Leyendo los Comentarios
Reales, del inca Garcilaso de la Vega, quedé sorprendido cuando al llegar al
capítulo tercero, el escritor hispano-peruano, sin duda uno de los mejores
escritores del Nuevo Mundo, contaba una historia, que no sabría decir si es
realidad o simplemente leyenda.
El inca Garcilaso, así llamado a Gómez
Suárez de Figueroa, que era hijo de un capitán conquistador español y la
princesa inca Isabel Chimpu Ocllo, está considerado el primer mestizo producto
de la conquista del Perú. Por su buena posición social y económica recibió una
espléndida educación humanística, junto con los hijos de otros conquistadores,
como los del propio Pizarro, que completó con la aportada por la familia real
de su madre.
Dice Garcilaso que cerca del año mil
cuatrocientos ochenta y cuatro, un piloto natural de la villa de Huelva, en el
Condado de Niebla, llamado Alonso Sánchez, tenía un navío pequeño con el que se dedicaba a llevar
mercaderías desde España a Canarias, cargando allí con frutos de aquellas
islas, los que llevaba a las islas de la Madera, hoy conocida como Madeiras,
desde donde regresaba a España cargado con azúcar y conservas.
En uno de aquellos viajes triangulares
que el onubense realizaba, cuando iba de Canarias a la isla de la Madera, le
cogió un temporal, tan recio y tempestuoso, que al no poder hacerle frente, se
dejó llevar por la tormenta y corrió veintiocho o veintinueve días sin saber ni
adónde ni por dónde, pues dado el fuerte temporal no pudo tomar la altura del
sol ni saber del norte.
Padecieron los navegantes gravísimos
peligros y penalidades, porque la tormenta no les dejaba comer ni dormir, pero
al cabo de ese tiempo el viento se fue aplacando y de pronto se hallaron frente
a una isla.
Dice Garcilaso que no se sabe a
ciencia cierta qué isla era aquella, si bien se tienen sospechas de que es la
que, más de un siglo después, llaman de Santo Domingo, considerando que el
viento que impulsó la débil embarcación era el conocido como solano que empuja
desde el este y que al oeste de las Canarias, está la isla de Santo Domingo.
Saltaron a tierra y después de tomar
la altura del sol y otras consideraciones para la situación de aquella isla,
hicieron agua, leña y otras vituallas y emprendieron viaje de regreso, sin
saber tampoco, como a la ida, por dónde regresaban.
Fue el viaje tan largo que les faltó
agua y otros bastimentos, lo que unido al mucho trabajo y esfuerzo que
llevaban, empezaron a enfermar y morir, de manera que de los diecisiete hombres
que habían partido de Canarias, no regresaron más que cinco y entre ellos, el
piloto Alonso Sánchez.
El punto de arribada fue la isla
Tercera, del archipiélago de las Maderas, yendo a parar a la casa del genovés,
Cristóbal Colón, porque sabían que era gran piloto y cosmógrafo y que hacía
cartas de marear.
Aunque Colón los recibiera con mucho
cariño e hizo todo cuanto pudo por preservar sus vidas, los cinco
supervivientes fueron muriendo, no sin antes transmitirle todos los detalles
que de su terrorífico viaje podían saber y recordar.
Piensa el autor que es gracias a esa
información que Colón se decide ya plenamente a poner en marcha su idea
descubridora, consiguiendo, como todos sabemos, el favor de la reina Isabel e iniciando su aventura.
Termina ese capítulo aseverando el
inca que solamente si sabía hacia dónde tenía que ir, pudo llegar en un viaje
de sesenta y ocho días desde la isla de la Gomera, donde había recalado para
tomar refrescos, hasta las islas de las Lacayas, en donde se produjo el primer
avistamiento de tierra.
¿Qué hay de verdad en esta historia
que se relata con nombres y apellidos? ¿Fue la pluma del inca Garcilaso la que
por primera vez narró las noticias que se tenían de aquella jornada?
Desde estatuas hasta colegios
conmemoran a Alonso Sánchez en Huelva
He aquí el enigma, en un principio
difuso, luego durante mucho tiempo enquistado y que ahora, además, cubren esos
cinco siglos de historia que ya hemos celebrado. ¿Cómo averiguar si antes que
Colón, el onubense Alonso Sánchez ya había descubierto las Américas?
Profundizando en la somera información
que tenía de la narración a la que he hecho referencia, investigué quien había
sido el primero en tratarla y por lo que he podido averiguar, esta primera vez,
parece que se debió a la pluma de un insigne historiador, cronista de Indias,
militar y administrador español llamado Gonzalo Fernández de Oviedo, que
escribió a principios del siglo XVI la Historia general y natural de las
Indias, un compendio absolutamente necesario para el estudio y comprensión de cómo
fueron aquellos momentos tan cargados de historia, así como de la flora y la
fauna que los colonizadores encontraron.
