Muchas
veces salen a relucir las atrocidades cometidas en nombre de Dios y de la fe
por los tribunales de la Inquisición. Es desde luego un hecho abominable que se
inflijan torturas o se cause la muerte por no observar las costumbres
religiosas imperantes en el momento.
Gran parte
de nuestra célebre y controvertida Leyenda Negra se basa en la pésima fama que
la Inquisición tenía en otros países de nuestro entorno, no necesariamente luteranos,
sino también católicos más tolerantes.
Sin
embargo, en los últimos años se están produciendo numerosos estudios tendentes
a demostrar que las cosas no han sido nunca como nos las han querido hacer
creer y que buena parte de la Leyenda se fraguaba por actitudes de propios
españoles, traidores a su patria y el odio exterior en el que se transformaba
la enorme envidia que España despertaba con su imperio.
Inglaterra
y Holanda, junto con Alemania y después de Italia, fueron los países culpables
de la difusión de esa Leyenda que tanto daño ha hecho por espacio de siglos.
En la
Inglaterra del siglo XVI muere Enrique VIII, el cual para casarse con su amante,
Ana Bolena, llega a romper con el papa y la Iglesia Católica, creando una nueva
iglesia de la que se proclama jefe absoluto. Al final ajusticia a su amante,
para casarse con otra que le gustaría más, Jane Seymour.
Al morir
Enrique le sucede María, su hija habida con su primera esposa, Catalina de
Aragón, nieta de los Reyes Católicos y hermana de Carlos I, que reina como
María I y que pasó a la historia como “María
la Sangrienta” (Bloody Mary).
María I de Inglaterra que reinstauró el catolicismo
Reinó
cinco años, durante los que se propuso deshacer todas las tropelías que su
padre había cometido contra los católicos con la proclamación, en 1534, de la
llamada Acta de Supremacía, donde se
declaraba jefe único de la Iglesia de Inglaterra y dueño absoluto de sus
propiedades, que era otro de sus intereses.
Desde
entonces, ser “amigo” del papa es un acto de traición y cualquier acto de
oposición al Acta, era condenado con la pena de muerte.
Se
produjeron escenas atroces como la ejecución de Tomás Moro, la muerte de muchos
notables y las ejecuciones de abades, monjes y sacerdotes, así como personal
laico, o el descuartizamiento de los monjes cartujos de Londres y muchas otras
barbaridades en nombre de la religión.
María,
quiso restablecer el catolicismo y persiguió a los anteriores perseguidores,
muchos de los cuales fueron ejecutados.
Pero María
no era una reina querida, ni siquiera por los católicos, pues se la consideraba
una extranjera, aunque hubiera nacido en Inglaterra.
A su
muerte le sucedió su hermanastra Isabel, hija de Ana Bolena que se encontraba
ante un dilema fundamental. Tenía que restablecer la Iglesia de Inglaterra
porque de lo contrario, según la Iglesia Católica, el matrimonio de sus padres
no era válido, lo que la convertía en una bastarda y no podía heredar la
corona.
Así que
Inglaterra, que acababa de acuñar el término “anglicano” para referirse a lo inglés, volvió a su anterior
Iglesia, pero con un código férreo. Era obligatorio asistir a los servicios
religiosos y su falta era castigada con latigazos, prisión y en caso de
reiteración, con la pena de muerte. Era forzoso denunciar a los que no asistían
a los oficios. Para ocupar un cargo público era necesario el juramento del Acta
de Supremacía, cuya vulneración era castigada con la pena de muerte.
Esto
provocó una desbandada de católicos con intención de salvar sus vidas y parte
de sus bienes, pues dentro del país se les perseguía con saña del mismo modo que a todas las sectas conocidas con
el nombre de “puritanos” que estaban
integradas por luteranos, baptistas, anabaptistas, cuáqueros…; estos últimos
fueron de los más perseguidos y más de trece mil fueron a prisión y de hambre y
torturas murieron más de trescientos; otros doscientos fueron vendidos como
esclavos.
