viernes, 16 de noviembre de 2018

CHAPINES Y TACONES



La obsesión de hombres y mujeres por parecer más altos de lo que en realidad son, viendo sobre todo la enorme cantidad de plataformas que actualmente lucen sobre todos las jovencitas, para ganar esos centímetros que tanto ansían, parece que es algo de nuestros tiempos, pero la cosa viene de antiguo.
Cierto que en los últimos años compiten ambos sexos, cuando antes parece que era cosa exclusiva de mujeres. Hombres que usan zapatos con plataforma, o con alzas interiores para parecer más altos o que siempre que se fotografían en grupo procuran estar en un plano superior o izarse de puntillas para estar más a la altura, es muy común verlos.
Pero la persecución de la altura a cualquier precio es cosa casi tan antigua como las civilizaciones.
Griegos y romanos ya utilizaron el calzado de alta suela de corcho o madera sujeta al empeine por unas lengüetas de cuero o tela que cumplían con la doble función de dar mayor esbeltez al cuerpo femenino a la vez que protección del barro y los detritus que se acumulaban en las calles.
Los romanos llamaban a ese calzado “fulmenta” y su uso estaba prácticamente generalizado entre las romanas, según describen Plinio y Plauto en algunas de sus obras.
En regiones montañosas de España también existió un calzado que elevaba la estatura de hombres y mujeres. Son los “zuecos”, un calzado muy eficaz y adecuado para climas húmedos y tierras embarradas.
Como consecuencia de la evolución de las modas, aquellos fulmenta o estos zuecos, se fueron perfeccionando de forma que, además de conservar sus dos principales misiones, adquirieran la belleza necesaria para ser un complemento más del atuendo femenino.
Así, con el paso de los siglos, aparecieron los “chapines”, nombre con el que se empezó a denominar a esos calzados de alta suela que se popularizan entre la alta sociedad española y comienzan a embellecerse y estilizarse hasta alcanzar grados de verdadera extravagancia. Y de fulmenta a zuecos, la verdad es que no se explica muy bien como aparece el nombre de chapín, pero todo tiene su explicación y esta se debe a que las suelas de aquellas calzas, al caminar, hacían un gran ruido: chap, chap, chap y de ahí nació su nombre.
La primera vez de la que se tiene constancia que aparece la palabra chapines en la literatura es en una crónica del siglo XIII, en la que se refiere cómo los moros que fueron derrotados en Valencia corrían a besar no ya la mano del rey, sino los chapines de la reina.
Tanta finura y elegancia alcanzaron los artesanos en la fabricación de chapines que empezaron a considerarse como una pieza de distinción, reservada exclusivamente a las clases pudientes y es más, prohibidos expresamente a los judíos, como se recoge en el documento redactado con ocasión de la reunión, en el Ayuntamiento de Jerez, de un Consejo para asesorar al rey Alfonso X, en el año 1268.
Este Consejo que se conoce como “Ordenamiento de Posturas” contiene tal cantidad de información interesante que merecerá ser tratado en exclusiva en un  artículo posterior.
Desde piel dorada hasta vírgenes y santos fueron esculpidos en los laterales de las alzas de los chapines, moda que se llegó a prohibir bajo pena de multa de 200 florines, pues las mujeres caminaban irrespetuosamente sobre lo sagrado. Pero la prohibición no sirvió de mucho, pues se siguieron usando, hasta el punto de que en Valencia, se creó el gremio de chapineros que llegó a convertirse en uno de los más ricos de la ciudad, cuya producción, sobrepasado el consumo local, empieza a abrirse a la exportación, lo que es más que probable que sea ese el germen de la potente industria de la zapatería en toda la región levantina.


