Manuel Pacheco Albalate
Publicado en Pliegos
Academia de Bellas Artes Santa Cecilia
Número 8, año 2006, pp. 39-62
ISSN: 1695-1824
La Iglesia por su parte, las muchas comunidades religiosas que llegaron
a ultramar en misiones evangélicas, no se opusieron frontalmente a la
actividad, considerándola como algo que había que aceptar dentro de la
economía de la que venimos hablando y todo su esfuerzo no fue dirigido a
derogarla, sino a procurar mejorar las condiciones de vida de los esclavos, a
que su existencia fuera más humanas, más digna. Pero de todos los religiosos
que prestaron una especial atención, nos quedamos con la figura del sevillano y
jesuita Alonso de Sandoval (1576-1652) por su intensa labor misionera, que no
quedó solamente en eso, en que fueran tratados como semejantes, labor que de
por sí ya era importante, sino en la denuncia pública de cómo eran tratados, de
intentar hallar una fórmula que consiguiera acabar con semejante sometimiento.
Fruto de toda su preocupación fue la obra escrita en 1627 bajo el título de Naturaleza,
Policía Sagrada y Profana, Costumbres, Ritos y Catecismo Evangélico de todos
los Etíopes, de suma importancia para estudiar y
valorar la esclavitud negra en este periodo. De ella vamos a entresacar un par
narraciones porque nos dan una visión nítida de aquel lamentable tráfico. De
este modo nos relata como eran capturados y embarcados para realizar el viaje
hacia el Nuevo Mundo: “...Cautivos estos negros con la justicia que Dios sabe,
los echan luego en prisiones asperísimas de donde no salen hasta llegar a este
puerto de Cartagena o a otras partes. Y como en la isla de Loanda pasan tanto
trabajo y en las cadenas aherrojados tanta miseria y desventura, y el
maltratamiento de comida, bebida y pasaría es tan malo, dales tanta tristeza y
melancolía que viene a morir el tercio en la navegación, que dura más de dos
meses; tan apretados, tan sucios y tan maltratados, que me certifican los
mismos que los traen, que vienen de seis en seis, con argollas por los cuellos
y de dos en dos con los grillos en los pies, de modo que de pies a cabeza
vienen aprisionados debajo de cubierta, cerrados por de fuera, do no ven ni sol
ni luna, que no hay español que se atreva a poner la cabeza al escotillón sin
marearse, ni a perseverar dentro de una hora sin riesgo de grave enfermedad.
Tanta es la hediondez, apretura y miseria de aquel lugar". Y en otros
pasajes, igualmente, nos describe, con crudeza, el trato que recibían de sus
dueños y como iban cubriendo, lenta y dolorosamente, las horas de cada día:
“Son sus amos con ellos más fieras que hombres. El tratamiento que les hacen de
ordinario por pocas cosas y de bien poca consideración es breados, lardarlos
hasta quitarles los cueros y con ellos las vidas con crueles azotes y
gravísimos tormentos.” “Testigos son las informaciones que acerca de ello las
justicias cada día hacen, y testigo soy yo que lo he visto algunas veces, haciéndoseme
de lástima los ojos fuentes y el corazón un mar de lágrimas. Si el negro es
minero, trabaja de sol a sol y también buenos ratos de la noche. Cuando ya
levantan la obra, después de haber todo el día cavado al resistidero del sol y
a la inclemencia del agua, descansan si tienen en qué y si los inoportunos y
crueles mosquitos les dejan, hasta las tres de la mañana que vuelven a la misma
tarea. Si el negro es estanciero, casi es lo mismo, pues después de haber todo
el día macheteado al sol y al agua, expuesto a los mosquitos y tábanos y lleno
de garrapatas, en un arcabuco, que ni aún a comer salen de él, están a la noche
rallando yuca, cierta raíz de la que se hace cazabe, pan que llaman de pao,
hasta las diez o más con un trabajo tan excesivo que, en muchas partes, para
que no lo sientan tanto, les están entreteniendo todo el tiempo con el son de
un tamborcillo, como a gusanos de seda”.
Esclavos negros lavando mineral
Pero la situación continuó, y hubieron de pasar más de dos siglos
después de la muerte del Padre Sandoval para que este trato inhumano empezara a
decaer, a desaparecer, a que se cuestionaran las naciones que todos los hombres
debían ser libres. Y los gobernantes, los poderosos, no se plantearon esta
decisión por las constantes rebeliones de los esclavos; no porque se hubieran
introducido en la sociedad las nuevas ideas ilustradas; no porque en el siglo
XIX, cuando aún se veía con naturalidad la trata de esclavos, hubiera penetrado
una nueva ideológica; sino porque irrumpe en la sociedad la revolución
industrial. Las máquinas compiten en rendimiento con el esclavo, producen menos
enfrentamientos, y sobre todo, su coste es mucho más barato. Unos artilugios
mecánicos, unos aparatos capaces de regular la acción de la fuerza, van a
conseguir libertar a millones de esclavos que los políticos más avanzados no
habían conseguido. Y junto con a la libertad, los cautivos van a conseguir
mayor bienestar, mejores condiciones de vida, mayor poder adquisitivo, que les
van a posibilitar el tener acceso a más productos que las máquinas producen, y
a la larga, y con otros planteamientos que no tienen nada que ver con estos, a
caer en otro tipo de esclavitud.
