Desde que castellanos, aragoneses y andaluces se lanzaron a los mares, comenzaron a
proliferar toda una serie de marinos ilustres que especializado cada uno de
ellos en sus latitudes, fueron capaces de trazar las rutas que rodearan todo el
globo terrestre.
Los
aragoneses se hicieron dueños del Mediterráneo. Castellanos y andaluces
iniciaron arriesgadas navegaciones primero en el Atlántico y luego en el
Pacífico.
Las
dificultades de la navegación en los siglos XV y siguientes eran múltiples.
En primer
lugar el diseño de las embarcaciones y sus aparejos permitían una navegación
muy limitada, teniendo que llevar siempre el viento favorable (barlovento). Por
otro lado la limitada tecnología con la que se construían los barcos no los
hacía eficaces para largas singladuras y tras varios meses de navegación
empezaban a deteriorarse, a hacer agua y a pudrirse el maderamen. En segundo
lugar no podían determinar la longitud en la que se hallaban, una vez perdida
de vista la costa.
Por último
el problema de la alimentación, que no era de poca importancia.
Con
valentía y arrojo, un buque de aquella época podía llegar hasta donde el viento
lo llevase, pero volver era otra cosa muy distinta y complicada.
Cristóbal
Colón conocía los vientos alisios que soplan constante desde la orilla Este del
Atlántico hacia la Oeste. Desde las costas africanas hasta las americanas y
usándolos, arribó al nuevo continente.
Pero
volver fue más complicado, aunque sabía de la existencia de los contra alisios
y de la corriente del Golfo de Méjico, encontrar el punto en que estas dos
circunstancias coadyuvaran a la navegación de vuelta, era complicado.
Las cosas
ocurrían así en el Atlántico, un gran océano, sin duda, que se hacía poco a
poco más navegable gracias a la pericia de aquellos ilustres marinos, pero sus
dimensiones y su conocimiento no eran nada comparables con la navegación del Océano
Pacífico, infinitamente más grande y desconocido, no en vano ocupa casi la
tercera parte de toda la superficie de la Tierra; por eso, las primeras
navegaciones por lo que entonces se llamaba Mar del Sur, fueron de una tremenda
dificultad.
Pasar el
Cabo de Hornos y seguir la ascendente costa para llegar al Perú, no presentaba
grandes dificultades.
Cruzar a
pie el istmo de Panamá, después de haber desembarcado en Veracruz o Portobelo y
continuar navegando hasta Perú, tampoco las suponía, pero el afán de los
descubridores de llegar más allá, hasta encontrar la “Terra remota Australis” era un asunto mucho más complicado.
Navegar
desde las costas americanas hacia el oeste, en busca de los paraísos de las
sedas, las especias, las maderas y marfiles, era relativamente fácil, el
retorno era imposible.
Los
alisios, también presentes en el Pacífico, empujaban las naves con cierta
rapidez y desde cualquier punto de la costa, entre el Cabo de Hornos y la
Península de California, era posible viajar hacia el Oeste, pero regresar era
un verdadero problema.
A toda
esta dificultad había que añadir otra que era la escasa tecnología con que se
construían las naves de aquella época que no resistían unos viajes tan largos
desde la Península Ibérica hasta las Molucas o Filipinas.
Pero
Hernán Cortés, en una carta que le dirige al rey Carlos I, le hace saber que en
la costa del Pacífico ha empezado a construir navíos y bergantines con el fin
de explorar aquellos mares.
Partir de
las costas americanas con buques nuevos suponía dar un importante giro a la
navegación.
Pero
hubieron de pasar todavía algunos años para que se consolidara la posibilidad
de navegar el Océano Pacífico.
En este
periodo de tiempo aparece la figura de un piloto excepcional; se trata de
Andrés de Urdaneta y Ceráin, nacido en 1508 en la ciudad guipuzcoana de
Villafranca de Ordicia, en el seno de una familia de ilustre linaje.
Con apenas
17 años formó parte de la expedición dirigida por un pariente suyo, Jofre de
Loaisa, para colonizar las Islas Molucas, cuya titularidad estaba en litigio
entre España y Portugal.
Retrato de Andrés de Urdaneta
Era una
expedición formada por siete naves y 450 hombres, entre los que figuraba Juan
Sebastián Elcano. La expedición duró once años y en ella encontraron la muerte
Loaysa y Elcano, regresando a España una única nave capitaneada por Urdaneta
con veintidós hombres.
El emperador Carlos lo recibió y el navegante
le entregó una memoria de todo lo sucedido en la expedición.
En la
corte, Urdaneta conoce a Pedro de Alvarado, mano derecha de Hernán Cortés y con
él regresa a Nueva España, actual Méjico, donde se prepara una nueva expedición
a Molucas y Filipinas.
En ese
intervalo y sin que se sepan muy bien las razones, Urdaneta decide ingresar en
la orden de los Agustinos, cuando ya tenía 45 años.
Mientras, en
Acapulco, se estaban construyendo los barcos que conformaría la nueva
expedición en la que figuraba como máximo responsable Miguel López de Legazpi
que a la postre sería el conquistador de Filipinas.
