Escribiendo
mi anterior artículo sobre los chapines y la incidencia de su fabricación en
Jerez de la Frontera, me topé, casi por casualidad, con un documento que
despertó mi curiosidad.
Se trataba
de un informe de la Real Academia Española de la Historia, publicado en 1884
que hace alusión a una reunión de alto nivel que el rey de Castilla y León,
Alfonso X, el Sabio, celebró en la ciudad de Jerez en el año 1268.
Desgraciadamente,
nuestro país no ha tenido grandes reyes desde la unificación territorial, obra
de la mejor pareja real que hemos tenido; después de los Reyes Católicos,
Carlos I y poco más, pero antes de la unificación hubo varios que destacaron,
no solamente por su valentía y habilidades guerreras, sino por su valía personal
e intelectual y a la cabeza de todos se coloca el protagonista de esta
historia.
Alfonso X
estaba preocupado por varias cosas que intuía estaban impidiendo el desarrollo
de lo que ya iba siendo media España (Castilla, León, Extremadura y Andalucía)
y por esa razón, decidió oír a las personas más preparadas en múltiples materias,
inteligentes, prósperas y responsabilizadas en la tarea de producir riquezas y hacer
crecer la nación. Eran mercaderes, hombres buenos, infantes y ricos hombres, grandes
terratenientes, banqueros etc., con la finalidad de pedirles consejos para
detener la “devastación que estaba provocando la carestía y volviese la tierra
a buen estado”, así como para adoptar medidas tendentes a remediar la falta de
mano de obra
Con esas
premisas, encontrándose en Jerez de la Frontera, ciudad que él había
incorporado cuatro años antes al entonces llamado Reino de Sevilla, decidió
convocar en el Ayuntamiento a las personas antes relatadas en lo que ahora
llamaríamos una reunión informal o de asesoramiento, ya que no tendría
capacidad para legislar nada, ni esa tarea les correspondería pues no conformaban
los estamentos de la sociedad de los que el rey se arropaba para promulgar
leyes, por lo que a esa reunión, que no se le puede llamar Cortes, se la conoce
como “Ayuntamiento de Jerez”.
Quería el
rey escuchar cuales serían los medios más eficaces para garantizar la
abundancia y precio de las mercaderías, como tanto deseaba el pueblo.
El rey
escuchó los debates con suma atención, mientras sus escribanos iban tomando
nota de cuanto se hablaba, a la vez que advertían a los consejeros cuando sus
propuestas no eran concordantes con las disposiciones establecidas en los
ordenamientos jurídicos y más concretamente en el de las Cortes de Valladolid,
de diez años antes.
Aquella
reunión llegó a conclusiones de sumo interés en innumerables materias que una
vez propuestas y estudiadas, fueron adoptadas por el monarca.
Así, entre
las medidas más importantes, se estableció el valor de las monedas de oro,
plata y cobre, se puso precio a los metales, a las pieles y cueros de los
distintos animales que se usaban tanto para vestido como para talabartería, las
ropas de variados tejidos, las armas, las herramientas, los propios animales
domésticos y los arreos y guarniciones necesarios para su uso en tareas de
auxilio al hombre.
Se tasaron
los jornales de los distintos trabajos, sobre todo los de servidumbre a grandes
señores, se fijó el precio máximo de los vestidos de lujo, se estableció un
límite a los gastos suntuarios en bodas y otras celebraciones y se prohibió
matar bueyes salvo incapacidad para desarrollar su labor.
Sin lugar
a dudas, las personas reunidas en el Ayuntamiento conocían en profundidad cuales
eran los males de la economía española y asesoraban con su experiencia acerca
de la forma de atajarlos, por eso una de las cosas que se prohibieron fue sacar libremente del reino todas las materias que eran generadoras de riqueza, como ganado,
seda, lana, vino, trigo, aceite, etc.
Por los
documentos de aquella reunión, se han conocido con detalles muchos datos
relacionados con el comercio exterior, comprobando que ya en aquella lejana
época, dependíamos de productos procedentes de los Países Bajos, Francia e
Inglaterra, sobre todo en lo referente a paños y telas de distinta confección,
mientras que nuestra exportación quedaba muy limitada, lo que implica que la
“balanza de pagos” sería negativa.
