jueves, 22 de noviembre de 2018

ORDENAMIENTO DE POSTURAS DE JEREZ



Escribiendo mi anterior artículo sobre los chapines y la incidencia de su fabricación en Jerez de la Frontera, me topé, casi por casualidad, con un documento que despertó mi curiosidad.
Se trataba de un informe de la Real Academia Española de la Historia, publicado en 1884 que hace alusión a una reunión de alto nivel que el rey de Castilla y León, Alfonso X, el Sabio, celebró en la ciudad de Jerez en el año 1268.
Desgraciadamente, nuestro país no ha tenido grandes reyes desde la unificación territorial, obra de la mejor pareja real que hemos tenido; después de los Reyes Católicos, Carlos I y poco más, pero antes de la unificación hubo varios que destacaron, no solamente por su valentía y habilidades guerreras, sino por su valía personal e intelectual y a la cabeza de todos se coloca el protagonista de esta historia.
Alfonso X estaba preocupado por varias cosas que intuía estaban impidiendo el desarrollo de lo que ya iba siendo media España (Castilla, León, Extremadura y Andalucía) y por esa razón, decidió oír a las personas más preparadas en múltiples materias, inteligentes, prósperas y responsabilizadas en la tarea de producir riquezas y hacer crecer la nación. Eran mercaderes, hombres buenos, infantes y ricos hombres, grandes terratenientes, banqueros etc., con la finalidad de pedirles consejos para detener la “devastación que estaba provocando la carestía y volviese la tierra a buen estado”, así como para adoptar medidas tendentes a remediar la falta de mano de obra
Con esas premisas, encontrándose en Jerez de la Frontera, ciudad que él había incorporado cuatro años antes al entonces llamado Reino de Sevilla, decidió convocar en el Ayuntamiento a las personas antes relatadas en lo que ahora llamaríamos una reunión informal o de asesoramiento, ya que no tendría capacidad para legislar nada, ni esa tarea les correspondería pues no conformaban los estamentos de la sociedad de los que el rey se arropaba para promulgar leyes, por lo que a esa reunión, que no se le puede llamar Cortes, se la conoce como “Ayuntamiento de Jerez”.
Quería el rey escuchar cuales serían los medios más eficaces para garantizar la abundancia y precio de las mercaderías, como tanto deseaba el pueblo.
El rey escuchó los debates con suma atención, mientras sus escribanos iban tomando nota de cuanto se hablaba, a la vez que advertían a los consejeros cuando sus propuestas no eran concordantes con las disposiciones establecidas en los ordenamientos jurídicos y más concretamente en el de las Cortes de Valladolid, de diez años antes.
Aquella reunión llegó a conclusiones de sumo interés en innumerables materias que una vez propuestas y estudiadas, fueron adoptadas por el monarca.
Así, entre las medidas más importantes, se estableció el valor de las monedas de oro, plata y cobre, se puso precio a los metales, a las pieles y cueros de los distintos animales que se usaban tanto para vestido como para talabartería, las ropas de variados tejidos, las armas, las herramientas, los propios animales domésticos y los arreos y guarniciones necesarios para su uso en tareas de auxilio al hombre.
Se tasaron los jornales de los distintos trabajos, sobre todo los de servidumbre a grandes señores, se fijó el precio máximo de los vestidos de lujo, se estableció un límite a los gastos suntuarios en bodas y otras celebraciones y se prohibió matar bueyes salvo incapacidad para desarrollar su labor.
Sin lugar a dudas, las personas reunidas en el Ayuntamiento conocían en profundidad cuales eran los males de la economía española y asesoraban con su experiencia acerca de la forma de atajarlos, por eso una de las cosas que se prohibieron fue sacar libremente del reino todas las materias que eran generadoras de riqueza, como ganado, seda, lana, vino, trigo, aceite, etc.
Por los documentos de aquella reunión, se han conocido con detalles muchos datos relacionados con el comercio exterior, comprobando que ya en aquella lejana época, dependíamos de productos procedentes de los Países Bajos, Francia e Inglaterra, sobre todo en lo referente a paños y telas de distinta confección, mientras que nuestra exportación quedaba muy limitada, lo que implica que la “balanza de pagos” sería negativa.
Por otro lado atacó duramente a una figura que sigue existiendo y que a lo visto, de antiguo nos viene, que es la del “corredor”, el que compra y vende sin tocar la mercancía y obteniendo pingües beneficios. A estos les impuso penas de cárcel, lo mismo que al que intentase sacar por los puertos los productos cuya salida estaba prohibida, para lo que estableció un cuerpo de guardas, quizás antecedente remoto de los “carabineros” que actuaron de celadores de puertos y fielatos hasta el siglo pasado.
Reguló los intereses de los préstamos que concedieran judíos y moros, limitándolos al 4%, aunque nada se dijo respecto a los que ofrecieran los cristianos. Ordenó clausurar los locales en los que se jugaba a los dados (tafurerías, de donde proviene la palabra “tahúr”), vicio que se consideraba pernicioso, fomentando el juego del ajedrez.

