En el año 1066, los monjes
cistercienses de la abadía inglesa de Coggeshall, en el condado de Essex, al
norte de Londres, iniciaron una crónica en la que iban relatando todos los
sucesos que a sus oídos llegaban. Durante siglos estuvieron informando a la
posteridad de innumerables vicisitudes, componiendo un cuerpo conocido como
“Chronicon Anglicanum”.
Dos siglos más tarde aún
seguían recogiendo hechos, sucesos de interés y todo aquello que consideraran
relevante para conocer la historia cercana al pueblo de Inglaterra.
A principios del siglo XIII el
abad de Coggeshall era un monje que ha pasado a la historia como Radulph o
Ralph de Coggeshall, el cual tomaba muy en serio la inclusión de cualquier
hecho singular en su famoso Chronicon y así, durante años, estuvo incrementando
las entradas, una de las cuales es la que da pie a esta historia, pero dejemos
a Ralph por un momento y vayamos a tiempos casi contemporáneos.
Jacques Bergier, famoso autor
junto a Louis Pauwel, de uno de los libros más apasionantes sobre lo oculto,
“El retorno de los brujos”, publicó en solitario, a principio de los años
setenta, un libro llamado “Extraterrestres en la Historia”, en el que entre
otro muchos hechos que él considera constatados, relata la aparición de unos
extraños niños de color verde en la localidad española de Banjos, la cual sitúa
en la provincia de Barcelona, pero de la que no existe constancia oficial con
dicho nombre.
Según este autor, una tarde de
agosto de 1887 se encontraban unos campesinos trabajando en la ladera de una
montaña cuando escucharon unos gritos aterradores. Se acercaron hasta el lugar
del que provenían los gritos, la entrada de una cueva en la montaña y ante
ellos aparecieron un niño y una niña, cogidos de la mano, que, al parecer,
habían salido de la mencionada cueva, encontrándose en un estado de terror que
podría definirse como “histéricamente asustados”. La aparición causó enorme
extrañeza en los campesinos, pues además de las extrañas ropas que vestían, los
niños tenían la piel de color verde. Se les describe también con rasgos
negroides suavizados, aunque con ojos saltones y almendrados, similar a los
asiáticos
Hacía noventa y cinco años del
suceso cuando Bergier lo describió en su libro, pero, según él, en los entornos
del lugar, aún existían personas que lo habían vivido y que lo recordaban
perfectamente. A muchas otras les había llegado por tradición oral, pero lo
cierto es que existía unanimidad en la descripción de aquel suceso.
Los dos chicos eran al parecer
hermanos, los cuales no dejaron de mostrarse temerosos por mucho tiempo, máxime
cuando era imposible comunicarse con ellos, pues hablaban una lengua
ininteligible, se resistían a probar alimentos y vestían unas extrañas ropa que
parecían hechas de metal.
Ambos fueron llevados ante el
magistrado del lugar, que puso mucho esfuerzo en tratar de averiguar de dónde
procedían aquellos dos críos, pero le fue imposible averiguar nada de momento y
eso que probó con numerosas personas que hablaron a los niños en casi todos los
idiomas usados en aquel momento.
El niño, menor que su hermana,
cayo pronto enfermo y murió al cabo de un mes, durante el que se habían
mantenido sin probar bocado hasta que se les ofrecieron unas judías verdes,
sobre las que se abalanzaron como perros famélicos. No obstante, su deterioro
era tal que ni siquiera cuando empezó a comer pudo reponerse y falleció.
Su hermana, sin embargo logró
salir adelante y recogida en la casa del magistrado y terrateniente más
importante del lugar, Ricardo de Calno, se repuso e incluso empezó a aprender
palabras en catalán. Al empezar a combinar la dieta, en principio
exclusivamente de judías verdes, con otros alimentos, a salir a la calle y
tomar el Sol, que para ella decía ser totalmente desconocido y, en fin, a hacer
una vida como los demás habitantes del lugar, el color de su piel comenzó a
cambiar, desapareciendo el tono verde poco a poco.
