Manuel Pacheco Albalate
Publicado en Pliegos
Academia de Bellas Artes Santa Cecilia
Número 8, año 2006, pp. 39-62
ISSN: 1695-1824
La Constitución aprobada en las Cortes de Cádiz el 19 de
marzo de 1812 rechazó la propuesta de derogar la esclavitud, a pesar de que se
levantaron importantes voces como la de Argüelles “el Divino”, apodo a que se
hizo acreedor por su elocuencia, quien manifestó que “…comerciar con la sangre
de nuestros hermanos, es horrendo, es atroz, es inhumano”. No obstante se consiguieron pequeños logros, como igualar en derechos
a los que vivían en la metrópoli con los que lo hacían en los territorios de ultramar.
Un nuevo rebrote de enfrentamiento social, de mayores
proporciones, tuvo lugar después de la Revolución de 1868, “La Gloriosa”, al
solicitar de las nuevas Cortes el político puertorriqueño José Julián Acosta
(1825-1897), la abolición de la esclavitud y la concesión de la autonomía para
Puerto Rico, petición que en la Primera República sería atendida. Esto motivó
que se crearan las “Ligas Nacionales” constituidas por todos los poderosos y
reconocidos sectores antiabolicionistas, que veían en esta aprobación un primer
paso para terminar con la esclavitud en Cuba, y por tanto en España, como así
se hizo efectivo en 1880 con la creación del sistema de transición de Patronato.
Por fin, en 1886, una Orden de la Reina Regente María Cristina suprimía el
sistema de Patronato y ponía fin a la esclavitud en la isla de Cuba.
Pudiera parecer que el proceso había conseguido lograr
sus objetivos, que estaba concluido, que nuevos aires de libertad se respiraban
en las hasta entonces cabañas y barracones que habían servido de alojamiento a
tanto infeliz. Podríamos suponer que el conseguir alcanzar cada uno de los
escalones de esta pesada cuesta que fue la abolición de la esclavitud, era
celebrado de la mejor manera. Que los licores obtenidos a partir de la caña de
azúcar que durante tantos años ellos habían cultivado, que la chicha conseguida
con la fermentación del maíz, o
que el “guavaberry” elaborado del fruto del arrayán, correría con profusión
celebrando tan ansiado acontecimiento, esperado a lo largo de los años, de los
siglos. Que los sones de percusión y las danzas africanas lo inundaban todo.
Pero la realidad fue bastante distinta, como veremos con posterioridad con
“nuestra Cándida”. Las leyes se
redactaron, se publicaron, entraron en vigor, pero durante un largo periodo fue
papel mojado, porque la ilegalidad, y por tanto la esclavitud, siguió vigente.
Y cuando por fin, realmente, se le concedió ser libres, se encontraron en la indigencia,
sin nada, sin más posesión que sus cuerpos ya cansados, y sin tener ni saber
donde reposar sus cabezas. Y comenzó de nuevo su explotación, pero ahora bajo
el calificativo de legal. Aunque se vivía con la ilusión, siempre con la
ilusión, siempre con la esperanza, de que vinieran tiempos mejores, que sus descendientes,
las nuevas generaciones, tuvieran una existencia muy diferente a la que ellos
habían tenido y sufrido.
El Puerto y la esclavitud
La Historia, la de El Puerto de Santa María, la de los
portuenses, está salpicada de sucesos sobre la esclavitud. Sus habitantes a lo
largo de muchos siglos de existencia, por su ubicación geográfica, han padecido
la opresión a que le han sometido los pueblos que por aquí pasaron. Pero
también, como expertos marineros, participaron en viajes e incursiones por las
costas africanas, lo que les condujo a ser depredadores de seres humanos. No
eran tratantes de esclavos, sino navegantes, pescadores, con grandes conocimientos
de aquellas costas, de sus corrientes marinas, de los vientos que predominan en
cada época del año, lo que les posibilitó surcar aguas más abajo de Cabo Bojador.
Y de regreso a nuestra Bahía, como fruto de los encuentros y enfrentamiento mantenidos
con los nativos de aquellas zonas, en sus barcos venían esclavos que, una vez
vendidos en esta ciudad, o en las limítrofes, se integraban en alguna rica
familia para realizar labores domésticas. Sí tendrá El Puerto, en el siglo
XVIII, un vecino que se dedique al comercio de esclavos, y que funde la
“Compañía Gaditana de negros”. Sin embargo el número de esclavos que residen en
este siglo XVIII en El Puerto, no es ya significativo.
A modo de ejemplo, de las vicisitudes por las que pasó
este pueblo, sigamos la descripción que hace el historiador Anselmo José Ruiz
de Cortazar en su Puerto de Santa María Ilustrado y compendio historial de
sus antigüedades (1764), en el Capítulo III, “Sobre
las guerras que tuvieron los Cartagineses de Cádiz con los vecinos del Puerto
de Santa María”, y podremos observar como padecieron algún tipo de esclavitud,
fruto de guerras y enfrentamientos: “…por los años de 500 antes de la Natividad
de Cristo nuestro Redentor, que corresponde al 252 de la fundación de Roma,
intentaron los cartagineses tener el dominio absoluto de la isla de Cádiz y de
toda la Andalucía, haciéndose de tropas auxiliares enemigas, y para conseguir
el fin de empeño tan arduo, fiaron al artificio cauteloso su desempeño para ir
entablando tan sacrílega maldad, ajustaron paces con los turdetanos y demás
andaluces a fin de asegurarse de ellos,” y añade
más tarde “El notorio agravio ejecutado por los cartagineses con los gaditanos
pareció muy mal a los vecinos y naturales de la ciudad del Puerto Menesteo,
viendo mudada la libertad en esclavitud, el amor en odio, la quietud en civil
guerra, y en fin, todo tan cambiado que, habiendo sido los gaditanos los
señores de la Isla, que recibieron los fenices y cartagineses, quedaron éstos
por señores y aquellos en mísera servidumbre por esclavos.”
