sábado, 21 de septiembre de 2013

SIEMPRE LOS MILAGROS




Estamos viviendo en España y en gran parte de Europa, unos momentos de crisis y recesión como nunca habíamos visto. Eso es lo que dicen los expertos y es más que probable que lleven razón en lo que a la segunda parte se refiere, es decir, que nunca lo habíamos visto nosotros, pero no tiene nada de cierto en que sean los peores momentos a lo largo de la historia.
España siempre ha estado en crisis y siempre ha sido pobre, a pesar de haber sido durante un siglo el país hegemónico del mundo y de haber recibido en las arcas del gobierno, las fortunas más incalculables.
El oro y sobre todo la plata que llegaban de las Américas nunca fueron capaces de frenar el endeudamiento crónico del estado. Mientras que muchas familias en el entorno del tráfico comercial con el Nuevo Mundo, los famosos Cargadores a Indias, se enriquecían a ojos vistas, la Corona era cada vez más pobre.
Los monarcas españoles estaban permanente endeudados con los prestamistas alemanes, holandeses y de cualquier otro país, casi siempre familias judías y poderosos banqueros, a los que llegaron a hipotecar hasta las minas de cinabrio de Almadén, cuando el metal que se extraía, el mercurio, era imprescindible para obtener oro y plata en América.
Pero así eran las cosas y todo porque España no cesaba de guerrear ni un solo instante y contra todo bicho viviente.
Contra los protestantes, por la cosa del acendrado catolicismo de nuestros monarcas, contra la Gran Bretaña, por ser enemiga mortal desde siempre, haber repudiado a una reina española y darnos constantemente la vara en el mar y para colmo de males, deshacerse de la autoridad papal y crear la religión anglicana a gusto del rey y sin más obediencia que al arzobispo de Canterbury.
En Italia,  para imponer la presencia española y mantener los efímeros reinos de los que disfrutamos, cambiamos, perdimos y al final nos arruinaron.
Y con los Países Bajos, en una guerra eterna que duró ochenta años y que al final, terminamos perdiendo, aunque ganamos casi todas las batallas.
Nuestro sino ha sido estar siempre en crisis, porque entrando el siglo XIX, la cosa no fue a mejor, ni mucho menos; y saliendo el siglo, por la otra puerta salieron todas las colonias, fuente principal de los ingresos del estado.
En fin, que la situación no tiene más remedio que un milagro, un buen milagro que nos saque de este atolladero, como siempre hemos pedido los españoles, tan católicos y cristianos. Y la verdad es que muchas veces las cosas han sido milagrosas y ya he referido en alguna ocasión cómo esos milagros, producidos porque Dios estaba siempre de nuestro lado, han salvado situaciones realmente comprometidas.
Precisamente en la guerra contra Flandes, la de los Ochenta Años, un “milagro” vino a salvar a nuestros Tercios de un desastre sin precedente.
El hecho es muy poco conocido, quizás por lo escasamente rentable que fue al final para nuestras tropas, pero se le ha venido en llamar “El Milagro de Empel”.
Ocurrió el día ocho de diciembre del año 1585, en un lugar de Flandes, entre la desembocadura de los ríos Mosa y Waal. El Waal es el nombre que toma el Rin en su último tramo y que forma un estuario enorme en el que se halla la Isla de Bommel.
Allí se encontraban, arrinconados por tropas de tierra y la escuadra flamenca, al mando del Almirante Holak, unos cinco mil soldados del llamado Tercio Viejo, el más temible ejército de infantería de todos los tiempos, veteranos en mil batallas y aguerridos soldados, al mando del Mariscal de Campo Francisco Arias de Bobadilla, titular del expresivo condado de Puñonrostro y sobrino-nieto de aquel Pedrarias Dávila que viajaba a todas partes con su féretro (consultar mi artículo “Viajando con su ataúd).


