Recuerdo
que en mis años de estudiante de literatura estudié a un escritor romántico de
prestigio que reunía la particularidad de ser natural de Chiclana de la Frontera,
un municipio vecino del mío, pero, ciertamente, no dejó una huella importante
en mí, ni su figura se ensalzaba en el temario como un escritor fuera de lo
común. Vamos, que el libro de literatura de sexto de bachiller despachaba a
este insigne escritor con unos pocos renglones.
Se llamaba
Antonio García Gutiérrez y nació el 5 de julio de 1813 en un pueblo bonito y muy
completo, Chiclana de la Frontera, quizás de los más completos de la provincia
de Cádiz. Tiene mar con playas preciosas, tiene marismas de una riqueza
biológica incalculable, tiene campo, pinares, es una potencia vitivinícola y disfruta
de unos alrededores dignos de ser conocidos y, por si fuera poco, tiene
historia pues fue un importante bastión francés en su acoso a La Isla de León y
Cádiz. Allí se celebraron batallas terrestres y combates navales y allí la huella
quedó como el Pinar de los Franceses, donde las tropas gabachas estuvieron
acampadas durante los largos meses del asedio, y que dieron nombre a un pinar
espectacular.
Antonio
nació en el seno de una familia modesta de artesanos y su infancia transcurrió
en los años del férreo absolutismo impuesto por Fernando VII. Muy pronto empezó
a dar muestras de su inclinación hacia la poesía y la literatura en general,
actitud que no era bien vista por su padre, que a toda costa quería que su hijo
fuera médico, para lo que, acabado el bachillerato, lo matriculó en la Facultad
de Medicina de Cádiz, en la que solamente pudo aprobar dos cursos, pues su interés
estaba muy alejado de la medicina y en 1833, aprovechando que el rey Fernando
cerró todas las universidades, abandonó definitivamente la carrera y se marchó
a Madrid en busca de la ansiada gloria literaria. En su alforja poco dinero,
algo de ropa, unos cuantos poemas y cuatro piezas dramáticas, mitad comedias,
mitad dramas
A pie y en
compañía de un amigo, se puso en camino hacia el norte y en algo más de veinte
día llegó a la capital de España; era en aquél mismo mes y año en el que
también muría el Rey Felón, septiembre de 1833.
García Gutiérrez en una de las primeras fotografías
Debía
tener el genio y la gracia andaluza tan característica, pues poco tardó en
relacionarse con poetas y literatos de la época, como Espronceda y con algunos
empresarios teatrales, a los que ofrecía sus obras con escaso éxito, como al
famoso Grimaldi, dueño de los dos teatros más importantes de la capital: el
Teatro del Príncipe y el de La Cruz.
Para
ganarse le vida empezó a trabajar como periodista en algunas de las
publicaciones periódicas de las muchas que por aquel tiempo salían a la luz y
que no llegaban al gran público ni se leían fuera de los foros capitalinos. Esta
actividad escasamente le daba para calentar su estómago y para ayudar a su
escuálida economía, empezó a traducir pequeñas obras francesas que tampoco
reflotaban su peculio.
Doblemente
presionado por su pobreza y por su fracaso como escritor, se alistó como
recluta en la leva que el gobierno realizó para luchar contra los carlistas, y
sobre todo ilusionado porque el decreto de reclutamiento preveía que todo
voluntario que tuviera dos años de estudios superiores, sería nombrado oficial
a los seis meses de servicio. Así que sentó plaza de soldado voluntario con el
ánimo de que al llegar a oficial, al menos solucionaría económicamente su vida.
Pero la
fortuna se cruzó en su camino y ayudado por su amigo Espronceda, que ya tenía
un lugar en las letras españolas, consiguió que su drama, El Trovador, fuese
elegido para ser representado en el Teatro del Príncipe y así, el uno de marzo
de 1836, el recluta chiclanero se escapa del cuartel para asistir a la “premier” de su obra.
El éxito
fue notable y al final se registró la más larga ovación que se había escuchado en
aquel teatro; al día siguiente la crítica hizo también justicia, iniciándose
una de las carreras más brillantes de la dramaturgia del siglo XIX.
Aparte del
largo aplauso, se dio otra circunstancia novedosa y es que, por primera vez, el
público reclamó la presencia en el escenario del autor, costumbre que sigue vigente
cuando se produce un éxito escénico.
Indudablemente
el ambiente había sido bien preparado, porque aunque entre el público se
preguntaban quién era el autor, porque a todas luces era un desconocido, lo
cierto es que el aforo estaba completo, no se sabe si de aficionados, o
simplemente “clac”.