Como una curiosidad se conserva en el Ayuntamiento de Valencia un códice de 1563, en el que se establecen los materiales y calidades que deben emplearse en la fabricación de este calzado: corcho, cuero, telas, sedas, etc.
Hay que reconocer que dado el estado en el que se encontraban los suelos de todas las calles del país, donde la costumbre de adoquinar o enlosar, creada por los romanos, había desaparecido del todo, era absolutamente deplorable y cualquier transeúnte terminaba embarrado hasta las rodillas sin necesidad de que hubiese llovido, pues ya se conoce la insana costumbre de arrojar a la calle todos los desechos de las viviendas.
Así que también los hombres empezaron a adoptar estos incómodos zapatos que tenían la virtud de elevarlos del infesto suelo.
Pero no termina ahí la pluralización del uso de este calzado, sino que parece que hasta monjas y curas llegaron a utilizarlos y, lo que es más significativo aún, se ornamentaban imágenes colocándole chapines, como se lee en las cuentas que se redactan con motivo del Corpus de Valencia del año 1451, donde se refleja que el Consejo de la ciudad paga por unos “escarpines” dorados, de corcho que calza María Magdalena.
La reina Isabel la Católica también calzaba chapines, aunque por consejo de su confesor, Fray Hernando de Talavera, mucho más bajos de los habituales. El padre jerónimo escribió un tratado sobre los “Pecados que se cometen en el vestir y en el calzar”, en donde arremete contra los chapines.
Sumergidos en la literatura se encuentran innumerables citas referidas a los chapines, pero también aparecen reflejado en la pintura y en la escultura, sobre todo la de panteones funerarios, en los que era costumbre representar a los yacientes, hombre y mujer, calzado con chapines.
Así como ahora la mayoría de edad se celebra con diferentes ritos, en la Edad Media la mujer no podía calzar chapines hasta el día de su boda y hasta Quevedo le dedicó una corta estrofa a una mujer que se casaba precisamente para poder usar los chapines: “Y por ponerse chapines/ alzacuello y verdugado,/sin saber lo que hacía/ dio a su marido la mano”.
Los chapines se hicieron tan populares y solicitados que el propio emperador Carlos I tuvo que regularizar el precio de los mismos en función de su altura, además de que el progresivo embellecimiento de las piezas hizo entrar en el gremio de chapineros a otros profesionales que fueron los “picachapines”, encargados de clavetear tachuelas en los tacos de corcho, formando diferentes dibujos, especialidad a la que se permitió que accedieran las mujeres e hijas de los chapineros.
Como la industria de fabricación de este calzado era muy productiva, otras ciudades iniciaron la industria, entre ellas Madrid y Jerez de la Frontera, donde la palabra chapín está muy presente en diferentes nombres de edificios públicos como su estado de futbol, o el callejero urbano, en donde existe una calle llamada Rompechapines, quizás porque su antiguo empedrado dificultara el caminar por la misma o en alguna ocasión produjera la rotura de calzados.
La popularidad de los chapines continuó durante siglos y Tirso de Molina, Cervantes y Lope de Vega recogieron en sus obras pasajes referidos a los chapines.
Así llegaron los chapines a su máxima popularidad, la cual empezó a decaer en el siglo XVIII, cuando se incluyó el tacón en el calzado.
Hasta entonces los zapatos y botas eran planos, pero curiosamente hubo de incorporarse el tacón por una circunstancia sobrevenida y es que la moda estaba cambiando en muchos aspectos y uno de ellos fue en la caballería, donde se empezó a sustituir el estribo en el que se introducía el pie completo y era sujetado en su puntera, por otros más livianos que dejaban al aire la puntera, lo cual tenía un inconveniente y es que la bota de montar se deslizaba y tenía poco agarre. Para paliar este problema se ideó colocar un taco en el talón, que sirviera de tope con el hierro del estribo e impedir que el pie se deslizara hacia delante.
Pronto se vio que el taco del talón, además de cumplir su función perfectamente, proporcionaba unos dedos de altura sin necesidad de usar los incómodos chapines y así, los tacones fueron incorporándose a toda clase de calzado y al ser mucho más cómodo, más ligero, y más seguro para el caminar, fue desplazando a los chapines que terminaron en desuso.
En 1709 murió el último maestro chapinero del gremio de Valencia pero con mucha antelación los chapineros habían ido reconvirtiendo su negocio hacia el nuevo tipo de calzado con tacón.
 Una última curiosidad sobre el calzado es que hasta mediados del siglo XVIII, las botas y zapatos se hacían con una sola plantilla, sin respetar la forma del pie hasta que alguien pensó que si los pies no solamente eran diferentes, sino que tenían formas encontradas, era necesario confeccionar el calzado respetando esa morfología y así se hace desde entonces.

2 comentarios:

  1. Interesante e ilustrador artículo. A mí que soy un enamorado del calzado, me ha encantado. Un abrazo

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