Si hay alguna guerra que haya
despertado leyendas, creado mitos, forjado héroes y regado sangre, ha sido sin
duda la llamada Guerra de la Independencia.
Las circunstancias coincidentes han
hecho de esta contienda el paradigma del sentimiento patriótico, no en vano,
vivieron los españoles en aquellos momentos, las más duras humillaciones que un
pueblo puede soportar, olvidadas ya las que once siglos antes nos inflingieron
los moros.
Invadidos por un poderoso ejército,
con la familia real secuestrada, con buena parte de los “frikis” de la época, entonces llamados “afrancesados”, puestos de parte del invasor, el pueblo llano supo
dar la talla y cuajar de actos heroicos la triste historia de aquel período.
España había pasado de ser aliada de Francia
a ser invadida y de enemiga de Gran Bretaña, a aliada de “los pérfidos”. Tanto había cambiado el panorama que cuesta trabajo
comprender cómo debieron ser las cosas para tanto devenir.
Pero la historia está contada; contada
y analizada por los historiadores y desde Trafalgar hasta Bailén, desde
Zaragoza al sitio de Cádiz, no ha faltado quien haya dado su docta opinión.
No interesa a estas páginas resaltar
los grandes episodios ocurridos, sino aquellas pequeñas cosas que han pasado
medio ocultas tras los pliegues de la historia y que significan la verdadera
dimensión del carácter de un pueblo.
Uno de esos episodios, o al menos, un
pasaje muy comentado, escrito y elevado a la categoría de leyenda es el que se
conoce como “El tambor del Bruch”.
Es una historia preciosa, pero
sobradamente conocida, por lo que no es mi propósito traerla a estas páginas,
sino para que sirva a mi intención de desvelar la otra historia, ésta mucho más
real que se esconde tras la leyenda
del Bruch y que he denominado “El otro tambor”.
Ocurrieron estos hechos durante la ya
mencionada Guerra de la Independencia y más concretamente en el año 1808,
cuando los ejércitos de Napoleón habían entrado en España por el paso de La
Junquera y a mediados de febrero, se habían encajado en Barcelona, gobernando
toda Cataluña que inmediatamente entró en una profunda crisis económica,
motivada por el cese de las actividades industriales y sobre todo las
comerciales con América.
Unos meses después, una columna
francesa salió de la capital catalana en dirección a Lérida y Zaragoza y con
instrucciones de castigar a su paso algunas ciudades catalanas como Manresa e
Igualada que se habían destacado por su falta de empatía con el invasor, al que
trataban de hacer la vida imposible.
Esta columna estaba compuesta por unos
tres mil ochocientos hombres, casi todos italianos y suizos. Enfrente no tenían
a ningún ejército debidamente organizado, porque el desgobierno de España
impedía la organización de los distintos cuerpos de ejército, si bien aquella
enorme deficiencia se iba a suplir por la voluntad de los ciudadanos españoles
de enfrentarse a los invasores.
Un enorme aguacero hizo que las tropas
francesas se hubiesen de refugiar en Martorell, lo que dio tiempo a que un
contingente formado por los restos de un regimiento de soldados suizos, varios
cientos soldados desertores de toda Cataluña, que no querían estar a las
órdenes de los franceses y los famosos somatenes, se unieran formando un bloque
de unos dos mil hombres que se prepararon en las montañas de Monserrat y más
concretamente en las del pueblo llamado Bruch Baixa a esperar la llegada de los
gabachos.
El día cuatro de junio de aquel año,
emboscados en las abruptas montañas, las tropas españolas consiguieron poner en
fuga a la columna francesa y ello no solamente gracias al valor de los
soldados, sino a la inestimable ayuda de un pastorcillo que por ser menor de
edad no se pudo enrolar en las tropas nacionales, pero decidió ayudar como
buenamente pudiera a sus compatriotas y tomando un tambor, con el que desfilaba
en las cofradías de su localidad, se escondió entre los riscos haciendo sonar
insistentemente su timbal.
Las descargas de fusilería desde lo
alto de los riscos, sorprendió a las tropas francesas, pero más aún las
sorprendió el eco de aquellas montañas que propagó el sonido del tambor y lo
multiplicó por mil, haciendo creer a los franceses que iban a enfrentarse a un
ejército ingente, por lo que cundió el pánico y en desbandada, se retiraron,
dejando más de trescientos muertos y cuantioso material bélico que fue
inmediatamente aprovechado por las mal pertrechadas tropas españolas.
El pastorcillo con el tambor
La leyenda ha elevado a la categoría
de héroe a este pastorcillo al que unos años más tarde, un historiador local
puso nombre: Isidro Llusá y Casanovas, vecino del pueblo de Santpedor y al que
se han levantado estatuas conmemorativas, aunque nada hay de seguro en esta
tradición.