A partir
de ese momento no tuvo ningún problema para que sus obras fueran representadas
en los teatros madrileños, mientras El Trovador salía de gira por las
principales capitales españolas.
Y su fama trascendió las fronteras hasta el
punto de que el gran músico Giuseppe Verdi compuso su famosa ópera Il Trovatore, basada en este drama,
cuando precisamente estaba en la cima de su fama mundial como músico.
El
argumento del drama es completamente inventado y la acción transcurre en el
siglo XV y cuenta la vida del doncel Manrique de Lara, amante de la poesía y el
canto, lo que en la época resultaba ser un trovador.
Hijo ilegítimo
de un noble zaragozano, lo había criado una gitana llamada Azucena.
Manrique
está enamorado de Leonor, a quien también ama Nuño, hijo del mismo conde,
aunque ambos desconocen la circunstancia de ser hermanos de padre, no así la
gitana Azucena que sabe perfectamente esa coincidencia.
Y, en fin,
todo el enredo y característico de los dramas románticos que naturalmente
terminan con la muerte dramática de los protagonistas, o al menos uno de ellos.
Lo cierto
es que la obra no solo tuvo éxito en Madrid, sino que se fue representando en
diferentes capitales y pueblos con notable acogida y los libretos que se
editaban, se acababan casi de inmediato.
Antonio
seguía sujeto a la disciplina militar a la que se había comprometido, lo que le
restaba mucha capacidad de acción, no solo para seguir escribiendo, sino para
acompañar a la compañía de teatro que representaba su obra.
El éxito
del drama llegó a oídos de la reina regente María Cristina de Borbón, madre de
Isabel II, que acudió una noche al teatro a ver la representación, al término
de la cual y sintiéndose entusiasmada, pidió conocer personalmente al autor,
expresando su deseo de que fuera a su palco para saludarle.
Antonio
tuvo que pedir prestada una levita algo más presentable que la suya para acudir
a la cita con la reina regente y así, con los nervios lógicos del momento, se
encaminó al palco proscenio que ocupaba su majestad, la cual tras los saludos y
felicitaciones de rigor le concedió una petición y el chiclanero no se le
ocurrió otra que lo que más le atenazaba en aquellos momento y le pidió “El
Canutillo” , nombre con el que se conocía popularmente a la licencia
del servicio militar, porque se guardaba en un tubo para preservarla de
posibles deterioros, pues en tiempos tan convulsos nadie podía estar libre de
que lo volvieran a reclutar si no presentaba la preciada licencia.
Poco
tiempo hizo falta para que el gobierno, presidido por el también gaditano
Mendizábal, concediera la licencia que supuso para el autor dedicarse
plenamente a la actividad literaria, ahora que el éxito le sonreía.
Su
siguiente obra en alcanzar gran fama fue Simón Bocanegra, un drama en el que el
autor funde las vidas de los hermanos Simón y Egidio Bocanegra en uno solo y
que también causó tanta impresión en Verdi que compuso su opera “Simón
Boccanegra”, basada en este drama. Y ya van dos.
Pero no
fue solamente literato el insigne chiclanero, pues fue cónsul de España en
diferentes ciudades francesas e italianas y director del Museo Arqueológico de
Madrid, cargo que ostentó desde 1872 hasta su muerte en 1884.
En su ciudad
natal, a la que yo visito con frecuencia, hay pocos recuerdos de este
prestigioso escritor que, en tiempos pasados contaba con un teatro construido a
orillas del río Iro, un río corto y a veces muy caudaloso que vertebra la
ciudad y que en varias ocasiones ha protagonizado riadas asombrosas; con el arreglo
y canalización de sus riberas, el teatro desapareció.
Teatro García Gutiérrez a orillas del
río Iro, hoy desaparecido
Pues mira JM,siendo como soy enamorado, como tú, de Chiclana desconocía yo esta historia.
ResponderEliminarPienso compartirla con un italiano marítimo afincado allí, en la barrosa,con una pequeña pero excelente pizzeria(Soave).Tú que eres buen gourmet,visitala.
Un abrazo, amigo. Generoso.
Como siempre interesante y desconocido para muchas personas gracias por sacarlo a la luz. Un abrazo
ResponderEliminarcomo siempre otra biografía muy interesante, un fuerte abrazo
ResponderEliminar¡Cuántas personas interesantes como este chiclanero nos estamos perdiendo!
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