viernes, 30 de octubre de 2015

IMPERATOR TOLETANUS




Durante los ochocientos años que tardamos en reconquistar nuestro suelo patrio, injusta y violentamente invadido y arrebatado, es claro que se produjeron períodos de guerras y conquistas y otros en los que parecía que España vivía en paz con los musulmanes. Incluso había más hostilidad entre los diferentes reinos cristianos, que entre estos y los árabes.
Con el desmoronamiento del califato de Córdoba, quizás el hecho que más favoreció la Reconquista, los diversos reinos de taifas que surgieron se fueron posicionando en situación de preeminencia y de entre ellos, uno de los más importantes, quizás el que más, fue el reino de Toledo.
Su capital, Toledo, conservaba la prestancia que le daba haber sido la capital del reino visigodo y para los musulmanes, la ciudad adquiría una importancia trascendental y se consideraba, detrás de Córdoba, la más importante ciudad de la Península.
Pues bien, el 25 de mayo 1085, esta ciudad, capital de reino de Toledo y joya de la corona musulmana era reconquistada por el rey castellano-leonés Alfonso VI y se convierte en lo que se dio por llamar la ciudad de las tres culturas, pues en ella vivían, pacíficamente, judíos, musulmanes y castellanos.
La pérdida de Toledo es quizás el momento de la Reconquista que mayor impacto produce en los invasores árabes y también entre los cristianos y sin embargo, algo que parece sencillo, como es hablar de ganadores y perdedores, es uno de los hechos más oscuros de todos aquellos siglos.

La ciudad islámica de Toledo

Frente a la historiografía ortodoxa que hasta el siglo XIX impera en España y que establece el hecho como una inequívoca victoria cristiana, alguna documentación, procedente del bando perdedor, es decir de los musulmanes invasores, no contempla los hechos desde la misma observación.
Un importante arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada que ocupó la sede toledana en el siglo XIII y durante cuarenta años y que se convirtió en historiador y traductor de árabe, idioma que conocía a la perfección, guarda una visión de la conquista que se produce tras cinco años de guerra y asedio emprendida en connivencia con los propios moros toledanos, descontentos con su rey, Alcádir.
Ni siquiera testimonios de uno y otro bando se ponen de acuerdo en cuanto tiempo duró el asedio de la ciudad; para unos fue de cuatro años y para otros de siete y cuando los cristianos dan la fecha antes señalada del 25 de mayo, los moros dicen que fue el 6 de ese mismo mes.
El fortuito hallazgo en unos capítulos sueltos de un libro escrito hacia principios del siglo XII por un tal Ben Bassam y titulado Dahira, encontrados por uno de los mejores arabistas franceses llamado Lévi-Provençal, de ascendencia judía, pero nacido en Argelia, ofrece unos extremos que distan mucho de los ya conocidos y que hicieron incluso corregir sus apreciaciones a todo un genio de la historiografía, como el profesor Menéndez Pidal.
Según la documentación estudiada por este historiador, en diez años, Toledo pasó de su mayor grandeza a su total ruina. El rey al-Mamún, que gobernó la taifa toledana entre los años 1043 y 1075, consiguió que su reino fuera el de mayor grandeza de todas las taifas de la península, y en el que tenían fantástica acogida sabios y artistas de cualquier cultura o religión, los que dieron lustre a la ciudad, junto con el embellecimiento de sus palacios, plazas, calles y jardines que el propio rey se ocupaba de impulsar.
Fue en Toledo en donde se refugió a Alfonso VI, hasta entonces rey de León, cuando fue destronado por su hermano Sancho II. Allí, al-Mamún lo acogió durante once meses, en el año 1072, hasta que su hermano fue asesinado en el cerco de Zamora por Vellido Dolfos, según cuentan los cantares de gesta.
Quizás en ese involuntario exilio, Alfonso fraguó la idea de reconquistar aquella bellísima ciudad, joya de la morería y crisol de culturas.

