lunes, 1 de abril de 2013

LA MÁS CORTA Y LA MÁS LARGA

Publicado el 8 de enero de 2012




Hace ya algún tiempo publiqué un artículo sobre el reinado más breve de la historia de España que protagonizó Luís I y que duró once meses. Pero hubo otros reinados mucho más breves, como el de Luís Felipe de Portugal, herido en el mismo atentado en el que perdió la vida su padre, muriendo él veinte minutos después. Fue rey durante ese corto período, aunque ni siquiera se enteró.
Buscando curiosidades así, me tropecé con un acontecimiento que ha pasado a la historia por ser la guerra más corta de cuantas se han celebrado. Ocurrió entre Gran Bretaña y el Sultanato de Zanzíbar y duró cuarenta y cinco minutos. Zanzíbar es un territorio compuesto por dos islas en el Océano Índico: Zanzíbar y Pemga, situadas frente a las costas de Tanzania, de la que en la actualidad forman parte y que fue colonia portuguesa y más tarde británica, hasta que en 1964 alcanzó la independencia.
Aquella guerra ocurrió el veintisiete de agosto de 1896 y duró desde las nueve de la mañana hasta las nueve y cuarenta y cinco.
Dos días antes había fallecido el sultán de Zanzíbar, Hamad Thuwaini, hombre muy proclive a la presencia británica y dispuesto a la colaboración. Tras la muerte y mediante un golpe de estado, que podríamos llamar “de bolsillo”, un primo del sultán, Khalid Barghash, tomó el poder, enfrentándose a los británicos que eran partidario de que la línea sucesoria se respetase y que el trono le correspondiera Hamud Muhammad, persona con la que tenían muy buena relación y que estaba muy dispuesto a continuar en la línea de colaboración.
Los ingleses, que en materias como esta, y muchas otras similares, no se han andado nunca con bromas, ordenaron a Barghash que abdicara de inmediato, pero éste rehusó, comenzando a formar un ejército a la vez que armaba el yate HHS Glasgow, perteneciente a su primo fallecido, el cual estaba anclado en el puerto de Ciudad de Piedra, la más importante de la isla.
Los ingleses mandaron tres cruceros y dos cargueros y desembarcaron dos batallones con novecientos hombres en total, al mando del General Lloyd Mathews.
Con el ejército y la armada desplegados, dieron un ultimátum al sultán golpista, el cual expiraba a las nueve de la mañana de aquel día.
Aunque Barghash trató de usar la influencia del representante de los Estados Unidos en aquel territorio, no consiguió demorar el ataque y a las nueve en punto los británicos abrieron fuego, principalmente sobre el palacio real que quedó gravemente dañado. El impostor salió por la puerta trasera y se refugió en el consulado alemán, donde le concedieron asilo.
De inmediato la acción naval se dirigió contra el yate Glasgow que recibió varios obuses y terminó hundiéndose.

Residencia del sultán tras el bombardeo

Colocado en el trono el sultán Muhammad, los británicos, que tras cuarenta y cinco minutos de guerra sólo tuvieron un herido de escasa consideración, se aseguraron setenta años más de presencia en aquellas islas.
Esta “guerra relámpago” me trae a la memoria el incidente que tuvimos con Marruecos por la ocupación del Islote de Perejil. Aquella operación de desalojo del islote, que se llamo “Romeo-Sierra”, duró también pocos minutos y terminó con la detención de los infantes de marina marroquíes que habían sustituido a los gendarmes que fueron los primeros en ocupar el islote. No hubo que disparar ni un solo tiro, pero también fue un acto de guerra en el que se enfrentaron dos cuerpos de ejército de dos países beligerantes.
Afortunadamente aquello acabó bien y no hemos vuelto a hablar de la Isla de Perejil, que salvo los habitantes de Ceuta, el resto de los españoles desconocían.
Y cuando había sacado información sobre la guerra más corta, me pregunté cual habría sido la más larga y empecé a buscar documentación.
Según los tratados de historia, la guerra más larga tuvo lugar entre lo que entonces se denominaba Provincias Unidas de los Países Bajos y las Islas Sorlingas.
Esta guerra duró trescientos treinta y cinco años y está registrada en los anales de la historia por ser la más larga y, sobre todo, la más aburrida de cuantas contiendas hayan ocurrido.
Se inició en 1651 y se firmó la paz en 1986. En más de tres siglos de guerra, ninguno de los contendientes disparó un solo tiro.
Como en la de Zanzíbar, o en el esperpento de Perejil, en esta ocasión fueron también unas islas, las cuales están situadas a unas veinticinco millas al suroeste de Gran Bretaña, frente a la costa de Cornualles, a cuyo condado pertenecen en la actualidad y en lo que se conoce como Mar Celta. Su característica principal es la de que, a pesar de estar en un mar bastante frío, recibe de lleno la corriente del Golfo de Méjico, lo que hace que su clima sea muy bonancible y en la actualidad dichas islas estén enfocadas al turismo, casi exclusivamente. El archipiélago lo componen cinco islas y numerosos islotes rocosos y deshabitados.

