Nos habíamos quedado en algunos de los papas más
detestables y más increíbles de toda la historia de la Iglesia. Sus “hazañas”
fueron narradas por los propios cronistas eclesiásticos, algunos de ellos obispos
y cardenales, por lo que, dejando aparte que pudieran haberse dejado llevar por
el odio hacia estos personajes, es difícil creer que el trasfondo de esos
pontífices fuese falso. La Iglesia es muy hábil en estas materias y no se haría
un daño innecesario inventando historias como las narradas, pero sigamos con la
relación.
A la hora de obtener beneficios económicos (estos son
mejor vistos en la Iglesia que los sexuales), la inventiva de los pontífices no
tuvo barreras; el papa Sixto IV legalizó un impuesto a las prostitutas, que
debían abonarlo si querían ejercer su oficio. Y como el negocio resultó, lo
amplió a todos los miembros del clero que mantuvieran barraganas, especie de
criada para todo con la que solían tener descendencia y que al parecer, era
costumbre que en el clero estaba muy extendida. Claro que si lees su biografía
en la Biblioteca Cristiana, el sentido que se le da a esta tasa era otro muy
distinto.
A León X se
le atribuye, sin que esté totalmente constatado, la redacción de Taxa Camarae,
una especie de baremo o tarifa siniestra para perdonar toda clase de pecados,
mediante el pago de distintas cantidades, en función de la gravedad del delito
y de la conducta del delincuente.
A éste le sucedió su sobrino, que él había colocado
en aventajada posición y que tomó el nombre de Julio II, conocido como el papa
Guerrero que murió de sífilis.
La verdad es que todos estos papas veían el
pontificado más como un reinado terrenal que como la dirección espiritual de la
cristiandad y así cayeron en las mayores aberraciones en las que los reyes
temporales habían caído y seguirían cayendo.
Grabado de Mastro Titta tras
una ejecución
Como, por ejemplo, tener un verdugo en
la nómina de los sirvientes de los Estados Pontificios, que es como se llamaba
entonces a lo que ahora conocemos simplemente como Vaticano. Es casi seguro que
este puesto estuvo ocupado por muchos “funcionarios” a lo largo de la historia,
pero de uno de ellos se guarda especial mención y no solamente porque lo relate
Dickens en el libro Estampas de Italia. Se trata de un tal Giovanni Battista
Bugatti, alias Mastro Titta, que en sesenta y ocho años de profesión, ejecutó a
516 personas de distinto sexo, edad y condición, a todas las cuales anotó en
una libreta con sus señas personales, el delito cometido y el tipo de ejecución
que le practicaba, porque hasta que la Revolución Francesa puso de moda la
guillotina y Mastro Titta ya no utilizó otro procedimiento, antes usó el hacha,
la soga, el mazo, etc. Su primer “trabajo” fue el 22 de marzo de 1796, en el
que se liquidó a un tal Nicola Gentilucci en Foligno, por homicidio de un
sacerdote y de dos hermanos legos.
A los 85 años se jubiló, pero su nombre no cayó en el olvido
porque en Italia existen bares, pubs, pizzerías y otros comercios que llevan
por nombre Mastro Titta, en recuerdo de tan singular e insigne personaje.
Parece inexplicable que sus
“santidades” hayan mantenido por tantos años una actuación como esa, porque
aunque es bien cierto que desde el desmoronamiento del imperio romano, Italia
no levanta cabeza hasta su unificación con Víctor Manuel, en ningún caso era
competencia de la Iglesia el juzgar, condenar y ejecutar a criminales “civiles”
(llamémosle así para diferenciarlos de otros “crímenes espirituales”).
La mayor parte de estas ejecuciones
fueron en Roma, pero otras fueron en ciudades distantes más de doscientos
kilómetros, como la mencionada más arriba o la de Marco Rossi que tuvo lugar en
Valentano, casi a la misma distancia, por lo que queda claro hasta dónde se
extendían los brazos justicieros de la Santa Iglesia.
En fin, la historia de las atrocidades
cometidas por los diversos papas que hemos ido viendo, parece no acabar, pues a
las anécdotas relatadas cabría agregar muchas otras como la de aquel que no
permitió que el ferrocarril circulase por los Estados Pontificios porque eso
supondría progreso y poder de las clases medias, lo que traería consigo
protestas en demandas de mayores derechos, o cuando en pleno siglo XIX y en
proceso de unificación, el papa Pío IX (el que visitó España y puso de moda los
“piononos”) envió a la guardia suiza a la ciudad de Perugia que se había
separado unilateralmente de los Estados Pontificios, masacrando al pueblo que
se oponía a la entrada de los dos mil soldados que el papa envió.
