jueves, 29 de octubre de 2020

OTRO SABIO OLVIDADO

 

He escrito muchos artículos sobre personajes importantes de la historia, las artes, las letras o los ingenios que han sido olvidados e incluso no se han llegado a conocer. Esa es una de las finalidades de este blog, sacar del olvido a personajes ilustres que por sus aportaciones deberían haber disfrutado de un permanente reconocimiento.

 Este país nuestro tiene la extraña tendencia a arrinconar verdaderos genios porque no eran de la ideología imperante, se oponían con sus descubrimiento a la ciencia ortodoxa o lo que es aún más injusto, chocaban con preceptos arcaicos e inamovibles de la santa madre Iglesia.

Sobre todo, si los motivos eran religiosos, los casos solían ser más dolorosos de lo normal, porque entre otras cosas se podía terminar completamente desacreditado o en la hoguera, por no mencionar que la pureza de sangre era una verdadera atrocidad que cercenaba el desarrollo del conocimiento por el simple hecho de haber nacido en una familia de judíos aunque por generaciones hubiesen renunciado a su religión.

En este caso, el ignorado personaje es de primera fila, aunque parece que ni siquiera se sentaba en el patio de butacas. Se trata de un aragonés llamado Pedro Juan de Lastanosa, nacido en 1527 en Monzón, en la provincia de Huesca, casi limítrofe con Cataluña; fue el menor de ¡veintiún hermanos!, perteneciendo a una familia de rancio abolengo, uno de cuyos antepasados guerreó con el rey aragonés Jaime I el Conquistador.

Sin embargo, mediado el siglo XVI, hubieron de trasladarse a Huesca por las continuas desavenencias con sus vecinos que los tachaban de conversos, aunque muchos de los componentes de la larga familia de los Lastanosa habían venido desempeñando cargos importantes en la corte de Aragón, incluso ejercieron mecenazgo en las artes y las letras.

Sin ningún lugar a dudas, de todos los miembros de esta larguísima familia el protagonista de esta historia es el más destacado.

Estudió en las universidades de Huesca, Alcalá de Henares, Salamanca, París y Lovaina, de donde salió doctorado en buenas letras, matemáticas y en teología, materia indispensable en la época para continuar la formación en otras facetas del saber.

Debió ser un erudito en muchas materias pues a la formación que recibió en tan importantes universidades habría que agregar la adquirida en la extensa biblioteca familiar que él mismo fue ampliando y que se consolidó años más tarde con un nieto de su hermano mayor, Vicencio Juan de Lastanosa, cuyo amplísimo inventario es conocido, pues se recuperó un códice en el que se relacionan todos los libros componiendo una relación muy extensa.

A mediados del siglo XVI, Pedro Juan se encontraba en Bruselas, donde se sabe que colaboraba con el famoso cosmógrafo, matemático e ingeniero español Jerónimo Girava.

Estando en Bruselas, el emperador Carlos V les ordenó a ambos trasladarse a Nápoles para solucionar serios problemas de abastecimiento de aguas que tenía la ciudad, que desde época romana se había venido surtiendo por un acueducto que aun estaba en funcionamiento, pero de escaso caudal para las necesidades de la populosa urbe en que Nápoles se estaba convirtiendo.

Este acueducto utilizaba las aguas de un río llamado Serino y a través de un recorrido de setenta y siete kilómetros, llegaba a Nápoles, pero lo que había sido suficiente hasta entonces, ya no lo era porque la ciudad se había convertido en la capital del virreinato español y sus proporciones habían aumentado de manera exponencial. Aparte de eso, en varias zonas del largo recorrido presentaba deficiencias propias de la vetustez de la obra.

Con este motivo Lastanosa elaboró un dictamen exhaustivo que sirvió de base para acometer el proyecto de reparación, y aumentar la traída de aguas con las procedentes de una fuente situada en la falda del Vesubio.

