viernes, 23 de mayo de 2014

EL OTRO TAMBOR





Si hay alguna guerra que haya despertado leyendas, creado mitos, forjado héroes y regado sangre, ha sido sin duda la llamada Guerra de la Independencia.
Las circunstancias coincidentes han hecho de esta contienda el paradigma del sentimiento patriótico, no en vano, vivieron los españoles en aquellos momentos, las más duras humillaciones que un pueblo puede soportar, olvidadas ya las que once siglos antes nos inflingieron los moros.
Invadidos por un poderoso ejército, con la familia real secuestrada, con buena parte de los “frikis” de la época, entonces llamados “afrancesados”, puestos de parte del invasor, el pueblo llano supo dar la talla y cuajar de actos heroicos la triste historia de aquel período.
España había pasado de ser aliada de Francia a ser invadida y de enemiga de Gran Bretaña, a aliada de “los pérfidos”. Tanto había cambiado el panorama que cuesta trabajo comprender cómo debieron ser las cosas para tanto devenir.
Pero la historia está contada; contada y analizada por los historiadores y desde Trafalgar hasta Bailén, desde Zaragoza al sitio de Cádiz, no ha faltado quien haya dado su docta opinión.
No interesa a estas páginas resaltar los grandes episodios ocurridos, sino aquellas pequeñas cosas que han pasado medio ocultas tras los pliegues de la historia y que significan la verdadera dimensión del carácter de un pueblo.
Uno de esos episodios, o al menos, un pasaje muy comentado, escrito y elevado a la categoría de leyenda es el que se conoce como “El tambor del Bruch”.
Es una historia preciosa, pero sobradamente conocida, por lo que no es mi propósito traerla a estas páginas, sino para que sirva a mi intención de desvelar la otra historia, ésta mucho más real que se esconde tras la  leyenda del Bruch y que he denominado “El otro tambor”.
Ocurrieron estos hechos durante la ya mencionada Guerra de la Independencia y más concretamente en el año 1808, cuando los ejércitos de Napoleón habían entrado en España por el paso de La Junquera y a mediados de febrero, se habían encajado en Barcelona, gobernando toda Cataluña que inmediatamente entró en una profunda crisis económica, motivada por el cese de las actividades industriales y sobre todo las comerciales con América.
Unos meses después, una columna francesa salió de la capital catalana en dirección a Lérida y Zaragoza y con instrucciones de castigar a su paso algunas ciudades catalanas como Manresa e Igualada que se habían destacado por su falta de empatía con el invasor, al que trataban de hacer la vida imposible.
Esta columna estaba compuesta por unos tres mil ochocientos hombres, casi todos italianos y suizos. Enfrente no tenían a ningún ejército debidamente organizado, porque el desgobierno de España impedía la organización de los distintos cuerpos de ejército, si bien aquella enorme deficiencia se iba a suplir por la voluntad de los ciudadanos españoles de enfrentarse a los invasores.
Un enorme aguacero hizo que las tropas francesas se hubiesen de refugiar en Martorell, lo que dio tiempo a que un contingente formado por los restos de un regimiento de soldados suizos, varios cientos soldados desertores de toda Cataluña, que no querían estar a las órdenes de los franceses y los famosos somatenes, se unieran formando un bloque de unos dos mil hombres que se prepararon en las montañas de Monserrat y más concretamente en las del pueblo llamado Bruch Baixa a esperar la llegada de los gabachos.
El día cuatro de junio de aquel año, emboscados en las abruptas montañas, las tropas españolas consiguieron poner en fuga a la columna francesa y ello no solamente gracias al valor de los soldados, sino a la inestimable ayuda de un pastorcillo que por ser menor de edad no se pudo enrolar en las tropas nacionales, pero decidió ayudar como buenamente pudiera a sus compatriotas y tomando un tambor, con el que desfilaba en las cofradías de su localidad, se escondió entre los riscos haciendo sonar insistentemente su timbal.
Las descargas de fusilería desde lo alto de los riscos, sorprendió a las tropas francesas, pero más aún las sorprendió el eco de aquellas montañas que propagó el sonido del tambor y lo multiplicó por mil, haciendo creer a los franceses que iban a enfrentarse a un ejército ingente, por lo que cundió el pánico y en desbandada, se retiraron, dejando más de trescientos muertos y cuantioso material bélico que fue inmediatamente aprovechado por las mal pertrechadas tropas españolas.