Francisco Arias de Bobadilla

Los Países Bajos se llaman así precisamente porque la mayor parte de su territorio está bajo el nivel del mar y las tropas flamencas aprovecharon esa circunstancia para abrir las compuertas del río Mosa y anegar todo el terreno alrededor de donde se encontraba el Tercio español.
Vista su situación de superioridad, el almirante Holak ofrece a los españoles que se rindan, pero la respuesta de Bobadilla es contundente: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulaciones después de muertos”.
La respuesta es tomada como una insolencia y el flamenco da orden de abrir las demás compuertas y anegar más la zona, tanto, que sólo queda una pequeña colina llamada Empel, emergiendo sobre las aguas.
Sin posibilidad de auxilio, con pocas provisiones, todos los uniformes y pertrechos empapados y tiritando de frío, los españoles se disponen a resistir como se pueda y comienzan a cavar unas trincheras para resguardarse, cuando un soldado tropieza con algo duro, un objeto de madera que una vez desenterrado resulta ser una imagen de la Inmaculada Concepción.
En algún lugar se dice que era una tabla flamenca con la pintura de la Virgen, diferencia que no viene al caso porque lo importante es que, de inmediato y como no podía ser de otra manera en aquellos tiempos, se toma el hallazgo como una señal divina, máxime cuando aquel día es la víspera de la celebración de la festividad de la Inmaculada.
De inmediato se improvisa un altar, los soldados se encomiendan a la Señora y Bobadilla arenga a su gente enalteciéndolas para el combate.
Quiere la casualidad o he aquí el milagro que esa noche se desate un frío extremo, acompañado de vientos huracanados que en pocas horas, convierten en hielo toda el agua que anega la zona. Bobadilla observa el fenómeno y aunque ateridos, ordena a sus hombres caminar sobre el hielo después de comprobar su extrema dureza.
Así, los soldados marcharon sobre la capa helada en dirección a la flota flamenca que había quedado atrapada entre los hielos y que por ningún concepto esperaba un ataque.
El Tercio  Viejo fue, como siempre, implacable y después de asaltar los buques pasaron a cuchillo a sus tripulaciones.
Desde las fuerzas flamencas de tierra observaban cómo los barcos caían en poder de los españoles sin que ellos pudieran hacer nada.
Después de tomar los barcos, los soldados se aprovisionaron de armas y ropas secas y recomponiendo la formación, marcharon sobre el fuerte situado en tierra firme.
Cargaron con una virulencia inusitada y tomaron la posición en poco tiempo, produciendo una desbandada general, seguida hasta por el altanero Holak que no pudo oponerse al avance de los famosos cuadros de chispa y pica que formaban los tercios españoles.
Como parece natural, después de una victoria tan contundente, la Inmaculada fue declarada patrona del arma de Infantería, lo que continúa siendo hasta el día de hoy.
Pero se ve que este milagro no ha sido el único, aunque en esta otra ocasión y dado el carácter totalmente laico del beneficiario, no se atribuyó el hecho a la divina intercesión.
Un suceso muy similar, casi idéntico, ocurrió el día 21 de enero de 1795 durante las llamadas Guerras Revolucionarias Francesas y en un enfrentamiento contra Holanda en el que el general francés Jean Charles Pichegru llegó a tomar Ámsterdam, en donde pensaba fijar sus cuarteles de invierno.
Pero sus espías le informaron que la flota holandesa estaba anclada en Den Helder, una provincia al norte de Ámsterdam, distante unos ochenta kilómetros.
Dadas las características extremas de aquel invierno, la noticia era que todos los ríos estaban helados y que el mar también lo estaba, habiendo atrapado a los quince buques que formaban la escuadra, los cuales estaban inmovilizados y sin posibilidad de defenderse.


Toma de la escuadra en el hielo

En consecuencia, el general Pichegru envió un ejército de húsares a caballo al mando de un general, para que se dirigiera con toda urgencia a Den Helder. Cada caballo llevaba a la grupa a un soldado de infantería y a marchas forzadas se dirigieron a la zona, comprobando que entre Den Helder y la isla de Texel, que es la más próxima a tierra del archipiélago de Frisia Occidental, se encontraban los quince navíos completamente inmovilizados por la mar helada.
Aprovechando la dureza del hielo y la oscuridad de la noche, la caballería francesa llegó por sorpresa hasta los barcos y los tomó, sin que sus tripulaciones pudieran defenderse, pues aparte de que estaban confiados de encontrarse fuera de peligro, los barcos se habían escorado de tal manera que sus cañones apuntaban, una banda al cielo y la otra a pocos metros del propio buque aunque en la pintura no está así representado.
El resultado de la operación fue espectacular pues no hubo ni un solo herido y se capturaron quince navíos, de ellos once completamente equipados, con más de ochocientos cincuenta cañones.
De parte de los franceses estuvo solamente la estrategia y la decisión. En esta ocasión ningún milagro vino a poner la balanza a su favor, claro que los franceses saben de muchas cosas pero no de desenterrar imágenes de Vírgenes.

