La historia de España está
plagada de sorpresas. De pronto somos más patriotas que nadie en el mundo y
estamos al borde de un conflicto internacional por defender el inservible
islote de Perejil, cuando en algún momento anterior estábamos dispuestos a
cambiar unos barcos cargados de trigo, por la titularidad de nuestras dos
plazas de soberanía en el continente africano; dos ciudades de las que no nos
cansamos de predicar su españolidad.
Cierto que el hecho ocurrió
hace ya dos siglos, pero sigue estando ahí, para que la historia lo analice.
En el año 1792 fue elegido
Muley Suleyman sultán de Marruecos, mientras en España reinaba Carlos IV.
Decir que este rey reinaba es
querer dorarle la píldora, pues este Borbón, junto con su hijo Fernando VII,
han sido, sin ningún género de dudas, los peores reyes de la casa Borbón que ha
tenido este desgraciado país.
Ya demostró que era bobo
cuando dijo a su padre que una reina no podría nunca engañar a un rey, pues
dónde iba ella a encontrar algo mejor que un príncipe. No sabía los cuernos que
su querida esposa le iba a colocar sobre su soberana cabeza.
Cuatro años después de acceder
al trono de España, dejó el gobierno en manos de su esposa María Luisa de Parma
y de su valido, Manuel Godoy, de quien se tiene por seguro que era el amante de
la reina.
Anteriormente, el gobierno
había estado en manos de dos nobles, el conde de Floridablanca y luego el conde
de Aranda, ahora estaba en manos de un guardia de corps que había tenido una
fulgurante carrera, y de mero hidalgo, había pasado a ser capitán general y
duque.
En el año 1799 el rey español
y el sultán marroquí firmaron un tratado de paz, amistad, navegación, comercio
y pesca, que como siempre ha ocurrido con los acuerdos firmados con el país
alauita, no era nada más que una declaración de intenciones, un papel mojado
que no llegaba a nada y que nunca se llegó a aplicar.
Pero ya Marruecos, en aquellos
tiempos, sabía posicionarse en el concierto internacional mucho mejor que la
diplomacia española solía hacerlo y así, ese mismo año, fue el primer país del
mundo que reconoció a los recién creados Estados Unidos y facilitó la apertura
de la primera embajada que el país americano abrió, que no fue en otro sitio
que en Marruecos, asegurándose así la amistad con un país que en aquel momento
no era nada, pero sin duda, el sultán o sus asesores, entrevieron el futuro que
se le depararía a la antigua colonia británica, y se aseguraron un aliado para
siempre.
Unos años después de la firma
de aquel tratado, España y Marruecos seguían viviendo cada una por su lado,
cuando en 1801, las cosechas de cereales, que era la base de la alimentación,
no solo en España, sino en toda Europa, acumularon un año más de pésimos
resultados. Los silos estaban vacíos, los molinos parados; no había harina para
amasar el pan, tan fundamental en la dieta y, consecuentemente, se desató una
hambruna generalizada.
Ya se había hecho en otras
ocasiones y nuestros embajadores salieron a buscar cereal para paliar la
escasez española, pero los graneros de Europa estaban poco más o menos como los
de España y no había mercado en donde adquirir el necesitado trigo. El valido
Godoy ordenó al embajador en Marruecos que agilizase en lo posible la compra
de trigo en aquel país, que por su distinto clima, había tenido un año de buena
producción y que por proximidad a España era fácil y rápido de transportar.
Pero al sultán Suleyman, o a
sus asesores, no les parecía una buena idea vender trigo a España y exponerse
ellos a una escasez que pudiera desatar el hambre en su población, así que dio
un no rotundo a la petición de nuestro embajador.
Vamos, que una cosa era
predicar, firmando un acuerdo, y otra muy distinta dar trigo, nunca mejor
traído el refrán, y que ni por alto que llegara a ser el precio que Godoy
llegara a pagar, vendería su grano a su querida “amiga”, incluso “hermana”,
España.
Ni la invocación del tratado
de amistad, ni ninguna otra compensación, parecía satisfacer al sultán, por lo
que Godoy, posiblemente acuciado por la situación que se estaba viviendo en el
país, ordenó al embajador que le ofreciese al sultán las “españolísimas”
ciudades de Ceuta y Melilla.
Así, como suena. Cierto que en
aquellos momentos históricos, llamar ciudades a Ceuta y Melilla es un tanto
pretencioso, pero no dejaban de ser dos plazas españolas en el otro lado del
Estrecho: un presidio y una fortaleza con su guarnición militar, pero además,
de un carácter estratégico de primera categoría desde que se perdió Gibraltar.
