Manuel Pacheco Albalate
Publicado en Pliegos
Academia de Bellas Artes Santa Cecilia
Número 8, año 2006, pp. 39-62
ISSN: 1695-1824
Cuando el barco está próximo a perderse bajo las aguas,
cuando casi todas las personas lo han abandonado, cuentan que un religioso, en
el momento de abandonar la embarcación, ve a nuestra atemorizada Cándida
temblorosa en un rincón, se compadece de ella, toma una de las canasta de
mimbre que tan corriente solían ser por aquellos años en los barcos, la
introduce dentro, la deposita en el agua y se arroja él también al mar
perdiendo todo contacto con ella.
Refería Cándida, a sus más íntimos, que no supo cuanto
tiempo estuvo en la mar, pero que con éste más tranquilo, cuando volvió a tener
su natural color azulado y perdió el verde ocre y su agresividad, las antes
embravecidas olas y ahora suaves la fueron acercando a la orilla, a la orilla
de una extensa playa de rubia arena, a la playa que más tarde supo llamaban de
la Isleta de los Conejos, como antes era conocida la actual de Valdelagrana. Sí
recordaba cómo acertó a pasar por allí un hombre ya mayor, antiguo campesino,
que recogía madera y retama para hacer el picón con que se ganaba el sustento
en su madurez. Al piconero, por su parte, semejante hallazgo le conmocionó; no
eran los restos de madera de un naufragio los que arrojaba el mar, como otras
veces, sino una linda y joven negrita. La tomó con delicadeza, se compadeció de
ella, le dio el calor que pudo compartieron sus escasas ropas, y lentamente
caminaron hacía la calle Lechería donde él vivía. A pesar de sus pocas
posibilidades económicas, la prohijó, y ya adolescente la tomó por compañera
hasta su muerte.
Cuando ésta acaeció, buscó Cándida nuevo compañero con
quien compartir su libertad y sus ganas de vivir, y no tuvo que marchar muy lejos.
En la misma casa, en la que residían cincuenta vecinos según los datos que
hemos hallado, se marchó como “huésped”, que es el calificativo que le da el
padrón, a las habitaciones de un gitano con el que compartía el patio de
vecinos común, de profesión viticultor, mucho más joven que ella pero ya mayor,
que había dejado la viña y poseía una pequeña carbonería en la misma calle
Lechería esquina con calle Rosa, junto a la fragua del también gitano “El
Cohete”. Con este nuevo piconero, cuyo nombre no creemos necesario citar,
compartió vida y profesión. Vendió su picón por las calles de El Puerto, y
realizó toda clase de faenas domésticas allá donde se le requería, actividad
muy en consonancia con la que habían realizado tiempos atrás los esclavos
andaluces. Trabajó como una negra, y pasó muchas, muchas necesidades que cubría
siempre con su sonrisa. Su sonrisa y su gran cesto colgado al brazo.
Entre los años 1940 a 1945[1],
fecha que no hemos podido concretar por los problemas antes mencionados, cuando
el compañero de Cándida podría tener entre 65 y 70 años, y ella, aunque no lo
parecía, un siglo, miembros de la Compañía de Jesús de El Puerto, siguiendo la
estela de sus compañeros de orden los Padres Alonso de Sandoval y San Pedro
Claver, se preocuparon por legalizar la situación de esta pareja. Porque dejaran
de vivir “ilícitamente” y fueran un matrimonio cristiano. Para lo cual, primeramente,
había que bautizar a ella, pues suponemos que él habría recibido esta gracia
divina.
El bautismo, por regla general, se celebraba pocos días
después del nacimiento, y el expediente que reflejaba en la iglesia el haber
recibido tal sacramento debía contener, y sigue conteniendo, el nombre que se
le impone, la fecha de nacimiento, el día en que recibe el agua
sacramental, y los nombres, la
residencia y los lugares de nacimiento de los padres, así como el de la o las
personas que lo apadrinan. De documentos, como comprenderéis, no había nada, y
solamente se tenía constancia de los datos que ella de memoria aportaba. Fueron
obstáculos que pudieron subsanarse y por tanto se unieron en matrimonio el
gitano y la negra. Sin embargo, nos vamos a detener en analizar algunos de los
que ella aportó, pues nos van a clarificar su llegada a El Puerto.
