sábado, 30 de marzo de 2013

LA GRAN DERROTA DE NELSON


Publicado el 7de diciembre de 2008




Contaba mi hermano, que durante el tiempo que vivió en Tenerife, trabó amistad con un “chicharrero” harto curioso, del que guarda entrañables recuerdos. Este amigo era persona muy culta y se expresaba muy bien, contaba las cosas con mucho ingenio y entretenía a todos con su charla, de la que siempre terminaban aprendiendo algo nuevo.
La principal característica de este amigo era su antiespañoleidad, pero no por ser independentista canario, ¡no!, ni mucho menos: lo era porque hubiese preferido que en 1797, la flota del Almirante Nelson hubiese conquistado el Archipiélago Canario, en vez de sufrir la derrota más humillante de la carrera del insigne marino.
El amigo podrá seguir así toda la vida, pero estaba apuntado a una idea perdedora. Por mucho que él quisiera, no cambiará la marcha de la historia y se tendrá que morir tan español como nació, por mucho que le hubiese gustado ser un hijo de la Gran Bretaña.
Cada uno tiene sus gustos y éste era anglófilo, aunque, según mi hermano, en el fondo era todo una pose, con la que quería “epatar” a la concurrencia, como se dice ahora.
Pero lo cierto de todo esto es que Gran Bretaña estuvo a un tris de conquistar las Islas Canarias, cuando la escuadra de Horacio Nelson arribó al Archipiélago Canario con claras intenciones de conquista.

El Almirante Nelson

Desde mucho antes, la Corona Británica había puesto sus ojos en el archipiélago que se le antojaba una excelente base de operaciones para desde allí hostigar a españoles y franceses, además de extenderse hacia África. Para esa labor socavona, durante muchos años había financiado a los buques corsarios a su servicio, con los que habían ido debilitando las posiciones españolas, hasta considerar que ya estaba la fruta madura como para tomarla del árbol, sin gran esfuerzo por su parte.
Eso de tirar la piedra y esconder la mano es un acto muy inglés y en todo el Caribe, las naves piratas eran “reclutadas” por la Corona Británica para el hostigamiento de los galeones españoles. Recordemos, aunque sea de pasada, al célebre pirata Francis Drake, elevado por la Corona a la categoría de Sir, dado su afán en la destrucción de nuestros convoyes.
Sin previa declaración de guerra, requisito sistemáticamente obviado por la “Pérfida Albión”, como se conocía a la Isla de Gran Bretaña, el Almirante John Jervis, comandante en jefe de la flota del Mediterráneo, envió a su segundo, el contralmirante Horacio Nelson, con una flota de siete navíos ingleses y una nave bombardera capturada a los españoles, a atacar las Canarias.
Sabían en el Estado Mayor Británico que las Islas no estaban demasiado bien guarnecidas, pues España había abandonado bastante sus defensas y, aparte de los fuertes y baluartes existentes con sus correspondientes dotaciones de artillería, las fuerzas regulares para atender a las labores de defensa eran muy exiguas y se recurría constantemente a las milicias civiles para preparar la resistencia, cada vez que algún barco pirata asediaba alguna ciudad, lo que se había convertido en práctica frecuente.
Así, la flota del Mediterráneo se desvió hacia el sur, poniendo rumbo a Santa Cruz de Tenerife a donde pretendían llegar por sorpresa y aprovechando la oscuridad de la noche; pero quiso la fortuna que unos barcos españoles, la noche del 21 de julio de 1797, avistasen a la flota inglesa y diesen la voz de aviso con tiempo suficiente como para que el Teniente General Antonio Gutiérrez, Comandante General de Canarias desde unos años antes, preparase la defensa de la ciudad y su puerto.
Los planes del Almirante Nelson estaban sintetizados en dos fases; en la primera, se trataba de desembarcar en la playa de Valle Seco, unas dos millas al nordeste de la ciudad, alcanzar una cota de altura y llegar hasta la fortaleza de Paso Alto por la retaguardia, sitiándola y obligándola a rendirse. Si esta fase no salía conforme a sus deseos, en la segunda se desembarcarían todas las fuerzas en la ciudad y cogiéndola en pinza, junto con las desembarcadas en Valle Seco, conseguir la rendición.
La madrugada del 22, intenta Nelson el primer ataque, pero el haber sido descubiertos y los vientos desfavorables que soplaron toda la noche, hicieron abortar el intento.
A las diez de la mañana del día 22, tres fragatas inglesas fueron remolcadas por lanchas a remo, para fondear lo más cerca posible de la costa tinerfeña. Una vez firmes los buques, se inició el desembarco de las tropas de asalto, unos mil soldados que embarcados en oleadas de lanchas a remo, alcanzaron la playa de Valle Seco, consiguiendo tomar una cota de relativa seguridad.
Una vez más el error británico había sido desdeñar a los españoles, los cuales, con fuego cruzado desde la fortaleza de Paso Alto y otras posiciones de altura, detuvieron a los invasores, que estuvieron todo un día recibiendo fuego español. La imposibilidad de apoyar a sus tropas desde los navíos y lo escabroso del terreno, obligó a los ingleses a retirarse y a reembarcar durante la noche de 23 al 24. El segundo intento también había fracasado, pero la flema inglesa aconsejó un nuevo ataque que se produce a últimas horas del día 24.
Previamente, los navíos ingleses fondeados cerca de la costa, levaron anclas, retirándose lo suficiente como para evitar un ataque del bando español, que envalentonados por la efímera victoria, quisieran lanzarse a la desesperada sobre el enemigo.
El Teniente General Gutiérrez era un experimentado militar y sabía que con las escasas fuerzas regulares de que disponía y con los milicianos voluntarios, sin instrucción y casi sin mandos, no podía intentar un asalto a los ingleses ni podría aguantar un asedio, por lo que cambió algo sus planes, desplazando a los contingentes de soldados hacia la ciudad y el puerto, para repeler en primera línea un nuevo desembarco.
Al caer la noche, unos setecientos soldados británicos embarcaron en seis grupos de lanchas, ciento ochenta en la balandra llamada “Fox” y unos ochenta en la bombardera “Rayo”, apresada a los españoles algún tiempo atrás y comenzaron una navegación en silencio, cubiertos los barcos por lonas ennegrecidas y dirigiéndose al muelle de la ciudad; pero fueron descubiertos por la fragata española “San José” que dio de inmediato la alerta.
La intención de Nelson era dirigirse directamente a la ciudad y desembarcar con el grueso de sus tropas, al frente de las cuales iría él mismo, pero al ser advertida la presencia de las lanchas, se abrió fuego de artillería desde todos los puntos, lo que obligó a las lanchas a dispersarse. Poco conocedores de aquellos mares, fueron arrastrados por la fuerte resaca de la bajamar y las lanchas se separaron tanto que, perdido el factor sorpresa y la posibilidad de reagruparse, apenas cinco botes consiguieron llegar hasta el muelle y desembarcar. Muchas de las lanchas se estrellaron contra los arrecifes y sus ocupantes perecieron ahogados. Los que desembarcaron fueron hechos prisioneros apenas pusieron el pie en tierra.
Nelson viajaba en el cuarto de los botes que consiguió arribar al muelle, pero antes de hacerlo recibió el impacto de una bala de cañón que le arrancó de cuajo el brazo izquierdo.