Lo que si hay y bien seguro es que
otro tambor sonó en las montañas del Bruch y en toda la región y este no fue un
tambor de pellejo de cabra, sino de carne y hueso, encarnado en la figura de un
terrateniente llamado Antoni Franch i Estalella, nacido el año 1788 en Igualada
que en su mayoría de edad estaba totalmente dedicado al negocio textil.
Iniciada la invasión francesa, Franch
es de los primeros que advierte el peligro e intenta organizar una resistencia
para defender su tierra del invasor, mientras que otros muchos de sus
conciudadanos, aquellos llamados afrancesados, parecen estar encantados con la
nueva situación y como siempre los ha habido, resultan estar más cómodos bajo
el yugo de los invasores que incardinados en el país al que siempre han
pertenecido.
El ayuntamiento de su pueblo lo
comisiona para que vaya por los pueblos de los alrededores procurando que sus
vecinos le entreguen las armas que posean y con las que piensan armar al único
grupo con alguna organización y capaz de oponerse a los invasores, el somatén.
Consigue noventa y siete escopetas con sus correspondientes municiones. No es
mucho y las escopetas son muy dispares, pero en principio parece una buena
noticia.
El somatén es una institución que
proviene de principios del segundo milenio y que básicamente es una
organización de civiles armados, separados del ejército que tiene por misión proteger
a los ciudadanos y a las tierras. Su nombre, palabra catalana, quiere decir “estamos
atentos” (“som atents”).
Al frente de sus conciudadanos sube a
las montañas para unirse a las fuerzas nacionales y los soldados desertores
catalanes que no quieren servir a los franceses y que junto con los voluntarios
suizos, forman todo el contingente que va a oponerse al invencible ejército de
Napoleón.
Allí participó Franch en la batalla
del Bruch, oyendo el timbal que el pastorcillo hizo sonar ininterrumpidamente
hasta poner en fuga a los franceses.
Pero diez días después los invasores
vuelven al Bruch. Ya conocen lo dificultoso del terreno y la encarnizada
resistencia que van a encontrar y para contrarrestar las dos situaciones
adversas, se dividen en dos columnas, la principal que llega hasta el pueblo de
Bruc Baix y la segunda que se ocupa de los flancos y que traba los primeros
combates con los somatenes.
Aquí entra en liza la estrategia que
Franch ha diseñado y es que los somatenes hacen creer a los franceses que huyen
en desbandada que se lanzan en su persecución, entrando en una zona del paso
que está cubierta por la escasa artillería española que ametralla a los
invasores desde las alturas, causando estragos entre sus filas.
Asustados, empiezan a retirarse en
desbandada para unirse a la columna principal, mientras el pánico cunde por
creerse nuevamente atacados por fuerzas muy superiores. En esta certeza, se
retiran los franceses derrotados y con numerosas bajas.
Franch continuó luchando contra los
franceses por todos los pueblos de la zona, causándoles grandes dificultades, muchas bajas y pérdidas de
material de guerra y municiones.
En febrero de 1809, los franceses
entran en Igualada, saquean la ciudad, arrasan sus casas y queman las cosechas,
unos días después, al frente de quinientos hombres, Franch ataca Manresa, en
poder de los franceses, causándoles numerosas bajas y apoderándose de dos
carros de municiones.
Su popularidad va en aumento y a sus
fuerzas se van uniendo las de otros pequeños somatenes y voluntarios llegados
de todos los rincones de la comarca, hasta que forma un contingente de mil
ochocientos hombres con el que se atreve a hacer frente al general francés que
mandaba las tropas de invasión, el general Chabran, al que obliga a abandonar
sus posiciones a lo largo del río Llobregat.
Los ejércitos invictos del emperador
francés, se dejaron en España el calificativo que habían paseado por toda
Europa. Ya eran vencibles y más que por otros ejércitos, eran vencibles por el
pueblo que se resistía a la vil ocupación francesa e inventó un sistema de
pequeñas guerras que recibieron el nombre de guerrilla y en la que tenían
cabida además del pueblo, contrabandistas y bandoleros, restos de regimientos
desvinculados de sus unidades, soldados desertores, campesinos y cualquiera que
conociera bien el terreno que se reunían alrededor de un cabecilla de los que
destacaron, además del héroe de esta historia, personajes como el cura Merino,
El Empecinado, Espoz y Mina, Chaleco, El Charro y tantos otros que hicieron la
vida imposible a los ejércitos franceses.
Cuando terminó la contienda, Franch
fue elegido alcalde de su pueblo y más tarde, el gobierno de España le
reconoció sus acciones bélicas, nombrándole Teniente Coronel.
En su Igualada natal, no han olvidado
al héroe y una estatua conmemora sus gestas.
Un héroe nacional que se oponía a la
invasión de las ideas expansionistas que revoloteaban por la cabezas francesas
y que defendió su tierra como parte integrante de toda España que se vio
pisoteada por las hordas francesas y que tantos héroes ha proporcionado.
España es un pais de heroes!! Con algún que otro villano.
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