En el siglo XV, Alonso Fernández de Palencia
(1423-1492), escritor a quien Enrique IV nombró cronista del reino, escribió en
sus Crónicas (Lib. V, cap. II y Lib VI, cap. VI)
como en 1475 unos vecinos de El Puerto arribaron con
dos carabelas a las costas de Guinea, a la región de los “azanegas” (Gambia)
donde con relativa facilidad consiguieron capturar a 120 cautivos, altos, dóciles,
pescadores, de color cetrino, que vivían en lagunas alrededor de la costa, con
los que retornaron. El éxito de viaje, y las ganancias producidas, sirvió de
acicate para que se organizaran nuevas partidas con igual objetivo.
Otro relato, sobre el sometimiento que padecieron los
portuenses, podemos extraerlo de la misma Historia de Cortazar en el capítulo XII,
Libro Sexto, dedicado a mencionar los hijos ilustres que han engrandecido esta
ciudad. Refiere a dos primos, ambos de nombre Bartolomé que fueron tomados por
cautivos en Mequinez por el año 1691, e intentando escapar con la ayuda del
moro que los custodiaba, fueron descubiertos y llevados a presencia del rey
Muley Ismael, a quienes pertenecían. Mandó éste dar muerte al guardián y a los
portuenses, pero les manifestó a estos últimos que les perdonaría la vida si
abjuraban de la Ley que profesaban y se hacían moros. Pese a la insistencia y
las coacciones con que actuó el rey musulmán, no consiguió su propósito, e
irritado “mandó retirar a Bartolomé y por la espalda le atravesó con dos balas,
y tomando una lanza le embistió con su caballo pasándole muchas veces con ella,
conque murió al último aliento del dulcísimo nombre de María, a quien invocó
por protectora. Iba a ejecutar el tirano igual castigo con el primo, que estaba
viendo este triste espectáculo, y se suspendió a ruegos de un Alcaide, pero con
la condición que solicitase se volviese moro y de que no lo quemasen, y en su
defecto dijo: “yo te quemaré con él juntamente”. Valiose el Alcaide de cuantos
medios discurrió para que renegase Bartolomé Ruiz y, no pudiendo ni con halagos
ni con rigor conseguir su intento, fue atravesado con dos balas y medio vivo
abrasado en la dispuesta hoguera.”
El más importante negrero vecino de El Puerto fue el
indiano Miguel de Uriarte y Herrera, quien había nacido en San Francisco de
Quito, en el Perú, donde contrajo matrimonio con María de Borja, descendiente
por línea paterna de los marqueses de la Gandia, quien siendo ya vecina de El
Puerto daría a luz, el cinco de octubre de 1753, a Francisco Javier de Uriarte
y Borja, renombrado Capitán General de la Armada.
Carimba de la compañía gaditana de
negreros
Desde 1760 ó 61 venía solicitando un Asiento, palabra que rápidamente era asociada por aquellos años con autorización
para comerciar con esclavos, y en este caso para abastecer de negros a Venezuela.
El permiso o credencial no llegaba, motivando que realizara una serie de viajes
a Madrid a fin de obtener la concesión. En junio de 1765 vuelve a repetir la
petición, concediéndosele a él y a sus socios la licencia, por una Real Cédula
firmada en Aranjuez el 14 de junio de 1965, por la cual durante diez años
podían traficar e introducir 3.500 negros anualmente en Cartagena, Portobelo,
Campeche, la Habana y otros puertos del Caribe. Se había hecho realidad la “Compañía
Gaditana de negros”, presidida por Uriarte, pero compuesta por otros comerciantes
gaditanos: Lorenzo Aristegui, Juan José de Goicoa, Francisco de Aguirre, La
Casa y Compañía de Enrile y su hijo, y un viejo conocido amigo suyo, quien ya
vivía en El Puerto cuando el padre Marcos Escorza, superior del Hospicio de
Indias de los jesuitas, acristianó a su hijo Francisco Javier, actuando el de
padrino. Nos referimos a José Ortuño Ramírez, marqués de Villarreal y
Purullena, y cargador a Indias desde 1746.
La compañía no fue bien. El objetivo primero fue llevar
negros a América desde el Senegal, de las islas de Gorea, y de Cabo Verde, pero
sin la intervención de franceses, portugueses o ingleses que controlaban el
mercado. Esto no fue posible, y hubieron de recurrir a comprar los negros a los
intermediarios de siempre. Este problema, unido a que el valor de dicha “mercancía”
había subido considerablemente de precio, hizo que la empresa fuera acumulando,
años tras años, fuertes pérdidas, declarándose en quiebra en 1772.
Por último nos encontramos a finales del siglo XVIII, y
la esclavitud negra va quedando como una actividad residual, como afirma mi
apreciado y buen amigo, pero sobretodo documentado, profesor Juan José
Iglesias, quien en su tesis doctoral Una ciudad mercantil en el siglo XVIII:
El Puerto de Santa María, nos ofrece un estudio de los
esclavos de El Puerto en dicho siglo, contándose sólo 80, y de ellos el
reducido número de 11 en los últimos 50 años. Sin embargo, desde mediados del
XIX y durante algo más de cien años, nos vamos a encontrar con un caso singular,
con una esclava a quien nadie dio la libertad, pero sí las vicisitudes por las
que pasó, viviendo entre nosotros y
siendo reconocida como un personaje singular y popular.
Continuará.
Espero con ganas el desenlace de esta historia!! Un abrazo!
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