Lo de la emancipación de las Colonias
españolas es tema de difícil comprensión.
Que fueran precisamente españoles, o
descendientes de españoles los que pusieran su vida en juego por emanciparse de
España, para caer en barrizales mucho peores, es tan inaudito que yo diría que
salvo a los españoles, a otro pueblo no le podría suceder.
San Martín, el libertador de
Argentina, Paraguay, Chile, Peru…, era militar español e hijo de militar
español {ver mis artículos “La cobardía del libertador” ( http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-cobardia-del-libertador.html) y “La otra historia del
Libertador”(http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-otra-historia-del-libertador.html)}.
La familia de Simón Bolívar,
libertador de Venezuela, Colombia, Bolivia, Panamá…, procedía del País Vasco y
el cura Hidalgo, artífice de la independencia de Méjico (Ver mi artículo “El
grito de Dolores”, (http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/el-grito-de-dolores.html), era hijo de un administrador real al servicio de España.
¡Qué razón tenía el conde de Aranda
cuando le proponía a Carlos III deshacerse de los territorios americanos!
Seguro que nos hubiese ido mucho mejor si el monarca absolutista le hubiese
hecho caso, porque lo que vino y de manos de quienes vino, es lamentable.
Pero es mucho más lamentable cuando
luego suceden cosas como las que voy a referir en este artículo y de las que,
tristemente, estamos poco informados.
Este caso ocurrió con la independencia
de Méjico, de la que quisieron sacar tajada todos los países europeos y los
propios Estados Unidos, ante la pasividad de los mejicanos que se despojaban de
un yugo para caer en otro.
Cuando Méjico alcanza la independencia
en 1821, no se constituye en república, ni en otra forma de gobierno moderna, se
convierte en Imperio Mejicano y da la corona del mismo a Agustín Iturbide, un
militar al servicio de España (Ejército Realista, se llamaba). Naturalmente que
el pueblo se levantó de nuevo y lo depuso. Terminó fusilado, una forma de acabar con
la gente molesta que luego se convertiría en costumbre y seguidamente cambiaron el imperio por república.
Tras muchas vicisitudes y apoyado por
los Estados Unidos y, sobre todo, por la masonería, accede al poder el general
Santa Anna, que llegó a ser presidente de la república en once ocasiones y que
al final, volvió a sus orígenes y fue el artífice para convertir al país
nuevamente en Imperio de Méjico y ahora sentando en el trono a un personaje de
sangre real, que encontró en el archiduque Maximiliano de Habsburgo, hermano
del emperador austro-húngaro, Francisco José I, al que claramente apoyaba
Francia.
¡Vaya cosa más rocambolesca! Salir del
dominio español, para entregar el país a una de las familias reales más
antiguas de Europa y a un país colonizador como Francia.
Y aquí empieza realmente la trama de
este artículo.
Maximiliano gobierna a disgusto de
todos, desde 1863 hasta 1867, cuando al perder el apoyo de los franceses, es
depuesto por los liberales de Benito Juárez, que se proclama presidente de la
nueva república.
Como muchos de los integrantes de las
familias reales europeas, Maximiliano era masón, cosa que compartía con el que
era su opositor, el liberal y sedicioso Juárez que ocupaba un alto grado dentro
de la secreta orden que observa reglas muy estrictas, una de las cuales es que
entre correligionarios no se pueden atacar y mucho menos matarse.
Pero según cuenta la historia oficial,
Maximiliano I, depuesto del trono, fue fusilado en el Cerro de las Campanas, cerca
de Querétaro, el 19 de junio de 1867.
Poco tiempo después, un enigmático
personaje apareció en San Salvador, la capital de la República de El Salvador.
Un individuo desconocido, de magnífica
presencia y modales distinguidos, que hablaba varios idiomas y mostraba una
cultura fuera de lo común.
Pronto enraizó en la alta burguesía
local y se dedicó a asesorar a magnates y políticos, a educar en modales y
urbanidad a los jóvenes de buena familia salvadoreños y a un negocio mucho más
mundano, como era organizar convites y reuniones solemnes y a alquilar
vajillas, cuberterías y cristalerías para grandes eventos, pues poseía un
inagotable almacén de estos productos.
La nota más característica de este
individuo es que a pesar de vestir siempre impecablemente, también, siempre,
iba sin calzado.
Como es lógico, esa circunstancia
causaba sorpresa a todas las personas que del desconocido solamente obtenían
una respuesta bastante ambigua y era que tiempo atrás, había prometido a la
Virgen que si salía de un mal trago en el que andaba metido, iría siempre sin
zapatos.
Este personaje singular decía llamarse
Justo Armas y ser el único superviviente de un naufragio, del que nadie tenía
noticias. Desde que llegó al país, fue acogido por la poderosa familia de
Gregorio Arbizú, un destacado masón y en aquel momento vicepresidente del país
que no dudó en presentar a Justo Armas como correligionario, en los cerrados y
secretos círculos masónicos.
El misterioso personaje fue pronto
totalmente aceptado por la alta sociedad salvadoreña, entre la que murió, en
1936, a la edad de 104 años.