sábado, 14 de septiembre de 2013

ESCAQUES DE AMOR




Consultando una documentación de contenidos diferentes del ayuntamiento de Valencia, me sorprendió encontrarme con una curiosísima historia que inmediatamente llamó mi atención. Estaba escrita en valenciano, como ya nos resulta casi natural, pero es tan fácil de entender que leyéndolo despacio, te haces perfecta idea de todo.
La historia tenía por título  “Scachs d’amor” y trataba sobre el juego del ajedrez, al que en muchas ocasiones se le ha referido como juego del escaque, en alusión al nombre de cada una de las casillas que forman el tablero.
El ajedrez es el juego de los juegos, tanto que ya se ha convertido casi en un deporte intelectual que arrastra masas entusiasmadas con la maestría de los famosos y ha hecho célebres a nombres como el cubano Capablanca, el español Arturo Pomar, el estadounidense Bobby Fischer, o los rusos Kárpov y Kaspárov.
Se dice que el ajedrez fue inventado en China, de donde pasó a India y a todo el oriente, llegando luego a extenderse hacia occidente hasta llegar a Persia, donde alcanzó la más alta reputación, aunque hay quien afirma que fue invención del bíblico rey Salomón (en caso de que existiera, pues su figura se pone muy en duda actualmente). No falta tampoco quien lo atribuye al dios griego Hermes, también en el supuesto caso de que este dios existiese, lo que demuestra lo incierto de su invención, la cual se pierde en la noche de los tiempos.
La primera alusión a un juego similar, aparece en unos escritos del año 600 antes de nuestra Era, en donde se le menciona con el nombre de “Chaturanga”, un juego indio cuyo nombre en sánscrito se refiere a las cuatro armas del ejército en aquella época: elefantes, caballería, carros e infantería que serían las torres, los caballos, los alfiles y los peones del moderno ajedrez.
Fue en Persia desde donde el juego se expandió hacia occidente, principalmente por la influencia que a partir del siglo VIII empezó a tener el Islam, que fue quien lo trajo a Al-Andalus. Desde la península Ibérica se transmitió luego al resto de Europa a través del Mediterráneo.
Se cuenta una historia, con muchas vertientes, sobre la introducción del juego en Persia y se achaca a un “sha”, aburrido y melancólico que encargó a su visir que le consiguiera un juego que fuese nuevo cada vez que se jugara y que nunca se llegase a dominar. El premio, si lo encontraba, sería lo que él pidiese y el castigo en caso de no hallarlo, la decapitación.
El visir se quedó muy apesadumbrado y sin saber por donde empezar consultó bibliotecas, archivos, a gentes sabias y a embajadores extranjeros hasta que un indio le habló del juego de la Chaturanga y de su complejidad. De inmediato, el visir se hizo con un tablero y las piezas del juego y en el más discreto silencio, comenzó a aprender a jugar según las reglas que regían entonces. Cuando tuvo el juego medianamente dominado, se lo mostró al “sha” que al comprender la magnitud del mismo quedó encantado, y cumpliendo su promesa pidió al visir que le expresara cual sería su deseo.
En visir, ya iniciado en los muchos secretos que el ajedrez y su tablero encierran, le pidió algo muy sencillo: que colocara un grano de trigo en la primera casilla, dos granos en la segunda, cuatro en la tercera, ocho en la cuarta y así, en progresión geométrica, rellenara todas las sesenta y cuatro casillas del tablero.
El “sha” quedó sorprendido por la extraña petición y pidió a uno de sus cortesanos que mandase traer un saco de trigo del granero para cumplir su promesa.
Con el saco de trigo, empezó a colocar los granos en las casillas y de inmediato comprendió, primero, que no cabían tantos granos en cada casilla y luego más tarde, cuando alcanzó a ver la magnitud de las cifras a las que se enfrentaba, que ni en todo su imperio habría trigo suficiente para llegar a la última casilla.
Más de dieciocho trillones de granos serían necesarios para cubrir los sesenta y cuatro escaques, más de lo que Persia y toda Asia producirían en varias decenas de años. La cantidad es tan tremenda que casi no nos hacemos cargo, pero desglosándola serían dieciocho millones de billones, que a su vez son un millón de millones.
La anécdota es simpática y hasta puede que sea verdad, lo que indica que el visir además de inteligente era un buen matemático que conocía los resultado de la progresión.

