En la
época de los “graffitis”, las amenazas terroristas o las dianas pintadas sobre
un nombre, no nos causan ya demasiada extrañeza y la lectura de frases llenas
de odio y amenazas son tan corrientes que ni siquiera las leemos, pero en los
tiempos en que se va a desarrollar esta historia, la cosa no era usual; más
bien era extremadamente raro que un terrorista anunciara que iba a cometer un
atentado y mucho más inusual si éste era un magnicidio.
Fue el
hecho tan extraño hasta el extremo de que causó impresión en alguien que, días
después, llegó a reconocer al que había escrito aquel mensaje.
La
historia es de todos conocida, aunque quizás este detalle no haya tenido la
debida difusión.
Uno de los
restaurantes con historia de Madrid se encuentra en la calle Mayor número 84.
Se llama Casa de Comidas Ciriaco y, ciertamente, para los que hemos tenido el
placer de sentarnos a una de sus mesas, nos resulta obligado decir que se come
francamente bien. Eso sí, cocina tradicional, nada de “platos desestructurados”
ni con nombres irreconocibles: cocidos, perdiz con judías....
En el
restaurante, si es que antes no ha conocido su historia, se va a impregnar de
ella, porque desde el cuarto piso de aquel edificio, es decir, encima de lo que
entonces era un despacho de vinos y se rotulaba con el número 88 de la calle
Mayor, un anarquista llamado Mateo Morral Roca, arrojó una bomba muy potente camuflada
en un ramo de flores, al paso de la carroza en la que viajaban el rey Alfonso
XIII y su flamante esposa, Victoria Eugenia de Battenberg.
Era el 31
de mayo del año 1906, una preciosa mañana primaveral y en la iglesia de los
Jerónimos de Madrid se había celebrado el enlace regio de Alfonso y Victoria,
que tras ser sacramentado, se exhibían en la nueva condición de los esposos,
ante el pueblo madrileño que los aclamaba.
El
recorrido estaba a punto de terminar, pues al final de la calle Mayor, se
encuentra el Palacio de Oriente que sería la residencia del matrimonio.
Al pasar
por el número 88, una bomba de gran potencia convirtió la alegre mañana en un
baño de sangre, dolor y confusión.
Eran los
máximos responsables políticos en aquel momento, Segismundo Moret, presidente
del Consejo de Ministros y el Conde de Romanones, Ministro de la Gobernación.
Ambos
fallaron, como falló todo el sistema de información que, en aquella época,
siendo precario en medios, tenía sin embargo muchísimo control sobre la
población.
Mateo
Morral era un joven catalán, nacido en Sabadell en 1879, en el seno de una
familia burguesa, con un padre industrial del sector textil, de tendencias
republicanas y una madre de una
catolicidad extrema.
Mateo
estudió en colegios laicos y con edad suficiente, se desplazó a Francia y
Alemania para completar su formación en el sector textil al que pertenecía su
padre.
De la
transformación desde burgués, republicano y católico a anarquista activo, no se
tiene constancia, pero parece ser que fue durante su estancia en Alemania, en
donde entró en contacto con este movimiento que entonces hacía furor en Europa
y del que Cataluña no estaba ajena.
Como
persona gris que era, se sabe poquísimo de su vida, pero algo se fue
descubriendo tras el magnicidio, como por ejemplo que había frecuentado la casa
del italiano Malatesta, considerado el ideólogo del anarquismo.
De buena
presencia, finos modales y cartera repleta, no causó ninguna extrañeza que
pagara por adelantado, con un billete quinientas pesetas, una habitación en la
pensión en la que se hospedó para esperar el momento del atentado. Circulaban
tan pocos billetes de esta cantidad en la época que debió haber levantado
sospechas en los propietarios de la pensión.
Pocos días
antes del atentado recibió de Francia un paquete envuelto en una bandera francesa
en el que estaba contenida la bomba “Orsini” que empleó en el atentado. Con el
paquete entró en la pensión y tampoco produjo ninguna sorpresa, ni siquiera por
la bandera de Francia.
El propio
Morral era experto en fabricación de estos artefactos, pues en un librito que
había escrito y que se titulaba “Pensamiento revolucionario”, explicaba de
manera minuciosa cómo habrían de fabricarse.
Tampoco
causó extrañeza que una persona ofreciera diez mil pesetas a una señora para
que acercase un ramo de flores a la carroza del rey y que la señora rechazó,
seguramente por el desproporcionado peso del ramo, ya que se calcula que la
bomba debía pesar unos veinte quilos.
