Hace unos años, cuando la
efervescencia de una determinada inclinación a borrar todo lo que oliera al
régimen anterior azotaba España, en el ayuntamiento de Bailén, a lo largo de un
pleno, un concejal propuso quitar el nombre a una calle porque le traía malos
recuerdos del reciente pasado.
La calle se llamaba, y se sigue
llamando, 19 de Julio, pero no hace referencia a 1936, día siguiente al del
alzamiento militar contra el gobierno de la república y que a aquel gárrulo
concejal levantaba ampollas, sino al año 1808, fecha gloriosa en la historia de
España en la que los ejércitos de Napoleón dejaron de ser invencibles a manos
de un ejército muy inferior, pero con mucha más estrategia y afán de victoria.
Y es que en esa fecha se dio la famosa
batalla de Bailén, en la que el General Castaños, venció a las muy superiores
tropas francesas del general Dupont, que aun contando con menos soldados,
estaban muchísimo mejor pertrechadas y entrenadas, ya que era un ejercito
moderno y completamente profesional, veterano y bien pagado, frente a unas
tropas formadas en sus dos terceras partes por restos de regimientos
aglutinados: Regimiento de voluntarios de Madrid, de Infantería Mallorca,
Ingenieros, Cuerpo de Fusileros, Milicias provinciales, regimiento de Dragones,
Infantería Ligera de Barcelona, Húsares, Granaderos, todo ello con un tercio de
civiles y guerrilleros, sin instrucción militar.
La batalla de Bailén se ha convertido
en todo un mito que junto con la victoria de Los Arapiles y el asedio de Cádiz,
son los tres más representativos de la larga contienda contra los invasores
franceses.
Varias fueron las circunstancias que
se aliaron a favor de las tropas españolas, sin dejar de lado que el valor y el
coraje demostrado por nuestro ejército, jugó también un papel muy importante.
Pero fue quizás la climatología el
principal aliado de nuestros soldados que junto con el coraje, inclinaron la
balanza a favor. Y es que contra el calor es muy difícil combatir y su
principal consecuencia, la sed, produce una situación anímica y física contra
la que no se puede luchar si no es bebiendo agua.
Todos sabemos dónde se encuentra
Bailén, pues ha sido, desde tiempo inmemorial, lugar de paso obligado en las
rutas que comunican el norte con el sur de la Península y que atraviesan el
paso de Despeñaperros, por la que todos los andaluces hemos pasado.
Es aquella una tierra llana y seca,
donde el calor del verano aprieta con ganas de asfixiarte y del que no hay
defensa posible, salvo en los tiempos modernos, con el aire acondicionado.
El verano de 1808 fue muy caluroso y
aunque los españoles estaban más acostumbrados a la canícula, ésta, causaba
estragos en las filas del general Castaños, que era el comandante en jefe de
aquel ejército que se formó a la carrera.
Para tratar de dar siquiera un
destello de formación militar, los muchos voluntarios que acudían a enrolarse
en aquel ejército, eran sometidos a durísimas jornadas de entrenamiento, con
una temperatura superior a los cuarenta grados y vestidos con la uniformidad
adecuada.
Las tropas francesas estaban al mando
del general Dupont, un experimentado y brillante general que había recibido
órdenes de dirigirse hacia Cádiz, en donde la escuadra francesa del almirante
Rosilly estaba bloqueada, liberar la escuadra y hacerla operativa, a la vez que
se tomaba Cádiz, considerada llave del Mediterráneo por los asesores militares
de Napoleón.
Tras esa campaña, que a todas luces se
suponía un paseo militar, a Dupont le esperaba el ascenso a mariscal, el más
alto grado del ejército francés.
Con esa misión, el veintitrés de mayo
salió Dupont de Toledo hacia el sur, cruzando Despeñaperros, pero al llegar muy
cerca de Córdoba, concretamente a la localidad de Alcolea, se encontró con una
sorpresa y es que el gobierno de España, en ese momento instalado en Sevilla,
había declarado la guerra a Francia y un contingente de unos tres mil soldados,
pretendían impedir el paso de las tropas francesas hacia Cádiz.
Como es natural, las tropas españolas
fueron arrasadas por los franceses que, furiosos por el retraso que le había
supuesto aquella batalla, entraron en Córdoba donde durante tres días se
dedicaron a saquear la ciudad y a violar y asesinar brutalmente a sus
habitantes.
Con esta pérdida de tiempo, cuando
llegaron a Cádiz no pudieron liberar la escuadra francesa, pues desde La Isla
de León se habían cortado todas las comunicaciones por tierra y ya se habían
preparado para resistir el asedio francés. Como todos sabemos, las dos ciudades
resistieron sin claudicar hasta el fin de la guerra.
