Pocas
veces la historia se ha ocupado tan escasamente de una familia real española.
Cierto que la familia era lo suficientemente atípica como para que no produjera
el más mínimo interés.
La infanta
Eulalia fue la última de esa familia; hija de Isabel II, la reina promiscua
casada con un homosexual reconocido y aceptado que tuvo numerosos
descendientes, todos ellos fruto de su poco común furor vaginal y su escasa
moral.
Claro que
en aquellos tiempos decir reina era como decir hago lo que me da la gana y me
paso por las entrepiernas a todo el que me gusta.
Su esposo,
Francisco de Asís de Borbón, mariquita impenitente, era conocido popularmente
como “Paquita” y según la propia esposa, la noche de bodas no solamente llevaba
más encajes que su dama, sino que no fue capaz de consumar el sacramento.
Formaron
una pareja extraña que es de todos conocido, pero lo que no es tan sabido es
que incluso llegaron a compartir un mismo amante.
Así como
suena; hubo un individuo que se acostaba con la reina y con el rey.
Se trataba
de Antonio Ramos de Meneses que se hacía llamar conde de Meneses, un oscuro
individuo de los que se decía “de fortuna”, natural de Morón de la Frontera e
hijo de un boticario, supuestamente bien situado.
Muy joven
se dedicó a viajar y así apareció en Cádiz, frecuentando “timbas” y garitos de
mala nota y en donde conoció a una enigmática mujer sobre la que existe un halo
de misterio.
Se llamaba
Blanca Mastai, era italiana, muy bella y muy rica que viajaba en carruaje
propio y con doncella, signo muy evidente de poderío económico. Nadie sabía
exactamente a qué debía su fortuna, pero ciertamente trataba con asiduidad con
banqueros españoles y a la que, por identidad con el apellido del papa Pío IX
(Mastai Ferreti), se la relacionaba con
él.
El joven
Meneses que era de buen porte, enamoró a la bella italiana con la que contrajo
matrimonio.
La buena
relación de Blanca con las esferas de poder económico y con la aristocracia,
introdujeron a Meneses en la corte en la que ella se movía con desenvoltura y
explotando su belleza y sus dineros, conseguía amistades de mucho postín.
Pero los
vuelos de la italiana debían de ir mucho más allá que cargar con un atractivo y
simpático “muerto de hambre” y el matrimonio duró poco, eso sí, ella le dejó el
riñón bien cubierto y la puerta abierta de unas magníficas relaciones cortesanas.
Así conoció a un sevillano como él, José Luís Sartorios, conde de San Luís que
lo introdujo en el círculo íntimo del rey, el cual quedó prendado del guapo andaluz
y lo metió en su cuarto.
Entre
ellos se trabó una amistad que duró toda la vida y con el que se asoció en
varias entidades mercantiles, como la que explotaba los nuevos cementerios que
se construyeron en Madrid y en otras grandes capitales.
Entre
medio, la reina, ardiente y caprichosa, puso los ojos en el Meneses que, no
haciendo ascos a nada, también pasó por sus habitaciones.
La reina
Isabel II tuvo varios abortos y doce partos, de ellos el primero fue un varón
que nació muerto, el quinto una niña prematura que falleció al día siguiente de
nacer, el sexto otro varón que también nació muerto y el duodécimo, otro varón
que falleció a las pocas semanas.
Eso colocó
a la infanta Eulalia, fruto del décimo primer parto, como la infanta más joven.
De los
doce embarazos y abortos de la reina, su marido, “Paquita”, no tuvo nada que
ver y sí la larga colección de amantes que pasaron por su dormitorio y de los
que alguno, se ha conseguido relacionar con un hijo concreto, como es el caso
de Enrique Puigmoltó, al que se atribuye la paternidad del futuro rey Alfonso
XII.
Lo mismo
sucede con algún otro de los hijos, pero en el caso de la infanta Eulalia,
nacida en 1864, no se tiene constancia cierta acerca de su paternidad, si bien
ella misma confesó en cierta ocasión que su amor por el mar le venía de
herencia de su padre, un marino.
Con cuatro
años tuvo que salir de España, cuando su madre fue derrocada por la revolución
llamada “La Gloriosa”, que trajo, primero, un rey de pacotilla y luego la
Primera República, para acabar con el golpe de estado del general Pavía y la
restauración monárquica en la persona de Alfonso, su hermano mayor. Durante el
exilio la familia se instaló en París, donde la joven infanta recibió una
educación esmerada y en donde permaneció hasta unos años después de que su
hermano ocupase el trono.