Grabado del siglo XII

Anécdotas sobre el ajedrez hay muchas y literatura aún más, pues es quizás el juego que más ha inspirado a escritores, pintores y cineastas.
Pero de aquella Chaturanga al ajedrez actual hay todo un abismo y si no se conoce el origen del juego primitivo, si se sabe y de manera muy documentada a quien se debe la innovación introducida en el mismo y que fijó las actuales reglas del juego.
Y eso es lo que narra la página del Ayuntamiento de Valencia, porque resulta que en 1475, cuando Valencia alcanza su mayor esplendor cultural y económico, tres poetas valencianos llamados Francisco de Castellví, Bernat Fenollar y Narcís Vinyoles, compusieron un poema titulado “Scachs d’amor”, en el que se describe el nuevo movimiento de la reina, que la convierte en la pieza más importante del tablero, a la vez que se da un nuevo movimiento al actual al alfil, la captura del peón al paso y la obligación de anunciar el jaque.
En ese poema, bastante largo, por cierto, incluso reproducen los autores una partida con las nuevas reglas.
Dicen que sus autores se habían inspirado en la reina Isabel, para transferir al tablero toda la fuerza vital de la Reina Católica, cuyo esposo, el rey Fernando, era un ferviente aficionado y ella misma era conocedora del juego.
Unos años más tarde, en 1495, fue otro valenciano, Francesc Vicent, quien escribió el primer tratado moderno sobre el ajedrez y sus nuevas reglas, el “Libro de los juegos y partidas del ajedrez en número de 100”, el cual, beneficiándose de las ventajas que ya ofrecía la imprenta y de que en Valencia había una de las pocas imprentas de Europa, vio pronto la luz y se expandió con una velocidad admirable, haciendo llegar a muchos países la magia del juego que alcanzó pronto una tremenda popularidad.
El libro no se conserva, pero hay muchas referencias al mismo y algunas copias manuscritas de páginas o capítulos que, a manera de apuntes, algún jugador interesado sacara para tener más mano su contenido.
Quizás impulsado por sus reyes, Castilla y Aragón, con los Reyes Católicos, lanzaron el gusto por jugar al ajedrez a todo el mundo civilizado y desde Valencia, entonces integrante del reino de Aragón y a través de su imprenta, se popularizo el juego de reyes, como a veces se le ha llamado.
Aceptado ya que fue en España en donde se le dio a este juego el aspecto que tiene en la actualidad, también es curioso saber que el primer campeón del mundo de ajedrez fue español.
Se trataba de Ruy López de Segura, un clérigo y ajedrecista nacido en Zafra, Badajoz, el año 1540, que llegó a ser consejero y confesor del rey Felipe II.
En el año 1560 viajó a Roma para la coronación del Papa Pío IV y allí derrotó a los mejores ajedrecistas italianos, que eran tenidos como los mejores del mundo, lo que le valió la consideración oficiosa de ser el primer campeón de ajedrez del mundo.
También escribió un tratado al que se considera como el primer estudio científico del juego y que ha sido objeto de infinidad de análisis, todos coincidentes en la enorme valía de un estudio sobre normas, reglas y estrategias que aún están plenamente vigentes.

Azulejo en la fachada de la casa del clérigo

Una singularidad de este juego, o deporte de mesa, como sería mejor llamarle en función del tremendo esfuerzo mental que requiere una partida a cierto nivel, es que es prácticamente imposible que una partida se repita, salvo que se haga ex profeso, pues son tales las cantidades de variaciones que se pueden producir que un matemático, al parecer ocioso, se entretuvo en calcularlas, llegando a la conclusión que no podrá haber dos partidas iguales aunque todos los habitante de la Tierra jugaran día y noche, sin detenerse ni un momento y durante siglos.
Con todo el género humano jugando y moviendo una pieza cada segundo se necesitarían quinientos mil trillones de años para que se pudiesen dar todas las partidas posibles, sin repetir ninguna y siguiendo las reglas actuales del juego.
Curiosidades del juego de los escaques cuya invención se pierde en el tiempo y la historia, pero cuyas reglas para jugar, tal como hoy se conocen, son españolas y desde hace quinientos años.