Isla de Tresco, una de las Sorlingas

Este archipiélago configura la punta más occidental de las Islas Británicas y en sus bajos rocosos, vinieron a estrellarse la noche del veintidós de octubre de 1707, los cinco barcos que formaban la escuadra del almirante inglés Clowdisley Shovell, perdiendo cuatro de ellos y dos mil hombres y pereciendo en el naufragio el propio almirante. Es ese quizás el incidente más famoso de cuantos hayan podido ocurrir en aquellas islas, cuyos habitantes estuvieron más de tres siglos en guerra, sin saberlo.
Hay que remontarse a los tiempos de Oliver Cromwell y la guerra entre los partidarios del rey y los del parlamento y que culminó el 30 de enero de 1646 con la cabeza del rey Carlos I rodando por el suelo del patíbulo. Como consecuencia del regicidio, se instauró una república, cuyo parlamento llegó a ofrecer a Cromwell la corona británica. Toda Gran Bretaña es controlada por las fuerzas parlamentarias, pero las Islas Sorlingas permanecen leales a Carlos II, hijo del rey ajusticiado y heredero de la corona y al que también obedecen las fuerzas de la Marina Real.
Cromwell busca el apoyo de un país con una armada fuerte para vencer a la británica y hacerse con el poder absoluto y lo encuentra en los Países Bajos que acaban de independizarse de España. Pero aunque no parece explicable, dada la situación por la que atravesaba Gran Bretaña, la Marina Real aguanta a los holandeses.
El día treinta de marzo de 1651 la escuadra holandesa, al mando del almirante Harpertszoon, desembarca en las Sorlingas y pretende que los careneros reales le reparen los barcos averiados por combates anteriores. Como parece natural, no lo consigue y sin encomendarse a nadie, declara la guerra a aquellas pacíficas islas.
Dice la historia que fue una guerra en la que no se disparó ni un solo tiro y que los habitantes de aquel paradisíaco archipiélago jamás tuvieron conciencia de que estaban en guerra contra Holanda que desde aquel momento empieza a incorporarse al concierto internacional y llega a convertirse en toda una potencia naval.
A mediados de los años ochenta del pasado siglo, alguien en Holanda recuerda que aún están en guerra contra las Islas Sorlingas y surge un debate tan gracioso como lo había sido la propia guerra y lo que no había costado casi nada, se convierte en un elemento publicitario cuando dan a conocer al mundo que Holanda y las Islas firman la paz el diecisiete de abril de 1986.
Termina una guerra sin heridos, ni tiros, ni hambres, ni privaciones, como suelen ser las guerras; por el contrario esta fue una guerra amable, graciosa incluso, lo que también me recuerda a la de Perejil y dicen que ha sido la más larga de cuantas han ocurrido y se tienen noticias.
No puedo estar de acuerdo, en España hemos tenido una guerra de verdad, que empezó con lanzas y flechas y terminó con cañones, mosquetes y arcabuces que duró más del doble que lo que duró ésta y que por ende, se cobró millares de víctimas de ambos bandos.
Indudablemente, la Reconquista fue una guerra en toda regla, librada por los distintos reinos en los que se fue descomponiendo la Hispania visigoda, contra un invasor común que se apoderó de buena parte de nuestro suelo patrio por espacio de ochocientos años.
Cierto que la Reconquista pasó por muy diversos períodos, alguno de los cuales fueron de larga y absoluta paz, pero la mayor parte de esos ocho siglos lo fueron de batallas, escaramuzas, hostigamientos y más batallas, hasta que, por fin, en 1492, se conquistó el último reducto musulmán.

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