Manuel Pacheco Albalate
Publicado en: Pliegos
Academia de Bellas Artes Santa Cecilia
Número 8, año 2006, pp. 39-62
ISSN: 1695-1824
La esclavitud: Reseña Histórica
Mucho se ha escrito, y mucho queda aún por escribir, sobre la
esclavitud, pues semejante “trata” siempre ha despertado un sugestivo interés. La
historia de la humanidad, independientemente de la cultura de cada pueblo, de
las razas que lo constituían, de las formas de gobierno por las que se regían, o
de los principios morales en que se apoyaban, siempre contemplaron la
explotación del hombre por el hombre. Constantemente, a lo largo de los
tiempos, unos seres, los que nos hemos atrevido a definir con el calificativo de
“superiores”, han intentando, y conseguido, someter a otros congéneres en
provecho propio. Fue la base de la organización económica en la Antigüedad, y ha
sido y lo es deplorablemente en la actualidad aunque con otras características
y métodos, el emplearse entre los seres humanos “la ley de la selva”, la del
más fuerte, la del poderoso que cuenta con más medios, ya sean intelectuales,
físicos o materiales, para oprimir, someter o encadenar al más débil en su
propio beneficio, considerándolo de su propiedad, disponiendo de su voluntad.
Esclavos fabricando barriles
Esta actitud del género humano, el obrar de semejante
modo, motivó que aparecieran dos singulares figuras. La del dueño que ha
ejercitado su derecho de propiedad, de poderoso, de gozador y explotador de la situación,
de beneficiador de este sujeto material -objeto con alma como se le llamó
durante la época colonial americana-; y en el punto opuesto, debajo de él, subyugado
a su voluntad, el esclavo, sin más posesión que su fuerza física, sus lamentos,
sus marcas a fuego, sus cadenas, su sumisión, su opresión, su cautiverio con la
pérdida de la libertad y por tanto el no poder decidir en cada momento que
hacer o a donde dirigir sus pasos.
Lo lamentable es que época tras época, siglo tras siglo
a lo largo de los tiempos, esta situación ha sido aceptada, tolerada y considerada
sencillamente como parte fundamental del sistema socio-económico que imperaba.
Las guerras entre pueblos, las hostilidades religiosas entre comunidades, o las
simples incursiones en territorios enemigos, fueron motivos para la captura de
esclavos con que abastecer las necesidades del mercado de tan lucrativa
actividad.
La
etimología del nombre de estos cautivos parece proceder del bizantino, ya que
por los años 600 a.C. “sklavos” de la península de los Balcanes en los montes
Urales, los eslavos, eran capturados y sometidos para abastecer de mano de obra
la colonia griega de Bizancio. Aunque ya con anterioridad hay constancia de
esta nefasta y cruel actividad. En Babilonia, en el lejano s. XVIII a.C., en el
Imperio asirio antiguo, Hammurabi, en su nombrado Código que reunía las leyes y
edictos por las que se regían, y que es el primero conocido de la Historia, se hacía referencia a como debían de ser
marcados los esclavos, al negocio de la compra-venta de estos, y como su valor
se asemejaba al de un asno. Sabemos que en Grecia, en el siglo V a.C., fueron
dedicados a tareas especiales de la agricultura, con profusión al cultivo de
las viñas, creciendo posteriormente la demanda para ser utilizados en las más
diversas tareas. Aumentó tanto su comercio que en el siglo II se consolidó un importante mercado donde
se traficaba a diario con unos 10.000 esclavos, que embarcados partían hacía el
occidente europeo donde eran demandados. Con la llegada del Imperio romano, y
su expansión territorial, la trata de esclavos se acrecentó aún más, siendo dedicados
a cultivar los campos con el fin de suplir la falta de mano de obra que la
incorporación de los romanos a las legiones produjo. No mejoraron las condiciones
de vida estos cautivos, pues sus dueños poseían unos derechos mucho mayores de
lo que con anterioridad habían tenido los griegos, incluido el de poder decidir
sobre sus vidas. Si el esclavo era anciano, no rendía, y su manutención resultaba
elevada con referencia a la labor que desarrollaba, se sopesaba darle muerte
para ahorrar costos.
