“Ficieron gran guerra este año por
la mar, e entraron por el río Artemisa fasta cerca de la cibdad de Londres, a
do galeas de enemigos nunca entraron”.
Así recogió Juan I, rey de Castilla,
en la crónica de su reinado, la gesta realizada por el almirante Fernando
Sánchez de Tovar.
En mi anterior artículo hablaba de la
desconocida batalla naval de Saltés en la que el almirante mayor de Castilla
derrotaba a una poderosa escuadra lusitana en la llamada Tercera guerra
Fernandina, pero no era ésta la única victoria que el almirante castellano
había conseguido, es más, su palmarés es realmente envidiable.
Su historia, desconocida en sus
inicios, alcanza su máximo esplendor cuando sus extraordinarias dotes de
navegante y soldado, hacen de él un personaje famoso en su momento y más tarde
diluido en el anonimato de la historia, del que es conveniente rescatar; y es
poco más o menos así.
No se sabe dónde nació, ni en qué año,
aunque debía ser de las proximidades de Sevilla, por el nombramiento que más
tarde se le otorgó y porque por aquellos tiempos, la corte de Castilla estaba a
caballo entre la capital del Guadalquivir y Burgos. La primera vez que aparece
en los anales de la historia lo hace con un acto, aunque en aquella época
bastante habitual, me atrevería a decir que poco edificante.
En el año 1355 desempeñaba un cargo
denominado Alcalde de la Mesta, la primera autoridad en impartir justicia en
cualquiera de las infracciones que el llamado Consejo de la Mesta apreciara en
alguna de las cuadrillas que formaban la poderosa organización trashumante.
Estos cargos eran designados por el rey, lo que da idea de que el nominado
debería pertenecer a alguna familia influyente. De lo que fuera su trayectoria
en este cometido no se tiene noticia alguna.
Más tarde y tras participar como
capitán de una galera en la llamada Guerra de los dos Pedros, a las órdenes de
Pedro el Cruel, y contra Pedro el Ceremonioso, de Aragón, el rey castellano le
entregó el mando de la ciudad castellana de Calahorra, en La Rioja, el cual
ostentaba en 1366, durante la guerra fratricida entre el rey y su hermanastro
bastardo, Enrique de Trastámara, al que entregó la ciudad, cambiándose de
bando. Pedro hizo honor a su sobrenombre y se cobró venganza ajusticiando a su
hermano Juan.
Desde entonces, su carrera fue
ascendente. En primer lugar trabó relación con Ambrosio Bocanegra, gran marino
Genovés que también había cambiado de bando y era muy próximo al bastardo
Trastámara y con el que huyó a
Aragón tras la derrota de las tropas de Enrique en la batalla de Nájera.
Pero todo cambia cuando muere Pedro I
y Enrique accede al trono y le concede el Señorío de Gelves, en el Aljarafe
sevillano, lo que hace suponer su ascendencia sevillana.
Tras la batalla naval de la Rochelle
en la que Tovar participó a las órdenes del almirante Ambrosio Bocanegra (ver
mi artículo http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-fuerza-naval-de-castilla.html)
y que se encuadra dentro de la llamada Guerra de los Cien años, la flota
inglesa del conde de Salisbury quemó siete naves mercantes castellanas que
estaban ancladas en la bahía de Saint Maló. Este hecho que aun dentro de una
larga guerra se consideró como cobarde e innecesario, provocó una reacción de
venganza que no se hizo esperar. Se nombró a Sánchez de Tovar, jefe de una
flotilla de quince galeras con la consigna de apoyar por mar a las tropas
francesas que asediaban la ciudad de Brest, en poder de los ingleses. La
intervención castellana fue definitiva y la ciudad cayó tras cinco meses de
largo asedio.
Un año más tarde, en 1374, ya fallecido el almirante Ambrosio
Bocanegra, se le concede el mando de una flota de galeras a la que se unen
algunas embarcaciones francesas y con la saquea por dos veces la inglesa isla
Wight, en pleno Canal de la Mancha.
Este hecho reviste suma trascendencia
porque el Canal había supuesto para Inglaterra, la separación definitiva del
continente, a la vez que su salvaguarda contra cualquier intento de agresión.
Tardan los ingleses un año en
reaccionar y enviar una escuadra para hacer frente a los castellanos que
durante todo ese tiempo han estado saqueando y destruyendo importantes puertos
del litoral sur de Inglaterra, retirándose luego a los puertos franceses del otro
lado del Canal.
Hasta allí va a buscarlos la flota
inglesa que los encuentra en la bahía de Borugneuf, al sureste de Nantes. las dos escuadras entablan un combate naval del que la escuadra inglesa sale derrotada estrepitosamente.
