y no dudaba en invocar al demonio en
demanda de fortuna.
Pero un día cometió un deplorable error que fue ir a
acostarse con una mujer casada cuyo marido los sorprendió en pleno acto y sin
tener consideración de quién era, le dio una paliza de la que falleció a los
tres días. No obstante estar contrastada la forma de su muerte, la Iglesia
registró su fallecimiento como “una muerte misteriosa”.
Afortunadamente para todos su vida fue corta, pues
falleció a la edad de veintiséis años.
Otón I y el Papa Juan XII, en
grabado de la época
Pero aún hay quien gane y este campeón de la infamia
fue Benedicto IX. Nombrado papa a los catorce años, era sobrino de los dos papas anteriores y su padre Alberico III, verdadero dueño de Italia, quiso
comprar un juguete para su hijo y le regaló la tiara papal.
Benedicto era experto en excomuniones y fue creándose
un verdadero ejército de enemigos que, por fin, consiguieron echarlo de Roma,
nombrando papa a Silvestre III. Pero un año después Benedicto consiguió deponer
a Silvestre y volver a sentarse en el solio, aunque por poco tiempo. Enamorado
de una bella cortesana, vendió las vestiduras papales a Giovanni Graciano Pierleoni, el cual
era arcipreste de Letrán, que fue proclamado papa como Gregorio VI.
Se conoce que Graciano no le pagó el total de lo
acordado, que era la no despreciable cantidad de mil quinientas libras de oro y
Benedicto trató de hacerse nuevamente con el poder, pero esta situación
encabritó al Emperador Enrique III de Alemania, que marchó sobre Roma y depuso
a los tres papas, Benedicto, Gregorio y Silvestre, nombrando a uno nuevo:
Clemente II.
El emperador se retiró y Clemente empezó a gobernar,
pero murió al poco tiempo, circunstancia que aprovechó Benedicto para ser
nombrado papa nuevamente.
Lucio II murió de una pedrada cuando el 15 de febrero
de 1145, al frente de un pequeño ejército se dirigió a tomar el Capitolio,
donde se habían refugiado artesanos, obreros, comerciantes, funcionarios y
demás clase media que solamente pedía al papado que se ocupase de las cosas de
la espiritualidad y que dejase lo material para los otros poderes, cosa que,
como es natural, al papa no le gustó ni un pelo.
La turba, enfebrecida, recibió al ejército papal a
pedradas, con tal fortuna de que una de las primeras piedras que se lanzaron
impactó de lleno en la cabeza del papa, causándole la muerte instantánea.
En el año 1208, Inocencio III lanza la cruzada contra
los Albigenses, también llamados cátaros, nombrando a un tal Arnau Amalric como
su legado. Cuando el poderoso ejército cercó a los herejes en la ciudad de
Beziers, los capitanes preguntaban al legado de su Santidad qué hacían con
todos los habitantes de la ciudad, pues, obviamente, todos no eran herejes y
éste les respondió: Matadlos a todos, el Señor sabrá reconocer a los suyos.
¿Era la consigna recibida del Pontífice?
Teobaldo Visconti se encontraba en San Juan de Acre,
Palestina, participando en una cruzada cuando se enteró que lo habían nombrado papa. Hizo la maleta y se encajó en Roma, donde adoptó el nombre de Gregorio X.
Su nombramiento fue espectacular, pues era la primera
vez que se elegía en cónclave, que quiere decir bajo llave y es que los
cardenales llevaban tres años reunidos en Viterbo, una pequeña ciudad al norte
de Roma y divididos en dos facciones irreconciliables: franceses e italianos,
incapaces de ponerse de acuerdo.
Por eso, los vecinos del lugar, hartos de soportar
tanta estupidez cardenalicia y tanto gasto, los encerraron en una iglesia, los
sometieron a dieta de pan y agua y desmontaron la techumbre para que tuvieran
que soportar las inclemencias del tiempo. En seguida se pusieron de acuerdo y
nombraron a uno que ni siquiera estaba presente ni interesado en el tema.
El primer antipapa, en el Cisma de Occidente, fue
Roberto de Ginebra, que adoptó el nombre de Clemente VII, conocido como “El
Carnicero de Cesena”. Roberto fue elegido por los cardenales franceses que se
oponían a la designación de Urbano VI, al que el Espíritu Santo había elegido.
Siendo Clemente VII legado papal, dirigió un ejército
prestado por un poderoso condotiero, Giovanni Acuto, para reducir a la pequeña
ciudad de Cesena, recientemente independizada de los territorios pontificios.
Allí supervisó la masacre de cuatro mil ciudadanos sin distinción de sexo ni
edad, lo que le valió el bien ganado título, claro que al ser luego elegido papa, su nombre quedaría purificado.
Otro antipapa fue Bonifacio VII que lo fue por dos
veces. La primera vez fue cuando estando el papa Benedicto VI vivo, un poderoso
patricio romano nombró papa, imagino que con el consentimiento de un buen
número de cardenales, al diácono que es un orden menor, Francone Ferruchi, que
adopta el nombre de Bonifacio VII. Al enterarse Otón II, emperador del Sacro
Imperio, envió a un embajador que obligó a huir a Bonifacio, no sin que éste
matara al verdadero papa y huyera con un enorme tesoro. El nuevo pontífice,
Benedicto VII, excomulga a Bonifacio que se refugia en Constantinopla y al
enterarse que el emperador Otón II ha fallecido, regresa a Roma y con los
apoyos que le llevaron al pontificado, encarcela al actual papa Juan XIV y vuelve
a ocupar el trono de la iglesia. El papa encarcelado muere de inanición, por lo
que el bueno de Bonifacio es el asesino de dos papas, un record poco igualable.
Por cierto, a Bonifacio también lo asesinaron.
El papa Pablo II era un galante y un cortejador que
al ser nombrado quiso tomar el nombre de Hermoso II (Formoso), cosa que
desaconsejó la curia que le veía excesivamente provocador. Fue el papa de las
festividades y el introductor del carnaval en Roma. Murió de dos formas, la
oficial, de un empacho de melón y la popular que su muerte le sobrevino cuando
era sodomizado por un paje que se había convertido en su amante. De cualquier
manera, su fama de licencioso y homosexual iba muy por delante de él.
Ya hace algunos años publiqué un artículo que se llamaba
Los papas sifilíticos que se puede consultar en este enlace:
http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/los-papas-sifiliticos.html
Como se decía allí, para la concepción cristiana de
la vida, nada más alejado que la posibilidad de que las enfermedades de
transmisión sexual contagien al príncipe de la Iglesia, pero por muy increíble
que parezca, las cosas sucedieron así y desde Alejandro VI, cuyo pontificado
fue etiquetado por el sentir popular como de sangre y sexo, y hasta en su
propia muerte se esconde la venganza y la traición pues fue envenenado.
El papa Borgia llegó a tener nueve hijos y mantuvo
relaciones incestuosas con su hija Lucrecia, todo un personaje.
Se le acusó de envenenar a varios cardenales y él
mismo murió envenenado junto a su hijo César, aunque éste, mas joven y fuerte,
consiguió salvarse.
Dejaremos en este punto esta
apasionante historia para retomarla y concluirla la próxima semana.
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