El primero es su lugar de nacimiento. Los portugueses
fundaron la ciudad de Sáo Paulo de Loanda (Luanda) al noroeste de Angola, en lo
que fue en un principio el fuerte de San Miguel, factoría fortificada para el
comercio de esclavos. Durante los siglos XVII al XIX, llegaban a Luanda muchos
grupos de diferentes bantúes que eran capturados en Guinea Ecuatorial, Namibia,
Zambia, Mozambique, etc. convirtiéndose el puerto, bajo el dominio portugués,
en el más importante del tráfico de esclavos. De aquí salían constantemente
barcos negreros para Brasil, pero también alguno que otro para un pequeño
centro del sur de España, para Huelva y sus ciudades limítrofes, que también traficaban
con este “genero”, según nos indica el historiador y político sevillano Antonio
Delgado Hernández (1805 – 1879: “Los mareantes de Palos, Moguer y Huelva frecuentaban
las costas de Guinea, de donde extraían esclavos negros para los mercaderes de
Andalucía…”
Luego queda, medianamente nítido, que Cándida debió
nacer en Luanda como ella decía. También analicemos la composición del
antroponímico de los negros esclavos en este periodo. En primer lugar,
naturalmente se le ponía el nombre de pila, que en los que pertenecían a
españoles o de raíces cristianas era por supuesto cristiano, en nuestro caso
Cándida proviene del latín, significando pura e inmaculada; semejante al de Catalina,
aunque éste de origen griego pero diciendo lo mismo. Los apellidos podían ser
varios: primero la raza (negro, mulato, pardo, tiznado, cuarterón, etc.),
seguido de la etnia (si se conocía), a continuación la procedencia, y por
último el nombre del amo. A lo expuesto agregamos que entre las esclavas de
Huelva existía un número destacado de Catalinas o Cándidas, y que Cándida la
“Negra” llevaba por apellido, con anterioridad a contraer su matrimonio, sólo
el de Huelva, todo lo cual nos lleva a suponer que allí llegó desde el mercado
de Luanda donde había nacido, no teniendo otro apellido por no tener dueño.
¿Y por qué el naufragio por estas costas? Veamos. Algunas de las familias acomodadas
de Huelva que tenían esclavos, algunos de ellos de cierto valor como en el caso
de las jóvenes muchachas que tenían uno añadido por su posibilidad de descendencia
y nueva venta, lo entregaban a un mediador para que lo condujera al otro lado
del océano, a los palenques de subastas, y obtener un rendimiento que por acá
no conseguirían. Puestos a suponer, bien pudo ser éste el caso de Cándida
Huelva Jiménez. Por cierto que el segundo apellido, el de Jiménez, debió ser, o
tomarlo, del padrino que la bautizó, pues sólo aparece con éste en los últimos
padrones, cuando ya ha contraído matrimonio.
Hasta aquí la vida de nuestro personaje ha girado entre
noticias fehacientes y suposiciones más o menos contrastadas, pero a partir de
aquí, lamentablemente, todo está perfectamente documentado. Era la caída de la
tarde de un frío miércoles 3 de enero de 1951. Cándida enciende un brasero de
picón, del picón que estuvo tan relacionado con su vida, y que lo va a estar
hasta sus últimos momentos. Cuando supone que está ya hecho ascuas,
completamente brillante pero sin llama, lo deposita debajo las faldas de una
sencilla mesa camilla, y se dispone a recibir su confortable calor, a administrárselo
bajo alguna que otra paletada. Pero la combustión desprende el temible monóxido
de carbono, la ventilación de la pequeña habitación es poca, y el letal gas le
hace lentamente perder la conciencia. Cae sobre las brasas sin poder salir de
ellas, y sus carnes centenarias van recibiendo una marca mucho mayor que la que
pudo producirle la carimba que nunca le aplicaron, y que se utilizaban sin
llegar a tener el color rojo, como estaba la estufa, para dañar menos a los que
se le aplicaba. Cuando llegaron a ella estaba en un lamentable estado. Sus
vecinos, sus vecinos de la calle Lechería, los niños hechos hombres a los que
ella tanto quiso, la llevaron al único centro médico que existía en El Puerto,
al Hospital de San Juan de Dios donde el médico de guardia, después de
atenderla, redacto el siguiente informe:
Miércoles
3 de enero de 1951. 18’20 horas.
