Es posible
que ahora, con esa fiebre feminista que les ha entrado a todos, incluso a los
hombres, alguien se acuerde de algunas mujeres que fueron injustamente ignorada
en su tiempo y hasta nuestros días, simplemente por el hecho de ser mujeres.
Yo estoy a
favor de la igualdad de géneros, no podría ser de otra manera, pero muy en
contra de conceptos tales como “la
paridad” o “las cuotas”.
Cualquier
persona, hombre o mujer, pero sobre todo en mujer es más frecuente, que alcance
un puesto del tipo que sea porque en el escalafón han de haber el mismo número
de varones que de hembras, no debería sentirse orgulloso, antes al contrario,
tendría que saber que debe su puesto a una métrica del sexo y no a sus
conocimientos o su valía personal.
Destacar
siempre por lo que cada uno vale o sabe, o por lo bueno que es en su oficio y
no por completar un casillero en el tablero de la “paridad”.
Reconocer
la valía de una mujer es algo natural en la actualidad pero, ciertamente, en
épocas pasadas era muy difícil para una fémina abrirse paso en determinadas
actividades, una de las cuales era la pintura.
Hay
poquísimas mujeres que hayan alcanzado la fama como pintoras, así como
escultoras o músicos, frente a un número mayor en otras artes como la literatura,
y una de esas escasas mujeres fue la que da título a este artículo.
Sofonisba de
Anguissola tenía ciertamente un
nombre raro, casi desconocido, pero ahora se explicará. Había nacido alrededor
de 1535 en Cremona, una ciudad al sureste de Milán, hija mayor de cinco hembras
y un varón y en el seno de una familia acomodada y amante del arte,
perteneciente a la baja nobleza lombarda. Su padre se llamaba Amílcar y su
único hermano, Asdrúbal, pues la familia era una ferviente admiradora de
Cartago y su cultura y desde cuatro generaciones, al menos, venía manteniendo
estrecho vínculo con todo lo que representaba a la antigua colonia fenicia.
En la
sociedad cartaginesa, Sofonisba, hija del general Asdrúbal, fue usada como
moneda de cambio en matrimonios, buscando la alianza de otros reinos en sus
guerras contra los romanos, concretamente en la Segunda Guerra Púnica. Casó con
Sifax, rey de Numidia, un territorio próximo a Cartago con el que se alió
precisamente por matrimonio y tras la derrota ante los romanos, ella prefirió
suicidarse antes de caer en su poder.
De ahí le
viene el nombre a la joven italiana que con solo catorce años fue enviada,
junto a su hermana Elena a estudiar pintura con Bernardino Campi, un pintor
renacentista poco conocido que tenía un taller en Cremona.
Allí, las
dos hermanas, aprenden los rudimentos de la pintura: preparar el lienzo,
elaborar pigmentos, mezclar colores y comienzan a realizar sus primera obras,
copias de otro cuadros.
Unos años
después, otras dos hermanas se incorporan al taller de Campi hasta que en 1549
el maestro se marcha de Cremona y ellas continúan su aprendizaje con otro
modesto pintor llamado Gatti. A partir de ese momento continuará sola en el
mundo de la pintura, pues su hermana Elena decide ingresar en un convento y las
otras dos carecen del talento necesario.
Pero
Sofonisba destaca como pintora de retratos solo que por su condición de mujer y
el ambiente pueblerino de su ciudad, su horizonte está muy limitado y aparte de
no poder pintar desnudos, no era admitida en otras escuelas y sus cuadros se
circunscriben al círculo de su familia y amistades muy cercanas; nadie la
contrata para un retrato.
Pero ella
continúa su formación en solitario, perfeccionando su técnica y alcanzando un
alto grado de maestría pictórica, hasta el punto de que su fama se empieza a
extender y decide que es el momento de ampliar horizontes y con la ayuda de su
padre, que confía plenamente en ella, se traslada a Roma donde el gran Miguel
Ángel acepta recibirla y estudiar su pintura.
Autorretrato, donde ya se observa su
depurada técnica
Para
demostrar su preparación le pide que pinte a un niño llorando y ella pintó un cuadro que causó la admiración del
maestro: ”Niño mordido por un cangrejo”. A partir de ese momento y durante dos
años, Miguel Ángel estuvo supervisando sus obras.
Ser
discípulo de un genio como aquel, era ya una excelente carta de presentación.
Con ese
bagaje regresa a Cremona hacia 1556 y allí pinta a sus hermanas, a su padre
Amílcar con su hermano Asdrúbal y su hermana Minerva y a otros familiares,
mientras empieza a recibir encargos de la nobleza, dada la fidelidad con la que
Sofonisba reflejaba a los retratados en sus cuadros.
Dos años
después, encontrándose en Milán, conoció al Duque de Alba, al que le pinta un
retrato que está desaparecido, pero que causa tal impresión en el duque que
aconseja a Felipe II que invite a la corte española a la pintora, lo que hace
como dama de compañía de Isabel de Valois, futura esposa del monarca español.
