La obsesión
de hombres y mujeres por parecer más altos de lo que en realidad son, viendo
sobre todo la enorme cantidad de plataformas que actualmente lucen sobre todos
las jovencitas, para ganar esos centímetros que tanto ansían, parece que es
algo de nuestros tiempos, pero la cosa viene de antiguo.
Cierto que
en los últimos años compiten ambos sexos, cuando antes parece que era cosa
exclusiva de mujeres. Hombres que usan zapatos con plataforma, o con alzas
interiores para parecer más altos o que siempre que se fotografían en grupo
procuran estar en un plano superior o izarse de puntillas para estar más a la
altura, es muy común verlos.
Pero la
persecución de la altura a cualquier precio es cosa casi tan antigua como las
civilizaciones.
Griegos y
romanos ya utilizaron el calzado de alta suela de corcho o madera sujeta al
empeine por unas lengüetas de cuero o tela que cumplían con la doble función de
dar mayor esbeltez al cuerpo femenino a la vez que protección del barro y los
detritus que se acumulaban en las calles.
Los romanos
llamaban a ese calzado “fulmenta” y
su uso estaba prácticamente generalizado entre las romanas, según describen
Plinio y Plauto en algunas de sus obras.
En regiones
montañosas de España también existió un calzado que elevaba la estatura de
hombres y mujeres. Son los “zuecos”, un calzado muy eficaz y adecuado para
climas húmedos y tierras embarradas.
Como
consecuencia de la evolución de las modas, aquellos fulmenta o estos zuecos, se
fueron perfeccionando de forma que, además de conservar sus dos principales
misiones, adquirieran la belleza necesaria para ser un complemento más del
atuendo femenino.
Así, con el
paso de los siglos, aparecieron los “chapines”,
nombre con el que se empezó a denominar a esos calzados de alta suela que se
popularizan entre la alta sociedad española y comienzan a embellecerse y
estilizarse hasta alcanzar grados de verdadera extravagancia. Y de fulmenta a
zuecos, la verdad es que no se explica muy bien como aparece el nombre de
chapín, pero todo tiene su explicación y esta se debe a que las suelas de
aquellas calzas, al caminar, hacían un gran ruido: chap, chap, chap y de ahí nació su nombre.
La primera
vez de la que se tiene constancia que aparece la palabra chapines en la
literatura es en una crónica del siglo XIII, en la que se refiere cómo los
moros que fueron derrotados en Valencia corrían a besar no ya la mano del rey,
sino los chapines de la reina.
Tanta finura
y elegancia alcanzaron los artesanos en la fabricación de chapines que empezaron
a considerarse como una pieza de distinción, reservada exclusivamente a las
clases pudientes y es más, prohibidos expresamente a los judíos, como se recoge
en el documento redactado con ocasión de la reunión, en el Ayuntamiento de
Jerez, de un Consejo para asesorar al rey Alfonso X, en el año 1268.
Este Consejo
que se conoce como “Ordenamiento de
Posturas” contiene tal cantidad de información interesante que merecerá ser
tratado en exclusiva en un artículo
posterior.
Desde piel
dorada hasta vírgenes y santos fueron esculpidos en los laterales de las alzas
de los chapines, moda que se llegó a prohibir bajo pena de multa de 200
florines, pues las mujeres caminaban irrespetuosamente sobre lo sagrado. Pero
la prohibición no sirvió de mucho, pues se siguieron usando, hasta el punto de
que en Valencia, se creó el gremio de chapineros que llegó a convertirse en uno
de los más ricos de la ciudad, cuya producción, sobrepasado el consumo local,
empieza a abrirse a la exportación, lo que es más que probable que sea ese el
germen de la potente industria de la zapatería en toda la región levantina.
Como una
curiosidad se conserva en el Ayuntamiento de Valencia un códice de 1563, en el
que se establecen los materiales y calidades que deben emplearse en la fabricación
de este calzado: corcho, cuero, telas, sedas, etc.
Hay que
reconocer que dado el estado en el que se encontraban los suelos de todas las
calles del país, donde la costumbre de adoquinar o enlosar, creada por los
romanos, había desaparecido del todo, era absolutamente deplorable y cualquier
transeúnte terminaba embarrado hasta las rodillas sin necesidad de que hubiese
llovido, pues ya se conoce la insana costumbre de arrojar a la calle todos los
desechos de las viviendas.
