viernes, 16 de mayo de 2014

EL ALMIRANTE SÁNCHEZ DE TOVAR





“Ficieron gran guerra este año por la mar, e entraron por el río Artemisa fasta cerca de la cibdad de Londres, a do galeas de enemigos nunca entraron”.
Así recogió Juan I, rey de Castilla, en la crónica de su reinado, la gesta realizada por el almirante Fernando Sánchez de Tovar.
En mi anterior artículo hablaba de la desconocida batalla naval de Saltés en la que el almirante mayor de Castilla derrotaba a una poderosa escuadra lusitana en la llamada Tercera guerra Fernandina, pero no era ésta la única victoria que el almirante castellano había conseguido, es más, su palmarés es realmente envidiable.
Su historia, desconocida en sus inicios, alcanza su máximo esplendor cuando sus extraordinarias dotes de navegante y soldado, hacen de él un personaje famoso en su momento y más tarde diluido en el anonimato de la historia, del que es conveniente rescatar; y es poco más o menos así.
No se sabe dónde nació, ni en qué año, aunque debía ser de las proximidades de Sevilla, por el nombramiento que más tarde se le otorgó y porque por aquellos tiempos, la corte de Castilla estaba a caballo entre la capital del Guadalquivir y Burgos. La primera vez que aparece en los anales de la historia lo hace con un acto, aunque en aquella época bastante habitual, me atrevería a decir que poco edificante.
En el año 1355 desempeñaba un cargo denominado Alcalde de la Mesta, la primera autoridad en impartir justicia en cualquiera de las infracciones que el llamado Consejo de la Mesta apreciara en alguna de las cuadrillas que formaban la poderosa organización trashumante. Estos cargos eran designados por el rey, lo que da idea de que el nominado debería pertenecer a alguna familia influyente. De lo que fuera su trayectoria en este cometido no se tiene noticia alguna.
Más tarde y tras participar como capitán de una galera en la llamada Guerra de los dos Pedros, a las órdenes de Pedro el Cruel, y contra Pedro el Ceremonioso, de Aragón, el rey castellano le entregó el mando de la ciudad castellana de Calahorra, en La Rioja, el cual ostentaba en 1366, durante la guerra fratricida entre el rey y su hermanastro bastardo, Enrique de Trastámara, al que entregó la ciudad, cambiándose de bando. Pedro hizo honor a su sobrenombre y se cobró venganza ajusticiando a su hermano Juan.
Desde entonces, su carrera fue ascendente. En primer lugar trabó relación con Ambrosio Bocanegra, gran marino Genovés que también había cambiado de bando y era muy próximo al bastardo Trastámara y con  el que huyó a Aragón tras la derrota de las tropas de Enrique en la batalla de Nájera.
Pero todo cambia cuando muere Pedro I y Enrique accede al trono y le concede el Señorío de Gelves, en el Aljarafe sevillano, lo que hace suponer su ascendencia sevillana.
Tras la batalla naval de la Rochelle en la que Tovar participó a las órdenes del almirante Ambrosio Bocanegra (ver mi artículo http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-fuerza-naval-de-castilla.html) y que se encuadra dentro de la llamada Guerra de los Cien años, la flota inglesa del conde de Salisbury quemó siete naves mercantes castellanas que estaban ancladas en la bahía de Saint Maló. Este hecho que aun dentro de una larga guerra se consideró como cobarde e innecesario, provocó una reacción de venganza que no se hizo esperar. Se nombró a Sánchez de Tovar, jefe de una flotilla de quince galeras con la consigna de apoyar por mar a las tropas francesas que asediaban la ciudad de Brest, en poder de los ingleses. La intervención castellana fue definitiva y la ciudad cayó tras cinco meses de largo asedio.
Un año más tarde, en 1374, ya  fallecido el almirante Ambrosio Bocanegra, se le concede el mando de una flota de galeras a la que se unen algunas embarcaciones francesas y con la saquea por dos veces la inglesa isla Wight, en pleno Canal de la Mancha.
Este hecho reviste suma trascendencia porque el Canal había supuesto para Inglaterra, la separación definitiva del continente, a la vez que su salvaguarda contra cualquier intento de agresión.
Tardan los ingleses un año en reaccionar y enviar una escuadra para hacer frente a los castellanos que durante todo ese tiempo han estado saqueando y destruyendo importantes puertos del litoral sur de Inglaterra, retirándose luego a los puertos franceses del otro lado del Canal.
Hasta allí va a buscarlos la flota inglesa que los encuentra en la bahía de Borugneuf, al sureste de Nantes. las dos escuadras entablan un combate naval del que la escuadra inglesa sale derrotada estrepitosamente.
Asustado el rey Eduardo III de Inglaterra quiere a toda costa firmar un pacto para evitar el saqueo de sus costas, aunque ello suponga la entrega a Castilla de todas las rutas comerciales, sobre todo con Flandes, vital para la corona castellana. A partir de ese momento el Canal de la Mancha está abierto a las rutas de los navíos castellanos y vascos que frecuentan los mares del norte en desplazamientos comerciales y pesqueros.
El Parlamento inglés critica duramente al monarca y a sus ministros, varios de los cuales dimitieron y el propio rey quedó muy apartado de las decisiones políticas. Poco después, en 1377, murió y heredó la corona su nieto que entonces tenía diez años y que reinó con el nombre de Ricardo II.
En ese momento, los nobles ingleses que no admiten haber perdido el control del Canal, inician las hostilidades contra los buques castellanos, a varios de los cuales hundieron o apresaron.
Ese es el momento decisivo del almirante Tovar, al cual el rey castellano le encomienda una escuadra compuesta por cincuenta galeras, a las que se une una pequeña escuadra francesa y con más de cinco mil hombres, se dirige a las costas meridionales inglesas, atacando los importantes puertos de Plymouth, Pothsmouth y otros, además de desembarcar nuevamente en la isla de Wight.

