El declive
hegemónico español en el mar empezó mucho antes, cuando las marinas británicas
y holandesas dejan de temer a los navíos españoles y a enseñorearse de las
aguas, llegando incluso a atacar a las poblaciones costeras, pero el golpe de
gracia se lo dio la Batalla de Trafalgar.
Puesta
nuestra flota, todavía importante, en manos de un mando único, personalizado en
marino francés incompetente, hizo un planteamiento del enfrentamiento naval tan
favorable a la escuadra inglesa, que contando con un genio militar como Nelson
a la cabeza, no desaprovechó la oportunidad y nos dieron para ir pasando y eso
a pesar de la resistencia heroica de los grandes manirnos españoles que
comandaban nuestros barcos.
En uno de
esos buques, concretamente el “Príncipe
de Asturias”, iba como segundo comandante, un jovencísimo teniente de navío
al que daba órdenes nada menos que uno de los mejores y más aguerridos marinos
españoles: Federico Gravina.
Perfil del Príncipe de Asturias
(Revista Todo a Babor)
En el combate
de Trafalgar, Gravina sufrió la
amputación de un brazo que una bala de cañón le arrancó, pero aún así, fue
capaz, en colaboración con su segundo, de llevar el barco a Cádiz, donde buscó
refugio.
Un mes
después de tan épica hazaña, falleció en Cádiz a consecuencia de las graves
heridas y las infecciones a que la falta de higiene conducían inexorablemente.
Su segundo en el mando, reconocida su pericia y sobre todo su valor, fue
ascendido a capitán de Fragata y muy malparado física y psíquicamente, se
retiró a su tierra natal, Vitoria, para una temporada de descanso.
Este joven
marino, héroe de Trafalgar, reúne en su persona unas singularidades tan poco
conocidas que es necesario dedicarle unos renglones para poner al descubierto
su trayectoria profesional.
Se llamaba
Miguel Ricardo de Álava y Esquivel y vino al mundo el día siete de febrero de
1772, en el seno de una noble familia alavesa, en la que existían antecedentes
de gloriosos marinos, militares y políticos.
Después de
estudiar durante nueve años en el seminario de Vergara, con solo trece años
ingresó como cadete de infantería en el Regimiento Sevilla y dos años más tarde
conseguía su nombramiento como militar profesional con el grado de subteniente.
Era
costumbre en la época cambiar de cuerpos militares y así, completados sus
estudios como oficial de infantería, ingresó en la Armada, donde su tío Ricardo
era un prestigioso capitán de navío.
A la
sombra de este familiar fue adquiriendo una gran experiencia como marino y
militar, interviniendo en numerosas acciones de la marina española contra
Francia, en el sitio de Tolón, Inglaterra, Italia, defensa de Ceuta contra las
tropas marroquíes que intentaban tomar la ciudad que en aquella época se
reducía a un presidio militar y las guarniciones correspondientes, así como la
participación en otras acciones en las que el valor demostrado lo impulsaron en
su rápida carrera y con apenas veintidós años ya era teniente de fragata.
Participó,
como ayudante del jefe de escuadra, a la sazón, su tío Ricardo, en buena parte
de la vuelta al mundo que dio el navío “Europa”
y que se prolongó desde el 1795 hasta el 1800.
Estando en
Manila en operaciones de reparación y abastecimiento se le ordenó al joven
Miguel regresar a España, para entregar una documentación de suma importancia y
embarcó en un mercante americano, con tan mala fortuna que fue abordado por
barcos ingleses y sufrió cautiverio por varios meses, aunque esta vicisitud le
sirvió para aprender inglés, que más tarde le sería de suma utilidad.
Lienzo de Miguel R. De Álava y
Esquivel
Ya en
Cádiz, fue destinado como ayudante del teniente general Gravina, jefe de la
escuadra española, momento en el que a raíz de la oprobiosa etapa en la que
España se rindió a Napoleón, nuestra escuadra se integró a la francesa que
mandaba el inepto almirante Villeneuve, posterior artífice de la tremenda
derrota de Trafalgar. De sus relaciones con los marinos franceses, adquirió
gran soltura en el manejo del idioma, lo que también le sería de gran
trascendencia en épocas y hechos posteriores.
Su
participación brillantísima en la Batalla de Trafalgar le valió un nuevo
ascenso, pero hubo de solicitar una licencia real para reponer su quebrantado
estado de salud.
Cuando por
fin, España se rebela contra los franceses, a partir del dos de mayo de 1808, Miguel
se incorpora al ejército, donde por falta de oficialidad competente, fue
promovido a coronel.
Aquí sus
conocimientos de inglés y francés hicieron valer sus otros méritos para que
fuese designado ayudante del capitán general inglés, duque Wellington, que
mandaba en España las tropas de la alianza formada en Europa contra el tirano
francés.
Y en
acciones de tierra, Miguel de Álava, destaca en la toma de importantes ciudades
fuertes del ejército francés: Badajoz, Ciudad Rodrigo, Talavera de la Reina y
en batallas memorables que escribieron páginas de honor para las tropas
españolas: Arapiles, Vitoria, San Marcial, Tolousse…, pues el duque de
Wellington consiguió expulsar a las tropas francesas de España e incluso
invadir el sur de Francia, de ahí su participación en la batalla de Tolousse.
Tanta
confianza depositó el duque de Wellington en su ayudante Miguel de Álava que no
permitía que se separara de él y tras la primera caída de Napoleón, hizo que se
le nombrara embajador de España en París.
