viernes, 31 de marzo de 2017

GALIÓN Y PABLO DE TARSO




Hace ya unos años, cuando más me atraía conocer los orígenes del cristianismo, su expansión y sus controversias, compré un libro que se llama “Saulo, el incendiario”, escrito en 1992 por el periodista científico francés, Gerald Massadié, que a la vez es historiador, investigador y ensayista y que, durante veinticinco años dirigió la prestigiosa revista francesa “Ciencia y Vida”.
El autor revela en el libro algunos pasajes de la vida de Pablo de Tarso, realmente poco conocidos, como su parentesco con la familia de Herodes, sus diferencias con otros  apóstoles, sobre todo con Pedro y su afán de difundir la nueva doctrina a los gentiles.
Para Massadié, Pablo es el verdadero artífice de la expansión del cristianismo. Magníficamente investigado y argumentado, no revela un acontecimiento de la vida de Pablo que pudo tener una gran importancia para la posterior expansión del cristianismo y que si no fue así, se debió a la intervención de un hispano, más concretamente, de un cordobés de primera línea en la política romana.

Portada de mi libro

El suceso, ocurrido allá por el año cincuenta y uno, se relata en los “Hechos de los Apóstoles”.
En el mes de julio había llegado a la provincia romana de Acaya, en la actual Grecia y cuya capital era Corinto, un nuevo procónsul, la máxima autoridad. Su nombre era Lucio Junio Galión y pertenecía a una de las familias más prestigiosas de Hispania, procedente de Córdoba. Su padre era Marco Anneo Séneca, profesor de retórica y su hermano mayor era Lucio Anneo Séneca, el famoso filósofo que la historia ha equiparado a Aristóteles y Platón.
Originariamente su nombre era Marco Anneo Novato, pero fue adoptado por un íntimo amigo de su padre, Lucio Junio Galión y con el nombre de su nueva familia, ha pasado a la historia.
A poco de llegar, le fueron presentados los casos que los ciudadanos denunciaban, esperando la justicia romana, una de cuyas acusaciones estaba formulada por Crispo, el administrador de la sinagoga de Corinto que presentaba como denunciado a un extraño personaje: un ciudadano romano, nacido en Tarso y de nombre Saulo, al que acusaba de predicar en su templo doctrinas opuestas a las creencias judías y en contra de la ley de Roma.
En el imperio romano la ley era durísima y actuar en su contra podía suponer la muerte por crucifixión, como ocurrió con Jesús, o en el caso de ser ciudadano romano, por decapitación.
Los judíos de las sinagogas y los incipientes cristianos eran una constante preocupación para los gobernantes, pues estaban permanentemente en disputa sobre Cristo: los judíos, sus conciudadanos, no lo reconocían como el Mesías anunciado por las escrituras y al que seguían y siguen esperando; mientras que los cristianaos no sólo creían que Jesús era el Mesías, sino que lo habían elevado a la categoría de Hijo de Dios.
Pablo, persona de inteligencia poco común, con mucha facilidad de comunicación y una alta instrucción, iniciaba siempre sus prédicas sobre el cristianismo en las propias sinagogas, a las que acudía como judío y en las que aprovechaba para predicar la fe de los nuevos tiempos. Como es natural, esta actitud enfurecía a los judíos que pensaban que era una ofensa a sus creencias.
Roma siempre fue tolerante con las religiones de los países que conquistaba y permitía todos los cultos, por lo que todas las religiones se consideraban con derecho a ser protegidas por la justicia romana.
Ante Galión se presentaron las acusaciones según el procedimiento romano, hablando primero la acusación particular, representada por Crispo, el cual expuso lo que ya se ha relatado sobre la forma de predicar de Pablo que aseguraba que el mesías ya había llegado y que el fin de los tiempos estaba cerca, menospreciando las arraigadas convicciones de los feligreses judíos.
Galión también era un hombre culto, de magnífica educación y muy posiblemente, como su hermano Séneca y una gran parte de la élite de la sociedad romana, estoico convencido, doctrina que se basa en el control de las cosas y los hechos que perturban la vida y que, precisamente, comenzó a declinar con el auge del cristianismo. Escuchó a la acusación, pero no la dejó acabar su alegato y cuando Pablo quiso defenderse, ni siquiera le dejó comenzar.