Asustado el rey Eduardo III de Inglaterra
quiere a toda costa firmar un pacto para evitar el saqueo de sus costas, aunque
ello suponga la entrega a Castilla de todas las rutas comerciales, sobre todo
con Flandes, vital para la corona castellana. A partir de ese momento el Canal
de la Mancha está abierto a las rutas de los navíos castellanos y vascos que
frecuentan los mares del norte en desplazamientos comerciales y pesqueros.
El Parlamento inglés critica duramente
al monarca y a sus ministros, varios de los cuales dimitieron y el propio rey quedó
muy apartado de las decisiones políticas. Poco después, en 1377, murió y heredó
la corona su nieto que entonces tenía diez años y que reinó con el nombre de
Ricardo II.
En ese momento, los nobles ingleses
que no admiten haber perdido el control del Canal, inician las hostilidades
contra los buques castellanos, a varios de los cuales hundieron o apresaron.
Ese es el momento decisivo del
almirante Tovar, al cual el rey castellano le encomienda una escuadra compuesta
por cincuenta galeras, a las que se une una pequeña escuadra francesa y con más
de cinco mil hombres, se dirige a las costas meridionales inglesas, atacando
los importantes puertos de Plymouth, Pothsmouth y otros, además de desembarcar
nuevamente en la isla de Wight.
Mapa de las incursiones
castellanas
Los continuos ataques a puertos y
poblaciones costeras hacen a los ingleses revivir la pesadilla de aquellos
tiempos en que eran blanco de los vikingos sin posibilidades de defensa por su
parte.
La corona inglesa trata de reunir una
flota con la que enfrentarse a los castellanos, pero han sido muchas las
pérdidas sufridas y escasos los navegantes capaces de hacer frente a tan
temible adversario. Por otro lado los sistemas de defensas costeros no resisten
los ataques y aunque son cada vez mejorados, nada tienen que hacer frente a la
artillería de las galeras de Castilla.
Cuando la desesperación inglesa es
mayor, el almirante decide dar el golpe definitivo y con toda su flota, se
adentra en el río Támesis, que en Castilla llamaban Artemisa, como se desprende
de la crónica que encabeza este relato y llega hasta la localidad de Gravesend,
a unos veinte kilómetros de Londres y actualmente parte del área urbana de la
capital británica.
Tomar la ciudad y su puerto no es
tarea difícil, pues los ingleses se rinden ante su sola presencia. Incendia la
ciudad y las llamas pueden observarse desde Londres, donde sus aterrorizados
habitantes no saben qué hacer, ante el temor de que la escuadra castellana
continúe su avance.
Pero no se sabe muy bien por qué
razón, el almirante Tovar no continuó su incursión, dándose por satisfecho con
haber enseñado los dientes al león inglés, sin haberlo rematado, incumpliendo
la norma que ha regido desde siempre: hay enemigos a los que no puedes dejar
heridos.
La escuadra volvió a Castilla y poco
tiempo después, tal como se decía más arriba, los ingleses vuelven a las
andadas, apoyando a los portugueses con “hombres de armas y flecheros”, tal
como mencionaba en mi artículo anterior.
No obstante, vuelven a tener otra
derrota memorable, que no acabó con la batalla de Saltés, pues la escuadra
castellana, con la experiencia de su almirante, se presentó unos meses después
en la desembocadura del Tajo y se adentró en el Estuario de la Paja, bloqueando
todo el comercio y abastecimiento por mar, a la vez que impidiendo que una
escuadra inglesa que había traído más refuerzos hasta Lisboa, pudiera hacerse a
la mar.
Unos temporales, obligaron a los
castellanos a retirarse y los ingleses aprovecharon la oportunidad para escapar
de la ratonera que era el estuario del Tajo.
Pero en la primavera del año
siguiente, 1382, la escuadra de Tovar estaba otra vez frente a la desembocadura
del Tajo y esta vez no se limitó a interceptar las naves enemigas, sino que lo
mismo que habían hecho en el Támesis, desembarcaron en las inmediaciones de
Lisboa, saqueando ciudades y campos.
La decisiva intervención del
almirante, obligó al rey portugués a firmar la Paz de Elvas, en la frontera con
Badajoz, el día diez de agosto de aquel mismo año, aunque de bien poco sirvió
la firma del tratado, porque un año después ya volvíamos a estar enzarzados en
nuevas hostilidades.
El almirante Sánchez de Tovar murió a
causa de una epidemia que se desencadenó en su flota, precisamente cuando
asediaban Lisboa.
Desafortunadamente la hostilidad
castellano-lusa que no tenía otra finalidad para cada uno de los contendientes
que anexionarse los reinos, terminó con la victoria portuguesa en la batalla de
Aljubarrota, celebrada el catorce de agosto de 1385, cerca de esa ciudad, en la
provincia de Leiría, en el centro de Portugal y que supuso la entronización de
una nueva dinastía portuguesa, la de la casa de Avis.
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