Como ya se
ha expuesto en otros artículos, la reclusión de emperador francés en la isla de
Elba no fue más que una pantomima de las medrosas cortes europeas, que aún no
sabían qué hacer con él y resultaba muy duro tomar decisiones drásticas cuando
se sabía que contaba con el apoyo, no solo de Francia, a la sazón una gran
potencia bélica, sino de otros países europeos.
Por eso
casi se le deja huir de su cautiverio, en donde se había dejado una fuerte
guarnición militar absolutamente fiel al “corso”.
Ya contaba
en anterior artículo cómo la prensa francesa fue cambiando de titulares
conforme Napoleón se acercaba a París, aglutinando detrás de él a muchos
regimientos que le guardaban absoluta fidelidad. Así, desde titular que “el
ogro, huido de la isla de Elba, había desembarcado en Antibes, Francia”, fue
dulcificando titulares y el siguiente fue “el tigre ha llegado a Gab”, para
después comunicar que “el tirano ya estaba en Lyon”. Mas tarde se decía: “el
usurpador a seis jornadas de París” y al día siguiente: “Bonaparte avanza a
gran velocidad”; hasta que, por fin se publicó: “en la tarde de ayer, su
majestad el emperador hizo su entrada en París. ¡Viva el Imperio!”. Todo esto
lo puedes releer en mi artículo de 2013 que puedes consultar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/08/colocate-o-no-sales-en-la-foto.html
Como es
natural, las potencias europeas advirtieron desde un principio el peligro que
un genio militar como Napoleón, apoyado por un ejército poderosísimo, iba a
suponer para todo el continente y, tímidamente al principio, se formó una
primera coalición de naciones que forman el imperio Austro-Húngaro y Prusia, temerosos
de que la revolución iniciada en Francia se extienda a sus territorios.
Unos años
mas tarde se forma una segunda coalición en la que entran además Gran Bretaña y
Rusia. Es el año 1779.
Y así se
van formando coaliciones hasta la séptima, en 1815 y en la que entran España,
Portugal y Suecia, junto a las otras naciones que habían mantenido el avance
del que entonces era denominado en Europa como “El Monstruo”.
Y es a
través de la integración española en esta séptima coalición, la circunstancia
para que Miguel de Álava, militar experimentado en tierra y mar y posiblemente
el único de alta graduación que hablase tres idiomas, la razón por la que el
gobierno español lo coloca junto a Wellington.
De Álava
era un hombre erudito, de una familia en la que destacaban eminentes personajes
en muchas ramas del conocimiento y Wellington era, asimismo, amante de la
cultura, lo que pudo ser la causa de que entre ambos se trabara una amistad que
duraría toda la vida y la consecuencia más importante, a juicio de expertos
historiadores es que integrado en el ejército de la coalición fue el único
español que participó en la famosa batalla de Waterloo que puso fin al Imperio
de los Cien días y acabó con la amenaza napoleónica para siempre.
Esta
intervención de Miguel de Álava supone que se da en él la rara circunstancia de
haber luchado en el bando napoleónico, en la batalla de Trafalgar y luego, diez
años más tarde, haberlo hecho contra el que fue su “aliado” y conseguir su
definitiva aniquilación.
Durante la
regencia de María Cristina, por la minoría de edad de Isabel II, el 21 de septiembre de 1835, fue nombrado
Presidente del Consejo de Ministros, cuando se encontraba en Londres como
embajador de España.
Pero el
designado no mostró ningún interés por venir a España para hacerse cargo de tan
importante nombramiento y ante la supuesta desidia, la Regente se vio obligada
a nombrar un presidente interino, a la espera que el titular se presentara,
pero Miguel de Álava no regresó nunca más a España, solicitando de la reina regente
que aceptara su renuncia al cargo, cosa que no tuvo más remedio que admitir y
nombró en su lugar a Mendizábal.
Triste siglo XIX para España que empezó con la invasión napoleónica y termino con la perdida de los amadísimos territorios de ultramar (que no colonias). Dicen que a Napoleón le venció el general invierno pero el general invierno es solo un ente abstracto e imponderable de la naturaleza. Lo que parece que nadie quiere saber (y gracias a Benito Perez Galdós tenemos el relato histórico) es que España fue el Vietnam de Napoleón (el primer Vietnam de los franceses) donde empezó a perder batallas y donde el mejor ejército del momento se desangro luchando contra gente normal y corriente que solo buscaba su libertad (irónico que fuesen esas mismas gentes las que luego abrazaran las cadenas). Más tarde, por desgracia y por la inutilidad del peor rey que hemos tenido, no fuimos a Waterloo y todo ese sacrificio que hizo el pueblo español (el pueblo no sus dirigentes) no sirvió para conservar nuestro puesto en la historia al faltar a la última cita decisiva del momento. La conclusión es clara ... no importa los sacrificios que se hagan si no rematamos la faena. Los políticos actuales, muy preocupados con sus intereses, deberían tomar nota de que siempre, siempre, hay que ir a Waterloo. La pena es que nosotros seguimos amando las cadenas y rechazando las oportunidades que la historia se empeña en darnos por culpa del pecado cainita de la envidia que nos domina. En Azores ni siquiera estaba Portugal, soberana de la plaza, y renunciamos a ser de nuevo potencia por la demagogia ideológico que nos sacó de Irak (donde nunca estuvimos) pero permitió que Afganistán fuese regada con sangre española por nada o quizás solo para que un ateo confeso pudiera ir al día de la oración yanqui. No me extraña que el protagonista del artículo prefiriese quedarse en Inglaterra, yo (quizás) hubiese hecho lo mismo, si no fuera porque, desde el exilio que me obliga la inutilidad de nuestros políticos, sigo sintiendo un profundo dolor por todo lo que le pasa a nuestra amadísima España.
ResponderEliminarBuen artículo!!!¡
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