Sus
relaciones con el resto de la familia real no fueron nunca buenas, pero sobre
todo tenía constantes enfrentamientos con su hermana Isabel, a la que el pueblo
madrileño puso el apodo de “La Chata”, la cual había adoptado el papel de reina
consorte que no le correspondía en absoluto y que Eulalia no aceptaba.
La Infanta Eulalia, una mujer
atractiva
En 1878
murió la primera esposa de Alfonso XII sin descendencia y se volvió a casar,
esta vez con María Cristina de Habsburgo y aunque quedó embarazada muy pronto parió
dos hembras y la realeza estaba inquieta pues quería asegurarse un descendiente
varón.
Cuando por
fin llegó el varón, Alfonso XIII, su padre ya había fallecido, así que fue rey
desde el mismo momento de su nacimiento.
Pero Eulalia
continuaba soltera y el trono no estaba asegurado, por lo que la obligaron a
casarse, cosa que hizo con su primo Antonio de Orleans y Borbón, un cabeza
loca, aficionado al juego, las mujeres y la vida disoluta que llevó el matrimonio
a un hundimiento casi inmediato, a lo que ella también colaboró pues la
fidelidad tampoco era una de sus grandes dotes.
Antonio de
Orleans mantenía una relación sentimental fija con una bellísima mujer conocida
como “Carmela”, de baja extracción social que había llegado, por méritos de su
físico, a convertirse en amante de importantes personalidades españolas hasta
que terminó en los brazos de Antonio y Antonio casi terminó con su fortuna
personal y la de su esposa por contentar los desmedidos deseos de “Carmela”.
En vista
de cómo estaban las cosas en la familia, Alfonso XIII decidió enviar a sus tíos
a tierras extrañas en viaje mitad de recreo, mitad diplomático y recalaron en
Cuba y posteriormente en Chicago.
Estando en
La Habana, al abrir Eulalia la valija del correo, descubrió una carta dirigida
a su marido y firmada por la tal “Carmela”. Tras el viaje, la infanta puso
tierra de por medio con su esposo y se marchó a París, mientras Antonio hacía
ostentación de su querida a la que paseaba en carruajes y que empezó a ser
conocida como la Infantona .
Eulalia,
con treinta y dos años, en contra de toda la corte, logró obtener el primer
divorcio de toda la aristocracia europea del momento.
No quedó
la valentía de la infanta en eso solamente, muchísimo mejor preparada
intelectualmente, más culta y con dotes naturales hacia la escritura, en 1911 publicó
un primer libro en francés: “Al hilo de la vida” (Au fil de la vie) firmado con
el pseudónimo de Duquesa de Ávila, unas memorias que provocaron un enorme
revuelo en la corte española que prohibió su publicación en España.
Cuatro
años más tarde publico en inglés “La vida en la corte desde dentro”, otro
escandalazo y en 1925 apareció un nuevo libro: “Cortes y países tras la
Guerra”.
Cinco años
más tarde publicó unas “Memorias” plagada de recuerdos y experiencias
personales.
Por
último, en 1946, cuando ya residía en España, publicó su obra más polémica:
“Para la mujer”, donde están reflejadas sus ideas feministas.
Tras la
guerra civil se postuló como partidaria de Franco y se instaló en Irún, dada su
proximidad con Francia, a donde pasaba casi a diario.
Fue allí
donde confesó que le encantaba el mar, que sosegaba su espíritu y que esa era
herencia de su padre, marino de vocación, pero no desveló nunca la identidad de
éste, permaneciendo siempre como hija del marido de su madre, el consorte
Francisco de Asís.
Es
indudable que Eulalia no fue una infanta al uso, si bien sacó de su madre la
pasión por los hombres, llenando su vida de amantes, es también innegable que
de su padre debió recibir algo más que su amor al mar.
La realeza
española y la de otros muchos países han dejado escritas algunas cartas y algún
pensamiento aislado, pero una copiosa obra literaria es realmente inusual y
mucho más, plasmar en ella hasta los sentimientos más íntimos, como declararse
abiertamente feminista en una sociedad donde el machismo y el patriarcado
llegaba a las últimas consecuencias.
Aunque se han escrito algunos trabajos sobre
la persona y la personalidad de la
infanta Eulalia, creo que no se ha divulgado suficientemente la singularidad de
esta “tía tatarabuela” de nuestro actual soberano.
Los asuntos de la "jodienda",no tienen enmienda...
ResponderEliminarComo siempre interesante artículo. La infanta hace honor a su nombre ( Eulalia, la que bien habla)
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