jueves, 30 de julio de 2015

CIUDADES POR TRIGO




La historia de España está plagada de sorpresas. De pronto somos más patriotas que nadie en el mundo y estamos al borde de un conflicto internacional por defender el inservible islote de Perejil, cuando en algún momento anterior estábamos dispuestos a cambiar unos barcos cargados de trigo, por la titularidad de nuestras dos plazas de soberanía en el continente africano; dos ciudades de las que no nos cansamos de predicar su españolidad.
Cierto que el hecho ocurrió hace ya dos siglos, pero sigue estando ahí, para que la historia lo analice.
En el año 1792 fue elegido Muley Suleyman sultán de Marruecos, mientras en España reinaba Carlos IV.
Decir que este rey reinaba es querer dorarle la píldora, pues este Borbón, junto con su hijo Fernando VII, han sido, sin ningún género de dudas, los peores reyes de la casa Borbón que ha tenido este desgraciado país.
Ya demostró que era bobo cuando dijo a su padre que una reina no podría nunca engañar a un rey, pues dónde iba ella a encontrar algo mejor que un príncipe. No sabía los cuernos que su querida esposa le iba a colocar sobre su soberana cabeza.
Cuatro años después de acceder al trono de España, dejó el gobierno en manos de su esposa María Luisa de Parma y de su valido, Manuel Godoy, de quien se tiene por seguro que era el amante de la reina.
Anteriormente, el gobierno había estado en manos de dos nobles, el conde de Floridablanca y luego el conde de Aranda, ahora estaba en manos de un guardia de corps que había tenido una fulgurante carrera, y de mero hidalgo, había pasado a ser capitán general y duque.
En el año 1799 el rey español y el sultán marroquí firmaron un tratado de paz, amistad, navegación, comercio y pesca, que como siempre ha ocurrido con los acuerdos firmados con el país alauita, no era nada más que una declaración de intenciones, un papel mojado que no llegaba a nada y que nunca se llegó a aplicar.
Pero ya Marruecos, en aquellos tiempos, sabía posicionarse en el concierto internacional mucho mejor que la diplomacia española solía hacerlo y así, ese mismo año, fue el primer país del mundo que reconoció a los recién creados Estados Unidos y facilitó la apertura de la primera embajada que el país americano abrió, que no fue en otro sitio que en Marruecos, asegurándose así la amistad con un país que en aquel momento no era nada, pero sin duda, el sultán o sus asesores, entrevieron el futuro que se le depararía a la antigua colonia británica, y se aseguraron un aliado para siempre.
Unos años después de la firma de aquel tratado, España y Marruecos seguían viviendo cada una por su lado, cuando en 1801, las cosechas de cereales, que era la base de la alimentación, no solo en España, sino en toda Europa, acumularon un año más de pésimos resultados. Los silos estaban vacíos, los molinos parados; no había harina para amasar el pan, tan fundamental en la dieta y, consecuentemente, se desató una hambruna generalizada.
Ya se había hecho en otras ocasiones y nuestros embajadores salieron a buscar cereal para paliar la escasez española, pero los graneros de Europa estaban poco más o menos como los de España y no había mercado en donde adquirir el necesitado trigo. El valido Godoy ordenó al embajador en Marruecos que agilizase en lo posible la compra de trigo en aquel país, que por su distinto clima, había tenido un año de buena producción y que por proximidad a España era fácil y rápido de transportar.
Pero al sultán Suleyman, o a sus asesores, no les parecía una buena idea vender trigo a España y exponerse ellos a una escasez que pudiera desatar el hambre en su población, así que dio un no rotundo a la petición de nuestro embajador.
Vamos, que una cosa era predicar, firmando un acuerdo, y otra muy distinta dar trigo, nunca mejor traído el refrán, y que ni por alto que llegara a ser el precio que Godoy llegara a pagar, vendería su grano a su querida “amiga”, incluso “hermana”, España.
Ni la invocación del tratado de amistad, ni ninguna otra compensación, parecía satisfacer al sultán, por lo que Godoy, posiblemente acuciado por la situación que se estaba viviendo en el país, ordenó al embajador que le ofreciese al sultán las “españolísimas” ciudades de Ceuta y Melilla.
Así, como suena. Cierto que en aquellos momentos históricos, llamar ciudades a Ceuta y Melilla es un tanto pretencioso, pero no dejaban de ser dos plazas españolas en el otro lado del Estrecho: un presidio y una fortaleza con su guarnición militar, pero además, de un carácter estratégico de primera categoría desde que se perdió Gibraltar.