En el Egipto de los faraones, en la India, en China, igualmente también
existió el comercio de esclavos. Se les utilizó para labores domésticas, en el
comercio, en la navegación, y también en la dura agricultura. Los pueblos
prehispánicos de América, los aztecas, los mayas, y los incas, a semejanza de
otras culturas, sometieron a pueblos vecinos en beneficio propio, e incluso
compraban esclavos, con gran esfuerzo económico, con el fin específico de
sacrificarlos en rituales religiosos para agradar a sus dioses.
En este brevísimo repaso de la esclavitud a lo largo de
la Historia, la llegada de la Edad Media, el periodo comprendido desde la
desintegración del Imperio romano de occidente en el siglo V hasta el siglo XV,
en Asia y África la esclavitud cambió poco, y siguió conservando su misma
intensidad y dureza. Venecia y Barcelona emergieron como centros importantes de
la trata de esclavos, en especial de los musulmanes capturados por piratas y corsarios
en el Mediterráneo. Aunque también, en este occidente europeo, la esclavitud fue
progresivamente transformándose en una nueva estructura social: la servidumbre
que, aunque pudiera parecer que cortó con el pasado y se reconsideraron los
valores del esclavo, en el fondo siguió, y continuó, latente el viejo concepto
del sometimiento de un hombre a otro. Fue éste el periodo de los regímenes
señoriales y las relaciones feudales.
Se pensó que en esta Europa occidental, concluyendo la
Edad Media, la esclavitud había desaparecido, sin embargo, como ha estudiado el
reputado profesor Domínguez Ortiz, no corresponde esta afirmación a la
realidad, manifestando que el siglo XVI fue el momento en que mayor número de
esclavos existió en Castilla, unos 100.000, ubicados en las más importantes
ciudades andaluzas. Se afirmaba simbólicamente que la ciudad de Sevilla se
asemejaba a un tablero de ajedrez, porque en ella había tanto blancos como negros.
Cadena de esclavos en África
No obstante todo lo expuesto, a pesar como hemos visto que la
esclavitud se pierde en la memoria de los tiempos, quizás, con carácter general,
cuando nos referimos a esclavos, a esclavitud, a su comercio y trata, muchos
intuitivamente nos dejamos llevar por la proximidad en el tiempo, y centramos
nuestra mente en el comercio negrero de los albores de la Edad Moderna. Es el
momento en que son descubiertas las nuevas y extensas tierras americanas, y
quienes allí se establecen como colonizadores requieren mano de obra, barata,
mucha más de la que los propios indígenas pueden aportar, y buscan, reclutan, someten
a personas adaptadas a aquellas condiciones climáticas para que les labren la
tierra, les cultiven la caña de azúcar, el café, el tabaco, el cacao, productos
demandados por la sociedad europea. Y con el mismo objetivo les compran en los
mercados negreros, y les hacen cruzar el océano, para que extraigan los
preciados minerales de sus ricas y jóvenes minas, todo con el fin de obtener la
riqueza que, en los viajes que habían realizado desde la vieja Europa,
esperaban conseguir, y además con rapidez. De aquí que la colonización del Nuevo
Mundo haga rebrotar con virulencia el comercio de seres humanos, de negros que
son capturados y arrancados de las costas del Atlántico africano para atender
las “necesidades” que, en un principio, requerían españoles y portugueses.
Disposición de los esclavos en las naves
Durante cuatro siglos, genoveses, alemanes, holandeses,
portugueses, franceses, ingleses, y también algunos españoles, transportaron a
América, en las peores condiciones y con el mayor desprecio, un número que
osciló entre los 10 y los 15 millones de esclavos. Número difícil de ajustar
pues sólo se contabilizaban los que llegaban vivos al final de la travesía, que
no era una proporción muy alta con respecto a los que habían iniciado la
navegación. De todos ellos, entre 8 y 12 millones, fueron transportados en el
periodo comprendido de 1700 a 1850.
Fueron los portugueses los que iniciaron este comercio en gran escala,
fundando factorías africanas como la de la isla de Luanda, donde negociaban con
negros capturados de la zona con destino a América. Los españoles no
participaron activamente en él, limitándose, la mayoría de las veces, a conceder
las licencias necesarias para la entrada de “esta mercancía” en sus posesiones
de ultramar, hasta el año 1789 en que no fue necesario el “derecho de asiento” y Carlos III decretó la total libertad
de este comercio humano.
(Continuará)
Me gusta. Espero segunda parte!
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