Mapa de las incursiones castellanas

Los continuos ataques a puertos y poblaciones costeras hacen a los ingleses revivir la pesadilla de aquellos tiempos en que eran blanco de los vikingos sin posibilidades de defensa por su parte.
La corona inglesa trata de reunir una flota con la que enfrentarse a los castellanos, pero han sido muchas las pérdidas sufridas y escasos los navegantes capaces de hacer frente a tan temible adversario. Por otro lado los sistemas de defensas costeros no resisten los ataques y aunque son cada vez mejorados, nada tienen que hacer frente a la artillería de las galeras de Castilla.
Cuando la desesperación inglesa es mayor, el almirante decide dar el golpe definitivo y con toda su flota, se adentra en el río Támesis, que en Castilla llamaban Artemisa, como se desprende de la crónica que encabeza este relato y llega hasta la localidad de Gravesend, a unos veinte kilómetros de Londres y actualmente parte del área urbana de la capital británica.
Tomar la ciudad y su puerto no es tarea difícil, pues los ingleses se rinden ante su sola presencia. Incendia la ciudad y las llamas pueden observarse desde Londres, donde sus aterrorizados habitantes no saben qué hacer, ante el temor de que la escuadra castellana continúe su avance.
Pero no se sabe muy bien por qué razón, el almirante Tovar no continuó su incursión, dándose por satisfecho con haber enseñado los dientes al león inglés, sin haberlo rematado, incumpliendo la norma que ha regido desde siempre: hay enemigos a los que no puedes dejar heridos.
La escuadra volvió a Castilla y poco tiempo después, tal como se decía más arriba, los ingleses vuelven a las andadas, apoyando a los portugueses con “hombres de armas y flecheros”, tal como mencionaba en mi artículo anterior.
No obstante, vuelven a tener otra derrota memorable, que no acabó con la batalla de Saltés, pues la escuadra castellana, con la experiencia de su almirante, se presentó unos meses después en la desembocadura del Tajo y se adentró en el Estuario de la Paja, bloqueando todo el comercio y abastecimiento por mar, a la vez que impidiendo que una escuadra inglesa que había traído más refuerzos hasta Lisboa, pudiera hacerse a la mar.
Unos temporales, obligaron a los castellanos a retirarse y los ingleses aprovecharon la oportunidad para escapar de la ratonera que era el estuario del Tajo.
Pero en la primavera del año siguiente, 1382, la escuadra de Tovar estaba otra vez frente a la desembocadura del Tajo y esta vez no se limitó a interceptar las naves enemigas, sino que lo mismo que habían hecho en el Támesis, desembarcaron en las inmediaciones de Lisboa, saqueando ciudades y campos.
La decisiva intervención del almirante, obligó al rey portugués a firmar la Paz de Elvas, en la frontera con Badajoz, el día diez de agosto de aquel mismo año, aunque de bien poco sirvió la firma del tratado, porque un año después ya volvíamos a estar enzarzados en nuevas hostilidades.
El almirante Sánchez de Tovar murió a causa de una epidemia que se desencadenó en su flota, precisamente cuando asediaban Lisboa.
Desafortunadamente la hostilidad castellano-lusa que no tenía otra finalidad para cada uno de los contendientes que anexionarse los reinos, terminó con la victoria portuguesa en la batalla de Aljubarrota, celebrada el catorce de agosto de 1385, cerca de esa ciudad, en la provincia de Leiría, en el centro de Portugal y que supuso la entronización de una nueva dinastía portuguesa, la de la casa de Avis.


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