Retrato de Manuel Godoy

El recién constituido sultanato de Marruecos, jamás había tenido potestad sobre las dos posesiones españolas y tampoco en ese momento había reivindicado nunca su titularidad, por lo que ofrecer dos guindas de ese calibre, a cambio de un poco de trigo, era una operación que ningún gobierno hubiera rehusado, pero los alauitas son así y no contentos con despreciar un trato tan beneficioso, se permitió el sultán manifestar que no quería comprar los “Presidios españoles”, que ya los tomaría por las armas.
El nombre de “Presidios” es con el que en Marruecos se sigue conociendo a las dos ciudades, porque, ciertamente, ese fue el destino que tuvieron las dos: servir de presidios militares, para alejar a los penados del territorio y recluirlos, en un territorio cuya única salida era el mar o un arriesgado paseo dentro de las fronteras marroquíes.
Y así continuó siendo hasta principios del siglo XX, en el que se eliminaron las prisiones de ambas ciudades que se empezaron a repoblar, precisamente, con muchos de los presos liberados.
Pues bien, ante la rotunda negativa marroquí, el valido español se dejó llevar por su enfado y pensó seriamente en la ocupación militar del sultanato, para así disponer de su propio granero en el norte de África, idea que ya habían tenido y llevado a la práctica los romanos.
Contó para llevar a cabo su plan, con un colaborador de excepción. Un hombre extraño y enigmático que ha pasado a la historia como Alí Bey y cuyo verdadero nombre era Domingo Badia, el cual recorrería Marruecos elaborando mapas, estudiando los territorios y sus posibilidades de explotación, reconociendo la potencia militar del país, las amistades y enemistades internas, la presión de las diversas tribus del bajo Marruecos y, en fin, todo cuanto sirviera para conocer mejor al enemigo, calificativo que siempre tuvo aquel país, a quien nunca engaño la falacia de considerarnos amigos y mucho menos hermanos.

Retrato de Alí Bey

El proyecto era caro y España no tenía, como siempre, recursos para llevarlo a cabo, por lo que fue vetado por el gobierno, pero Godoy muy afincado en él, ordenó la financiación de aquel programa que se clasificaba de alto secreto, razón por la que se le dio la máxima publicidad, como suele ocurrir en este país, llegando a aparecer en las páginas del Diario de Madrid, el día 28 de noviembre de 1801.
Domingo Badía hizo su trabajo a conciencia. Se circuncidó, perfeccionó su árabe, que ya dominaba, adquirió un vestuario adecuado, un arsenal de obsequios para ir distribuyendo, se construyó su propia genealogía y se hizo pasar por un alto personaje sirio cuya familia descendía directamente del Profeta.
Dos años después, inició su viaje, desembarcando en Tánger desde donde empezó a distribuir los presentes que llevaba, ganando amistades y favores, hasta conseguir que lo recibiera el propio sultán, el cual le concedió un salvoconducto para viajar por todo el sultanato.
Durante dos años estuvo viajando por todo el desconocido país, enviando informes a Godoy.
Esos informes eran muy condescendientes con la ocupación del territorio y describía las grandes rencillas internas que los jeques de las tribus beréberes mantenían con el sultán y lo proclives que serían con una alianza española para derrocarlo.
En un último informe, Badía aconsejaba empezar ya las operaciones previas a la ocupación, enviando armamento y tropas a Ceuta, para hacérselo llegar a los caudillos insurgentes que ya estaban gestando una rebelión.
Godoy, como buen advenedizo en la política, además de osado e imprudente, comenzó a hacer los preparativos sin consultar con nadie, ni contar con la anuencia de algún ministro, pero quizás se le escapó algo, un indicio, o una confesión de alcoba a su amante, la reina, la cuestión es que llegó a oídos del monarca las intenciones de Godoy de invadir Marruecos apoyando insurrecciones de las tribus beréberes y su permanente enfrentamiento con el sultanato.
Enterado el rey de las intenciones que su valido tenía a sus espaldas, mandó parar de inmediato el envío de tropas a Ceuta y prohibió realizar ninguna actuación más en ese sentido.
Parece que el abúlico monarca al que llamaban “El Cazador”, porque esa era su única actividad, obró correctamente en esta ocasión, porque de haber permitido seguir con la operación, sin duda alguna que con ayuda de los pueblos nómadas del sur, España se hubiese merendado a Marruecos, por otra parte un país anclado en la Edad Media, con los recursos propios de aquella época y por muy debilitado que estuviera el ejército español, los moros no habrían sido oponente.
Sin duda que de prosperar la intención de Godoy, la historia de España habría sido otra, como otra hubiera sido si Muley Suleyman hubiese aceptado el trueque del trigo por las dos ciudades españolas.

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