miércoles, 3 de febrero de 2021

MAS IMPRUDENCIAS REALES


Una inveterada costumbre se ha mantenido a través de los siglos y no es otra que poner calificativos a los reyes; y no es solo una costumbre española, en todas las monarquías se ha dado. Pero vamos a ceñirnos a la española donde los calificativos van desde el “Santo” al “Felón”, desde el “Cruel” al “Campechano”, desde el “Sabio” al “Hechizado”. Desde el “Piadoso” que se asignó a Felipe III,  a su padre conocido como el “Prudente”.

Este es el sobrenombre que se adjudicó a Felipe II, el monarca más poderoso que ha conocido la historia del mundo y al que ya dediqué varios artículos sobre sus peculiaridades, pero no está tan claro que fuera un rey prudente, sino más bien, como muchos historiadores lo han definido, un rey abúlico.

Pero determinadas actuaciones a lo largo de su vida, hacen pensar que antes de ser una persona prudente, es decir, que meditaba y calibraba sus actuaciones, estudiaba sus consecuencias y obraba de la forma más conveniente a los intereses de su estado, era alguien que andaba por el mundo apoyado en una superioridad mundialmente reconocida y con una conciencia un tanto complaciente.

Aparte de la escabrosidad del tema de su hijo, el príncipe Carlos que murió confinado en palacio y en extrañas circunstancias, otros dos hechos corroboran esta impresión mía, aunque ya se que no soy nadie para sacar conclusiones y mucho menos de personaje tan importante y trascendente.

Puede consultar mi artículo sobre el príncipe Carlos en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2015/02/felipe-el-imprudente.html .

No se puede considerar prudente a quien protagonizó, entre otros, dos de los peores errores de su reinado y de nuestra historia y que trajo consecuencias de lo más nefastas.

Los hechos no son muy conocido y por eso me atrevo a sacarlos a relucir.

Aunque el protagonista, es decir, el que tenía el poder de cambiar los acontecimientos, fue el rey Felipe II, el verdadero personaje central de esta historia fue Lamoral Egmont, IV Conde de Egmont.

Nacido en Flandes en 1522, fue el segundo hijo de una de las familias más ricas y poderosas de los Países Bajos; sobrino del Emperador Carlos V y por tanto primo del príncipe Felipe, recibió una importante educación militar en España dentro de la propia casa real. Con veinte años, por muerte prematura de su hermano mayor, heredó lo que entonces era una provincia española y que hoy es el reino de Holanda.

Fue una persona tan importante en la corte española que Felipe II le eligió para representarle en la ceremonia del casamiento con María Tudor de Inglaterra. En el campo militar participó en la batalla de San Quintín, la gran victoria sobre el ejército francés y en la de Gravelinas que marcó, con la victoria española. el fin de la guerra entre los dos países, el de Egmon jugó el papel estratégico más importante.

Tal confianza tenía en él el rey Felipe que le nombro lugarteniente de los Países Bajos, es decir, era su virrey.

Pero surgió la cuestión religiosa en la que Felipe era absolutamente intransigente y es que Egmont, junto con otros importantes personajes flamencos como Guillermo de Orange o Felipe de Montmorency, conde de Horn, eran contrarios al establecimiento de la Inquisición en los Países Bajos para perseguir las desviaciones católicas, pero sobre todo, para atajar la herejía luterana.

Creyendo que su parentesco con el rey, su condición de católico y aparte los innumerables servicios prestados a la corona obrarían en su favor y conseguiría convencer al monarca español de que aquellos países no eran como España y que la libertad religiosa estaba muy arraigada en el pueblo flamenco, nada consiguió en la corte española y su adhesión y amistad con su primo se fueron enfriando.

Estalló en Amberes una oleada de destrucción de iglesias católicas que se extendió por todo Flandes y Felipe II, con su escasa prudencia, envió a reprimir militarmente aquellos desordenes a un poderoso ejército al mando del funesto Duque de Alba, cuya persona aún se recuerda tristemente en Flandes.

Lo primero que hizo el Duque a su llegada a Bruselas fue citar a Egmont y al conde de Horn con la excusa de transmitirle las instrucciones reales y cuando los tuvo ante su presencia ordenó su arresto y sin juicio alguno los condenó a muerte, so pretexto de haber sido ellos, junto con Guillermo de Orange, que no pudo ser detenido, quienes alentaron los tumultos, que Egmont, como lugarteniente del rey, estaba obligado a evitar.

El cinco de junio de 1568 fueron decapitados en la Gran Plaza de Bruselas, en donde una placa conmemora la injusta ejecución. 