El 21 de
noviembre de 1564 zarpó la expedición del puerto de La Navidad, en Méjico y dos
meses después arribaron a las Filipinas sin grandes incidencias en el viaje y
aprovechando los tan repetidos vientos alisios. La expedición estaba compuesta
por cuatro buques: dos naos la San Pedro y la San Pablo y dos pataches: el San
Juan y el San Lucas y llevaba 480 hombres a bordo: 150 hombres de mar y el
resto, cinco agustinos, colonos y militares.
Aquella
expedición fundó el primer asentamiento español en el archipiélago: Villa San Miguel, con el que se inició una
ocupación que duraría 333 años.
En
Filipinas permanecieron una larga temporada, reparando los buques y esperando
un tiempo favorable para intentar el regreso y el uno de junio de 1565 zarparon
con destino a lo casi desconocido, aunque la meta era volver a Nueva España.
Aprovechando
vientos del suroeste, Urdaneta y el resto de los pilotos de los barcos que
regresaban, dejaron atrás Filipinas dirigiéndose cada vez más al norte; así,
ascendieron hasta los 42º Norte en donde por casualidad, se encontró con una
corriente que le impulsaba hacia el Este.
Era la
corriente que actualmente se conoce como Kuro Siwo, una corriente muy fuerte
que nace en las costas de China, sube hasta Japón y allí se funde con otra
corriente que procede del Estrecho de Bering y las islas Aleutianas.
Esas dos
corriente juntas impulsaron los buques hacia el continente americano, hasta las
costas norte de California, desde donde navegaron hacia el sur, costeando, para
llegar a Acapulco.
Habían
recorrido más de catorce mil kilómetros, a una media de cien kilómetros al día.
Pero al
llegar a Acapulco se encontraron con que un capitán de la expedición llamado
Alonso de Arellano, con cuyo barco perdieron contacto a poco de salir de
Filipinas, se les había adelantado.
Sin
embargo Urdaneta argumentó mejor su ruta, cosa que Arellano no pudo efectuar y
creyendo que su regreso se hubiera debido más a un golpe de fortuna que a una
experiencia científica lo cierto es que desde aquel momento la ruta del
tornaviaje fue la que descubrió el fraile Agustino.
A partir
de entonces los buques españoles comenzaron a navegar asiduamente desde Nueva
España hasta Filipinas y regresar de manera regular a Acapulco, tanto es así
como que al buque que hacía la ruta se le llamaba Galeón de Manila.
Esta
posibilidad de ir y regresar produjo un tráfico constante de mercancías
orientales, no solamente de Filipinas, sino de todo el continente asiático que
muchos mercaderes nativos se encargaban de transportar desde India, China o
Japón hasta las Islas Filipinas, donde eran cargadas y traídas a España, vía
Méjico.
Las rutas del Océano Pacífico estaban
dominadas y los barcos españoles surcaban aquellas aguas con tanta prodigalidad
que el inmenso océano empezó a ser conocido como “El lago español”.
Siempre tuvimos grandes naveganges descubridores...
ResponderEliminarAl comienzo de tu Artículo te refieres a castellanos, aragonoses y andaluces, creo que a la caterva (es una adjetivacion numerica)de "neohistoriadores", que quieren o mejor, estan reescribiendo la Historia, les va a faltar el que incluyas a catalanes, simple condado del Reino de Aragon, ya que vienen manteniendo que hasta Cristobal Colon era catalan.
ResponderEliminarComico, si no fuera tragica la incultura historica que se está fomentando.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarOtra triste realidad que ilustra lo injusto de la historia que ha pasado por designar a los españoles como malos marineros cuando la realidad del cuento es que, no solo abrimos rutas imposibles para cualquier otra potencia, si no que dominamos los mares contra turcos, berberiscos, holandeses, portugueses, ingleses, franceses, chinos, japoneses (Cagayán) y malayos durante siglos y todos a la vez en una sucesión incansable hasta nuestro glorioso final. Sin embargo en el imaginario mundial ese puesto lo ocupan los ingleses, que curiosamente tienen personajes como Drake, Vernon o Nelson como ejemplo, cuando realmente el pirata Sr. Drake se limitó a atacar a traición plazas desprotegidas (y no siempre con éxito) mientras huía de nuestra flota hasta que fue cazado o el famoso Vernon, “conquistador de Cartagena de indias hasta donde la fuerza naval pudo llevar la victoria” (que es para morirse de la risa) o incluso el mismísimo Nelson que fue de derrota en derrota hasta su victoria final en Trafalgar donde encontró la muerte (nada que ver con Blas de Lenzo que murió invito y se puede decir que en la cama). Después de eso, el imperio británico (a diferencia del español) no tuvo que medirse a ninguna potencia marítima hasta la segunda guerra mundial donde su armada quedo como quedo y que, de no ser por los EEUU, dudo hubiese siquiera sobrevivido. Pero en fin, así se escribe la historia y así nos lo han contado.
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