Por si
fuera poco, tras el desastre de la Armada Invencible, en 1588, las
persecuciones se recrudecieron, llegando al colmo de la crueldad, esta vez también
psicológica.
En 1591,
tres años después, se proclama el Acta que da título a este artículo: “La
Real Proclamación” y en ella se ordena un control estricto de las
personas, para lo que se crean libros de vigilancia en los que cada vecino ha
de ir anotando los movimientos y las actitudes de amigos, conocidos, pariente y
cualquier persona con la que tengan trato.
La lectura
del Acta produce escalofríos, pues ordena que se anote a toda persona que
durante el año anterior haya tenido contacto de alguna manera con cualquier
persona, casa o familia, anotando también cómo esas personas se ganan la vida,
con quien habla y si asiste a los oficios; y esos libros, que todo el mundo
debe llevar y que en cada casa serán custodiados por el padre de familia,
estarán a disposición de los comisarios reales para conocer dos cosas: a quién
se delata y qué grado de fidelidad tiene la familia delatora.
Ni en sus
tiempos mas gloriosos soñó la Inquisición tener una herramienta como ésta a su
servicio. Se calcula que en diez años de represión se ajustició a más de
ochocientos católicos y a ciento sesenta seminaristas formados en el extranjero
que se introducían clandestinamente en el país para ayudarlos.
Un
escritor y militar ingles del siglo XIX
llamado William Cobbet que escribió una “Historia de la Reforma Protestante en
Inglaterra e Irlanda”, dice sin tapujos que la reina Isabel I causó más muertas
durante su reinado que la Inquisición en toda su historia.
Cerca de
Londres había un pueblo llamado Tyburn, actualmente absorbido por la capital,
donde se celebraban las ejecuciones de los católicos y que se componían de
ahorcamiento, arrastramiento y desmembración y si era un reo masculino,
previamente se le cortaban los genitales en vivo.
Alcanzaban
tal popularidad que había gente que pagaba por ocupar un sitio privilegiado
para presenciar tamañas atrocidades.
Estas
barbaridades no han creado leyenda de ningún color en Inglaterra, antes al
contrario, hicieron creer que los llamados anglicanos eran fervientes
defensores de la libertad de creencias, no como los católicos que con su
Inquisición fomentaban la barbarie y la intolerancia.
Contra esa
tendencia destructiva de lo español nada se pudo hacer, pues el aparato
propagandístico de Inglaterra y Holanda, lo copaban todo y frente a una Armada
Invencible, cuyo desastre fue mucho menor del cacareado por los británicos,
ellos organizaron al menos cinco armadas contra España, ninguna de las cuales
tuvo éxito, claro que se ocuparon muy bien de ocultar esos desastrosos
intentos.
Por
enumerar algunos ejemplos, veinte años antes de que Felipe II enviara su Armada
contra la reina Isabel, una flotilla inglesa integrada por varios buques
capitaneados por piratas como Hawkins, y Drake, violando la tregua de paz entre
los dos países, se dedicaba a atacar pequeños puertos y buques españoles en el
continente americano.
Retrato de Francis Drake.
Para hacer
algunas reparaciones en las naves, y engolados en su superioridad, atracaron en
la isla de San Juan de Ulúa, en la actual ciudad de Veracruz, en México. Allí
fueron sorprendidos por una flota de escolta española al mando de Francisco de
Luján que los atacó hundiendo cuatro buques y produciendo numerosas bajas. Los
piratas fueron hechos prisioneros y sus botines intervenidos. Pero ni una
palabra en la historia, más allá del odio visceral de Drake a lo español.
Un año
después de la Invencible, en 1589, el pirata Drake, ya repuesto del varapalo
ocurrido en Veracruz, formó una “Contra-Armada”, de la que era almirante. Casi
doscientos barcos en total, más que la Invencible.
