Reconozco que últimamente estoy
escribiendo mucho sobre reyes españoles, aunque no es mi intención relatar nada
de lo que podamos leer en los libros de historia, sino aquellas anécdotas que
los hayan singularizado, pero casi siempre caigo en la tentación de deslizar, a
lo largo del artículo, algo que va más allá de la historieta que vaya a contar.
Trataré de que con este artículo no me
ocurra lo de siempre y empecemos ya.
Suele ser un juicio muy común el
afirmar que la monarquía en España ha sido siempre de muy baja calidad. Y si
eso pudiera ser verdad con los Borbones y con algunos de los Austrias, nombre
con el que se conoce a lo que en realidad era la casa de Habsburgo, no es del
todo cierto porque, aunque excepcionalmente, España ha tenido grandes monarcas,
si bien es verdad que antes de terminar la Reconquista y también muy al
principio de ser otra vez una España unificada.
Sin ir mas lejos y para ceñirnos al
mismo contexto, cuando ya España está regida por una sola corona, grandes
monarcas alumbraron nuestra historia. Los Reyes Católicos, a los que
consideraremos como uno solo, pues todavía eran dos coronas, Carlos I y Felipe
II, fueron grandes monarcas, al menos monarcas dedicados a su labor en cuerpo y
alma, cosa que no se puede decir de la mayoría de los que les sucedieron.
Cuentan los cronistas que Felipe II
leía personalmente todos los informes que le llegaban y con anotaciones al
margen de su puño y letra, los devolvía a sus secretarios para que les dieran
el trámite adecuado. También cuentan que recibía a todo el que solicitaba
audiencia y que escuchaba los problemas de sus súbditos y trataba de darles
solución. Fue un rey que jamás hizo dejación de ninguna de sus funciones y
según se sabe ni eran tan religioso como dicen, ni tan mustio como le ha
presentado su leyenda negra.
Junto con su padre, el emperador
Carlos, forman el dueto llamado de los Austrias Mayores, pero con su hijo se
inicia la trilogía de los también llamados Austrias Menores.
Y es que ya lo dijo el propio Felipe
II: Dios que me ha dado un imperio, no me ha dado un hijo para gobernarlo.
¡Y qué razón tenía!
Su primer heredero de la corona
imperial española fue el infante Carlos, nacido de su primer matrimonio con su
prima María Manuela de Portugal, nombrado Príncipe de Asturias, murió a los
veintitrés años cuando había sido recluido por su propio padre al considerarlo
una persona inestable y peligrosa. De salud enfermiza, padecía hidrocefalia,
aparte de que no debía tener las neuronas bien conectadas.
Al quedar viudo, Felipe volvió a
casarse, esta vez con su tía segunda, María Tudor, reina de Inglaterra, con la
que no tuvo hijos. Volvió a casarse en terceras nupcias con Isabel de Valois,
con la que tuvo dos hijas y se casó, por cuarta vez, con una prima segunda, Ana
de Austria con la que tuvo cuatro hijos varones y una hembra.
El último de los cuatro varones,
Felipe, fue el único que le sobrevivió, reinando con el nombre de Felipe III.
Éste era al que consideraba su padre
como incapaz de gobernar el inmenso imperio que iba a legarle, aunque el padre
hizo todo lo posible por inculcar en su hijo unos buenos principios,
disciplina, orden laboriosidad, implicación en los problemas de estado…, no
consiguió del príncipe que se interesara por nada que no fuera la caza o la
comida.
Desde infante, encargó su educación a
don García de Loaysa, la cual se veía constantemente interrumpida por las
continuas enfermedades que el enclenque príncipe padecía.
Aunque su preceptor perseveraba en la
instrucción del infante, éste, si no era con regalos, golosinas u otras
promesas a su gusto, era incapaz de esforzarse en lo más mínimo, lo que
desesperaba a su padre que veía que el niño no tenía voluntad nada más que para
comer y aunque su padre lo trataba con sumo cariño, queriendo inculcarle cuales
serían sus obligaciones, obligándole incluso a asistir a los Consejos de
Estado, el infante procuraba marcharse tan pronto como podía y de inmediato se
pasaba por las cocinas.
Retrato de Felipe III
En fin, que era una persona indolente,
ociosa e indiferente a todo, con una única virtud: la obediencia.
Sin embargo el príncipe fue descrito
por algunos embajadores como amante de las ciencias, sobre todo las matemáticas
y fluido políglota que dominaba varios idiomas.
Es más que posible que la fuerte
personalidad de su padre, su entrega al trabajo, su afán de ser justo y su
laboriosidad, influyeran en el hijo que, viendo de cerca las grandes
condiciones humanas y morales de su padre, se dejara llevar por este en todo,
considerando que era mucho más fácil hacer lo que su padre decía que dedicar el
tiempo a tomar una determinación.
Y llegó hasta tal punto la desidia de
este joven príncipe que hasta a la hora de buscarle esposa su indecisión fue
proverbial.