Así que
también los hombres empezaron a adoptar estos incómodos zapatos que tenían la
virtud de elevarlos del infesto suelo.
Pero no
termina ahí la pluralización del uso de este calzado, sino que parece que hasta
monjas y curas llegaron a utilizarlos y, lo que es más significativo aún, se
ornamentaban imágenes colocándole chapines, como se lee en las cuentas que se
redactan con motivo del Corpus de Valencia del año 1451, donde se refleja que
el Consejo de la ciudad paga por unos “escarpines” dorados, de corcho que calza
María Magdalena.
La reina
Isabel la Católica también calzaba chapines, aunque por consejo de su confesor,
Fray Hernando de Talavera, mucho más bajos de los habituales. El padre jerónimo
escribió un tratado sobre los “Pecados que se cometen en el vestir y en el
calzar”, en donde arremete contra los chapines.
Sumergidos
en la literatura se encuentran innumerables citas referidas a los chapines,
pero también aparecen reflejado en la pintura y en la escultura, sobre todo la
de panteones funerarios, en los que era costumbre representar a los yacientes,
hombre y mujer, calzado con chapines.
Así como
ahora la mayoría de edad se celebra con diferentes ritos, en la Edad Media la
mujer no podía calzar chapines hasta el día de su boda y hasta Quevedo le
dedicó una corta estrofa a una mujer que se casaba precisamente para poder usar
los chapines: “Y por ponerse chapines/
alzacuello y verdugado,/sin saber lo que hacía/ dio a su marido la mano”.
Los chapines
se hicieron tan populares y solicitados que el propio emperador Carlos I tuvo
que regularizar el precio de los mismos en función de su altura, además de que
el progresivo embellecimiento de las piezas hizo entrar en el gremio de
chapineros a otros profesionales que fueron los “picachapines”, encargados de
clavetear tachuelas en los tacos de corcho, formando diferentes dibujos,
especialidad a la que se permitió que accedieran las mujeres e hijas de los
chapineros.
Como la
industria de fabricación de este calzado era muy productiva, otras ciudades
iniciaron la industria, entre ellas Madrid y Jerez de la Frontera, donde la
palabra chapín está muy presente en diferentes nombres de edificios públicos
como su estado de futbol, o el callejero urbano, en donde existe una calle
llamada Rompechapines, quizás porque su antiguo empedrado dificultara el
caminar por la misma o en alguna ocasión produjera la rotura de calzados.
La
popularidad de los chapines continuó durante siglos y Tirso de Molina,
Cervantes y Lope de Vega recogieron en sus obras pasajes referidos a los
chapines.
Así llegaron
los chapines a su máxima popularidad, la cual empezó a decaer en el siglo
XVIII, cuando se incluyó el tacón en el calzado.
Hasta
entonces los zapatos y botas eran planos, pero curiosamente hubo de
incorporarse el tacón por una circunstancia sobrevenida y es que la moda estaba
cambiando en muchos aspectos y uno de ellos fue en la caballería, donde se
empezó a sustituir el estribo en el que se introducía el pie completo y era
sujetado en su puntera, por otros más livianos que dejaban al aire la puntera,
lo cual tenía un inconveniente y es que la bota de montar se deslizaba y tenía
poco agarre. Para paliar este problema se ideó colocar un taco en el talón, que
sirviera de tope con el hierro del estribo e impedir que el pie se deslizara
hacia delante.
Pronto se
vio que el taco del talón, además de cumplir su función perfectamente,
proporcionaba unos dedos de altura sin necesidad de usar los incómodos chapines
y así, los tacones fueron incorporándose a toda clase de calzado y al ser mucho
más cómodo, más ligero, y más seguro para el caminar, fue desplazando a los
chapines que terminaron en desuso.
En 1709
murió el último maestro chapinero del gremio de Valencia pero con mucha
antelación los chapineros habían ido reconvirtiendo su negocio hacia el nuevo
tipo de calzado con tacón.
Una última
curiosidad sobre el calzado es que hasta mediados del siglo XVIII, las botas y
zapatos se hacían con una sola plantilla, sin respetar la forma del pie hasta
que alguien pensó que si los pies no solamente eran diferentes, sino que tenían
formas encontradas, era necesario confeccionar el calzado respetando esa
morfología y así se hace desde entonces.
Interesante e ilustrador artículo. A mí que soy un enamorado del calzado, me ha encantado. Un abrazo
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