Retrato de Manuel Godoy
El recién constituido sultanato
de Marruecos, jamás había tenido potestad sobre las dos posesiones españolas y
tampoco en ese momento había reivindicado nunca su titularidad, por lo que
ofrecer dos guindas de ese calibre, a cambio de un poco de trigo, era una
operación que ningún gobierno hubiera rehusado, pero los alauitas son así y no
contentos con despreciar un trato tan beneficioso, se permitió el sultán
manifestar que no quería comprar los “Presidios españoles”, que ya los tomaría
por las armas.
El nombre de “Presidios” es con
el que en Marruecos se sigue conociendo a las dos ciudades, porque,
ciertamente, ese fue el destino que tuvieron las dos: servir de presidios
militares, para alejar a los penados del territorio y recluirlos, en un
territorio cuya única salida era el mar o un arriesgado paseo dentro de las
fronteras marroquíes.
Y así continuó siendo hasta
principios del siglo XX, en el que se eliminaron las prisiones de ambas
ciudades que se empezaron a repoblar, precisamente, con muchos de los presos
liberados.
Pues bien, ante la rotunda
negativa marroquí, el valido español se dejó llevar por su enfado y pensó
seriamente en la ocupación militar del sultanato, para así disponer de su
propio granero en el norte de África, idea que ya habían tenido y llevado a la
práctica los romanos.
Contó para llevar a cabo su
plan, con un colaborador de excepción. Un hombre extraño y enigmático que ha
pasado a la historia como Alí Bey y cuyo verdadero nombre era Domingo Badia, el
cual recorrería Marruecos elaborando mapas, estudiando los territorios y sus
posibilidades de explotación, reconociendo la potencia militar del país, las
amistades y enemistades internas, la presión de las diversas tribus del bajo
Marruecos y, en fin, todo cuanto sirviera para conocer mejor al enemigo,
calificativo que siempre tuvo aquel país, a quien nunca engaño la falacia de
considerarnos amigos y mucho menos hermanos.
Retrato de Alí Bey
El proyecto era caro y España
no tenía, como siempre, recursos para llevarlo a cabo, por lo que fue vetado
por el gobierno, pero Godoy muy afincado en él, ordenó la financiación de aquel
programa que se clasificaba de alto secreto, razón por la que se le dio la
máxima publicidad, como suele ocurrir en este país, llegando a aparecer en las
páginas del Diario de Madrid, el día 28 de noviembre de 1801.
Domingo Badía hizo su trabajo
a conciencia. Se circuncidó, perfeccionó su árabe, que ya dominaba, adquirió un
vestuario adecuado, un arsenal de obsequios para ir distribuyendo, se construyó
su propia genealogía y se hizo pasar por un alto personaje sirio cuya familia
descendía directamente del Profeta.
Dos años después, inició su
viaje, desembarcando en Tánger desde donde empezó a distribuir los presentes
que llevaba, ganando amistades y favores, hasta conseguir que lo recibiera el propio
sultán, el cual le concedió un salvoconducto para viajar por todo el sultanato.
Durante dos años estuvo
viajando por todo el desconocido país, enviando informes a Godoy.
Esos informes eran muy
condescendientes con la ocupación del territorio y describía las grandes
rencillas internas que los jeques de las tribus beréberes mantenían con el
sultán y lo proclives que serían con una alianza española para derrocarlo.
En un último informe, Badía
aconsejaba empezar ya las operaciones previas a la ocupación, enviando
armamento y tropas a Ceuta, para hacérselo llegar a los caudillos insurgentes
que ya estaban gestando una rebelión.
Godoy, como buen advenedizo en
la política, además de osado e imprudente, comenzó a hacer los preparativos sin
consultar con nadie, ni contar con la anuencia de algún ministro, pero quizás
se le escapó algo, un indicio, o una confesión de alcoba a su amante, la reina,
la cuestión es que llegó a oídos del monarca las intenciones de Godoy de
invadir Marruecos apoyando insurrecciones de las tribus beréberes y su
permanente enfrentamiento con el sultanato.
Enterado el rey de las
intenciones que su valido tenía a sus espaldas, mandó parar de inmediato el
envío de tropas a Ceuta y prohibió realizar ninguna actuación más en ese
sentido.
Parece que el abúlico monarca
al que llamaban “El Cazador”, porque esa era su única actividad, obró
correctamente en esta ocasión, porque de haber permitido seguir con la
operación, sin duda alguna que con ayuda de los pueblos nómadas del sur, España
se hubiese merendado a Marruecos, por otra parte un país anclado en la Edad
Media, con los recursos propios de aquella época y por muy debilitado que
estuviera el ejército español, los moros no habrían sido oponente.
Sin duda que de prosperar la
intención de Godoy, la historia de España habría sido otra, como otra hubiera
sido si Muley Suleyman hubiese aceptado el trueque del trigo por las dos
ciudades españolas.
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ResponderEliminarInteresante nota histórica.
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