El pastorcillo con el tambor

La leyenda ha elevado a la categoría de héroe a este pastorcillo al que unos años más tarde, un historiador local puso nombre: Isidro Llusá y Casanovas, vecino del pueblo de Santpedor y al que se han levantado estatuas conmemorativas, aunque nada hay de seguro en esta tradición.
Lo que si hay y bien seguro es que otro tambor sonó en las montañas del Bruch y en toda la región y este no fue un tambor de pellejo de cabra, sino de carne y hueso, encarnado en la figura de un terrateniente llamado Antoni Franch i Estalella, nacido el año 1788 en Igualada que en su mayoría de edad estaba totalmente dedicado al negocio textil.
Iniciada la invasión francesa, Franch es de los primeros que advierte el peligro e intenta organizar una resistencia para defender su tierra del invasor, mientras que otros muchos de sus conciudadanos, aquellos llamados afrancesados, parecen estar encantados con la nueva situación y como siempre los ha habido, resultan estar más cómodos bajo el yugo de los invasores que incardinados en el país al que siempre han pertenecido.
El ayuntamiento de su pueblo lo comisiona para que vaya por los pueblos de los alrededores procurando que sus vecinos le entreguen las armas que posean y con las que piensan armar al único grupo con alguna organización y capaz de oponerse a los invasores, el somatén. Consigue noventa y siete escopetas con sus correspondientes municiones. No es mucho y las escopetas son muy dispares, pero en principio parece una buena noticia.
El somatén es una institución que proviene de principios del segundo milenio y que básicamente es una organización de civiles armados, separados del ejército que tiene por misión proteger a los ciudadanos y a las tierras. Su nombre, palabra catalana, quiere decir “estamos atentos” (“som atents”).
Al frente de sus conciudadanos sube a las montañas para unirse a las fuerzas nacionales y los soldados desertores catalanes que no quieren servir a los franceses y que junto con los voluntarios suizos, forman todo el contingente que va a oponerse al invencible ejército de Napoleón.
Allí participó Franch en la batalla del Bruch, oyendo el timbal que el pastorcillo hizo sonar ininterrumpidamente hasta poner en fuga a los franceses.
Pero diez días después los invasores vuelven al Bruch. Ya conocen lo dificultoso del terreno y la encarnizada resistencia que van a encontrar y para contrarrestar las dos situaciones adversas, se dividen en dos columnas, la principal que llega hasta el pueblo de Bruc Baix y la segunda que se ocupa de los flancos y que traba los primeros combates con los somatenes.
Aquí entra en liza la estrategia que Franch ha diseñado y es que los somatenes hacen creer a los franceses que huyen en desbandada que se lanzan en su persecución, entrando en una zona del paso que está cubierta por la escasa artillería española que ametralla a los invasores desde las alturas, causando estragos entre sus filas.
Asustados, empiezan a retirarse en desbandada para unirse a la columna principal, mientras el pánico cunde por creerse nuevamente atacados por fuerzas muy superiores. En esta certeza, se retiran los franceses derrotados y con numerosas bajas.
Franch continuó luchando contra los franceses por todos los pueblos de la zona,  causándoles grandes dificultades, muchas bajas y pérdidas de material de guerra y municiones.
En febrero de 1809, los franceses entran en Igualada, saquean la ciudad, arrasan sus casas y queman las cosechas, unos días después, al frente de quinientos hombres, Franch ataca Manresa, en poder de los franceses, causándoles numerosas bajas y apoderándose de dos carros de municiones.
Su popularidad va en aumento y a sus fuerzas se van uniendo las de otros pequeños somatenes y voluntarios llegados de todos los rincones de la comarca, hasta que forma un contingente de mil ochocientos hombres con el que se atreve a hacer frente al general francés que mandaba las tropas de invasión, el general Chabran, al que obliga a abandonar sus posiciones a lo largo del río Llobregat.
Los ejércitos invictos del emperador francés, se dejaron en España el calificativo que habían paseado por toda Europa. Ya eran vencibles y más que por otros ejércitos, eran vencibles por el pueblo que se resistía a la vil ocupación francesa e inventó un sistema de pequeñas guerras que recibieron el nombre de guerrilla y en la que tenían cabida además del pueblo, contrabandistas y bandoleros, restos de regimientos desvinculados de sus unidades, soldados desertores, campesinos y cualquiera que conociera bien el terreno que se reunían alrededor de un cabecilla de los que destacaron, además del héroe de esta historia, personajes como el cura Merino, El Empecinado, Espoz y Mina, Chaleco, El Charro y tantos otros que hicieron la vida imposible a los ejércitos franceses.
Cuando terminó la contienda, Franch fue elegido alcalde de su pueblo y más tarde, el gobierno de España le reconoció sus acciones bélicas, nombrándole Teniente Coronel.
En su Igualada natal, no han olvidado al héroe y una estatua conmemora sus gestas.




Un héroe nacional que se oponía a la invasión de las ideas expansionistas que revoloteaban por la cabezas francesas y que defendió su tierra como parte integrante de toda España que se vio pisoteada por las hordas francesas y que tantos héroes ha proporcionado.

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