Alcázar de Jerez, donde probablemente se celebró el Ordenamiento

Muchas de estas medidas estaban ya adoptadas en el ordenamiento legal, pero el escaso interés en ponerlas en práctica las había hecho inoperativas, hasta que se hizo ver al monarca la necesidad de su puesta en marcha con el máximo rigor e implicando a todos los estamentos sociales.
Una de las mayores preocupaciones del rey era la necesidad de acometer una reforma sobre algo tan fundamental como eran los pesos y las medidas.
Cada región, cada comarca y cada pueblo tenía sus propias medidas y que no se correspondían para nada con las de sus vecinos, creándose una gran confusión a la hora de hacer transacciones comerciales.
Hacía ya más de diez años que el Fuero Real de Burgos, de 1255, establecía: “Mandamos que los pesos e las medidas por que venden o compran que sean derechos e iguales a todos, también a extraños, como a los de la villa”.
Pero como otras muchas disposiciones, la resistencia de los hombres, con el amparo de las villas y los fueros locales, habían dejado la medida sin eficacia, algo que se entendía por aquellos hombres sabios, de los que supo reunirse el rey que era absolutamente fundamental.
Algo se consiguió, si bien un resultado escaso, pues hoy todavía existen diferentes unidades de superficie, longitud, peso y volumen en una España moderna, en la que impera el sistema métrico decimal, pero en muchos pueblos se sigue hablando de arrobas, celemines y aranzadas.
En el terreno de lo social, la reunión, a la que hoy se llamaría “comité de expertos”, introdujo novedades con algunas leyes que prohibían a la mujer cristiana vivir con judío o judía, o con moro o mora, servirlos o criar a sus hijos y a la mujer mora o judía “criar a su leche fijo de cristiano”.
Se nos ha hablado de aquel reino en el que convivían las tres culturas de forma pacífica, pero vemos que lo hacían siguiendo el dicho popular de juntos pero no revueltos y si se escarba un poco, se descubre el odio de raza y de religión que los mantenía separados en hosco y frío enfrentamiento, aunque en muchas ocasiones se calentaron.
Para el rey sabio, moros y judíos eran válidos para la Escuela de Traductores, para componer las Tablas Astronómicas y darse lustre universal presumiendo de integrador, pero no fue capaz de unificar, como había querido hacer con los pesos y las medidas, unas leyes que fueran iguales para todos. La fuerza que los cristianos tenían en sus reinos era muy superior a la que pudieran ejercer los judíos que controlaban las finanzas, pero no la guerra y mucho menos los moros, llamados mudéjares que, en escaso número, vivían entre los cristianos, claro que separados del resto.
El “Ayuntamiento de Jerez de la Frontera” fue un acontecimiento de enorme importancia para la vida social y económica de la época, con la adopción de medidas como las que se han expuesto, pero así como destacado en estos órdenes, es muy  desconocido para la historia y poco se ha estudiado acerca de dicha reunión y, digo más, varias obras que he consultado en las que se hace referencia a esa importante reunión, no hacen sino copiarse unas a otras, sin introducir ningún ingrediente nuevo.
A mi me ha producido una gran satisfacción conocer de este acontecimiento que, para mayor gloria, tuvo lugar aquí, al lado de mi pueblo.

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