Muy pronto,
entre la pintora y la reina, aficionada al dibujo, surge una corriente de
simpatía y afinidades, pues ambas habían recibido una educación muy superior a
las de las damas españolas, con las que la reina tenía más difícil conectar.
Empieza a
dar lecciones de pintura a la reina, mientras entra a trabajar con el afamado
pintor Alonso Sánchez Coello, el cual era pintor de la corte.
La joven
pintora italiana comienza a retratar a miembros de la familia real, de los
propios reyes o del príncipe Carlos y casi todos ellos se han venido atribuyendo
a Sánchez Coello, el pintor más importante de ese momento.
Cuando
murió la reina Isabel, las damas de honor volvieron a sus lugares de origen,
pero Sofonisba decidió quedarse en Madrid, contando con la protección que le
dispensa el rey Felipe II.
Tenía la
pintora ya cuarenta años cuando se concierta su boda con el hijo del virrey de
Sicilia, Fernando de Moncada, con el que se casa por poderes, cosa muy
frecuente en la época y marcha a Sicilia a reunirse con su marido.
Durante
cinco años, no se sabe casi nada de la vida de Sofonisba, ni de su producción
artística, pero tras ese tiempo fallece su marido en un asalto de piratas,
momento en el que ella decide volver a su casa de Cremona, pero durante la
travesía en barco desde Sicilia a Génova, se enamoró perdidamente del capitán
del barco en el que viajaba, Orazio Lomellino, con el que se casó,
estableciéndose en Génova, donde abrió un taller de pintura en el que recibía a
jóvenes pintores.
Cuando
tenía ya ochenta y tres años, decidió trasladarse a Palermo, en la isla de
Sicilia, a donde fue para conocerla, el que sería un genio de la pintura
flamenca: Van Dyck.
Murió en
1626, con más de noventa años, aunque no se puede precisar debido a que no se
conoce exactamente su fecha de nacimiento.
Tras su
muerte, toda su obra pasó al olvido y allí ha permanecido hasta que la terca
realidad se ha empeñado en sacarla a la luz.
No fue
hasta el siglo XIX que empezó a hablarse de ella, pero sin demasiada
convicción, pues la mayoría de las obras que había realizado se habían
atribuido a pintores afamados de la época.
Un ejemplo
clarísimo es un retrato de Felipe II que cuelga en el Museo del Prado, el cual
ha estado catalogado desde hace muchos años como de Alonso Sánchez Coello, el
pintor de la corte de aquella época. Sin embargo, con motivo del doscientos
aniversario de la creación del Museo, se hicieron una serie de exposiciones y
estudios de las obras más emblemáticas, entre ellos el mencionado cuadro,
llegándose a la conclusión indubitada de que su autora era Sofonisba.
Retrato de Felipe II, obra de
Sofonisba de Anguissola
Lo mismo
ha ocurrido con una obra atribuida a El
Greco titulada La dama del armiño, de la que ahora se está absolutamente
seguro de que también es obra de la italiana.
Y así
ocurre con otras importantes obras atribuidas a hombres, cuya relación sería
tediosa, pero que se han estudiado en profundidad y los catálogos de los museos
y colecciones se han visto en la necesidad de cambiar la autoría que tenían atribuida,
para asignarlas a esta pintora.
Aparte del
enorme mérito que como pintora tiene Sofonisba, no es desdeñable el de haberse
impuesto a un mundo de hombres, hasta alcanzar un reconocimiento mundial, pero,
sobre todo, haber sido capaz de trasladar a España las técnicas de la pintura
renacentista que ella dominaba a la perfección.
Su
condición de mujer, pese a haber triunfado plenamente en la expresión de su
arte, le impuso unas limitaciones que, a la postre, nos ha impedido disfrutar
de muchas de las facetas de la pintura que ella no pudo ni siquiera rozar,
Por
ejemplo, no podía pintar cuerpos desnudos, como ya se ha dicho, sino vestidos
hasta el cuello, solamente con las manos y la cara al aire, tampoco pudo pintar
naturalezas, en las que seguro que también abría destacado.
Han pasado
muchos años desde que desapareció, pero ha vuelto a aparecer y con enorme
fuerza, provocando un reconocimiento mundial como a una de las primeras mujeres
pintoras y la primera en colgar cuadros en el Museo del Prado y actualmente la
crítica la considera la mejor retratista detrás de Velázquez.
Magnífico artículo Jose María, me encanta todo lo relativo al arte.
ResponderEliminarGracias.
Bonito artículo. Precisamente el mes pasado, en mi ultimo viaje a Madrid, estuve en el Prado y puede admirar ese retrato de Felipe II, magnífico.
ResponderEliminargenialmente expuesto, enhorabuena
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