Mediados los años sesenta de aquel siglo, Lastanosa debía tener conocimientos y reconocimientos suficientes para que el rey Felipe II lo nombrase “Criado ordinario”, según consta en documento acreditativo de tal nombramiento que dice:

“Habiendo tenido relación  de las letras, suficiencia, habilidad y experiencia que vos Pedro Juan de Lastanosa tenéis en cosas de fábricas, fortificaciones, máquinas y otras cosas que podrán ser de importancia a nuestro servicio, nuestra merced y voluntad es de os recibir, como por la presente os recibimos, por nuestro criado ordinario…”

No he sido capaz de averiguar en que consistía exactamente el cargo de criado ordinario, pero sí que éste estaba apoyado por un sueldo de trescientos ducados anuales y otros beneficios que por estar cerca del rey, reportaba. A cambio debía acudir a consulta en cualquier lugar dentro de las fronteras del imperio, para asuntos en los que fuera menester su profesión y sus conocimientos.

Desde entonces y hasta después de su muerte sus herederos, estuvo cobrando el sueldo asignado, lo que le permitía vivir con holgura y relacionarse con personajes de la ciencia y la cultura.

Se sabe que tuvo íntima relación con el célebre catedrático de matemáticas de Alcalá de Henares, don Pedro de Esquivel, con Juanelo Turriano y con Arias Montano.

(Sobre ambos he publicado sendos artículos que puedes consultar aquí:

http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-calle-del-hombre-de-palo.html

y aquí: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2020/10/v-behaviorurldefaultvmlo.html

 

Así como con los arquitectos Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera entre otros muchos.

De sus conocimientos en determinadas materias, todas relacionadas con la construcción, cabe destacar que las obras hidráulicas fueron una de sus especialidades.

Además de lo visto en Nápoles, Lastanosa participó como ingeniero en las obras del Canal Imperial de Aragón que se convertiría en una de las obras hidráulicas más importantes de Europa y que servía como canal de riego y de navegación, por donde se transportaban mercancías y viajeros, además de asegurar el regadío entre las localidades de Tudela y Zaragoza.  El canal corría casi paralelo al río Ebro por su margen derecha y su finalidad era hacer navegable este tramo de ciento diez kilómetros, salvando desniveles con ingeniosos sistemas de esclusas; diseñó las canalizaciones de riegos en Murcia y participó en el dibujo del mapa topográfico de España.

Fue inventor de varias máquinas, entre ellas el molino de pesas, cuya efectividad no estuvo nunca suficientemente contrastada, pero poseía varios privilegios de invención, las actuales patente, lo que indica que registró sus inventos.

Su amistad con Arias Montano le hizo intervenir en la ordenación de la Biblioteca de El Escorial, formando parte del grupo de intelectuales escogidos para llevar a cabo tan ardua tarea.

 

Una de las salas de la Biblioteca Escurialense

Lastanosa murió en Madrid en el año 1576 y en el inventario de sus bienes que se conserva en el Archivo de Protocolos de Madrid, se hace una relación exhaustiva de los mismos, que evidentemente corresponden a una persona de alto rango social en cuanto a bienes materiales y ese mismo rango referido a su intelectualidad, pues poseía una biblioteca con quinientos volúmenes, cifra impensable para una colección privada en aquella época.

Hacia 1565, el rey Felipe II, con una visión de estadista poco común, ordenó hacer una “Descripción Corográfica de España” que no es otra cosa que levantar un mapa lo más certero posible de todo el territorio nacional, tarea ingente, por cierto, para lo que se empleó el sistema conocido como triangulación. Así, se determinaría la posición exacta de poblaciones y accidentes geográficos de todo tipo, convirtiéndose dicho trabajo en el primer intento de descripción geodésica de un país.

En España el sistema empleado para el levantamiento de esos mapas era completamente desconocido, incluso para un matemático del prestigio de Esquivel y fue Lastanosa el encargado de enseñar la técnica al profesor, técnica que él había aprendido en sus tiempos de Bruselas al lado del ingeniero y cosmógrafo Jerónimo Girava.

Naturalmente la extraordinaria tarea que suponía el levantamiento detallado de toda la geografía española quedó inconcluso y aunque fue luego continuado por diferentes técnico, lo cierto es que no vio su fin.

Indudablemente estamos ante un hombre de conocimientos muy superiores a los de su época y que, si además fue el autor del famoso libro que en mi anterior artículo relataba, lo convertirían en un inventor de la altura de Leonardo da Vinci.


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