En el año 1984 falleció el
escritor Tomás Salvador, autor de una novela que fue llevada al cine con mucho
éxito. Se titulaba “Cuerda de presos”, publicada en 1954 y en la que se
describía el traslado desde León, ciudad en la que fue detenido, hasta Vitoria,
en donde fue juzgado, de uno de los más famosos criminales en serie españoles
de finales del siglo XIX. Se trataba de Juan Díaz de Garayo, al que se le ha
conocido con el sobrenombre de “Sacamantecas”.
Pero, lamentablemente, la
espléndida novela de Tomás Salvador contiene algunos errores de bulto que han
confundido al lector.
En primer lugar, Díaz Garayo,
que ha pasado a la historia, o al menos a la chismografía popular como el
“Sacamantecas”, siguiendo la ancestral tradición de amedrentar a los niños con
el popular y funesto “hombre del saco”, no fue detenido en León, sino en la
misma Vitoria, en cuyos alrededores vivía. Es más que posible que el autor, que
era inspector de policía, supiera cómo dar mayor dramatismo a una historia y
escogió el personaje del “Sacamantecas”, muy conocido, para describir aquel
largo traslado de once días por cañadas y caminos, valles y montañas, que una
pareja de la Guardia Civil recorre con el detenido.
Fotografía de Díaz
Garayo, engrilletado por los tobillos
El segundo de los errores,
quizás también inducido, es el de adjudicarle el ajusticiamiento del criminal
“Sacamantecas” al más ilustre de los verdugos que ha tenido España: Gregorio
Mayoral Sendino.
En este caso la equivocación
puede deberse a un error que ya cometiera la fuente de la que se surtió
Salvador, que no es otra que la del notable y prolífico Pío Baroja, que en una
novela llamada “La familia de Errotabo”, menciona al asesino y atribuye su
ejecución al verdugo Mayoral.
Pero dicha aseveración no es
posible porque el “Sacamantecas” fue ajusticiado en el Polvorín viejo de
Vitoria, a las ocho de la mañana del día once de mayo de 1881, cuando Mayoral
era aún menor de edad y ni siquiera se habría planteado abrazar aquella
infausta profesión.
Había nacido en un mísero
pueblecito al suroeste de Burgos llamado Cavia, en el año 1863, en una familia
muy humilde que pronto se trasladó a Burgos para poder sobrevivir.
El pequeño Gregorio no hacía
ascos a ningún trabajo que le permitiera aportar algo para el sustento de la
familia y fue pastor, albañil, zapatero y soldado profesional, donde comprobó
su escaso espíritu militar, incluso demostró gran habilidad para componer
huesos rotos o luxados, tanto en personas como en animales.
Licenciado de la milicia,
volvió con su familia, de la que no quedaba más que su madre y algún hermano y
en donde alguien allegado a la casa familiar le propuso aceptar un trabajo que
había quedado vacante y que saldría a concurso en breve tiempo. No le dijeron,
en principio, en qué consistía aquel trabajo, solamente que era dependiente de
la Audiencia Provincial de Burgos y que estaba gratificado con mil setecientas
cincuenta pesetas mensuales. La cifra era astronómica y la necesidad de la
familia aún mayor, por lo que Gregorio presentó su solicitud para el puesto.
Por haber servido en la
milicia, la plaza de verdugo oficial de la Audiencia le fue concedida por
delante de otros varios candidatos y Gregorio tomó posesión de su nuevo y
escalofriante cargo que tenía dos únicas ventajas: el sueldo y el escaso
trabajo, afortunadamente.
En efecto, en una España más
que convulsa e insegura, el primer “trabajo” de Gregorio llegó a los dos años
de haber tomado posesión, durante los cuales, el verdugo, se había ido
familiarizando con su herramienta de trabajo.
La había observado y
desarmado; la había aplicado sobre troncos de madera y había comprendido su
mecanismo casi al milímetro. Sabía perfectamente en la parte del cuerpo que se
aplicaba y conocía su nombre; “Garrote Vil” .
Garrote vil sobre una
silla a la que se ataba al reo
Este instrumento de ejecución
había sustituido a la tradicional y simple horca, usada durante siglos en
España junto con la decapitación, que se reservaba a los nobles, y que fue adoptado por Fernando VII en
vez de la proposición francesa de la guillotina, sin duda por los malos
recuerdos que la cuchilla traía a los Borbones.
Mayoral asumió su oficio con
absoluta normalidad, pensando que la responsabilidad de su acción recaía en
quienes dictaban sentencia, no en quien había adquirido la obligación de
hacerla cumplirla.
