¡La
cantidad de cosas que se aprenden leyendo¡ Hace unos días, cuando consultaba
una historia de Roma comprobé que nosotros hablamos del incendio de Roma, como
si solo hubiese habido un incendio y refiriéndonos preferentemente al ocurrido
en tiempos de Nerón y que fue achacado a los cristianos, para eludir otras
responsabilidades, pero lo cierto es que en Roma ocurrían incendios
constantemente y muchos de ellos de extrema gravedad.
Muy pocos
de estos incendios ocurrían en las casas de los patricios, mansiones amplias de
piedra rodeadas de jardines en donde era más difícil su propagación a viviendas
colindantes. Casi siempre estos ocurrían en “La
Subura”, un barrio de calles estrechas y gente muy pobre que vivía hacinada
en la colina del Quirinal, donde ahora está el palacio de la presidencia de
Italia e integrado por edificios de madera de varias plantas que se apoyaban
unos en otros, sin apenas ventilación y con unas estructuras sostenidas por
vigas de madera poco resistentes que la carcoma, el peso que soportaban y la
humedad ambiental, acaban por derribarlas, si antes no las consumía el fuego.
En cada
uno de estos edificios vivían varias familias por planta y en su interior se
hacía toda la vida familiar, desde las necesidades corporales, hasta la
preparación de la comida.
Con un
riesgo tan elevado derivado de la promiscuidad, la poca higiene, la nula
seguridad y la necesidad de encender fuego en su interior, tanto para
alumbrarse como para preparar la comida, no era de extrañar que en aquel
submundo, casi cada día saliera ardiendo uno de estos edificios, los cuales propagaban
el fuego a sus vecinos con una rapidez pasmosa.
Tal era la
gravedad del problema que la Ciudad, en tiempos del emperador Augusto, había
creado un cuerpo especial: los “Vigiles”,
una especie de bomberos que también era una policía de seguridad que velaba por
los edificios, sus habitantes y la seguridad de las calles.
Estaba
compuesto por unos siete mil esclavos libertos, que después de seis años de
servicio, adquirían la ciudadanía romana y podían ser totalmente libres.
Su equipo
de trabajo era muy completo en cuanto a herramientas y material y sobre todo
contaban con un carro tirado por dos caballos que recibía el nombre de “Sipho” en el que transportaban una
bomba de agua que actuaba por presión del aire.
Incluso el
entrenamiento que recibían era muy sofisticado y aprendían técnicas de
cortafuegos tal como se realizan hoy día. Los caballos también eran entrenados
para que no temiesen al fuego ni al humo, algo imprescindible para poder entrar
en el corazón del incendio.
Como es
natural, aquello de la bomba de agua les proporcionaba una gran eficacia,
frente a las cadenas humanas transportando el agua cubo a cubo y así, se
extendió la utilización de esta máquina impulsora de agua por otras ciudades
importantes.
Pero
aunque Roma las utilizó con profusión desde la creación de los “Vigiles”, no era un invento romano, ni
mucho menos.
En la
primera mitad del siglo III antes de nuestra Era, vivía en Alejandría un hombre
a quien sus contemporáneos ya aplicaron el calificativo de sabio. Se llamaba Ctesibio de Alejandría y era hijo de un
barbero local que desde pequeño dio muestras de su agudo ingenio y su capacidad
inventora.
La ciudad
que creara Alejandro Magno ya había adquirido mucho prestigio gracias a la
formidable biblioteca que bajo el mandato de la dinastía de los Ptolomeos se
estaba creando y a la que acudían a estudiar muchos sabios de todos los países.
Pero el
protagonista de esta historia no era un sabio al uso, es decir, no era un
filósofo, sino un inventor. Un inventor de cosas mecánicas, por eso dentro de
la llamada Escuela de Alejandría se le incluye en el capítulo de “mecánicos”,
en el que están también incluidos dos discípulos suyos, Filón y Herón, que aunque
no fueron contemporáneos, siguieron sus enseñanzas.
Para
ayudar a su padre en la barbería Ctesibio le construyó una especie de espejo,
que entonces se hacía de metal muy pulimentado, que podía subir y bajar a
voluntad, facilitando al cliente el observar el trabajo que se estaba haciendo
en su barba o cabeza, ajustando el espejo a su altura mediante un mecanismo de
palancas.
Más
adulto, perfeccionó sus conocimientos sobre mecánica e hidráulica, llegando a
la conclusión de que el aire se comportaba como el agua y otros líquidos, es
decir, podía ser conducido y, sometido a presión, era capaz de impulsar
objetos.
