Ese es el
nombre que en la lengua de los “tuareg”,
los hombres azules del Desierto del Sahara, dan a uno de los lugares más
enigmáticos de África y posiblemente del mundo.
En el sureste
de Argelia, en pleno Sahara, se encuentra una amplia meseta de más de
setecientos kilómetros cuadrados que se extiende hasta tierras de Libia, Níger
y Malí. Su nombre es Tassili N’Ajjer, “Meseta entre dos ríos”, un paisaje
fascinante donde se aprecia el enorme trabajo que la erosión ha efectuado, pero
también la enorme actividad que hombres de hace doce mil años desarrollaron.
Dentro de
los desiertos suelen encontrarse zonas de una feracidad lujuriosa, son los
llamados oasis, nacidos alrededor de algún pozo, manantial, río subterráneo o
cualquier otra acumulación de agua.
La meseta montañosa
de Tassili ya no es un oasis, pero debió serlo en épocas muy remotas, porque la
existencia de los dos grandes ríos que dieron nombre a la zona, es constatable
a día de hoy y aunque se han convertido en arroyos que apenas corren,
contribuyen a mantener vida vegetal y la exigua fauna de la zona.
Río de escaso caudal y flora autóctona de Tassili
En la fotografía puede verse que los
matorrales prosperan alrededor de la zona irrigada que aun conserva dos
especies de flora autóctona, el ciprés y el mirto de Tassili.
El conjunto
de la meseta que está situada a unos mil ochocientos metros sobre el nivel del
mar, es muy montañoso, prácticamente sin
espacios para caminar como no sea saltando entre pedruscos de afiladas aristas.
El punto más alto de la meseta tiene más de dos mil metros de altura, pero toda
ella está compuesta por una sucesión de escarpadas montañas y riscos con una
altura media de setecientos metros que dificultan la penetración en el terreno.
La
existencia de tan exótico lugar había permanecido oculta a la civilización
hasta que en la década de los años treinta del pasado siglo, un arqueólogo
francés llamado Henri Lhote, recibió una información que cambiaría su vida.
Lhote
había tenido una infancia durísima, con la muerte de su padre siendo muy joven.
Hubo de ganarse la vida de muchas maneras, fue arqueólogo diletante, boy scout
y estudioso del arte rupestre, pero su carencia de formación académica,
trababan sus estudios, hasta que, con veinte años, recibió el encargo de
controlar las plagas de langosta en el Sáhara argelino, en aquel tiempo
perteneciente a Francia y sin pensarlo dos veces se lanzó al desierto, con poco
equipamiento y un par de libros sobre langostas.
En camello
recorrió más de ochenta mil kilómetros durante los tres años que duró la misión
que lo tuvo aislado en el desierto. Expuestas sus conclusiones sobre las plagas
y forma de combatirlas en la Universidad de la Sorbona, esta institución le
premió con un doctorado.
Se
despertó así su pasión por el desierto y allí sirvió durante la Segunda Guerra
Mundial y donde sufrió un grave accidente que le tuvo diez años en cama, pero
sobretodo le impidió ingresar en la aviación, como era su deseo3.
Durante su
estancia en Argelia, conoció y trabó amistad con un teniente francés llamado
Charles Brennan, el cual le comentó que durante unas operaciones militares
realizadas en el sur de Argelia, casi en la frontera con Libia, había
descubierto unas cuevas en las que había multitud de pinturas y grabados que él
creía pertenecer al llamado arte rupestre.
Localizada
la situación en el mapa, ayudado por Brennan y financiado por el Museo del
Hombre de París, Lhote organizó una expedición a la meseta de Tassili N’Ajjer
en el año 1956.
La
expedición se desplazó a una ciudad llamada Djanet, a diez kilómetros de lo que
hoy se conoce como Parque Natural de Tassili. Desde allí, con una expedición
compuesta por treinta camellos, un guía tuareg, un cámara, un pintor y una
intérprete especialista en lengua bereber, caminaron el inhóspito terreno hasta
adentrarse en el parque.
