A los de mi generación se les
plantearía una enorme duda: ¿Te refieres a Pepe Iglesias, aquel argentino que
silbaba como nadie, creaba personajes cómicos y se presentaba con la
cancioncilla de yo soy el Zorro, Zorro, Zorrito, para mayores y pequeñitos…?
¿O es aquel otro, vestido todo de negro, con capa, polainas, antifaz y pañuelo
tipo corsario y sombrero de ala ancha?
¡Claro, es a este segundo! El
personaje que la literatura, el cine y los comics han popularizado hasta la
saciedad y que desde Douglas Fairbanks, hasta Antonio Banderas, han
protagonizado diferentes actores.
Pero, ¿cómo nació el mito de este
enigmático personaje? ¿Existió de verdad?
La cosa no está muy clara respecto a
si es un personaje totalmente literario, como tantos y tantos héroes de
ficción, o si su creador tuvo inspiración en un personaje real; parece que los
que han profundizado en el tema se inclinan más por esta segunda opción.
De ser así, el personaje en el que se
inspira la historia vivió en el siglo XVII. Era este un joven llamado William
Lamport que había nacido en
Irlanda, en el seno de una familia católica de clase alta pero venida muy a
menos, lo que hizo que el joven William, después de algunos años de estudio en
Londres, tuviera que buscarse la vida como buenamente pudiera y lo hizo primero
como corsario y luego como soldado de fortuna.
William Lamport, pintado por
Rubens
Hastiado de su vida en el corso, no se
sabe muy bien en qué fecha, recaló en España, parece ser que por Bilbao, si
bien estuvo deambulando por toda la cornisa cantábrica hasta llegar a Galicia,
concretamente a La Coruña, en donde su pelo, completamente rojo que le daba un
aspecto extraño, su calidad de extranjero, su cultura y conocimiento de idiomas
y sus modales y condición de aristócrata, le abrieron algunas puertas, entre
ellas las de la casa del Marqués de Mancera, don Pedro Álvarez de Toledo que lo
becó para que estudiara con alguna orden religiosa española, dada su condición
de católico y de hombre culto.
Pero no era en el campo del estudio
donde el joven William se encontraba más a gusto y muy pronto se enroló, a las
órdenes del Conde Duque de Olivares, en los famosos Tercios que partían a la
guerra contra Francia.
Allí, el valido del rey Felipe IV se fijó en él como una persona
de marcado aspecto exótico, que hablaba varios idiomas, era culto y de
refinados modales y se desenvolvía tan bien sobre el campo de batalla como sobe
las mullidas alfombras de los salones de palacio y entonces pensó que lo podría
utilizar como espía a su servicio, pues nadie pensaría en aquel pelirrojo como
una persona al servicio de España.
Entonces William Lamport cambió su
nombre y empezó a llamarse Guillén Lombardo, nombre con el que llegaría a ser muy conocido.
Las primeras impresiones del Conde Duque
de Olivares eran que había encontrado un filón, con el que conseguiría deshacer
todas las intrigas palaciegas que contra él se tejían, pues la habilidad de
Guillen para captar informaciones no tenía rival, pero no contaba con un
inconveniente muy importante y es que el pelirrojo era muy débil de las partes
húmedas y por las mujeres perdía la cabeza y eso le ocurrió con una bella dama,
casada, de alta alcurnia, con la que protagonizó un ardoroso romance, fruto del
cual se puso en boca de toda la alta sociedad que no vio con buenos ojos, la
intromisión de aquel apuesto y desconocido extranjero en sus círculos más
íntimos.
Con gran pesar de su mentor, el de
Olivares, a Guillén le cabían solamente dos opciones: la cárcel o el exilio.
Como quiera que el irlandés ya había
proporcionado importantes servicios al Conde Duque, éste consiguió que se le
permitiera exiliarse en la Nueva España, el virreinato de Centro América, en
donde el virrey, marqués de Villena, era un personaje del que en España se
fiaban muy poco.
Con las credenciales que Guillén
portaba, fue rápidamente admitido en todos los círculos de Méjico, la capital
del virreinato, en donde muy pronto adquirió importantes conocimientos sobre
las actividades del virrey y de otros personajes, que plasmaba en informes que
periódicamente remitía al de Olivares.
Pero nuevamente las mujeres jugaron
una mala pasada a Lombardo, cuando se engolfó con una dama de la nobleza,
protagonizando nuevamente algún que otro escándalo.
Para ese momento, el marqués de
Villena ya tenía algunas sospechas acerca de las actividades secretas del
irlandés y con el fin de quitárselo de encima y cortar la cadena de
comunicación con el Conde Duque de Olivares, fue a la Inquisición con la
historia de que Lombardo se
dedicaba a la astrología, haciendo horóscopos a las damas de alcurnia, con lo
que se introducía muy hábilmente en sus intimidades, además de que tomaba
sustancias estupefacientes como la mescalina que para los indígenas americanos tenía una larga
tradición de uso, tanto en ceremonias rituales como en el oscuro campo de la
medicina, pero que para los españoles solamente tenía la vertiente
estupefaciente.
