jueves, 20 de mayo de 2021

CALUMNIAS DE LA SANGRE

 


Algo ocurre al pueblo judío que desde la más remota antigüedad se ha ganado la enemistad, si no el odio, de muchos otros pueblos y religiones. Pero algo tiene también que contra tanta adversidad y a lo largo de casi tres milenios ha sabido sobrevivir, recomponerse y volver a causar el odio y la envidia entre los demás.

Lo estamos viendo estos días en los que Hamas le lanza doscientos misiles al día y su Cúpula de Hierro detiene el noventa y cinco por ciento.

Esos ataque, ahora con armas de alta tecnología, existieron desde siempre, sobre todo entre los cristianos que les acusaban de haber causado la muerte de Jesús, creando un caldo de cultivo en el que se desarrollaron otros odios contra los hebreos, a los que ni aún convertidos al catolicismo, dejaron de azuzar con acusaciones de la más lesa gravedad.

Durante la Edad Media ese odio fue atroz y se materializaba en acusaciones hechas por escrito que recibieron el nombre de Libelos de Sangre o Calumnias de la Sangre.

En ellas se vertía toda suerte de atrocidades efectuadas por los judíos, según las cuales cometían los más abyectos crímenes empleando sangre humana en sus rituales.

Toda la Europa de la Baja Edad Media padeció esta continua muestra de odio y venganza contra los judíos a los que se les veía recreando la muerte de Cristo con el sacrificio de niños cristianos durante la Pascua, tiempo en el que murió Jesús.

Según esas acusaciones un niño cristiano que no hubiera alcanzado la pubertad era secuestrado y a veces comprado a unos padres muy necesitados. Seguidamente era ocultado en algún lugar escondido y seguro hasta el momento de su sacrificio.

En ese momento los judíos se reunían en el lugar de la ejecución que podía ser la propia sinagoga y se iniciaba una farsa teatralizada para juzgar al niño, con muchos visos de parecerse a la pasión y muerte de Jesús, con latigazos, y corona de espinas incluida, crucifixión y lanzazo final.

Eso era lo que incluían los libelos de la sangre, una sarta de mentiras contrarias a todos los principios de la religión judía, cuya enseñanza aboga muy claramente contra el asesinato y el sacrificio de humanos.

Entre los muchos relatos de este tipo que desde el segundo milenio empezaron a circular por toda Europa, también tuvieron presencia en España que no podía quedar al margen y entre las varias acusaciones que corrieron en nuestro país, quizás la más conocida es la del Santo Niño de La Guardia.

La Guardia es un pueblo de la provincia de Toledo, al este de la capital, en donde se daba una gran concentración de judíos. Corría el año 1491 en pleno auge de la Inquisición y en vísperas de producirse la expulsión decretada por los Reyes Católicos.

Según cuenta la tradición en ese delicado momento los judíos deciden dar a los cristianos un escarmiento por lo que ellos están padeciendo: expuestos a la expulsión, a torturas y muerte a manos del Santo Tribunal, confiscación de bienes, desprestigio de los integrantes de la comunidad, algunos de ellos personas muy respetables y necesaria para el buen gobierno del país y la transmisión de la cultura, etc.

Siguiendo siempre la tradición, grupos de perseguidos de las ciudades de Quintanar de la Orden, Tembleque y La Guardia que habían presenciado en sus ciudades la quema de sus correligionarios acusados de herejía y asustados por su futuro inmediato, decidieron castigar ellos también a los cristianos.

Así, entraron en contacto con un judío llamado Benito de las Mesuras, nigromante por más señas, recién llegado de Francia y residente en La Guardia.

Este visionario les aseguró que consiguiendo el corazón de un niño cristiano y una hostia consagrada y quemándolo juntos, se conseguirían unas cenizas que vertidas en las fuentes de los pueblos, produciría en los cristianos un daño irreparable.

De ese modo, dice la leyenda, eligieron a un judío llamado Juan Franco que era carrero y viajaba con sus mercancías de pueblo en pueblo, para que en su deambular procurara hacerse con un  niño cristiano. El carrero llegó a Toledo, donde al pasar por la puerta de la catedral, vio a un niño que junto a su madre pedían limosna. No le costó mucho convencer al pequeño mediante regalos para que se fuera con él y así lo llevó hasta Quintanar de la Orden, donde lo esperaban sus correligionarios. Desde allí lo trasladaron a La Guardia, donde fue encerrado y maltratado.

Los secuestradores esperaron pacientemente al momento de la Pascua Hebrea en el que fue martirizado, crucificado y muerto Jesús, y decidieron que fuera el decimocuarto día de la luna de marzo, el momento de iniciar el ritual, en el que empezaron a aplicarle los mismos tormentos que siglos atrás infligieron a Jesús de Nazaret y dice la tradición que el niño sufrió todo el tormento sin pronunciar una sola queja.

 

Crucifixión del  Niño de la Guardia (grabado del siglo XVIII)

Luego siguieron con el ritual que el nigromante Benito les había marcado, recogieron sangre y con un puñal hurgaron en el costado hasta extraerle el corazón, faltaba la hostia consagrada que encargaron a un sacristán converso, al que le fue muy fácil conseguirla.

