Verdad o mera leyenda, es lo cierto
que varios escritores de la época, todos adornados de enorme prestigio,
resaltaron en sus páginas esta historia que voy a contar y que seguro que
muchos ya conocerán.
Pero antes de narrarla, es preciso
desvelar las fuentes en las que he tomado, siquiera, el sorbo que me ha servido
para vertebrar este artículo que no hace otra cosa que recoger lo que Fray
Bartolomé de las Casas, López de Gómara y, sobre todo, el Inca Gracilaso,
relataron.
La primera vez que tuve noticias de
este hecho, fue precisamente leyendo Comentarios Reales, la famosa e ingente
obra del Inca Garcilaso, que en su capítulo tercero del Libro Primero, trata de
este tema que titula “Cómo se descubrió el Nuevo Mundo”.
El Inca, que fue el primer hombre
culto de nacionalidad peruana (llamémosle así) por nacimiento, escribió que
allá por el año mil cuatrocientos ochenta y cuatro u ochenta y cinco, es decir,
siete u ocho años antes del descubrimiento del Nuevo Mundo, un avezado piloto
de la villa de Huelva llamado Alonso Sánchez de Huelva, vivió una
extraordinaria aventura.
Este piloto tenía un navío pequeño
con el que transportaba
mercaderías desde la Península hasta las Islas Canarias, en las que descargaba
y volvía a embarcar, esta vez, frutas y otros productos típicos de Las Afortunadas que trasladaba a la Isla de la Madera (Madeiras), en donde volvía a
embarcar azúcar y conservas de pescado, con las que volvía a España en una
triangulación que el piloto conocía a la perfección y de la que aprovechaba
todos sus vientos para hacer el viaje rápido y beneficioso.
Pero quiso la desgracia que su último
viaje fuese menos afortunado que los anteriores y cuando desde las Canarias se
dirigía a Madeira, le cogió una fuerte tormenta con vientos solanos, llamados
así porque proceden de donde el Sol sale y que soplan invariablemente desde el
este, que le sorprendió en mitad de su travesía.
Viendo que era inútil luchar contra
aquel desaforado temporal, optó por dejarse llevar por él y durante veintiocho
o veintinueve días, se dejó arrastrar por los fuertes vientos, sin saber ni por
dónde iba, ni dónde estaba, pues el cielo estaba tan cerrado que durante ese
tiempo no divisaron ni el Sol ni la estrella Polar, que les sirviera para tomar
altura y para orientarse.
Fueron días de una tremenda zozobra,
pues el fuerte temporal impedía a los marineros comer y dormir,
proporcionándoles por añadidura un gran trabajo en el achique de la embarcación
y en la reparación de las cosas que el temporal iba averiando.
Pasados esos día, la tormenta se fue
aplacando, cedió el viento y se calmó la mar, cuando milagrosamente se
encontraron frente a una isla para ellos completamente desconocida.
No se sabe qué isla era aquella,
aunque el Inca supone que era la llamada La Española, actual sede de la
República Dominicana y de Haití, deducción a la que llega aplicando la lógica
al considerar que dicha isla se halla al oeste de las Canarias, dirección hacia
la que el viento les habría empujado.
Hoy sabemos que esa isla, la segunda
más grande de todas las Antillas, se encuentra algo más al sur que las Canarias
y que es una isla muy característica, pues tiene un pico montañoso con un poco
más de tres mil metros de altura, lo que le da un aspecto muy singular en
una zona en donde las islas se identifican por su escasa altitud. De cualquier
forma se ignora si el piloto hizo una descripción de la isla, cosa que carece
de importancia a los fines de esta historia.
Saltaron a tierra y el piloto tomó la
altura del Sol, anotando todo con meticulosidad, desde que empezó la tormenta
hasta que desembarcaron.
Hicieron luego agua y leña y volvieron
en un viaje a ciegas, sin saber muy bien dónde estaban, nada más que su
posición sobre el ecuador terrestre y desconociendo cualquier sistema de vientos
que predominara en aquellas latitudes.
Es necesario considerar que desde que
el vapor se incorpora a la navegación, los barcos pueden tomar el rumbo que
deseen, pero en la navegación a vela se hace necesario conocer los regímenes de
viento que imperan en cada latitud, para poder dirigirse a un lugar concreto.