Inflexible con las debilidades de los
demás, la Santa Inquisición encerró a Lombardo en una mazmorra en donde lo tuvo
preso por espacio de diez años, al cabo de los cuales consiguió fugarse, sin
que se sepa demasiado bien qué ingredientes tuvo aquella fuga, tras la cual,
Lombardo se vio obligado a vivir en la más absoluta clandestinidad, oculto
permanentemente y sin otra finalidad en su vida que la de distribuir pasquines
contra la inquisición, denunciando sus abusos y procurando entorpecerla cuando
y como podía.
En esa época es cuando se le empezó a
conocer como “El Zorro”, un personaje enigmático que aparecía enmascarado y
que colgaba carteles acusando a la Inquisición, en la misma puerta de sus
tribunales o en los edificios oficiales, demostrando una osadía poco común.
Otra de sus actividades era la protección de los débiles frente a los
poderosos, atacando siempre al virrey y a la Iglesia y posicionándose frente a
la injusticia.
Quizás si hubiese cambiado sus
actitudes, podría haber vivido una larga vida en libertad, pero Lombardo, ahora
“El Zorro”, seguía sintiendo
aquella innata inclinación hacia las damas y no podía vivir sin seducirlas.
Y en una de esas seducciones fue
capturado nuevamente, cuando estaba viviendo un tórrido romance con la esposa
de otro noble, el marqués de Cadereyta, que más tarde sería el primer virrey
criollo, es decir, español nacido en el Nuevo Mundo.
En esta ocasión ya no le iba a
resultar fácil a Lombardo eludir la acción de la “justicia inquisitorial” y
tras siete años de proceso, fue condenado a la hoguera en la que murió, dicen
que consiguiendo ahorcarse con las cuerdas que le sujetaban para acortar el
sufrimiento, antes de que las llamas llegasen a él.
Murió la persona, pero se había creado
un personaje de hondo calado en el pueblo y como quiera que casi toda su
actividad en los últimos años había sido la de su frontal oposición y ataque a
la Inquisición, después de la independencia de Méjico, la masonería, que jugó
un papel capital en el proceso independentista, se apropió del personaje de “El
Zorro”, como símbolo de la lucha
contra la Iglesia y contra España.
Quiso la fortuna que un masón, Vicente
Riva Palacio, general, político, escritor y participante en el proceso
independentista, conocedor de la historia, por haber tenido acceso a toda la
documentación de la Inquisición, escribió una novela sobre el personaje,
titulada Memorias de un impostor, don Guillén de Lampart, rey de México, que no
resultó ser muy conocida y en la que relataba parte de los hechos acreditados
de “El Zorro”, e inventaba otros
muchos, para dar mayor realce a la historia.
Se da la circunstancia de que este
general era hijo del abogado que defendió al emperador Maximiliano I en el
juicio cuando fue depuesto por Benito Juárez, con lo que puede tenerse una idea
de lo importante que era su familia en el recién nacido país.
Sin embargo, aquella novela no tuvo
éxito, pero años después llegó a las manos de otro escritor, esta vez
norteamericano, llamado Johnston McCulley, también masón, que empezó a escribir
sobre aquel personaje que había encontrado en el libro de su correligionario y
fue el que verdaderamente creó la figura del buen bandido, espadachín y
escurridizo que traía en jaque a las autoridades mejicanas.
La primera aparición del personaje “El
Zorro” fue en 1919 en La maldición
de Capistrano, un cuento de McCulley publicado en la revista All-Story Weekly,
con tanta aceptación que se tradujo a más de veinte idiomas y fue leída en el
mundo entero.
Se hizo tan popular el personaje que
Douglas Fairbanks, otro masón, actor de fama en el incipiente Hollywood, quiso
ser el protagonista del personaje en la pantalla y la historia fue llevada al
cine con notable éxito.
Años más tarde, Tyrone Power, volvió a
representarlo y últimamente lo ha hecho Antonio Banderas.
Fairbanks,
Power y Banderas en el personaje de “El Zorro”
¿Realidad o ficción? Poco importa
porque el personaje, como ya lo hiciera Robín Hood o la Pimpinela escarlata,
era un redentor de pobres frente a los abusos de los ricos, las instituciones,
los nobles o el Terror, historia que prende con mucha facilidad en todas las
clases sociales y que casi garantiza un éxito.
Tampoco importa que “El Zorro” sea Guillén Lombardo o cualquier otra persona, lo
que importa son las maravillosas horas de cine y lecturas que nos hizo pasar en
nuestra juventud.
Algunos amigos me preguntan cómo publicar un comentario.
ResponderEliminarEs muy sencillo. Despliega la casilla de más abajo y pon tu nombre o cualquiera de las opciones que te dan. A continuación pulsa en la pestaña azul que dice Publicar y ya está.
Como buen zorro, le gustaban las "zorras". Un abrazo!
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