La
distancia desde la ciudad hasta el parque natural es corta, pero el camino es
durísimo, tanto que muchos de los camellos terminaron despeñados y todos ellos
con grandes heridas en las pezuñas, producida por los agudo guijarros que
siembran su suelo. Otros terminaban reventados por el esfuerzo de la marcha.
A cada
paso que daban encontraban piedras con grabados rupestres, cuevas con pinturas
y numerosos vestigios de que en aquel lugar, hace muchos años, vivió una
civilización avanzada que dejó muestras de un arte que poco a poco se ha ido
estudiando y esclareciendo.
Las
dataciones efectuadas indican que entre ocho y cinco mil años antes de nuestra
Era, aquella montaña debió ser un auténtico vergel, poblado por hombres del
Paleolítico Superior y Neolítico. Es decir, que se estaría al final de la
última glaciación, por lo tanto menos de los diez mil años, antes de nuestra Era,
en los que se cifra el final del periodo frío, lo que concuerda con las
dataciones efectuadas por otros medios.
Se han
catalogado más de quince mil pinturas, cuyo estilo ha ido evolucionando, tanto
en la técnica pictórica, como en el empleo de los colores, pasando de los
grabados a base de desgastar la roca para trazar un dibujo, considerados las
manifestaciones artísticas más antiguas, a pinturas de magníficas factura y
perspectiva, tanto de escenas de caza como de los propios animales que
habitaron en la zona.
Las más
inquietantes se encuentran en un lugar del que el teniente Brennan había
advertido a Lhote que quedaría sobrecogido.
Se trata
de un macizo rocoso conocido por el nombre de Yabbaren, que en lengua de los tuareg significa “Los Gigantes” y en
donde se descubrieron grutas con pinturas sobrecogedoras, no solo por su tamaño
sino por lo que representan, pues en ellas aparecen hombres con aspecto y
proporciones similares a las actuales, cuyas cabezas son completamente redondas
y desproporcionadas, de la que salen una o dos ramificaciones.
Estas
representaciones carecen de la calidad apreciada en muchas otras y es
lamentable, porque todo hace pensar que se trata de seres vestidos con trajes
espaciales, usando una escafandra o casco con antenas que sirvieran para la
comunicación.
En el
techo abovedado de una gruta hay pintada una figura que los tuaregs llaman el “gran dios” que mide seis metros de
longitud, con la cabeza redonda, tan repetida en otras pinturas, vestimentas
como las de un astronauta, botas rígidas…
Todo hace
pensar que en aquella meseta, en otro tiempo fértil vergel, un día recibieron
la visita de seres de otro planeta que influyeron en la vida de los nativos, a
los que causaron tan gran impresión que los dejaron reflejados en sus punturas.
No hace falta mucha imaginación:
pintaron a un cosmonauta
Esto no es
nada nuevo; ya se ha referido en múltiples ocasiones y lo cierto es que en muy
diversas zonas de La Tierra aparecen estas representaciones, lo que se
convierte en una señal inequívoca de la visita de extraterrestres, lo mismo que
está ocurriendo en la actualidad, aunque por alguna causa que se escapa a
nuestro conocimiento, en aquellos tiempos se hicieron visibles y entablaron
contactos con nuestros humanos antepasados.
Pero hay
muchas más curiosidades en las pinturas de Tassili y es que se han encontrado
grupo de animales salvajes, especies extinguidas en la zona hace muchos años y
sin embargo perfectamente representadas, como cocodrilos, jirafas o elefantes y
por otro lado, animales domesticados como caballos, escenas de caza, donde
aparecen arqueros, o jinetes a caballo.
La enorme
variedad de pinturas y grabados, así como los diferentes estilos y la evolución
de la técnica pictórica inspiró a Lhote a considerar el lugar como el mayor
museo de arte prehistórico existente en el mundo.
Pero aun
hay otra circunstancia que hacen de lugar una nueva singularidad y es que junto
a muchos de los dibujos aparecen símbolos algunos repetidos y otros no que hace
pensar a los científicos en la existencia de una rudimentaria escritura que
sería muy anterior a la que la ciencia ortodoxa califica como la primera
escritura y cuna de la civilización que es la de Mesopotamia.
Qué duda cabe, que a lo largo de la historia de la humanidad, ha habido civilaciones muy avanzadas...
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