 

Cierto que la posición real era muy complicada, pues se hacía necesario demostrar quien detentaba el poder, pero otras formulas menos dramáticas hubieran sido posible y sobre todo no habría traído las nefastas consecuencias que aquella ejecución produjo.

Egmont tenía un hijo pequeño, llamado precisamente Felipe, que al llegar a la edad adulta heredó todos los títulos de su padre y que con mucha visión estratégica fue acogido por Guillermo de Orange para presentarlo como paladín de su lucha contra la dominación española.

Pero el joven Egmont en cuanto pudo se sacudió el yugo que trataba de imponerle el de Orange y fue a buscar el cobijo en su pariente el rey Felipe II, al que sirvió militarmente, tanto que fue encargado por el rey de presentar batalla a Guillermo de Orange en 1579 y tras vencerlo no lo pudo capturar porque huyó en el último momento.

El ajusticiamiento de Lamoral Egmon no fue una prudente medida y desató el comienzo de la secesión de los Países Bajos.

Tampoco lo fue la de otro importante personaje de la política española: Juan de Lanuza, Justicia Mayor de Aragón, el antecedente de nuestro actual Defensor del Pueblo.

Juan de Lanuza, llamado el Joven, para diferenciarlo de su padre que llevaba el mismo nombre y ostentó el mismo cargo, fue el quinto Justicia Mayor de Aragón con el mismo nombre, por lo que “El Viejo” y “El Joven” se sucedieron en varias ocasiones.

El protagonista de esta historia nació en lugar desconocido, en el años 1564 y aun en vida de su padre ya fue confirmado por Felipe II como digno sucesor de su padre.

Pero en estas se produjeron en España unos acontecimientos que convulsionaron a la monarquía. El todopoderoso secretario real Antonio Pérez se vio involucrado de manera muy grave en el asesinato de Escobedo, el secretario de don Juan de Austria. Detenido y encarcelado consiguió escapar de la prisión de Madrid en el año 1590 y busco inmediato asilo en Aragón, aludiendo su condición de aragonés, -aunque había nacido en Guadalajara- y por conocer perfectamente que sus fueron y su Justicia Mayor, lo protegerían.

En ese entreacto fallece Lanuza Padre y su hijo le sucede en el cargo, encontrándose con una patata caliente difícil de resolver. Era el 22 de septiembre de 1591.

Por un lado se encuentra la rectitud de su carácter, su formación jurídica y el apoyo que recibe de personajes tan importantes como el Conde de Aranda o del poderoso Juan de Luna, incluso del propio pueblo aragonés, celoso de sus tradiciones que no veía con buenos ojos que ni siquiera el rey interfiriera en los conflictos de justicia de la antigua Corona: “Antes Fueros Leyes que reyes”

Del otro lado se encuentra al rey que personalmente guarda un odio feroz a quien había sido su mano derecha. Solicita del Justicia Mayor que le entregue al condenado y Juan Lanuza El Viejo, se niega, pero el rey empecinado en su artera venganza no duda en saltarse todos lo vallados y usando el Tribunal de la Inquisición, lo mismo que en Flandes, consigue encarcelar a Antonio Pérez, acusándolo de herejía.

Una serie de violentos altercados acaban con el asalto a la sede inquisitorial y liberan al preso que huye rápidamente a esconderse donde mejor pueda.

Y aquí comienza la otra imprudencia del rey, al enviar a Aragón al igual que antes a Flandes, a un ejército poderoso para sofocar el levantamiento lo que se llevó a cabo con una saña y brutalidad tales que no solo acabaron con la vida de muchas personas, entre ellos muchos inocentes, sino que se sembró de sal las tierras de las ciudades que más hostilmente se opusieron a la injusticia real.

Fue ese el momento en el que el Joven Lanuza sucede a su padre y no dudó ni un solo momento en ponerse al frente de la sublevación en defensa de los Fueros.

Antonio Pérez consigue huir a Francia, pero Felipe manda apresar al Justicia Mayor, un joven de apenas veintiséis años, al que juzga, condena y manda decapitar.

La acción tenía un doble sentido. En primer lugar castigar la sublevación de Lanuza, su oposición al poder real y la segunda y no menos importante tenía el significado implícito de dejar descabezada una institución tan importante como era la de Justicia Mayor.

Pero el pueblo de Aragón jamás olvidó el ultraje a sus fueros, como tampoco olvido el dolor por las víctimas caídas en el enfrentamiento y la ruina económica que le llegó luego.

Ejecución de Juan de Lanuza “El Joven”

2 comentarios:

  1. esa historia es historia, y la ley era dura, pero era la ley.

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  2. La historia, no miente, y Reyes buenos y justos, no ha habido ninguno...

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