En ese momento, el General Castaños
comprende que si es capaz, con su ejército, de cortar las comunicaciones y los
abastecimientos con el sur, los ejércitos franceses tendrán muy difícil su
situación, por lo que prepara a sus soldados para combatirlos, mientras que las
partidas de guerrilleros hacen su labor de zapa incordiando cuanto pueden a las
tropas y los convoyes franceses.
En vista del peligro que se les
presenta por la retaguardia, Dupont retrocede con parte de su ejército, un
cuerpo de más de veintitrés mil hombres de infantería y caballería y pensando,
quizás, que el enfrentamiento sería un juego, como lo había sido la batalla de
Alcolea, se encuentra con Castaños muy cerca de Bailén.
Con cuarenta y cinco grados a la
sombra, el día 18, víspera de la batalla, había sido una jornada de verdadero
fuego, pero lo había sido mucho más para los franceses, porque el suministro de
agua no había sido debidamente planteado y el preciado líquido escaseaba,
mientras que el ejército español, apoyado por los vecinos de Bailén y otras
localidades cercanas, formaron una verdadera red de suministro de agua en la
que participaban los mayores, las mujeres y los niños y todos aquellos que no
podían empuñar un fusil o esgrimir un sable.
Los franceses recibieron de Porcuna,
una reata de veinte mulas cargadas con cántaros de agua como único suministro.
Y aquí es cuando entra en la historia
María “La Culiancha”, así
llamada por lo que cualquiera se puede imaginar.
María Bellido Sánchez, “La
Culiancha”, había nacido en
Porcuna, cuarta hija de un matrimonio que tuvo nueve descendientes; se casó con
un alfarero de Bailén llamado Luís Cobo de la Muela que se desplazaba por los
pueblos de aquella zona vendiendo sus cántaros, lebrillos, botijos y otros
objetos de barro que desde siempre, han tenido muchísima producción en la
ciudad, a la que María se trasladó.
Cuando se preparaba la batalla, el
general Castaños sabía que quien tuviese el agua, ganaría al final y así, se
preocupó mucho en cuidar que pozos, norias, acequias y cuantas conducciones de
agua de la zona pudieran servir para mitigar la sed y los calores, estuviesen
perfectamente operativas.
Uno de esos pozos estaba en una
hacienda muy próxima al río Rumblar, sobre el que se celebró gran parte de la
batalla y que era propiedad del marido de “La Culiancha”, que en ese momento tenía sesenta y cinco años, la
cual organizó a un grupo de mujeres a las que su esposo abasteció de cántaros
con los que transportar el agua.
Cuando más apretaba el calor y más
apretaban los franceses en un último esfuerzo por vencer, María, se dirigió con
un cántaro hasta la tienda donde se encontraba el general Reding, segundo en el
mando de Castaños, al que fue a ofrecerle un poco de agua.
En ese momento, una bala francesa, o
quizás española, porque en aquellos momentos cada uno disparaba hacia donde
podía, rompió el cántaro que María portaba, rompiéndose y cayendo al suelo, de
donde, sin inmutarse apenas, María recogió un trozo que aún conservaba algo de
agua y se lo ofreció al general, advirtiéndole que al momento regresaría con
otro cántaro, cosa que hizo pocos minutos después.
Sorprendido de la sangre fría que
aquella anciana mujer demostraba, el general Reding prometió recompensarla,
cosa que se hizo, tiempo después, en la persona de una sobrina, pues María Bellido
falleció a los pocos meses de la batalla, concretamente entre el siete y el
ocho de marzo del año siguiente.
De todos los héroes de aquel día, es
“La Culiancha” la única persona que tiene un monumento conmemorativo y no
solamente eso es lo que la destaca del resto, es que la ciudad de Bailén
decidió incorporar un cántaro agujereado por una bala al escudo de la ciudad.
Monumento
a María Bellido y escudo de la ciudad de Bailén
Lamentablemente a la victoria de
Bailén siguió una pésima negociación española, permitiendo a los más de
dieciocho mil prisioneros franceses que se marchasen, algunos incluso con el
botín de guerra que portaban.
A propósito del héroe de esta batalla,
el general Castaño, se cuentan por César Vidal, dos anécdotas dignas de resaltar y que confirman
su buen sentido del humor.
La primera es que tras la victoria, el
general Dupont, con toda solemnidad y en señal de rendición, le entregó su sable diciéndole que era
vencedor en cien batallas, a lo que Castaños le contestó escuetamente: Pues ésta es la primera que gano yo.
La segunda y de más calado es que, terminada la guerra, fue citado por el rey para comunicarle su agradecimiento,
en una mañana del frío mes de enero madrileño. Castaño se presentó vestido con
la uniformidad de verano y el monarca le preguntó cómo es que con el frío que
hacía aquel invierno, iba vestido con aquellas ropas tan ligeras, a lo que
Castaño, con ironía le contestó: ¿Invierno? ¡Pues ya ve, su majestad, aún no he
cobrado la paga de julio!
Me ha gustado!!
ResponderEliminar