Por tanto, sin conocer con qué vientos se encontraría, la aventura de vuelta
del piloto onubense fue muy meritoria. Optó por alejarse del ecuador, siguiendo
una dirección noreste, esperando encontrar vientos favorables que no halló y
que con los conocimientos de siglos después, casi se puede afirmar que su
tornaviaje fue posible gracias a la corriente del Golfo.
Pero ese tornaviaje le llevó mucho más
tiempo del que hubiera previsto. No encontró vientos de empopada que le habían
alejado hasta allí y el agua, los víveres y demás bastimentos empezaron a
escasear, lo que unido al mucho trabajo que tanto en la ida como en la vuelta
estaban padeciendo, hizo que muchos de los diecisiete marineros que iban a
bordo, empezaran a enfermar y luego a morir, de tal manera que cuando al cabo
de muchos días avistaron una isla que resultó ser la llamada Terceira, del
archipiélago de las Azores, solamente quedaban con vida cuatro marineros y el
piloto.
Vivía por aquellos años en la misma
isla, un genovés universal, por nombre Cristóbal Colón, ya en aquella época
conocido como gran piloto, mareante y cosmógrafo, además de cartógrafo, el
cual, enterado de la llegada de aquella nao y de la aventura que había corrido,
se apresuró a recibir en su casa a los tripulantes que quedaban con vida,
aunque tan escasos de fuerzas y tan diezmada su salud, que todos murieron en su
casa, dejándole en herencia toda la documentación que concienzudamente había
recopilado el piloto.
Nada pudo hacerse por sus vidas, pues
ni una adecuada alimentación ni los cuidos especiales que Colón les prodigó,
fueron suficientes para sacarlos del enorme deterioro que su salud presentaba y
alguno que había llegado a la isla en estado de inconsciencia, ni capaz fue de
recuperar la claridad.
Aquel tesoro en manos de Colón fue el
decisivo acicate de su perseverancia en la tarea descubridora.
Ahora estaba seguro de que sus teorías
eran ciertas, que se podía llegar a las Indias por occidente y que solo había
que seguir una línea recta desde las Canarias hacia el poniente.
Para el Inca Garcilaso esta
circunstancia fue el principio y el origen del descubrimiento del Nuevo Mundo,
en el que la villa de Huelva, habría jugado el papel fundamental de ser el
lugar del que partieron sus dos descubridores.
La tozudez que desde ese momento
demuestra Colón, que se ofrece a cualquiera que le quiera escuchar y tenga
medios suficientes para ponerlos a su disposición, es una buena muestra de la
certeza que abrigaba y cuando, por fin, los Reyes Católicos ponen aquella
mísera escuadra a su disposición, lo hacen convencidos de que el navegante sabe
de qué está hablando, pues Colón, que guardaba celosamente la preciosa
información que poseía, había dejado caer pequeñas gotas en oídos de personas
de mucha autoridad y cercanas a los Reyes.
Indudablemente, Colón debía ser un
hombre muy convincente, a quien su fama como mareante arropaba cuando, con una
certeza que solamente se explica por la circunstancia ya descrita, casi
certificaba que navegando hacia poniente se encontraban las Indias.
Que solamente tardara sesenta y ocho
días desde que salió del puerto de Palos hasta que puso pies en tierras
caribeñas, después de hacer aguada en La Gomera, “solamente se explica porque
de la relación que Alonso Sánchez le había entregado, sabía perfectamente qué
rumbo debía tomar, pues de otra forma, en un mar tan grande, era casi milagro
haber ido allá en tan breve tiempo.”
Así termina el relato el Inca
Garcilaso, no sin antes hacer mención a las otras personas que mucho menos a
fondo que él, recogieron la historia.
Poco se ha hablado de este piloto y de
su aventura, desafortunada para él, pero muy beneficiosa para Colón que, sin
lugar a dudas, le debe a Alonso Sánchez, buena parte de su descubrimiento.
Estatua erigida en Huelva al
marino Alonso Sánchez
Muy interesante e instructivo!
ResponderEliminarMuy interesante e INSTRUCTIVO!
ResponderEliminarEs sorprendente la cantidad de informaciòn que se desconoce. Personalmente me ha gustado y me parece muy interesante. Gracias!!
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