No da crédito el historiador a esta
leyenda, a la que ni siquiera incorpora el nombre del protagonista, poniéndola
en entredicho al hacerse eco de las numerosas versiones que sobre la misma
circulaban ya en aquella época, de las cuales, unas hablaban de un viaje a
Inglaterra, otras de un barco pequeño, mientras que otras lo hacían de un gran
navío; alguna situaba el regreso en la isla Tercera y otras en las Islas de
Cabo Verde. Alguna versión trata de ridiculizar al Almirante y no falta la que
pone en boca del rey Fernando el inicio del bulo, para atacar la fama que ya
Colón ha adquirido.
Es el inca Garcilaso quien aporta el
nombre del marinero onubense y, aunque ha ocurrido el hecho más de cien años
antes de su nacimiento, dice haber oído la historia de labios de su padre y de
otros compañeros de armas, con detalles de los que nunca se olvidó.
Ahondando en la historia y buscando
fuentes literarias que señalaran como cierta la leyenda del marinero de Huelva,
aparecen no ya referencias a esta, sino a otras muchas, algunas de las cuales
son muy dignas de tener en cuenta y no escritas o referidas solamente por
españoles o portugueses, los directamente afectados por el descubrimiento y por
las propias tradiciones, sino de otros viajeros, historiadores o literatos de
países extranjeros, como León de Rosmithal, un noble bohemio que en 1465/66,
realiza un extenso viaje por la Península Ibérica y que recoge en su Viaje
documentado por Europa, que sorprendido por la inmensidad del mar que desde
Finisterre se contemplaba, oyó de boca de viejos marineros cómo algunos de
ellos se atrevieron a adentrarse en él.
Relata el bohemio, la historia que
escuchó, según la cual un rey de Portugal mandó hacer tres navíos en cada uno
de los cuales colocó a doce escribanos, con víveres y agua para cuatro años y
con la misión de navegar los más lejos que pudieran y que escribieran de todas
las regiones a las que llegasen. La historia es muy larga y también amena,
concluyendo en que de los tres navíos solo regresó uno, con su tripulación tan
envejecida por las penalidades que nadie creyera que aquellos ancianos eran los
mozos que tres años antes salieran en busca de nuevas regiones.
Los sobrevivientes narraron sus
historias de mares de tinieblas e islas deshabitadas con casas labradas bajo
tierra, llenas de oro y plata del que no se atrevieron a tomar por miedo a lo
que les pudiera suceder. Historias que se completan con mares procelosos y olas
enormes que engulleron a dos de las embarcaciones.
Y si nos vamos más lejos, también los
vikingos llegaron a Groenlandia y a la Península del Labrador.
¿Qué significa toda esta proliferación
de viajes a las tierras desconocidas de más allá del océano?
A mi modesta e irreverente forma de
entender significa que algo de verdad hay en que no fue Colón el primero en
llegar al Nuevo Mundo y de hecho, así lo hemos de entender pues en las propias
memorias del Almirante se menciona que no fue uno solo el confidente que le
habló de aquellas regiones, sino que fueron dos, un marinero tuerto, de El
Puerto de Santa María y un piloto de Murcia, de los que, lamentablemente no se
citan nombres. En otros documentos del propio descubridor, aparece el nombre de
un portugués Pedro Vasques que en Huelva le habla también de las mismas
regiones. Por otro lado, en su segundo viaje, dice haber hallado restos de la
popa de un navío lo que confirma que ya habían llegado antes que él
Es así, más que probable que fueran
muchos los osados que se atrevieron a internarse en el océano o que se vieron
impelidos a hacerlo por tempestades, vientos adversos, etc., muchos de los
cuales, la mayoría, nunca regresó, quedando un exiguo resto que culminó su
viaje de vuelta.
Y esta es una circunstancia muy
importante porque los únicos que consiguieron volver fueron aquellos que tras
ser empujados por los alisios, vientos tropicales que soplan todo el año en
dirección oeste, regresaron desviándose hacia el norte y aprovechando así la
corriente del Golfo de Méjico y los vientos contraalisios.
De hecho, cuando Colón decide volver,
tras su primer viaje, no lo duda ni un momento y toma la ruta hacia el norte.
Fuera el primero o no lo fuera, cosa
que ya es casi segura, nada tiene que ver eso con la gloria del descubrimiento
que por entero le corresponde y que tras todos estos siglos de historia, los
muchos que se la han discutido, han visto como al final el Almirante se salía
con la suya.
Es también posible que cuando Colón
hace el descubrimiento no sea en el primer viajes que hace a aquellas regiones
y que ya hubiese ido antes, de forma más precaria y sin asegurar la jornada.
Así lo dice una coplilla que corrió en aquellos tiempos:
“”Otros quieren decir que este camino
que del piloto dicho se cuenta,
a Cristóbal Colón le sobrevino
y el fue quien padeció tal tormenta.””
Muy Instructivo!!
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