Por otro
lado atacó duramente a una figura que sigue existiendo y que a lo visto, de
antiguo nos viene, que es la del “corredor”, el que compra y vende sin tocar la
mercancía y obteniendo pingües beneficios. A estos les impuso penas de cárcel,
lo mismo que al que intentase sacar por los puertos los productos cuya salida
estaba prohibida, para lo que estableció un cuerpo de guardas, quizás
antecedente remoto de los “carabineros” que actuaron de celadores de puertos y
fielatos hasta el siglo pasado.
Reguló los
intereses de los préstamos que concedieran judíos y moros, limitándolos al 4%,
aunque nada se dijo respecto a los que ofrecieran los cristianos. Ordenó
clausurar los locales en los que se jugaba a los dados (tafurerías, de donde
proviene la palabra “tahúr”), vicio que se consideraba pernicioso, fomentando
el juego del ajedrez.
Alcázar de Jerez, donde probablemente
se celebró el Ordenamiento
Muchas de
estas medidas estaban ya adoptadas en el ordenamiento legal, pero el escaso
interés en ponerlas en práctica las había hecho inoperativas, hasta que se hizo
ver al monarca la necesidad de su puesta en marcha con el máximo rigor e
implicando a todos los estamentos sociales.
Una de las
mayores preocupaciones del rey era la necesidad de acometer una reforma sobre
algo tan fundamental como eran los pesos y las medidas.
Cada
región, cada comarca y cada pueblo tenía sus propias medidas y que no se
correspondían para nada con las de sus vecinos, creándose una gran confusión a
la hora de hacer transacciones comerciales.
Hacía ya
más de diez años que el Fuero Real de Burgos, de 1255, establecía: “Mandamos que los pesos e las medidas por
que venden o compran que sean derechos e iguales a todos, también a extraños,
como a los de la villa”.
Pero como
otras muchas disposiciones, la resistencia de los hombres, con el amparo de las
villas y los fueros locales, habían dejado la medida sin eficacia, algo que se
entendía por aquellos hombres sabios, de los que supo reunirse el rey que era
absolutamente fundamental.
Algo se
consiguió, si bien un resultado escaso, pues hoy todavía existen diferentes
unidades de superficie, longitud, peso y volumen en una España moderna, en la
que impera el sistema métrico decimal, pero en muchos pueblos se sigue hablando
de arrobas, celemines y aranzadas.
En el
terreno de lo social, la reunión, a la que hoy se llamaría “comité de
expertos”, introdujo novedades con algunas leyes que prohibían a la mujer
cristiana vivir con judío o judía, o con moro o mora, servirlos o criar a sus
hijos y a la mujer mora o judía “criar a
su leche fijo de cristiano”.
Se nos ha
hablado de aquel reino en el que convivían las tres culturas de forma pacífica,
pero vemos que lo hacían siguiendo el dicho popular de juntos pero no revueltos
y si se escarba un poco, se descubre el odio de raza y de religión que los
mantenía separados en hosco y frío enfrentamiento, aunque en muchas ocasiones
se calentaron.
Para el
rey sabio, moros y judíos eran válidos para la Escuela de Traductores, para
componer las Tablas Astronómicas y darse lustre universal presumiendo de
integrador, pero no fue capaz de unificar, como había querido hacer con los
pesos y las medidas, unas leyes que fueran iguales para todos. La fuerza que
los cristianos tenían en sus reinos era muy superior a la que pudieran ejercer
los judíos que controlaban las finanzas, pero no la guerra y mucho menos los
moros, llamados mudéjares que, en escaso número, vivían entre los cristianos,
claro que separados del resto.
El “Ayuntamiento de Jerez de la Frontera”
fue un acontecimiento de enorme importancia para la vida social y económica de
la época, con la adopción de medidas como las que se han expuesto, pero así
como destacado en estos órdenes, es muy desconocido para la historia y poco se ha
estudiado acerca de dicha reunión y, digo más, varias obras que he consultado
en las que se hace referencia a esa importante reunión, no hacen sino copiarse unas
a otras, sin introducir ningún ingrediente nuevo.
A mi me ha producido una gran satisfacción
conocer de este acontecimiento que, para mayor gloria, tuvo lugar aquí, al lado
de mi pueblo.
Conocía muy someramente el tema, pero tú artículo me ha ilustrado...
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