Lo cierto
es que alrededor de las dos de la tarde, la carroza real pasó bajo el balcón en
el que se encontraba Morral y arrojó la bomba, matando a 24 personas e hiriendo
a más de un centenar.
Oportuna fotografía del momento del
atentado
No se
cuentan los animales que murieron también en la explosión, pues la carroza iba
rodeada de alabarderos a caballo.
Inmediatamente
y aprovechando la enorme confusión del momento, huyó del lugar, porque por muy
anarquista convencido que fuera, dejarse prender sería su último deseo.
Al otro
lado de la calle se descubrió otro artefacto similar que no llegó a hacer
explosión, lo que confirma la información que posteriormente daría un ciudadano
madrileño: eran dos los anarquistas que atentaron contra los reyes, aunque
solamente se conoce la identidad de uno de ellos.
Hasta aquí
todo parece como si se desenvolviera dentro de lo que es un atentado terrorista
con su planteamiento, desarrollo y ejecución, pero unos días después del
terrible suceso, el diario madrileño “ABC” publicó una noticia sorprendente.
Estaba
fechada el 15 de junio y junto con un par fotografías, contaba una historia que
ponía el vello de punta.
El
ciudadano madrileño antes aludido, llamado Vicente García Ruipérez, al ver la fotografía
que la prensa publicó del rostro de Mateo Morral, se presentó en un cuartelillo
de policía e hizo unas manifestaciones explosivas.
Unos días
antes del atentado, concretamente el día 26, paseaba por el parque del Retiro
madrileño junto con uno de sus hijos de corta edad, cuando observó que dos
hombres, se encontraban grabando algo con una navaja muy afilada, en un árbol del
Paseo de Lauro, perpendicular al famoso Paseo de Coches. Iban estos dos individuos bien vestidos
y tocado uno de ellos con una gorra y el otro con un sombrero “Frégoli”.
Era este
sombrero que se estaba haciendo muy popular y había sido diseñado por el actor
y cantante italiano Leopoldo Frégoli y luego copiado por todos los sombrereros
del mundo. Es el clásico sombrero que hemos conocido todos, pero que en 1906
era toda una novedad, de ahí que en el señor Ruipérez hubiese causado impresión
como para fijarse detenidamente en él.
Cuando
esas dos personas advirtieron que estaban siendo observadas, se marcharon
rápidamente del lugar, lo que permitió al señor Ruipérez acercarse al árbol y
contemplar el grabado.
De momento
no le dio demasiada importancia, pues creyó obra de algún exaltado el mensaje
que allí habían grabado, pero conocido el atentado y cuando contempló en la
prensa la cara de Morral, lo comprendió todo.
El grabado
fue fotografiado y es relativamente conocido y de haberse descubierto en el
mismo día o antes del magnicidio, quizás todo se podría haber evitado, pero el
señor Ruipérez no advirtió peligro alguno y ninguna otra persona, ni siquiera
los guardas del Retiro, advirtieron la amenaza.
Fotografía del grabado publicada en
“ABC”
Como
quiera que los reyes habían salido ilesos, el autor detenido y muerto dos días
después, el asunto fue pronto destinado al olvido y de los detalles que ahora
conocemos, se dijo bien poco en su tiempo.
Pocos días
después del atentado, el guarda de castillo de Aldovea, situado entre San
Fernando de Henares y Torrejón de Ardoz, encuentra merodeando a un individuo
que le levanta sospechas, por lo que decide llevarlo a Torrejón y entregarlo a
la Guardia Civil. El individuo sospechoso es Mateo Morral, que no debía ir
solo, porque según se sabe por las diligencias judiciales, caminaba delante del
guarda, como a unos veinte metros, cuando se volvió y disparó sobre su captor,
al que acertó en la boca, causándole una muerte instantánea y seguidamente se
suicidó, pegándose un tiro en el pecho (hemitórax derecho), con orificio de salida
por el homóplato del lado izquierdo, pero según dictamen forense, efectuado
desde una distancia que invalida el suicidio.
Parece
evidente que alguien más interviene y ante la detención de Morral,
completamente casual, toma la determinación de eliminar todo lo que pueda
implicar a la célula anarquista.
Hay muchas
más irregularidades e inexactitudes en todo este suceso que desde luego no fue
un atentado aislado, sino que formaba parte de un muy bien urdido complot, pero
creo que lo más sorprendente fue anunciarlo con el grabado del árbol y es lo
que he querido destacar.
En esta dirección de internet puede ver la fotografía que publicó el prestigioso periódico el día 15 de junio.
La extraña historia política de España
ResponderEliminarMuy, muy interesante el artículo. Siempre lo catalán en los momentos más sórdidos...
ResponderEliminar