Estatua de Alfonso VI a las puertas de la Catedral de Toledo

El rey al-Mamún murió envenenado en Córdoba en 1075 y su cuerpo trasladado a Toledo para darle sepultura junto a la gran Mezquita. Con él se acabó el período de gloria de la ciudad.
Tras la muerte del rey, fue coronado su nieto, un muchacho aún, de escasa inteligencia, tímido y dominado por su madre y otras mujeres del harem, al que la historia conoce con el nombre de Alcádir, aunque su verdadero nombre era Yahya.
No pudo Alcádir empezar peor su reinado, pues desoyendo los sabios consejos que su abuelo le había ido proporcionando durante años, prefirió confiar en los enemigos de su familia antes que en sus leales, quizás con la insana intención de congraciarse con todo el mundo, los cuales, liberados de sus prisiones o destierros, se hicieron fuertes y consiguieron asesinar al primer ministro al-Hadidi, verdadera mano derecha del reino.
A esta muerte siguieron tumultos, sublevaciones, pillaje y muchas más muertes, dividiendo a los toledanos en dos bandos y consiguiendo que algunas de sus importantes provincias, como Valencia se declararan independientes.
Aprovechando el desmoronamiento del reino, Alfonso VI, ya convertido en emperador, título que le correspondía como rey de León, se presentó en las fronteras, causando el terror de las poblaciones limítrofes, mientras las taifas de Sevilla y Zaragoza se levantaban contra Toledo y le disputaban su hegemonía, incluso el rey sevillano Motamid reconquistó Córdoba.
A la vista de los capítulos encontrados por el arabista francés, Alfonso VI inicia su campaña contra el reino de Toledo atendiendo a un llamamiento que le hace el propio Alcádir, con el fin de atemorizar a los rebeldes contra él y contando con el apoyo de los mudéjares toledanos que eran los cristianos que vivían en aquel reino.
Los enemigos de Alcádir piden ayuda, como ya lo habían hecho anteriormente otras taifas, a los integristas almorávides y siguiendo la costumbre, su rey se la pide al emperador Alfonso, el cual le exige gran cantidad de dinero que Alcádir no tiene.
Asustado huye una noche de la ciudad y se refugia en Cuenca, después de muchos intentos en castillos y plazas fuertes que le cerraron sus puertas.
Desde allí escribió a Alfonso, recordándole cómo su abuelo lo había acogido antaño. No fue insensible el emperador leonés y regresó al cerco de Toledo llevando con él a su protegido, el rey.
En la fuga del rey, se había hecho cargo de la situación el rey de la taifa de Badajoz, Motawákkil que, muy confiado, no dispuso las defensas de la ciudad, dedicándose solamente a solazarse en fiestas y banquetes.
También huyó este rey cuando le advirtieron que Alfonso regresaba con el grueso de su ejército y con el rey Alcádir. Asustado, arrambló con lo que pudo y tomó el camino de su reino. Era el año 1082.
La ciudad, dividida y sin gobierno, abrió las puertas a Alfonso que repuso en el trono al desafortunado rey moro, el cual entregó al rey castellano riquezas y el castillo de Canales, fortaleza casi inexpugnable situada al norte de Toledo. 
Después de abastecer la fortaleza, Alfonso se volvió a Castilla, pero dejaba, en el corazón de Toledo, clavada una lanza que haría mucho daño.
Mientras, Alcádir, que se creía protegido por Alfonso, no era capaz de advertir las condiciones tan vergonzosas que le habían sido impuestas y que favorecían a los cristianos de su reino, mientras los musulmanes se revelaban o huían al vecino reino de Zaragoza, donde se les recibía muy bien y desde el que se preparaba un ejército para atacar Toledo.
Lo propio se hacía en la taifa de Sevilla, limítrofe por el sur.
Cuando los dos reyes fronteros atacan Toledo, Alcádir, incapaz de defenderlo se lo entrega pacíficamente a Alfonso.
Desde el primer cerco a la ciudad de Toledo, hasta su entrega por Alcádir en 1085, han pasado seis años. Esa es, según el arabista francés, la razón por la que se ha volcado en la historia la idea del fortísimo y largo asedio de la capital toledana, como así se había venido contemplando por los escritores e historiadores de la época y que incluso se relata en la Historia Roderici (referida a Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid) o en las Crónicas Silentes y Najerenses.
Es cierto que Alfonso no abandonó nunca el cerco a Toledo, pero a veces parecía que el cercado era él, pues los inviernos ponían en muy difícil situación el abastecimiento de sus tropas y de no ser por algunas taifas enemigas de Toledo que le enviaban víveres y lo que el saqueo de poblados y cigarrales aportaba, no le hubiera sido posible mantener el asedio de la ciudad.
Instalado en el trono de la ciudad, se proclamó Imperator Toletanus y de las primeras cosas que hizo fue restablecer la archidiócesis que ya lo fue en época visigoda.
Los musulmanes más radicales vieron en aquellos gestos una premonición de que todo el Islam sería expulsado pronto de la Península y cantaban aquellos versos que se hicieron famosos: “Poneos en camino, oh andaluces, pues quedarse aquí es una locura”.

Y lo sería, pero debían pasar aún cuatrocientos años.

4 comentarios:

  1. Me encantan tus artículos, este Imperator Toletanus, pone de manifiesto la poca importancia que se le ha dado a Toledo en su época musulmana
    Espero al próximo

    ResponderEliminar
  2. Como siempre preciso y concreto, relatas una cara de la historia desconocida, al menos para mi. Me encanta la forma de narrarlo. Un saludo amigo.

    ResponderEliminar
  3. Me ha gustado esta versión de la reconquista de Toledo

    ResponderEliminar