Publicado el 8 de enero de 2012
Hace ya algún tiempo publiqué un
artículo sobre el reinado más breve de la historia de España que
protagonizó Luís I y que duró once meses. Pero hubo otros reinados
mucho más breves, como el de Luís Felipe de Portugal, herido en el
mismo atentado en el que perdió la vida su padre, muriendo él
veinte minutos después. Fue rey durante ese corto período, aunque
ni siquiera se enteró.
Buscando curiosidades así, me tropecé
con un acontecimiento que ha pasado a la historia por ser la guerra
más corta de cuantas se han celebrado. Ocurrió entre Gran Bretaña
y el Sultanato de Zanzíbar y duró cuarenta y cinco minutos.
Zanzíbar es un territorio compuesto por dos islas en el Océano Índico: Zanzíbar y
Pemga, situadas frente a las costas de Tanzania, de la que en la
actualidad forman parte y que fue colonia portuguesa y más tarde
británica, hasta que en 1964 alcanzó la independencia.
Aquella guerra ocurrió el veintisiete
de agosto de 1896 y duró desde las nueve de la mañana hasta las
nueve y cuarenta y cinco.
Dos días antes había fallecido el
sultán de Zanzíbar, Hamad Thuwaini, hombre muy proclive a la
presencia británica y dispuesto a la colaboración. Tras la muerte y
mediante un golpe de estado, que podríamos llamar “de bolsillo”,
un primo del sultán, Khalid Barghash, tomó el poder, enfrentándose
a los británicos que eran partidario de que la línea sucesoria se
respetase y que el trono le correspondiera Hamud Muhammad, persona
con la que tenían muy buena relación y que estaba muy dispuesto a
continuar en la línea de colaboración.
Los ingleses, que en materias como
esta, y muchas otras similares, no se han andado nunca con bromas,
ordenaron a Barghash que abdicara de inmediato, pero éste rehusó,
comenzando a formar un ejército a la vez que armaba el yate HHS
Glasgow, perteneciente a su primo fallecido, el cual estaba anclado
en el puerto de Ciudad de Piedra, la más importante de la isla.
Los ingleses mandaron tres cruceros y
dos cargueros y desembarcaron dos batallones con novecientos hombres
en total, al mando del General Lloyd Mathews.
Con el ejército y la armada
desplegados, dieron un ultimátum al sultán golpista, el cual
expiraba a las nueve de la mañana de aquel día.
Aunque Barghash trató de usar la
influencia del representante de los Estados Unidos en aquel
territorio, no consiguió demorar el ataque y a las nueve en punto
los británicos abrieron fuego, principalmente sobre el palacio real
que quedó gravemente dañado. El impostor salió por la puerta
trasera y se refugió en el consulado alemán, donde le concedieron
asilo.
De inmediato la acción naval se
dirigió contra el yate Glasgow que recibió varios obuses y terminó
hundiéndose.
Residencia
del sultán tras el bombardeo
Colocado en el trono el sultán
Muhammad, los británicos, que tras cuarenta y cinco minutos de
guerra sólo tuvieron un herido de escasa consideración, se
aseguraron setenta años más de presencia en aquellas islas.
Esta “guerra relámpago” me trae a
la memoria el incidente que tuvimos con Marruecos por la ocupación
del Islote de Perejil. Aquella operación de desalojo del islote, que
se llamo “Romeo-Sierra”, duró también pocos minutos y terminó
con la detención de los infantes de marina marroquíes que habían
sustituido a los gendarmes que fueron los primeros en ocupar el
islote. No hubo que disparar ni un solo tiro, pero también fue un
acto de guerra en el que se enfrentaron dos cuerpos de ejército de
dos países beligerantes.
Afortunadamente aquello acabó bien y
no hemos vuelto a hablar de la Isla de Perejil, que salvo los
habitantes de Ceuta, el resto de los españoles desconocían.
Y cuando había sacado información
sobre la guerra más corta, me pregunté cual habría sido la más
larga y empecé a buscar documentación.
Según los tratados de historia, la
guerra más larga tuvo lugar entre lo que entonces se denominaba
Provincias Unidas de los Países Bajos y las Islas Sorlingas.
Esta guerra duró trescientos treinta
y cinco años y está registrada en los anales de la historia por ser
la más larga y, sobre todo, la más aburrida de cuantas contiendas
hayan ocurrido.
Se inició en 1651 y se firmó la paz
en 1986. En más de tres siglos de guerra, ninguno de los
contendientes disparó un solo tiro.