En su primer trabajo, en 1892,
en Miranda de Ebro, ajustició al cabo Domingo Bezares había asesinado de un
sablazo a un recluta de su regimiento que luego arrojó al río.
Al aplicar el “Garrote” por
primera vez, observó que nada era igual a las prácticas que había hecho y que
el aparato adolecía de fallos que era necesario corregir, pues la muerte de
aquel infortunado militar fue costosísima y de enormes sufrimientos.
Su lema se convirtió en “precisión
y rapidez”, evitando errores e innecesarias pérdidas de tiempo, con el
consiguiente alargamiento de la agonía del reo.
Para eso fue reparando su herramienta hasta conseguir que
funcionara con fluidez, y según sus palabras se sentía orgulloso de haber
conseguido “humanizar” el “Garrote”, aunque tardó un poco de tiempo en volver a
utilizarla y comprobar de hecho las mejoras que le había introducido.
En esta segunda ocasión se
trataba de un anarquista que había asesinado nada menos que al artífice de la
restauración borbónica y presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas
del Castillo, cuando se encontraba descansando en un balneario guipuzcoano.
El anarquista se llamaba
Michele Angiolillo y se hacía pasar por corresponsal de un periódico italiano,
bajo cuya protección se hospedaba en el mismo balneario, en donde descerrajó un
tiro en la cabeza a Cánovas que le produjo la muerte inmediata y dos tiros más
que impactaron en el pecho y en la espalda, cuando ya estaba en el suelo.
También inmediata fue su
detención y posterior traslado a Vergara, donde fue juzgado por un tribunal
militar, confesándose culpable del hecho. La sentencia no se hizo esperar y
para ejecutarla se llamó al verdugo de Burgos, cuya herramienta, según habían
comentado algunos compañeros, estaba muy perfeccionada.
Mayoral llegó a Vergara con
una maleta negra en la que guardaba el sombrío instrumento al que Gregorio
llamaba familiarmente “La guitarra”.
En la estación le esperaban
dos guardias a los que costó poco identificar a la persona que aguardaban. Su
aspecto tétrico y la pesada maleta negra que casi arrastraba, lo delataron
enseguida.
A las diez y media de la
mañana del diez de agosto de 1897, Mayoral colocó el collarín alrededor del
cuello del anarquista y aplicó fuerza sobre los brazos del torniquete que,
cerrando el collarín, acabó con la vida de Angiolillo en pocos segundos.
En una entrevista que el
verdugo concedió a un periodista de la época, le describe con satisfacción las
mejoras que había introducido en su “guitarra”, de la que decía que no producía
ni un rasguño, ni pellizcos, la muerte era casi instantánea y con tres cuartos
de vuelta, ejecutaba en dos segundos.
En la misma entrevista se
lamentaba del deplorable estado en el que se había encontrado a muchos de los
instrumentos que usaban los verdugos de España que no podían compararse con el
suyo en rapidez y eficacia.
Estas supuestas cualidades que
en su “guitarra” había incorporado Mayoral, se hicieron conocidas en todas las
Audiencias de España, por lo que empezaron a llamarlo para que ejecutara a reos
en diferentes ciudades que no correspondían a su demarcación.
Así, fue el encargado de
ejecutar, junto a otro verdugo llamado Casimiro Municio, verdugo de la
Audiencia de Madrid, a los tres implicados en el crimen del Correo de
Andalucía, suceso que tuvo una tremenda repercusión social. Municio era un
alcohólico como consecuencia de la presión que su trabajo ejercía en él y fue
necesario que Mayoral le ayudase en la primera ejecución, pues parecía incapaz
de realizarla. Los otros dos reos fueron ajusticiados por Mayoral con limpieza y prontitud.
A lo largo de su vida actuó en
más de setenta ejecuciones y murió a la edad de sesenta y cinco años, estando
todavía en activo.
Sus últimos años debieron ser
muy duros, viviendo miserablemente, quizás por propio deseo, junto con su nieta
Paquita, hija de su hija que los había abandonado para marcharse con un
soldado.
Sin cargarse de penas por su
tétrico pasado, Mayoral vivió los últimos años cuidando a su nieta y
demostrando un amor y entrega por ella difícilmente comparable con la dureza de
corazón necesaria para ejercer una profesión como la suya.
Me ha gustado era un tema que desconocía por completo
ResponderEliminarMe ha gustado el artículo. Precisamente ayer lo comentaste por encima. "La Guitarra" "tocaba" música funebre! He recibido las dos novelas y de cada una de ellas hablaremos cuando las haya leído. Un abrazo José Mari. PD: Qué buena estaba al berza.
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