sábado, 7 de septiembre de 2013

EL PODER DE LAS PALABRAS




Cuando en el bachillerato de aquella época que empieza ya a ser remota, estudiábamos gramática, la estudiábamos de verdad. Conjugar verbos, declinar palabras, aprender las reglas de acentuación, las conjunciones, las preposiciones, el análisis sintáctico y el morfológico y la colocación de los signos ortográficos.
Era fácil con el punto, incluso con el punto y coma, pero la sencilla coma era de mucha más envergadura de lo que su modesta situación pudiera hacer pensar.
La coma separa las oraciones y permite descansar momentáneamente en la lectura de un texto que, sin estas pequeñas aliadas, terminaría por asfixiarnos; y las oraciones tenían (y siguen teniendo), los tres elementos indispensables: sujeto, verbo y predicado. El lugar de la coma lo podían ocupar las llamadas conjunciones copulativas que tenían esa virtud, la de unir dos oraciones sin la presencia del signo ortográfico.
Para aprender bien todo esto, la profesora que nos enseñaba a escribir con corrección, ponía un ejemplo que lo dejaba todo clarísimo. Era una frase en la que no colocaba ninguna coma y que según el lugar en el que la fuera poniendo, cambiaba diametralmente de sentido.
La frase era: “Perdón imposible que se cumpla la sentencia”.
Si la coma va detrás de perdón, el reo sale a la calle, pero si se coloca detrás de imposible, su destino es el trullo.
Una sencilla coma puede afectar a la vida de una persona de manera muy importante. Y es que las palabras tienen un tremendo poder alojados en ellas que sabiéndolo desentrañar, producen obras admirables de la literatura, agravios, alegrías y disgustos de consecuencias inimaginables.
“Por aquí no han pasado”, respondió un monje cuando el capitán de un  destacamento de caballería le preguntaba por una partida de forajidos que al parecer tenían buena protección en las iglesias y conventos de la zona. Y dijo aquella frase que se ha hecho célebre, mientras introducía sus manos en las mangas del hábito, un gesto y una actitud muy al uso de los frailes y monjes y que con la frase y el gesto, lo que quería decir es que por sus mangas no habían entrado, con lo que no quebrantaba su obligación de no mentir, pero tampoco contestaba con la verdad.
Hoy ya no hay frailes de hábitos talares, de capucha y cíngulo, pero de ellos han quedado anécdotas, frases como la anterior o historias como la siguiente.
De los primeros colectivos que adquirieron el vicio de fumar el tabaco que los indios americanos consumían de diversas formas, fueron los frailes. La explicación es muy sencilla porque en cada expedición, en cada aventura, el gobierno designaba a un número de religiosos que compartieran la jornada con la doble función, primero de dar fe, casi como notarios públicos, de las cosas ocurridas en el transcurso de la misión y en segundo lugar con el fin de ganar para el reino de los cielos, las almas de los nativos que era la excusa que se ponía siempre para ir a fastidiarles la vida a aquellos cándidos seres que vivían en su paraísos, sin injerencias de nadie que viniera a imponer sus costumbres, cambiar sus dioses, calzarse a sus mujeres, hacerles trabajar como mulos, o cortarles el pescuezo si no se comportaban como se les exigía.
Los religiosos, una vez entraban en contacto con los nuevos nativos, adoptaban farisaicamente las costumbres del lugar para hacerse ver como personas de talante y a través de los llamados “lenguas”, trataban de hacerse entender y contarles la fabulosa historia de la muerte y resurrección que tan bien aprendida tenían.
Por eso, si los indios fumaban sus “calumets”, con las aromáticas hojas del tabaco, ellos los imitaban y se ponían ciegos de chupar por las boquillas de las pipas, experimentando, primero, la borrachera del tabaco y segundo, su adicción.
La costumbre de fumar se tuvo por muy beneficiosa durante siglos, tan es así que hasta no hace mucho, se vendían cigarrillos especiales para asmáticos, o se esnifaba rapé para descongestionar las vías respiratorias. Por eso no es nada extraño que aquellos religiosos que estuvieron en jornadas, trajeran a sus conventos y abadías la costumbre bien vista de echarse un cigarrito de cuando en cuando y así, el hábito de fumar se extendió y mucho entre la clase religiosa.
Hoy es un disparate el fumar, además de un hábito perseguido por los impuestos, por los gobiernos, por la propia sociedad y, sobre todo, por los conversos, aquellos fumadores empedernidos que habiendo dejado el vicio, no soportan a nadie fumando a su alrededor.
Todo es malo, el fumar y el perseguir, pero sigamos con la historia. Como es bien sabido, el tabaco produce una tremenda adicción que es muy difícil de superar y es lo que hace que una y otra vez, los mejores planes de desintoxicación fracasen estrepitosamente, pues el fumador, además de la buena intención de dejar de fumar, no sabe cómo librarse de la necesidad de consumir que produce el tabaco.
Esa adicción, el “mono”, como ahora se le llamaría, hacía mella en los frailes y monjes adictos al tabaco, que al contrario de lo que se pueda pensar eran muchos y muy enganchados.