Bomba de aire comprimido de Ctesibio
Fueron
numerosos y muy diversos los objetos que construyó a lo largo de su vida y que
iban desde una especie de órgano musical accionado por aire comprimido y agua,
hasta una catapulta que usaba aire comprimido para lanzar grandes piedras a
mucha distancia.
Desgraciadamente
no han llegado ninguno de los escritos y diseños de las obras de Ctesibio y lo
que sabemos es por la relación que hicieron sus discípulos, algunos de los
cuales están perfectamente descritos.
No fue
suya la invención del reloj de agua, llamado “clepsidra” que tanto se utilizó
en la antigüedad y que era mucho más eficaz que el de sol o el de arena, pero
sobre él aplicó grandes innovaciones que lo hicieron de lo más eficaz. Sobre
todo en Grecia tuvieron las clepsidras una extraordinaria importancia y se
usaban para repartir los tiempos en los juicios, en el foro para los oradores y
para marcar tiempos en pruebas deportivas.
Perfeccionista
sobre todo, Ctesibio iba añadiendo a sus inventos nuevas cualidades para
perfeccionarlos y ampliar sus utilidades, como añadir un flotador en el
recipiente que recibía el agua y con un artilugio de su invención movía una
aguja que iba señalando las horas.
Otra de
sus grandes aportaciones fue la invención del sifón, para controlar los
movimientos del agua.
Los
griegos dividían las horas de sol en doce, por lo que no era lo mismo una hora
de verano que una de invierno y eso obligaba a hacer correcciones
constantemente, que se solventaban con el tamaño del orificio por el que fluía
el agua, pero este sabio inventó un dispositivo de forma cilíndrica que iba rotando
a una velocidad muy pequeña cada día, acortando o alargando la duración de una
hora según la estación. Su precisión era tal que hasta que no se inventó el
reloj de péndulo dos mil años después, no se consiguió una medición más certera
del tiempo.
Las rayas que marcan las horas están
inclinadas
También
incorporó a las clepsidras elementos de mera decoración o divertimento, como un
pájaro que piaba al paso de agua, marcando las horas, tañer de campanas o
marionetas que se movían y muchas otras variedades.
Si nos
fijamos, es exactamente lo que se ha venido utilizando en los relojes hasta
hace muy pocos años. Hemos visto muchos relojes de Cuco, de péndulo que dan
campanadas e incluso de muñecos en movimiento.
De la
combinación de la fuerza del aire comprimido y del agua, surgió su invento más
destacado y por el que ha empezado este artículo, que era la bomba de agua
usada tanto en fuentes, como para extraer aguas subterráneas o subirla a
niveles más altos y para combatir el fuego.
Evidentemente
la acción de estas bombas requerían la fuerza humana, como se ha venido
haciendo hasta la revolución industrial del siglo XIX.
Este
invento al que los romanos dieron una gran utilidad cayó en desuso con la
desaparición de Roma como potencia militar y no fue hasta el siglo XV que se
volvió a reinventar.
La
capacidad inventora de esta persona es comparable a la de los grandes
inventores de épocas más actuales, tomando en consideración que si Ctesibio
hubiese podido disponer como Einstein, Edison, Tesla y otros sabios, de toda la
tecnología que estos tuvieron a su disposición, quizás los hubiera superado.
Pero
además de inventor fue un genio de la geometría, solamente superado por
Arquímedes.
Un
grandísimo científico del que desgraciadamente hemos perdido toda su
producción, pues no se conserva ninguna de las obras que se sabe escribió y de
las que únicamente tenemos la referencia que han hecho sus discípulos y
seguidores.
Ayer
domingo 16 de junio, a las 02:30 el Canal Historia ha publicado un amplio
reportaje dedicado a Ctesibio y sus dos discípulos. Pensando que es un canal
minoritario y que la hora no era la de más audiencia, me animo a publicar este
artículo que tenía escrito varias semanas antes, en la seguridad de que para
muchas personas la historia será desconocida, aunque la originalidad me la ha
anulado la citada cadena de televisión.
Muy curioso el artículo!!!!
ResponderEliminarComisario,
ResponderEliminarestá claro que a esos horas no tienen muchos espectadores la TV y por lo tanto te agradecemos esta nueva Lupa
iNTERESANTE Y CURIOSO COMO SIEMRPE
ResponderEliminarla gente está viendo supervivientes a esa hora. La sorpresa de lo ameno y novedoso no te la quita nadie. Enhorabuena.
ResponderEliminarMagnífica historia, José María.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Óscar Lobato.