Por cierto, que cuando murió este papa
en 1878 se practicó por última vez el rito de comprobar que estaba muerto
golpeando su frente con un martillo de plata, ceremonia que desde tiempo
inmemorial practicaban los camarlengos.
Y para terminar, dos casos mucho más
cercanos. El primero fue el del papa Pablo VI al que el historiador francés
Roger Peyrefitte acusó públicamente de homosexualidad y de que siendo arzobispo
de Milán había frecuentado prostíbulos homosexuales, en donde tenía varios
amantes, sobre todo uno de ellos, actor por otra profesión que se convirtió en
su preferido.
Peyrefitte era muy conocido por la
defensa que hacía de la homosexualidad, tendencia que le obligó a abandonar la
carrera diplomática y por lo que se le suponía bien enterado del asunto y por
eso se provocó un revuelo en el seno del Vaticano que la Iglesia, poco amante
de dar explicaciones, se vio obligada a negar con tanto ardor y tantas veces
los hechos denunciados que la sospecha caló profundamente en los círculos de
opinión. Hasta el propio papa tuvo que negar su homosexualidad desde el balcón
de la Plaza de San Pedro el Domingo de Ramos de 1976.
Aunque su discurso de aquel día ha
desaparecido de los documentos de su pontificado, se han conservado alguna
grabación del discurso que comienza: “La cose calunniose e orribili che sono
state dette sulla mia santa persona…”
Por cierto, este papa que fue el primer papa viajero, no visitó nunca España a pesar del peso que tenía nuestro país en
materia de catolicidad, por diferencias con el régimen entonces en el poder.
Roger Peyrefitte
El otro caso sobrecogedor es la
repentina muerte de Juan Pablo I y la negativa de la curia a dar explicaciones
o a permitir que se investiguen las causas de tan repentina e inesperada
muerte.
Pero como decía, parece increíble que
en nombre de Dios, con la fe como coraza y con la invocación de tantísima
santidad, haya habido al frente de la Iglesia personas como las que se han ido
repasando en estos tres artículos.
Cada cual puede llegar a sus propias
conclusiones; habrá quien diga que eso fue hace mucho tiempo, que también ha
habido gente muy santa… En fin que quien no se consuela es porque no lo desea,
porque ni siquiera el hecho de lo vetustas que sean algunas de las historias
contadas, puede justificar el fin, ya que, precisamente, estando más reciente
la muerte y resurrección de El Salvador, más frescas debieran tener sus
enseñanzas. Por otro lado hemos visto que las atrocidades han llegado hasta
casi inicios de pasado siglo XX, por lo que no todas eran tan antiguas.
Yo no le encuentro ninguna explicación
a las conductas descritas en personas elegidas por los más cualificados
“príncipes” de la Iglesia e inspirados por el Espíritu Santo, si no es que la
Tercera Persona, el Paráclito, como dijo Jesús que se llamaría y como la
Iglesia lo ha denominado, se encontraba de vacaciones en esos momentos, o
estaba en otros menesteres, como mudando las plumas, por ejemplo.
Y esto lo digo sin ánimo de injuriar
porque hay iglesias en las que se veneran plumas pertenecientes al Espíritu
Santa e incluso un huevo de paloma, de una de sus puesta.
No me acierto a explicar cómo es
posible que se predicara una doctrina y se adoptaran conductas como las
descritas, tan distantes del mensaje que se quería transmitir. Alguno dirá que
lo importante es lo primero, la doctrina y que esta es tan poderosa que ha
sobrevivido a los desgraciados momentos a los que los dirigentes la han
llevado. Si lo creen así, tanto mejor para ellos, pero no olvidemos nunca que a
los papas los inspira el Espíritu Santo y que son el Vicario de Cristo en la
Tierra, además de infalibles en materia de fe y costumbres. ¿Era voluntad de
Cristo tener por representante a un asesino, fornicador, licencioso o corrupto,
como los que hemos visto?, o es que lo hacía a mala leche para tener
fastidiados a sus seguidores.
Yo creo que todo esto es para
pensárselo y dejar a un lado las imposiciones y ponernos a razonar, pero claro,
como dijo aquel: ¡cómo te voy a convencer razonando si tu no has razonado nada
para creer!
Algunas de las historias narradas en
estos tres artículos han sido sacadas del libro en cuestión, otras son de mi
cosecha, pero todas son terribles y están perfectamente contrastadas.
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