Todas las casas reales europeas
estaban ligadas por vínculos de matrimonio y era muy conveniente encontrar para
el príncipe una esposa adecuada, la que se creyó encontrar entre una de las
cuatro hijas en edad casadera que formaban parte de los quince hijos que había
dejado al fallecer el Archiduque de Austria, Carlos de Estiria, primo hermano
de Felipe II, e hijo del emperador del Sacro Imperio, Fernando I (hermano de
Carlos V).
Las infantas eran las llamadas
Catalina, Gregoria, Leonor y Margarita. Los embajadores desplazados a Austria,
descartaron a la infanta Leonor por su mala salud, por lo que quedaron las
otras tres como candidatas.
Como es natural, en Austria la noticia
de que el heredero de la corona española, la más importante del mundo pudiera
estar interesado en una de las tres infantas, cayó como venida del cielo y de
inmediato se contrató a un pintor para que hiciera el retrato de las tres y
enviarlo a Madrid.
Para identificar a cada infanta, el
artista pintó una especie de joya con la inicial de sus nombres en un prendedor
del cabello.
Una vez los cuadros en Madrid, el rey
le dice a su hijo que escoja la que más se ajuste a sus gustos personales, a lo
que el príncipe le respondió que esa era una cuestión de estado y que por tanto
dejaba el asunto en manos del rey.
Trató el rey de convencerlo de que
hiciera una elección a su gusto, indicándole que él quedaba muy satisfecho con
la prueba de sumisión y obediencia que el príncipe había demostrado, pero que
la elección debía ser suya, pues con la elegida habría de pasar el resto de su
vida: Con la cuchara que tu escojas es con la que has de comer, que le habría
dicho mi abuelo.
Se decidió entonces que el príncipe se
llevaría los cuadros a sus aposentos y haría una meditada elección, y aunque
quiso resistirse, volviendo a insistir en que su padre eligiera, al final el
rey se salió con la suya, exasperado por la escasa voluntad que para todo
mostraba su heredero.
Apesadumbrado, el heredero estaba
hecho un mar de confusión, cuando su hermana Isabel Clara Eugenia tuvo una
feliz idea. Colocó los cuadros en orden aleatorio cara a la pared y echaron a
suertes la elección.
Salió elegida la infanta que
presentaba una M en el prendedor, pero entonces el príncipe pensó que el
procedimiento no era ni justo ni serio, por lo que comunicó a su padre que
elegía a la mayor de las tres. Esta era la infanta Catalina, por lo que se
cursó a la corte austriaca la petición de mano, con la mala fortuna de que al
llegar la petición, la infanta había fallecido, posiblemente de una gripe.
La siguiente petición fue a la siguiente
en el escalafón, la infanta Gregoria, la cual murió de unas fiebres, por lo que
quedaba solamente la que el azar había elegido en primer lugar.
Todo este complicado proceso de
selección duró casi dos años y cuando, por fin, se resolvió, la infanta Margarita
que tenía en ese momento unos catorce años, se echó a llorar, manifestando que
no quería separarse de su familia.
En el entre acto, Felipe II muere y su
hijo se convierte en rey, al que razones de estado le impiden desplazarse a
realizar el matrimonio.
Y con semejante grado de indecisión,
de desidia y dejadez, se ciñó la corona del imperio más poderoso de cuantos
habían existido hasta ese momento. Y así nos empezó a ir.
Como la boda la iba a celebrar el Papa
y el rey no podía, o no le apetecía desplazarse hasta Italia, se casaron por
poderes y para la que fue necesario una dispensa papal, pues eran primos. La
boda se celebró en la ciudad de Ferrara en el año 1598.
En el mismo acto, también contrajeron
matrimonio por poderes el Archiduque Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia,
hermanastra de Felipe III y prima hermana del Archiduque.
Se da la circunstancia de que el
archiduque era arzobispo y renunció a su dignidad eclesiástica para contraer
matrimonio.
Sobre este matrimonio el escritor
Carlos Fisas cuenta una divertida anécdota.
Ni Felipe III ni su hermanastra Isabel
Clara Eugenia estuvieron presentes en sus matrimonio, que se celebraron por
poderes.
Felipe III otorgó dichos poderes al
archiduque Alberto, que además de representarle en la boda con Margarita, iba a
casarse con su hermanastra y ésta se los otorgó a don Antonio Fernández de
Córdoba, duque de Sessa y descendiente de El Gran Capitán, el cual, llegada la
hora de ejercer su representación, se colocó junto al archiduque Alberto y en
el momento culmen de la celebración, tomándose de las manos, pronunciaron el
protocolario: Sí, quiero.
¡Habría que haber estado allí para
verlo!
No ere muy guapa la reina
Margarita
Es cierto que después de aquella boda
por poderes, Felipe y Margarita volvieron a casarse, ya en presencia, el día 18
de abril de 1599, en la catedral de la ciudad de Valencia.
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