Cuando tuvo suficiente
vocabulario para explicarse, ofreció a su benefactor la relación de cómo habían
llegado hasta allí, manifestando que vivía en un lugar donde nunca se veía el
Sol y siempre estaba en penumbras, desde el que se podía ver otro lugar donde
refulgía la luz, pero que estaba separado por una gran corriente. Los
habitantes de aquel mundo se valían de una esferas artificiales con la que
producían luz suficiente para alumbrarse y para hacer crecer las plantas que
les servían de alimento.
Cierto día, durante un enorme
cataclismo ocurrido allí, sin que la chica supiera explicar suficientemente que
ocurrió, su hermano y a ella sintieron una enorme fuerza que les empujaba, a la
vez que a lo largo de la gruta sentían el sonido como de campanas. Sin saber
muy bien cómo, cruzaron la corriente de agua cuando vieron la posibilidad de
escapar de aquel mundo que parecía venirse abajo. Y así, con valentía y arrojo,
lograron cruzar aquella corriente, apareciendo a la luz del Sol y a la puerta
de aquella gruta.
Una de las muchas
imágenes de los niños verdes
Como es natural, numerosos
estudiosos de temas enigmáticos, realizaron investigaciones sobre este suceso,
no encontrándose ninguna referencia ni a la localidad, ni al hecho concreto que
se ha narrado.
Sin embargo, no falta quien
cree en el suceso, que relaciona con la ya antigua y famosa idea de la tierra
hueca, un lugar interior de nuestro planeta en el que se habría asentado una
civilización paralela.
Esta teoría es difícil de
creer, dadas las temperaturas que se pueden alcanzar a grandes profundidades,
suficientes para achicharrar cualquier clase de vida y sin embargo está muy
extendida y se encuentran innumerables escritos sobre ella.
Otra teoría, barajada en su
momento, fue la de los mundos paralelos que muy juntos unos de otros, jamás
entran en contacto por estar en otra dimensión espacio-tiempo.
Esta teoría se explica
pensando en que en una explosión como debió ser el Big Bang, no todos los
trozos en los que se fragmentó la masa inicial salieron despedidos al mismo
tiempo ni a la misma velocidad y como consecuencia viajan por el espacio sin
coincidencia alguna que los pueda relacionar.
Pensemos en la explosión de
una bomba y la metralla que sale disparada; unos trozos alcanzan una velocidad
y una distancia y otros se comportan de manera distinta, pues algo similar
podría ocurrir en los universos paralelos.
Lo complicado es averiguar cómo
y por qué circunstancias, aquellos niños pasaron de un universo al otro.
En fin, la historia está ahí,
para que unos digan que es una leyenda, sin fundamento alguno y otros especulen
con miles de posibilidades.
Como siempre, hay alguien que
sabe más que los que le rodean, y ese alguien encontró en la crónica que se
menciona al principio de este artículo, un hecho tan similar, que parecía el
mismo contado siglos antes.
Efectivamente, el abad Ralph
de Coggeshall recogió en la Crónica Anglicana un suceso tan similar que hasta
el magistrado que se hizo cargo de los niños se llamaba Richard de Calne.
“Acerca de un niño y una niña
que emergieron de la tierra”, es el título del capítulo en el que allá por el
año 1200, el abad Ralph recogía, como si de un prodigio se tratara, la
aparición de aquellos dos niños.
Pero el abad cisterciense
tampoco fue original en su narración, sino que copió, con muy pocas
diferencias, lo que Guillermo de Newbury narró en la “Historia de las cosas
inglesas”, que en su capítulo veintisiete cuenta la aparición de los niños
verdes y que en esta ocasión él situaba el suceso como ocurrido durante el
reinado del rey Esteban, es decir, entre 1135 y 1154.
No es posible que la
casualidad pueda llegar tan lejos, es más probable que lo sucedido en el
supuesto e inexistente pueblo de Banjos sea una leyenda que tiene como
fundamento el relato de la Crónica, la cual puede que realmente recoja la
extraña aparición de dos niños en cierto lugar de Inglaterra, aunque la
posibilidad de que su procedencia fuera totalmente terrestre es muy alta, en
unos tiempos en los que nadie pensaba en mundos paralelos, en una cuarta
dimensión ni en ninguna clase de vida extraterrestre. En aquellos tiempos todo
se explicaba por la intervención divina.
Bonita historia!!
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