Dinamarca, en 1792, inició el camino de la supresión de
la esclavitud. Inglaterra, donde tuvo lugar la primera Revolución Industrial,
proclamó en 1807 la Abolition Act que no produjo de
inmediato el objetivo propuesto de liberación, hasta que en 1831 se aprobó la
abolición de la esclavitud en todas las colonias inglesas. A partir de entonces
la llama de la liberación esclava se propaga por las plantaciones, minas,
estancias, palenques, donde la población encadenada estaba recluida. España,
tenuemente, hace una pequeña aproximación a este movimiento, y firma con
Inglaterra en 1817 un tratado internacional, bajo ciertas condiciones,
comprometiéndose a suprimir la trata y a libertar a todos sus esclavos en el
plazo de tres años. Pacto que no se llevó a efecto, siendo los españoles uno de
los de los últimos pueblos que acabaron con esta opresión. Sí entró en vigor la
Ley penal de 27 de febrero de 1745 por la que se prohibía la trata, pero no la
esclavitud; es más, en dicho documento se defendían muchos aspectos de los intereses
de sus propietarios en las islas antillanas.
Elaborando tabaco en Las Antillas
Pero el proceso de abolición siguió adelante pese a los
obstáculos e impedimentos de las burguesías conservadoras opuestas a aceptar de
buen grado la anulación de una situación de prebendas, a disolverse como
colectivo que se consideraba superior, a que pudieran perder poder para que
otros obtuvieran libertad. En 1848 la República Francesa decreta la abolición
de los esclavos en el Caribe, decisión que había sido tomada con anterioridad
en 1794 y anulada con posterioridad por Bonaparte en 1810. Portugal, la que
había tenido un protagonismo relevante en todo este comercio, en 1856 da un
paso adelante y libera a todos los hijos que nazcan de esclavos, con la
condición que presten servicio a sus amos hasta los 20 años (¡Cuantas fechas de
nacimientos se modificaron!), y unos meses después le dio la libertad a los
esclavos de las Indias portuguesas, de Mozambique, y de Guinea. En 1863 sigue
la misma línea de actuación Holanda. Estados Unidos, en 1865, tras una cruenta
guerra civil que agrupó, y enfrentó, a su sociedad bajo dos modelos políticos y
económicos diferentes, libertó a cuatro millones de esclavos, después de tener
que enmendar su constitución. Los diferentes países americanos fueron emancipándose,
y el nacimiento de las nuevas repúblicas trajeron consigo la libertad para sus
esclavos: México, Venezuela, Colombia, Uruguay.
El caso de España es algo especial. Parece como si esta
situación hubiese sido resuelta hace muchos años, como si hubiera transcurrido
un largo periodo de tiempo que ha dejado sobre los recuerdos una espesa capa de
polvo impidiendo evocar el pasado. Cuando la realidad es que bien pudiéramos
desempolvar y celebrar, con toda intención, el 120 aniversario de la abolición
de la esclavitud en España. Posiblemente no queramos recordar que fuimos de los
últimos países en considerar a los hombres iguales; en rememorar que hace sólo
algo más de un siglo, con toda la legalidad de las leyes, se podían poner
grilletes o cepos en las piernas de nuestros semejantes; que no eran unos españoles
iguales a otros, en razón de su de nacimiento, raza, sexo, o religión.
En el siglo XIX, en la sociedad de nuestra piel de toro,
hubo un duro enfrentamiento entre partidarios y detractores de la abolición de
la esclavitud. Cada parte no buscaba defender los intereses de la comunidad,
sino solamente los particulares de cada uno. Y en medio de esta situación, o
más bien dentro de ella, se hallaba un colectivo de liberales, de políticos, de
filósofos que propugnaban la libertad personal del individuo, y que, aunque
sometidos a contiendas y presiones, intentaban alcanzar los objetivos que ya
otros países europeos disfrutaban. Sin embargo esta meta no se alcanzaría hasta
1886, pues ninguna Constitución española de este siglo sacó adelante cuestión
tan de justicia, y sus políticos en vez de posicionarse frontalmente a los que
defendían las estructuras socio-económicas que regían, a la oligarquía
esclavista, se limitaron a contemporizar con ellos.
(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario