En la
larga historia de la conquista del continente americano es muy probable que
enrolados en la misma expedición fueran padres e hijos, aunque no existen
muchos casos contrastados, sobre todo si se trataba de personas de cierto rango.
Sí se sabe
de hermanos que lucharon juntos y de estos hay casos tan significativos como
los Pizarro.
En esta
ocasión se trata de dos personas protagonistas de una gesta que iniciada por el
padre, culminó el hijo con la conquista de una zona tan importante como la
península del Yucatán.
Empecemos por
el padre: Francisco de Montejo, que así se llamaba y del que aunque no se tiene
certeza de la fecha de nacimiento, debió venir al mundo en Salamanca alrededor
de 1476. Pertenecía a una familia de la baja nobleza castellana que le procuró
una esmerada educación.
A
principios del siglo XVI se trasladó a Sevilla, en donde tuvo amoríos con una
tal Ana León, hija de un notario sevillano, fruto de esta relación nació en
1507 un varón al que su padre legitimó y le dio su nombre.
Poco más
se sabe de la estancia de Montejo en Sevilla, ni de qué forma se ganaba la
vida, hasta que alrededor de 1513 entra en contacto con Pedrarias Dávila, un
noble y militar castellano que acababa de ser nombrado gobernador de Castilla
del Oro y está preparando una expedición para partir a ocupar su cargo en la
América Central.
A este
personaje dediqué hace años un artículo que puede consultar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/search?q=pedrarias+d%C3%A1vila
Muy pronto
se ganó la confianza del gobernador Pedrarias que lo envió por delante de la
expedición para preparar la flota y reclutar gente y así, en 1514, llegó a
Santo Domingo (La Española) y seguidamente a Cuba, desde donde se iba a ultimar
el paso a Tierra Firme para la colonización de la región conocida como “Darien”
y que comprendía los territorios entre Panamá y Colombia.
Pero a la
postre, Pedrarias era un hombre muy particular y Montejo fue poco a poco
desafectándose del gobernador, que entre otras rarezas viajaba cargando siempre
con su ataúd, por las razones que en mi artículo explicaba.
En 1515,
junto con otros compañeros, el capitán Montejo se dirigió a Cuba para
participar en el final de la conquista de la isla y tras la ocupación de todo
el territorio cubano, el gobernador, Diego de Velázquez, agradeciéndole su
eficaz colaboración en la pacificación del territorio y en la fundación de la
ciudad de La Habana, le concedió extensos terrenos y encomiendas para instalar
los llamados “ingenios”, principalmente dedicados a elaborar azúcar a partir de
la caña, muy abundante en la isla.
Sentido
comercial y ambición fueron los dos ingredientes fundamentales para que en poco
tiempo Montejo hiciese una pequeña fortuna que en 1518 le permitió fletar un
navío con el que participó en la conquista de la península del Yucatán.
Una flota
formada por cuatro barcos, uno de ellos capitaneado por Montejo, a las órdenes
de Juan de Grijalva y en la que participaban personajes como Pedro de Alvarado
o Bernal Díaz del Castillo, logró desembarcar en Yucatán y entablar relaciones
con los indígenas, demostrándose nuevamente las buenas cualidades diplomáticas
de Montejo, capaz de granjearse la amistad de los nativos, de los que
obtuvieron gran cantidad de oro en joyas.
Al año
siguiente, al mando de un navío, participó en la expedición de Hernán Cortés
que tenía como objetivo asegurar los territorios descubiertos hasta ese momento
en Tierra Firme. Era una expedición mucho más formal, compuesta por diez barcos
que transportaban soldados y colonos para asentarse en las nuevas tierras.
En la
península de Yucatán fundaron la ciudad de Villa Rica de la Vera Cruz, el
primer asentamiento del continente y Cortés nombró a Montejo, primer alcalde de
la ciudad.
Debido a
las graves diferencias de Cortés con el gobernador de Cuba, Diego de Velázquez,
el conquistador de Méjico decidió enviar a España una misión diplomática, para
explicar al rey cuál era la situación en los territorios de ultramar y utilizó
las habilidades diplomáticas de Montejo para que fuera su embajador en esta
misión.
Aunque
Cortés le advirtió del peligro de recalar en la isla de Cuba, por necesidades
de avituallamiento, Montejo se vio obligado a hacer escala, circunstancia que
llegó a oídos del gobernador que mandó prender el barco, pero la habilidad del
piloto Antón Alaminos les permitió escapar tomando una ruta hacia las Bahamas
que al final se convirtió en la del tornaviaje de las flotas del Caribe.
La
embajada de Cortés fue un éxito gracias a la exposición que de la misma hizo
Montejo, consiguiendo todas las pretensiones del conquistador mejicano.
De regreso
a las Indias, Cortés premió su exitosa misión con la concesión del título de
regidor perpetuo de Veracruz, así como ricas encomiendas en territorios
mejicanos.
Hay que
tener presente que en aquel momento se creía que Yucatán era una enorme isla,
no una península del propio territorio de Méjico, ya empezado a conocerse como
Nueva España.
Desconociendo
el mapa de la zona y creyendo que aquel territorio era una isla, Montejo centró
en él su interés y empezó a recorrer sus costas y entablar relaciones con los
nativos, en los que apreció un nivel cultural muy superior a los caribes que
habían encontrado en el resto de islas.
Por esos
nativos supo Montejo que en tierras del interior existían grandes poblaciones
con edificaciones de piedra y una cultura muy adelantada.
Vio
entonces la posibilidad de obtener alguna capitulación que le permitiera
conquistar y explorar aquella “isla”, en nombre de su majestad el rey y obtener
los cuantiosos beneficios que como conquistador se conseguían.
Así que en
cuanto pudo, volvió a España, obteniendo audiencia real en Granada, donde el
rey se encontraba y al que expuso su plan de conquista y colonización de
Yucatán, obteniendo en diciembre de 1526 las capitulaciones que le otorgaban el
privilegio exclusivo de continuar con la conquista y exploración de las “islas
de Yucatán y Cozumel”.
Para los
monarcas españoles conceder este tipo de autorización de conquista era muy
fácil, pues toda la expedición corría a cargo del capitulado, el cual debía
poner los territorios conquistados bajo dominio de la corona, recibiendo a
cambio algún título, o el gobierno de la región, cargo que heredarían sus descendientes.
No se
puede olvidar las compensaciones económicas derivadas de la conquista, salvando
el quinto real y la adjudicación de tierras en propiedad.
De
inmediato comenzó a preparar la expedición que habría de salir de Sevilla.
Vendió todas las propiedades que tenía en Salamanca, solicitó rentas de la
corona y además contó con la aportación que le hizo una rica viuda llamada
Beatriz de Herrera, con la que se había relacionado muy bien y con la que
contrajo matrimonio y tuvo una hija.
En junio
de 1527, la expedición salió de Sevilla y atracó en las costas de la isla de
Cozumel a finales de septiembre; en ella iba su hijo homónimo, al que había
recogido en Sevilla y que para
diferenciarlo del padre recibía el nombre de “El Mozo”.
La
conquista de Yucatán requirió mayores esfuerzos que los desplegados en otros
territorios, pues la organización de la población nativa era muy superior a la
de los demás indígenas, como se ha dicho anteriormente y por otro lado la
escasez de oro y plata no incentivaba a los soldados españoles a esforzarse.
Así, la
conquista de la península duró, en varias fases, desde 1527 hasta 1547, veinte
años de sufrimientos y privaciones.
A partir
de 1535 sería su hijo, “El Mozo” quien dirigiera la conquista, pues Montejo
abandonó la zona marchando a Méjico, donde desempeñó diversos cargos
administrativos, siempre en nombre del rey y como adelantado en toda la zona de
Centro América.
Monumento a los Montejo en Mérida, Yucatán
Pero la
historia no acaba aquí, pues no parece haber concedido nunca a Montejo el haber
incorporado la península de Yucatán a la corona española, habiéndose revelado
como gran conquistador y mejor administrador, antes bien, todo lo contrario.
Al cesar
en su misión, fue sometido a un Juicio de Residencia de los que mencionaba en
mi artículo anterior y el resultado fue un verdadero desastre para el
conquistador.
Denunciado
por los colonos de aquellas tierras y apoyados por una comunidad de
franciscanos, se le acusó de tiranía personal, irregularidades en la administración
y agravios a personas.
Ya había
sido residenciado por sus actuaciones en Méjico, Honduras y Castilla de Oro y
había salido absuelto, pero fue nuevamente enjuiciado por su gestión en
Yucatán, del que salió mal parado.
En 1551
regresó a España para que tratar de reparar los perjuicios que había sufrido
por lo que él consideraba un juicio injusto que le había desprovisto de la
totalidad de sus cargos y posesiones.
Apenas
consiguió ser escuchado y fue desposeído hasta del título vitalicio de
Adelantado, que le forzaron a traspasarlo al marido de su hija.
Se retiró
a Salamanca, donde murió el 12 de septiembre de 1553, en la más absoluta
pobreza.
Igual que ahora...
ResponderEliminarla España cicatera, envidiosa y traicionera...
ResponderEliminar