He escrito
muchos artículos sobre personajes importantes de la historia, las artes, las
letras o los ingenios que han sido olvidados e incluso no se han llegado a
conocer. Esa es una de las finalidades de este blog, sacar del olvido a
personajes ilustres que por sus aportaciones deberían haber disfrutado de un
permanente reconocimiento.
Este país nuestro tiene la extraña tendencia a
arrinconar verdaderos genios porque no eran de la ideología imperante, se oponían
con sus descubrimiento a la ciencia ortodoxa o lo que es aún más injusto,
chocaban con preceptos arcaicos e inamovibles de la santa madre Iglesia.
Sobre todo,
si los motivos eran religiosos, los casos solían ser más dolorosos de lo normal,
porque entre otras cosas se podía terminar completamente desacreditado o en la
hoguera, por no mencionar que la pureza de sangre era una verdadera atrocidad
que cercenaba el desarrollo del conocimiento por el simple hecho de haber
nacido en una familia de judíos aunque por generaciones hubiesen renunciado a
su religión.
En este
caso, el ignorado personaje es de primera fila, aunque parece que ni siquiera
se sentaba en el patio de butacas. Se trata de un aragonés llamado Pedro Juan
de Lastanosa, nacido en 1527 en Monzón, en la provincia de Huesca, casi
limítrofe con Cataluña; fue el menor de ¡veintiún hermanos!, perteneciendo a
una familia de rancio abolengo, uno de cuyos antepasados guerreó con el rey
aragonés Jaime I el Conquistador.
Sin
embargo, mediado el siglo XVI, hubieron de trasladarse a Huesca por las
continuas desavenencias con sus vecinos que los tachaban de conversos, aunque
muchos de los componentes de la larga familia de los Lastanosa habían venido
desempeñando cargos importantes en la corte de Aragón, incluso ejercieron
mecenazgo en las artes y las letras.
Sin ningún
lugar a dudas, de todos los miembros de esta larguísima familia el protagonista
de esta historia es el más destacado.
Estudió en
las universidades de Huesca, Alcalá de Henares, Salamanca, París y Lovaina, de
donde salió doctorado en buenas letras, matemáticas y en teología, materia
indispensable en la época para continuar la formación en otras facetas del
saber.
Debió ser
un erudito en muchas materias pues a la formación que recibió en tan
importantes universidades habría que agregar la adquirida en la extensa
biblioteca familiar que él mismo fue ampliando y que se consolidó años más
tarde con un nieto de su hermano mayor, Vicencio Juan de Lastanosa, cuyo
amplísimo inventario es conocido, pues se recuperó un códice en el que se
relacionan todos los libros componiendo una relación muy extensa.
A mediados
del siglo XVI, Pedro Juan se encontraba en Bruselas, donde se sabe que
colaboraba con el famoso cosmógrafo, matemático e ingeniero español Jerónimo
Girava.
Estando en
Bruselas, el emperador Carlos V les ordenó a ambos trasladarse a Nápoles para
solucionar serios problemas de abastecimiento de aguas que tenía la ciudad, que
desde época romana se había venido surtiendo por un acueducto que aun estaba en
funcionamiento, pero de escaso caudal para las necesidades de la populosa urbe
en que Nápoles se estaba convirtiendo.
Este
acueducto utilizaba las aguas de un río llamado Serino y a través de un
recorrido de setenta y siete kilómetros, llegaba a Nápoles, pero lo que había
sido suficiente hasta entonces, ya no lo era porque la ciudad se había
convertido en la capital del virreinato español y sus proporciones habían
aumentado de manera exponencial. Aparte de eso, en varias zonas del largo
recorrido presentaba deficiencias propias de la vetustez de la obra.
Con este motivo
Lastanosa elaboró un dictamen exhaustivo que sirvió de base para acometer el
proyecto de reparación, y aumentar la traída de aguas con las procedentes de
una fuente situada en la falda del Vesubio.
