jueves, 14 de agosto de 2014

¿QUIEN ERA EL ZORRO?




A los de mi generación se les plantearía una enorme duda: ¿Te refieres a Pepe Iglesias, aquel argentino que silbaba como nadie, creaba personajes cómicos y se presentaba con la cancioncilla de yo soy el Zorro, Zorro, Zorrito, para mayores y pequeñitos…? ¿O es aquel otro, vestido todo de negro, con capa, polainas, antifaz y pañuelo tipo corsario y sombrero de ala ancha?
¡Claro, es a este segundo! El personaje que la literatura, el cine y los comics han popularizado hasta la saciedad y que desde Douglas Fairbanks, hasta Antonio Banderas, han protagonizado diferentes actores.
Pero, ¿cómo nació el mito de este enigmático personaje? ¿Existió de verdad?
La cosa no está muy clara respecto a si es un personaje totalmente literario, como tantos y tantos héroes de ficción, o si su creador tuvo inspiración en un personaje real; parece que los que han profundizado en el tema se inclinan más por esta segunda opción.
De ser así, el personaje en el que se inspira la historia vivió en el siglo XVII. Era este un joven llamado William Lamport que había nacido en Irlanda, en el seno de una familia católica de clase alta pero venida muy a menos, lo que hizo que el joven William, después de algunos años de estudio en Londres, tuviera que buscarse la vida como buenamente pudiera y lo hizo primero como corsario y luego como soldado de fortuna.