Como en la de Zanzíbar, o en el
esperpento de Perejil, en esta ocasión fueron también unas islas,
las cuales están situadas a unas veinticinco millas al suroeste de
Gran Bretaña, frente a la costa de Cornualles, a cuyo condado
pertenecen en la actualidad y en lo que se conoce como Mar Celta. Su
característica principal es la de que, a pesar de estar en un mar
bastante frío, recibe de lleno la corriente del Golfo de Méjico, lo
que hace que su clima sea muy bonancible y en la actualidad dichas
islas estén enfocadas al turismo, casi exclusivamente. El
archipiélago lo componen cinco islas y numerosos islotes rocosos y
deshabitados.
Isla
de Tresco, una de las Sorlingas
Este archipiélago configura la punta
más occidental de las Islas Británicas y en sus bajos rocosos,
vinieron a estrellarse la noche del veintidós de octubre de 1707,
los cinco barcos que formaban la escuadra del almirante inglés
Clowdisley Shovell, perdiendo cuatro de ellos y dos mil hombres y
pereciendo en el naufragio el propio almirante. Es ese quizás el
incidente más famoso de cuantos hayan podido ocurrir en aquellas
islas, cuyos habitantes estuvieron más de tres siglos en guerra, sin
saberlo.
Hay que remontarse a los tiempos de
Oliver Cromwell y la guerra entre los partidarios del rey y los del
parlamento y que culminó el 30 de enero de 1646 con la cabeza del
rey Carlos I rodando por el suelo del patíbulo. Como consecuencia
del regicidio, se instauró una república, cuyo parlamento llegó a
ofrecer a Cromwell la corona británica. Toda Gran Bretaña es
controlada por las fuerzas parlamentarias, pero las Islas Sorlingas
permanecen leales a Carlos II, hijo del rey ajusticiado y heredero de
la corona y al que también obedecen las fuerzas de la Marina Real.
Cromwell busca el apoyo de un país
con una armada fuerte para vencer a la británica y hacerse con el
poder absoluto y lo encuentra en los Países Bajos que acaban de
independizarse de España. Pero aunque no parece explicable, dada la
situación por la que atravesaba Gran Bretaña, la Marina Real
aguanta a los holandeses.
El día treinta de marzo de 1651 la
escuadra holandesa, al mando del almirante Harpertszoon, desembarca
en las Sorlingas y pretende que los careneros reales le reparen los
barcos averiados por combates anteriores. Como parece natural, no lo
consigue y sin encomendarse a nadie, declara la guerra a aquellas
pacíficas islas.
Dice la historia que fue una guerra en
la que no se disparó ni un solo tiro y que los habitantes de aquel
paradisíaco archipiélago jamás tuvieron conciencia de que estaban
en guerra contra Holanda que desde aquel momento empieza a
incorporarse al concierto internacional y llega a convertirse en toda
una potencia naval.
A mediados de los años ochenta del pasado siglo, alguien en Holanda recuerda que aún están en guerra contra las
Islas Sorlingas y surge un debate tan gracioso como lo había sido la
propia guerra y lo que no había costado casi nada, se convierte en
un elemento publicitario cuando dan a conocer al mundo que Holanda y
las Islas firman la paz el diecisiete de abril de 1986.
Termina una guerra sin heridos, ni
tiros, ni hambres, ni privaciones, como suelen ser las guerras; por
el contrario esta fue una guerra amable, graciosa incluso, lo que
también me recuerda a la de Perejil y dicen que ha sido la más
larga de cuantas han ocurrido y se tienen noticias.
No puedo estar de acuerdo, en España
hemos tenido una guerra de verdad, que empezó con lanzas y flechas y
terminó con cañones, mosquetes y arcabuces que duró más del doble
que lo que duró ésta y que por ende, se cobró millares de víctimas
de ambos bandos.
Indudablemente, la Reconquista fue una
guerra en toda regla, librada por los distintos reinos en los que se
fue descomponiendo la Hispania visigoda, contra un invasor común que
se apoderó de buena parte de nuestro suelo patrio por espacio de
ochocientos años.
Cierto que la Reconquista pasó por
muy diversos períodos, alguno de los cuales fueron de larga y
absoluta paz, pero la mayor parte de esos ocho siglos lo fueron de
batallas, escaramuzas, hostigamientos y más batallas, hasta que, por
fin, en 1492, se conquistó el último reducto musulmán.
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