Mediados
los años sesenta de aquel siglo, Lastanosa debía tener conocimientos y
reconocimientos suficientes para que el rey Felipe II lo nombrase “Criado
ordinario”, según consta en documento acreditativo de tal nombramiento que
dice:
“Habiendo tenido relación de las letras, suficiencia, habilidad y
experiencia que vos Pedro Juan de Lastanosa tenéis en cosas de fábricas,
fortificaciones, máquinas y otras cosas que podrán ser de importancia a nuestro
servicio, nuestra merced y voluntad es de os recibir, como por la presente os
recibimos, por nuestro criado ordinario…”
No he sido
capaz de averiguar en que consistía exactamente el cargo de criado ordinario,
pero sí que éste estaba apoyado por un sueldo de trescientos ducados anuales y
otros beneficios que por estar cerca del rey, reportaba. A cambio debía acudir
a consulta en cualquier lugar dentro de las fronteras del imperio, para asuntos
en los que fuera menester su profesión y sus conocimientos.
Desde
entonces y hasta después de su muerte sus herederos, estuvo cobrando el sueldo
asignado, lo que le permitía vivir con holgura y relacionarse con personajes de
la ciencia y la cultura.
Se sabe
que tuvo íntima relación con el célebre catedrático de matemáticas de Alcalá de
Henares, don Pedro de Esquivel, con Juanelo Turriano y con Arias Montano.
(Sobre
ambos he publicado sendos artículos que puedes consultar aquí:
http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-calle-del-hombre-de-palo.html
y aquí: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2020/10/v-behaviorurldefaultvmlo.html
Así como con
los arquitectos Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera entre otros muchos.
De sus
conocimientos en determinadas materias, todas relacionadas con la construcción,
cabe destacar que las obras hidráulicas fueron una de sus especialidades.
Además de
lo visto en Nápoles, Lastanosa participó como ingeniero en las obras del Canal
Imperial de Aragón que se convertiría en una de las obras hidráulicas más
importantes de Europa y que servía como canal de riego y de navegación, por
donde se transportaban mercancías y viajeros, además de asegurar el regadío
entre las localidades de Tudela y Zaragoza.
El canal corría casi paralelo al río Ebro por su margen derecha y su
finalidad era hacer navegable este tramo de ciento diez kilómetros, salvando
desniveles con ingeniosos sistemas de esclusas; diseñó las canalizaciones de
riegos en Murcia y participó en el dibujo del mapa topográfico de España.
Fue
inventor de varias máquinas, entre ellas el molino de pesas, cuya efectividad no
estuvo nunca suficientemente contrastada, pero poseía varios privilegios de
invención, las actuales patente, lo que indica que registró sus inventos.
Su amistad
con Arias Montano le hizo intervenir en la ordenación de la Biblioteca de El
Escorial, formando parte del grupo de intelectuales escogidos para llevar a
cabo tan ardua tarea.
Una de las salas de la Biblioteca Escurialense
Lastanosa
murió en Madrid en el año 1576 y en el inventario de sus bienes que se conserva
en el Archivo de Protocolos de Madrid, se hace una relación exhaustiva de los
mismos, que evidentemente corresponden a una persona de alto rango social en
cuanto a bienes materiales y ese mismo rango referido a su intelectualidad,
pues poseía una biblioteca con quinientos volúmenes, cifra impensable para una
colección privada en aquella época.
Hacia
1565, el rey Felipe II, con una visión de estadista poco común, ordenó hacer
una “Descripción Corográfica de España” que no es otra cosa que levantar un
mapa lo más certero posible de todo el territorio nacional, tarea ingente, por
cierto, para lo que se empleó el sistema conocido como triangulación. Así, se
determinaría la posición exacta de poblaciones y accidentes geográficos de todo
tipo, convirtiéndose dicho trabajo en el primer intento de descripción
geodésica de un país.
En España
el sistema empleado para el levantamiento de esos mapas era completamente
desconocido, incluso para un matemático del prestigio de Esquivel y fue
Lastanosa el encargado de enseñar la técnica al profesor, técnica que él había
aprendido en sus tiempos de Bruselas al lado del ingeniero y cosmógrafo
Jerónimo Girava.
Naturalmente
la extraordinaria tarea que suponía el levantamiento detallado de toda la
geografía española quedó inconcluso y aunque fue luego continuado por
diferentes técnico, lo cierto es que no vio su fin.
Indudablemente
estamos ante un hombre de conocimientos muy superiores a los de su época y que,
si además fue el autor del famoso libro que en mi anterior artículo relataba,
lo convertirían en un inventor de la altura de Leonardo da Vinci.
Gracias José María por hacernos partícipes de tu trabajo.Un abrazo.
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