         William Lamport, pintado por Rubens

Hastiado de su vida en el corso, no se sabe muy bien en qué fecha, recaló en España, parece ser que por Bilbao, si bien estuvo deambulando por toda la cornisa cantábrica hasta llegar a Galicia, concretamente a La Coruña, en donde su pelo, completamente rojo que le daba un aspecto extraño, su calidad de extranjero, su cultura y conocimiento de idiomas y sus modales y condición de aristócrata, le abrieron algunas puertas, entre ellas las de la casa del Marqués de Mancera, don Pedro Álvarez de Toledo que lo becó para que estudiara con alguna orden religiosa española, dada su condición de católico y de hombre culto.
Pero no era en el campo del estudio donde el joven William se encontraba más a gusto y muy pronto se enroló, a las órdenes del Conde Duque de Olivares, en los famosos Tercios que partían a la guerra contra Francia.
Allí,  el valido del rey Felipe IV se fijó en él como una persona de marcado aspecto exótico, que hablaba varios idiomas, era culto y de refinados modales y se desenvolvía tan bien sobre el campo de batalla como sobe las mullidas alfombras de los salones de palacio y entonces pensó que lo podría utilizar como espía a su servicio, pues nadie pensaría en aquel pelirrojo como una persona al servicio de España.
Entonces William Lamport cambió su nombre y empezó a llamarse Guillén Lombardo, nombre con el que llegaría a ser muy conocido.
Las primeras impresiones del Conde Duque de Olivares eran que había encontrado un filón, con el que conseguiría deshacer todas las intrigas palaciegas que contra él se tejían, pues la habilidad de Guillen para captar informaciones no tenía rival, pero no contaba con un inconveniente muy importante y es que el pelirrojo era muy débil de las partes húmedas y por las mujeres perdía la cabeza y eso le ocurrió con una bella dama, casada, de alta alcurnia, con la que protagonizó un ardoroso romance, fruto del cual se puso en boca de toda la alta sociedad que no vio con buenos ojos, la intromisión de aquel apuesto y desconocido extranjero en sus círculos más íntimos.
Con gran pesar de su mentor, el de Olivares, a Guillén le cabían solamente dos opciones: la cárcel o el exilio.
Como quiera que el irlandés ya había proporcionado importantes servicios al Conde Duque, éste consiguió que se le permitiera exiliarse en la Nueva España, el virreinato de Centro América, en donde el virrey, marqués de Villena, era un personaje del que en España se fiaban muy poco.
Con las credenciales que Guillén portaba, fue rápidamente admitido en todos los círculos de Méjico, la capital del virreinato, en donde muy pronto adquirió importantes conocimientos sobre las actividades del virrey y de otros personajes, que plasmaba en informes que periódicamente remitía al de Olivares.
Pero nuevamente las mujeres jugaron una mala pasada a Lombardo, cuando se engolfó con una dama de la nobleza, protagonizando nuevamente algún que otro escándalo.
Para ese momento, el marqués de Villena ya tenía algunas sospechas acerca de las actividades secretas del irlandés y con el fin de quitárselo de encima y cortar la cadena de comunicación con el Conde Duque de Olivares, fue a la Inquisición con la historia de que  Lombardo se dedicaba a la astrología, haciendo horóscopos a las damas de alcurnia, con lo que se introducía muy hábilmente en sus intimidades, además de que tomaba sustancias estupefacientes como la mescalina que para los indígenas americanos tenía una larga tradición de uso, tanto en ceremonias rituales como en el oscuro campo de la medicina, pero que para los españoles solamente tenía la vertiente estupefaciente.
Inflexible con las debilidades de los demás, la Santa Inquisición encerró a Lombardo en una mazmorra en donde lo tuvo preso por espacio de diez años, al cabo de los cuales consiguió fugarse, sin que se sepa demasiado bien qué ingredientes tuvo aquella fuga, tras la cual, Lombardo se vio obligado a vivir en la más absoluta clandestinidad, oculto permanentemente y sin otra finalidad en su vida que la de distribuir pasquines contra la inquisición, denunciando sus abusos y procurando entorpecerla cuando y como podía.
En esa época es cuando se le empezó a conocer como “El Zorro”, un personaje enigmático que aparecía enmascarado y que colgaba carteles acusando a la Inquisición, en la misma puerta de sus tribunales o en los edificios oficiales, demostrando una osadía poco común. Otra de sus actividades era la protección de los débiles frente a los poderosos, atacando siempre al virrey y a la Iglesia y posicionándose frente a la injusticia.
Quizás si hubiese cambiado sus actitudes, podría haber vivido una larga vida en libertad, pero Lombardo, ahora “El Zorro”, seguía sintiendo aquella innata inclinación hacia las damas y no podía vivir sin seducirlas.
Y en una de esas seducciones fue capturado nuevamente, cuando estaba viviendo un tórrido romance con la esposa de otro noble, el marqués de Cadereyta, que más tarde sería el primer virrey criollo, es decir, español nacido en el Nuevo Mundo.
En esta ocasión ya no le iba a resultar fácil a Lombardo eludir la acción de la “justicia inquisitorial” y tras siete años de proceso, fue condenado a la hoguera en la que murió, dicen que consiguiendo ahorcarse con las cuerdas que le sujetaban para acortar el sufrimiento, antes de que las llamas llegasen a él.
Murió la persona, pero se había creado un personaje de hondo calado en el pueblo y como quiera que casi toda su actividad en los últimos años había sido la de su frontal oposición y ataque a la Inquisición, después de la independencia de Méjico, la masonería, que jugó un papel capital en el proceso independentista, se apropió del personaje de “El Zorro”, como símbolo de la lucha contra la Iglesia y contra España.
Quiso la fortuna que un masón, Vicente Riva Palacio, general, político, escritor y participante en el proceso independentista, conocedor de la historia, por haber tenido acceso a toda la documentación de la Inquisición, escribió una novela sobre el personaje, titulada Memorias de un impostor, don Guillén de Lampart, rey de México, que no resultó ser muy conocida y en la que relataba parte de los hechos acreditados de “El Zorro”, e inventaba otros muchos, para dar mayor realce a la historia.
Se da la circunstancia de que este general era hijo del abogado que defendió al emperador Maximiliano I en el juicio cuando fue depuesto por Benito Juárez, con lo que puede tenerse una idea de lo importante que era su familia en el recién nacido país.
Sin embargo, aquella novela no tuvo éxito, pero años después llegó a las manos de otro escritor, esta vez norteamericano, llamado Johnston McCulley, también masón, que empezó a escribir sobre aquel personaje que había encontrado en el libro de su correligionario y fue el que verdaderamente creó la figura del buen bandido, espadachín y escurridizo que traía en jaque a las autoridades mejicanas.
La primera aparición del personaje “El Zorro” fue en 1919 en La maldición de Capistrano, un cuento de McCulley publicado en la revista All-Story Weekly, con tanta aceptación que se tradujo a más de veinte idiomas y fue leída en el mundo entero.
Se hizo tan popular el personaje que Douglas Fairbanks, otro masón, actor de fama en el incipiente Hollywood, quiso ser el protagonista del personaje en la pantalla y la historia fue llevada al cine con notable éxito.
Años más tarde, Tyrone Power, volvió a representarlo y últimamente lo ha hecho Antonio Banderas.



Fairbanks, Power y Banderas en el personaje de “El Zorro”

¿Realidad o ficción? Poco importa porque el personaje, como ya lo hiciera Robín Hood o la Pimpinela escarlata, era un redentor de pobres frente a los abusos de los ricos, las instituciones, los nobles o el Terror, historia que prende con mucha facilidad en todas las clases sociales y que casi garantiza un éxito.

Tampoco importa que “El Zorro” sea Guillén Lombardo o cualquier otra persona, lo que importa son las maravillosas horas de cine y lecturas que nos hizo pasar en nuestra juventud.

2 comentarios:

  1. Algunos amigos me preguntan cómo publicar un comentario.
    Es muy sencillo. Despliega la casilla de más abajo y pon tu nombre o cualquiera de las opciones que te dan. A continuación pulsa en la pestaña azul que dice Publicar y ya está.

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  2. Como buen zorro, le gustaban las "zorras". Un abrazo!

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