Pintura del Almirante herido

Entre historia y leyenda, se cuenta en las Afortunadas que la bala que casi mata al Almirante Nelson, salió de un cañón concreto; es decir, por supuesto que tuvo que salir de un cañón, pero no de uno cualquiera, ni de uno que quien sabe qué cañón sería. ¡No! La bala salió de un cañón llamado Tigre, situado en una de las troneras del fuerte de Paso Alto y que cruzó fuego desde que se iniciaron los asaltos ingleses.

El “Tigre” en su emplazamiento del Museo

Este cañón fue fundido por un maestro fundidor de Sevilla llamado Solano en 1768, pesa dos mil cincuenta y tres kilos y tiene un calibre de 134 milímetros y un ánima, o longitud de cañón, de doscientos setenta y tres centímetros. Hoy se conserva en el Museo Militar de Fuerte Almeida, en Santa Cruz de Tenerife y está perfectamente apto para hacer fuego.
Verdad o leyenda es algo que no se podrá aclarar nunca, pero lo cierto es que el falucho en el que viajaba el Almirante, se fue a pique y para Nelson la historia terminó ahí.
No lo fue para los demás que participaban en el asalto, pues algunos consiguieron llegar a las playas cercanas, desde donde se dirigieron hacia la ciudad. Pronto se vieron superados por los defensores y hubieron de buscar refugio en sagrado, en donde fueron cercados hasta que se entregaron.
El Teniente General Gutiérrez, tuvo en su mano apoderarse de toda la escuadra inglesa, pero conocía sobradamente los medios de los que disponía y sabía que con una fuerza tan irregular como la suya, no podía hacer más de lo que hizo, que no fue otra cosa que capitular con los ingleses, a los que entregó prisioneros y heridos, con la promesa formal de no asediar más a las Islas.
Entre Nelson y Gutiérrez se cruzaron sendas cartas que merecen ser conocidas.

“Theseus, en las afueras de Tenerife, 26 de julio de 1797. No puedo separarme de esta isla sin dar a V.E. las más sinceras gracias por su fina atención para conmigo, y por la humanidad que ha manifestado con los heridos nuestros que estuvieron en su poder, o bajo su cuidado, y por la generosidad que tuvo con todos los que desembarcaron, lo que no dejaré de hacer presente a mi Soberano, y espero con el tiempo poder asegurar a V.E. personalmente cuanto soy de V.E. obediente humilde servidor.
Horacio Nelson”

La respuesta del español no desmerece la cortesía y caballerosidad inglesa.

“Muy Señor mío, de mi mayor atención: Con mucho gusto he recibido la muy apreciable de V.S. efecto de su generosidad y buen modo de pensar, pues de mi parte considero que ningún lauro merece el hombre que sólo cumple con lo que la humanidad le dicta, y a esto se reduce lo que yo he hecho para con los heridos y para los que desembarcaron, a quienes debo de considerar como hermanos desde el instante que concluyó el combate. Si en el estado a que ha conducido a V.S. la siempre incierta suerte de la Guerra, pudiese yo, o cualquiera de los efectos que esta Isla produce, serle de alguna utilidad o alivio, ésta sería para mí una verdadera complacencia, y espero admitirá V.S. un par de limetones de vino, que creo no sea de lo peor que produce. Seráme de mucha satisfacción tratar personalmente cuando las circunstancias lo permitan, a sujeto de tan dignas y recomendables prendas como V.S. manifiesta; y entre tanto ruego a Dios guarde su vida por largos y felices años.
Santa Cruz de Tenerife, 27 de julio de 1797.
B.L.M. de V.S. su más seguro atento servidor.
Antonio Gutiérrez”

Sobran los comentarios para dos posturas de gallardía. Se pude ser rival, incluso enemigo, pero la magnanimidad no ha de perderse.
El amigo de mi hermano estaría muy contento si las cosas hubieran sido de modo contrario, pero todos los demás estamos más contentos así.

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