Su primer
objetivo era atacar los puertos del Cantábrico en donde reparaban barcos
españoles y destruirlos.
Su
siguiente objetivo era atacar Lisboa, en aquel momento perteneciente a la
corona española e imponer en el trono portugués a Antonio, Prior de Crato.
El tercer
objetivo era tomar una de las islas Azores y convertirla en base británica.
Ninguno de
los objetivos se consiguió y, es más, el resultado final de la expedición se
tiene en los libros de historia como el mayor desastre naval de Inglaterra. Pero
ni una sola palabra ha trascendido.
En 1740,
como resultado de la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins, el almirante inglés
Vernon, sufrió la mas grave derrota que imaginarse pueda, cuando intentó tomar
la ciudad de Cartagena de Indias, defendida por Blas de Lezo.
Ha sido,
hasta el desembarco de Normandía, la mayor flota de la historia.
Puede ver mi
artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-guerra-de-la-oreja-de-jenkins.html
Años
más tarde, Nelson, con una flota de ocho navíos, intentó tomar Santa Cruz de
Tenerife con buques y tropas muy superiores a los defensores. Tras tres
intentos, hubo de retirarse, eso sí, con un brazo menos que una bala de cañón
le arrancó de cuajo.
También
escribí hace años sobre este episodio que puede ver aquí: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-gran-derrota-de-nelson.html
Por último
y dentro del marco de las guerras napoleónicas, entre 1804 y 1807, se
produjeron dos intentos británicos de hacerse con la zona del Río de la Plata.
En el primero y durante cuarenta y seis días ocuparon la ciudad de Buenos Aires
que fue finalmente reconquistada, causando una gran derrota a las tropas
británicas.
No
importa. Nada de esto se verá en los libros de historia. Nada de esto existe,
lo único cierto es lo que digan contra nuestro país. La realidad no cuenta y
eso es también aplicable a los tiempos actuales, en los que nosotros estamos
queriendo reconstruir otra Leyenda Negra contra nosotros mismos, demonizando lo
que siempre hemos sido, rompiendo nuestra Patria, aborreciendo nuestro Himno y
queriendo desvestirnos de nuestro más importante vehículo cultural, el Español,
nuestro idioma.
VERDADES QUE DESCONOCE MUCHA GENTE Y COMO EN ESPAÑA NO SOMOS MUY DADO A LEER Y MAS EN LOS TIEMPOS ACTUALES, SEGUIRAN VIENDO TV 5 Y NO SE ENTERARAN DE NADA. UNA VERGUENZA. UN ABRAZO
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCierto historiador/periodista argentino, a colación de lo comentado sobre los intentos ingleses de hacerse con la zona del Rio de la Plata, cuenta que hay registrada una queja de los jefes indios de la zona porque las autoridades locales no requirieron su ayuda para rechazar al invasor ya que ellos eran aliados del Rey de España. Curiosa actitud de unos indígenas ahora representados por el infame Evo o el actual presidente de Méjico cuya ignorancia a su propia historia solo es comparada con la despreciable actitud de muchos compatriotas hacia la suya propia.
ResponderEliminarReferente a la inquisición española el Santo Padre, Juan Pablo II, impulsado por su amor a España abrió una investigación para aclarar el asunto y las conclusiones fueron muy reveladoras ya que se comprobó que solo un pequeño porcentaje de las sentencias terminaron en condenación y menos todavía en pena de muerte contrastando con las matanzas ocurridas en la parte protestante. Perdón por recomendar a otro autor pero menciono sobre el tema los libros “Juicio a la Inquisición Española”, “Proceso Contradictorio a la Inquisición Española” y “La hora de Dios en el Nuevo Mundo” todos ellos de Jean Dumont.
Amigo JM. A España nadie, absolutamente nadie le ha hecho más daño que los españoles y bien por acción bien por omisión. Sigue siendo una delicia leerte. GIR (Generoso)
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