Cándida
Huelva, Lechería nº 5.
Quemaduras
de 3º grado en ambas regiones glúteas y piernas. Casual.
Quedó
ingresada.
Dos días después, el 5 de enero, la publicación
“Cruzados” de Acción Católica, informaba a los portuenses del accidente: “En el
hospital de San Juan de Dios fue asistida la anciana Cándida Huelva de 110
años, conocida por “La Negra” que cuando estaba en las faenas propias de la
casa se le prendió fuego a las ropas, apreciándosele importantes
quemaduras en ambas regiones glúteas
y pierna derecha, quedando hospitalizada.”
Durante casi veinte días todavía tuvo fuerzas “La Negra”
para luchar con su destino, pero fue ésta su ultima aventura. Según el libro de
defunciones nº 5, del Archivo
Parroquial de la Iglesia de San Joaquín, folio 269, asiento nº 13, en día
veintidós de enero de dicho año de mil novecientos cincuenta y uno, en la más
estricta pobreza se le dio “…sepultura eclesiástica al cadáver de Cándida
Huelva, natural de Portugal, de estado casada…”
Ésta, en resumen, es la pequeña gran historia de una
singular mujer, personaje inconfundible, popular durante casi un siglo para los
portuenses, pero sobre todo sencilla, cariñosa, amante de los niños, de esos
que ella tanto quiso y nunca tuvo. En 1987, una mujer tremendamente sensible y
querida amiga mía, Lola Alba, le escribió esta composición poética con la que
concluimos nuestro pequeño homenaje a Cándia la Negra.
Un barquito llegó a El Puerto
Y trajo una flor morena,
Con el cuerpo de bambú
Y la carita canela.
El pelo como la endrina
Los ojos como la pena,
El alma de golondrina
Y el corazón de azucena.
Un gitanillo de El Puerto
La quiso por peteneras.
¡Gitano de fragua y yunque!
Con sonido de Candelas.
Churumbeles de azabache
Soñó Cándida la Negra
¡Sabanitas de silencios!
En cunas de mimbres seca.
¡Ay! ¡Soleá de mis tormentos!
¡Soleá de nucas negras!
¡Tu vientre quedó desierto
Como noches sin estrellas!
Por la calle Larga arriba
Viene Cándida la Negra,
Meciendo sus carnes blandas
Con vaivén de cubanera.
Lleva un canasto de mimbre
Con dos grandes tapaderas
Donde guarda sus recuerdos
De cubanita morena.
¿Qué llevas en el canasto
Cándida, canasto con tapaderas?
¡Hambre! Porque el hambre poco pesa,
Y, hay que llevarlo “tapao”
Pá que no cunda y se extienda.
¡Ay soleá, soleá!
¡Golondrinita morena!
Tu pelo se volvió plata
Tu cara quedó canela.
[1] En el Padrón Municipal
de 1940 dice vivir como “huésped” con el cabeza de familia. En el siguiente de 1945 aparece como
casada, y solamente ella forma la unidad familiar. Su ya marido debía no
encontrarse en El Puerto. En el siguiente, el de 1950, ya son dos los miembros
de la familia, y ella aparece casada junto a su esposo.
Me ha encantado!!! Gracias amigo José Mari por adelantar el artículo con el desenlace. Un abrazo!!
ResponderEliminarPor cierto tu amiga Lola es toda una poetisa!!!
ResponderEliminarMe gusto José María, entrañable
ResponderEliminarhola, me gustaria ponerme en contacto con ud para poder consultarle algunas cosas de las historias que aquí escribe. Me ha gustado mucho el blog, y quiero pedirle permiso, para divulgarlo. Bajo su nombre, por supuesto, es posible algun correo electronico?
ResponderEliminarSi ha recibido mi respuesta, le ruego me lo haga saber. Un saludo.
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