Recientemente he leído la última novela de Ildefonso Falcones, en donde se describe muy bien cómo los sacerdotes participaban incluso del contrabando del tabaco, además de ser ávidos consumidores de las labores artesanales que circulaban por España.
Pues bien, dejando sentado que no es ninguna invención que los religiosos estuvieran enganchado en el tabaco, las larguísimas sesiones de rezos que las distintas órdenes practicaban, producían en los abnegados frailes, una necesidad imperiosa de salir a echar un “caliqueño”.
Las deserciones del personal ponían de uñas a los abades y priores que hostigaban al clero sobre la necesidad de la oración ininterrumpida, sin que el personal le hiciera el menor caso.
Se cuenta, y esto no sé si será totalmente cierto que, siguiendo el trámite reglamentario, algunos responsables de las comunidades religiosas, se dirigieron a sus superiores y estos a su vez a los suyos, solicitando aclaración sobre un punto que consideraban caudal: ¿Se podía fumar mientras se practicaba el rezo?
La pregunta fue ascendiendo en el escalafón frailuno, o monjeril, hasta que llegó al responsable supremo que en algunos lugares se dice que fue el propio papa y en otros que la cosa quedó en algún cardenal, arzobispo o cargo similar.
La respuesta, que no se hizo esperar, además de un contundente “NO”, advertía de las desagradables consecuencias que dicha práctica acarrearía a toda persona de comunidad que se atreviese a fumar durante la oración.
El asunto estaba zanjado por la jerarquía eclesiástica, si bien el problema no se había solucionado. La tremenda adicción que produce el tabaco, hacía que los monjes salieran a las puertas de las capillas o de los oratorios para echar su cigarro y entrar luego a seguir orando, pero las diferentes órdenes religiosas acataron la autoridad superior y durante el rezo, fumar estaba totalmente proscrito.
Este problema se presentaba por igual en todas las órdenes, pero, indudablemente, había quienes creían más que otros en el poder de las palabras. Estos últimos fueron los jesuitas que siempre destacaron sobre el resto, hasta el extremo de que cuando no se expulsaba ni perseguía a ninguna orden desde la extinción del Temple, a ellos los expulsaron de todas las posesiones españolas. Pero ya que eran una orden diferente, con muchísima mejor preparación, se lo demostraron a sí mismos y al resto de comunidades religiosas y experimentaron con la misma pregunta, pero de diferente forma planteada: ¿Puede un religioso rezar mientras fuma?
¡Ahí te han cogido! Rezar es bueno en cualquier momento, incluso si se está fumando, por tanto nada malo hay en ello, fue la respuesta oficial de la curia.
Jesuitas al poder, porque ellos siguieron fumando mientras rezaban cuando las demás órdenes no podían hacerlo.
A lo que parece, las dos acciones, rezar y fumar, no son la misma cosa según el orden en el que se coloquen. Eso es lo mismo que decir que, con las palabras, el orden de los factores altera el resultado.
Queda entonces claro cómo se pueden plantear dos preguntas que diciendo lo mismo pero en diferente orden de palabras, se pueden obtener dos respuestas contradictorias; lo que hace falta es tener la suficiente inteligencia como para plantear las cosas de manera que la respuesta sea la que apetece escuchar.

¡Qué poder tienen las palabras!