El asunto habría pasado desapercibido
de no ser por un curioso arquitecto llamado Rolando Deneke, al que su abuela le
hablaba del misterioso don Justo, al que había conocido por relatos de su
madre, que le conocía personalmente y decía de él que había sido emperador de
México y que siempre iba descalzo porque así se lo juró a la Virgen si lo
salvaba de la muerte frente al pelotón de fusilamiento.
Deneke, ya en su mayoría de edad, no
olvidaba aquellas historias y un buen día decidió dedicarse a investigar a
fondo todo aquel asunto, habiendo llegado a algunas e interesantes
conclusiones.
El primer detalle es el ya resaltado
de que Benito Juárez y Maximiliano eran hermanos masones, lo que significa que
Juárez no podía matarlo, ni ser responsable de su muerte, por lo que según
Deneke, la única opción que tenía era matar al emperador y salvar al hombre.
Siempre siguiendo a Daneke, el
fusilamiento de Maximiliano ocurrió en circunstancias irregulares. Solamente
una veintena de persona asistieron al mismo, las cuales fueron mantenidas a
gran distancia del lugar en el que, el pelotón de fusilamiento, un grupo de
campesinos, que nunca habían visto al emperador se enfrentaban a las tres
personas que habían de ejecutarse en el mismo acto, que eran el emperador y sus
dos generales Miramón y Mejías.
Hay una cosa que le resulta curiosa a Daneke y es que a pesar del auge que la fotografía había tomado ya en aquellos años, ni una sola instantánea del acto fue tomada y el único recuerdo gráfico es un cuadro de Manet.
Hay una cosa que le resulta curiosa a Daneke y es que a pesar del auge que la fotografía había tomado ya en aquellos años, ni una sola instantánea del acto fue tomada y el único recuerdo gráfico es un cuadro de Manet.
Esto no es cierto, pues parece que hay
algunas fotografías, de muy mala calidad, pero testigos mudo del momento,
mientras que el cuadro aludido es más una crítica al gobierno francés que un
testimonio histórico, pues el pelotón de fusilamiento lo forman militares con
el uniforme francés, caracterizados por el singular gorro llamado quepis, mientras el emperador luce un sombrero mejicano, en clara alusión de que a quien se
agredía era al pueblo de Méjico, abandonado a su suerte.
El fusilamiento de Maximiliano
I
La hipótesis es que Maximiliano fue
sustituido por otra persona y a él se le dotó de una nueva identidad y un
salvoconducto, con el que llegó a El Salvador.
Se basa esta teoría en que tras el
fusilamiento, las potencias europeas exigieron el cuerpo, entrega que fue
demorada durante más de siete meses y con distintos pretextos, que no eran
otros que procurar que, a pesar del embalsamamiento al que habían sometido al
cuerpo, la descomposición lo hiciese irreconocible, pero cuando los restos
llegaron a Austria, fueron exhumados en presencia de la familia y la
exclamación de su madre, la archiduquesa Sofía, fue inmediata: Este no es mi
hijo.
El parecido entre el emperador y el
señor Armas es incuestionable y un estudio antropológico realizado en Costa
Rica, afirma la identidad de ambas personas. Posteriormente, y tras el
fallecimiento de Armas, se obtuvo una prueba de ADN, que dio positivo al
compararlo con parientes de Maximiliano.
Fotos que exhibe Deneke para
mostrar el parecido
Otro estudio, esta vez grafológico,
certificó que las letras de ambas personas eran idénticas y en una
investigación sobre las cuberterías y vajillas que Armas tenía, en las que
figuraban unas iniciales, se comprobó por la firma francesa “Christofle” que habían sido diseñadas por ellos exclusivamente
para el emperador de Méjico.
Parece estar contrastado un dato muy
importante y es que en plena Primera Guerra Mundial, embajadores austriacos se
presentaron en El Salvador, para ofrecer a Justo Armas la corona del imperio
austro-húngaro, dando por sentado que era el archiduque Maximiliano y ya que la
salud de su hermano, el emperador Francisco José I, que carecía de descendencia
porque su único hijo, Rodolfo, se había suicidado en Mayerling (ver mi primer
artículo: Mayerling, un lugar de tragedia, http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/mayerling-un-lugar-de-tragedia.html), estaba en un momento de salud muy
delicado. Armas habría declinado el ofrecimiento y nunca más volvió a tener
contacto con su país.
Para Daneke, hasta el nombre adoptado
por Maximiliano para marchar al exilio, tiene una justificación y según cuenta,
tras la ejecución, el presidente Juárez había proclamado un edicto, una de
cuyas frases entresaca el arquitecto y que anunciaba que el archiduque
Maximiliano (no lo llama emperador) “había sido hecho justo por la armas”.
Una frase muy rebuscada para encajar
el nombre adoptado por el depuesto emperador: “Justo Armas”.
Por supuesto que contra todas estas
teorías hay revocaciones de quienes no creen nada más que lo que la historia
ortodoxa cuenta, pero es bonito que la ortodoxia se salpique de enigmas que no
la van a cambiar, pero la hacen más divertida.
Interesante!! Un abrazo!!
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