El procónsul actuó como debería haber hecho Pilatos, dos décadas antes. Consideró que aquella era una cuestión que nada tenía que ver con un tribunal de justicia romano. Ciertamente había diversidad de criterios pero eso no iba contra la ley de Roma; estimó, categóricamente, que la denuncia presentada era sobre cuestiones teológicas, religiosas, materia de creencias y que por tanto habrían de solucionarse dentro de sus propios círculos y sus propias convicciones y que el procónsul de Roma no estaba para perder el tiempo en denuncias como aquella.
¿Qué supuso aquella decisión para el cristianismo? Pues sin duda alguna que se vio fortalecido y amparado para seguir ejerciendo su apostolado de la forma que lo venía haciendo.
Por el contrario, si Galión hubiese fallado a favor de los judíos, como ya hicieron otros juzgando la misma materia, Pablo habría sido encarcelado, lo cual no hubiera sido novedad en su vida, pues sufrió otras prisiones y muy posiblemente le hubiera supuesto la muerte por decapitación. En cualquiera de los dos casos, el cristianismo que se extendía por el mundo greco-romano, gracias exclusivamente a las predicaciones de Pablo, hubiera sufrido un tremendo parón, e incluso, en el peor de los casos, hubiera dejado de extenderse hacia occidente, donde Roma lo controlaba todo.
Ambas orillas del Mar Mediterráneo estaban dominadas por Roma y al contrario de lo que pueda pensarse, por comparación con la situación actual, todo el norte de África, había alcanzado un altísimo grado de civilización, desde Egipto, el extremo oriental, hasta la Mauritania Tingitana, por occidente.
En esa zona había florecido, tiempo atrás, la poderosa Cartago, enemiga mortal de Roma, a la que puso en jaque hasta que fue destruida por Escipión. Pero la cultura de la zona no desapareció y por anteposición a la religión romana, muchos de los mauritanos fueron de los primeros en abrazar el cristianismo.
En ellos se apoyó Pablo, tras el incidente narrado, para llegar a la misma capital del Imperio y posteriormente a Hispania.
Según las últimas investigaciones, hacia el año sesenta y dos, el cristianismo llegó a Hispania y precisamente de la mano de Pablo que como venía siendo habitual en su forma de introducir su nueva religión, buscaba las comunidades judías.
Su deseo de predicar en Hispania está recogido en documentos y cartas que Pablo dirigía a sus comunidades ya cristianizadas y su afán por hacerlo no estaba solamente en ampliar el círculo de sus conversos, sino porque Hispania era el final de la tierra conocida: “El Finisterre”, con lo cual se daba por concluida la predicación hacia esta parte del mundo.
En aquella época y según los datos que se manejan como ciertos, Tarraco, la actual Tarragona, era una de las ciudades más importantes de la Península y en ella había varias comunidades judías, por lo que puede suponer que Pablo llegara a Hispania a través de Tarragona.
Desde allí se extendería bordeando la costa, hasta Andalucía, para terminar infiltrándose en todo el país, gracias al apoyo que recibía del norte de África, desde donde enviaron predicadores.
Es de señalar que todo esto podía producirse por la gran facilidad que aportaba un idioma común, como era el latín y en menor medida el griego, por lo que dominando estos dos idiomas se podía viajar por el mundo conocido sin ningún reparo.
Pablo, por supuesto conocía los dos idiomas, además del arameo, su lengua vernácula, que era la única que hablaron los demás discípulos, por lo que sus prédicas no tuvieron la universalidad de las de Pablo.
Por esa razón, de haberse producido una sentencia contra Pablo, la expansión del cristianismo hubiera sido de otra manera. España no habría llegado tan pronto a la cristianización casi total y Roma tampoco.
Se cuenta como anécdota que Galión, tras un corto espacio de tiempo en Acaya, tuvo que dejar el cargo por haber contraído unas fiebres de las que no se recuperaba, marchando a Egipto, donde sus médicos eran muy afamados.
También se cuenta que Pablo conoció personalmente a Séneca, el hermano mayor de su salvador que era el preceptor del emperador Nerón, tarea que había abordado con escaso éxito, como demuestra el hecho de haberse tenido que suicidar por orden del emperador.
El proceder de Galión no tenía precedentes. Tampoco sirvió de ejemplo en lo sucesivo, de hecho, ahí están las numerosas persecuciones a los cristianos posteriores a aquella fecha.

Qué impulsó a este hombre justo a tomar una decisión como aquella, es algo que se escapa al conocimiento, aunque es muy probable que estuviera influenciada por su concepción estoica de la vida.

1 comentario:

  1. Roma tolerante con todas las religiones me recuerda a España, tolerante con todas las creencias menos con los cristianos.

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