Terminada la ceremonia, Benito se dirige hacia Zamora, portando las cenizas, pero es detenido en Ávila acusado de judaizante, sin que en la instrucción de la causa conste en ningún momento la existencias de las cenizas.

Es a partir de los interrogatorios con torturas extremas que se empieza a construir falsamente el ritual al que hacemos referencia. Benito inculpa en el macabro y falso suceso a vecinos de La Guardia, Tembleque y otros pueblos, que al pasar por el Santo Tribunal, van incrementando el número de horrores vividos por el inocente niño. Todo absolutamente falso y sin ninguna base, pues no se tenía registrado en Toledo la desaparición del niño, ni constancia alguna de su real existencia y mucho menos que hubiese sido arrancado del lado de su madre sin que ni ella misma lo advirtiera ni diera voz de alarma.

Pero nada de eso era importante. Lo único que preocupaba era perjudicar al colectivo judío, demonizarlo hasta límites difíciles de entender en un pueblo tremendamente religioso y temeroso de Dios.

No fue esta la primera vez, ni por supuesto la última. Desde los primeros siglos de nuestra Era ya se tienen referencias de autores que describen cómo los judíos engordaban cada año a un griego para comérselo, cosa tan poco creíble como que la religión judía es la más estricta en relación con la alimentación, figurando una larguísima lista de alimentos prohibidos y permitidos (Kosher), así como los utensilios necesarios para cocinarlos.

Pero incluso basado sobre un supuesto falso, el Tribunal consiguió llevarlo a juicio y sentó en el banquillo a Benito, los hermanos Franco y otros vecinos de La Guardia, los cuales fueron llevados a Ávila, no se sabe muy bien por qué razón y allí, tras un proceso cargado de imaginaciones y falsas confesiones impulsadas por los tormentos a los que fueron sometidos, se les condenó a la hoguera.

Similares denuncias seguidas de juicios por actos cometidos por los judíos se han dado en Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania, Suiza, Hungría y Ucrania, que se puede considerar el más moderno, pues ocurrió en 1911.

Este caso es conocido como El Proceso Beilis y en el, un empleado de una fábrica de ladrillos de Kiev, llamado Menahem Mendel Beilis fue acusado de haber asesinado con fines rituales a un niño cristiano de 13 años llamado Andrei Yushchinsky, cuyo cuerpo fue hallado el 20 de marzo de 1911 en una cueva cerca de la fábrica de ladrillos.

 

Fotografía de M. M. Beilis

El cuerpo presentaba numerosas heridas producidas por un arma blanca y las primeras actuaciones de la policía determinaron que se trataba de un crimen como muchos otros, cometido por una banda de ladrones que dirigía una mujer llamada Vera Cheberyak, la cual sospechaba que el niño había delatado sus actividades a la policía, conclusión a la que llegaron diversas personas que intervinieron en el proceso, testigos, peritos, investigadores, etc.

Pero algunas organizaciones antisemitas, muy abundantes en la Rusia de los Zares, como la llamada “Centurias Negras”, se aferraron al caso del niño asesinado y acusaron públicamente de haberse cometido un crimen ritual por el colectivo judío.

Se inició una feroz campaña difamatoria contra los judíos, incluida la prensa, que llegó hasta la Duma, el Parlamento ruso, que impulsó una investigación por parte del Ministro de Justicia.

Cuatro meses después de descubierto el cuerpo del pequeño, fue detenido el operario de la ladrillera, Beilis y acusado de haber cometido tan horrendo crimen en la persona de un adolescente.

 

Uno de los muchos folletos antisemitas publicados

Esta acusación levantó una oleada de protestas contra el gobierno zarista, encabezadas por el escritor y político ruso Máximo Gorki y en otros países, como Francia, por Anatole France, pero todo fue inútil. El 25 de septiembre de 1913 se inició el juicio contra Beilis que duró 34 días durante los cuales los mejores juristas del momento se dieron cita para apoyar y defender al pobre judío.

Al final se impuso la cordura, pero solamente a medias, pues Beilis fue declarado inocente de la muerte del joven Andrei Yushchinsky, pero el tribunal sostuvo que la muerte había sido consecuencia de un acto ritual.

Su historia fue reflejada en un libro que Beilis escribió cuando se exiló en Estados Unidos y que se llama “La historia de mis sufrimientos”.

miércoles, 12 de mayo de 2021

EL MAS RICO DE TODOS LOS RICOS

 

He querido buscar documentación sobre el personaje del que me dispongo a escribir y no he encontrado prácticamente nada en español y si mucho en inglés y alemán, pero eso no me ha hecho desistir de sacar a la luz pública a un hombre, totalmente gris, al que se le considera que ha sido el más rico de todos los ricos que a lo largo de siglos han existido: Jacob Fugger.

Si se pudiera comparar su fortuna con otras perfectamente conocidas, cosa que no es posible por muchas razones, se especula que sería muy superior a la de todos los magnates actuales juntos: Bill Gates, Carlos Slim, Mark Zuckerberg y algún otro. Y sin embargo ha pasado completamente desapercibido y solo algunas personas han tenido conocimiento de su existencia.

Creemos que nuestros financieros actuales, los deportistas, los hombres de negocios o los actores de Hollywood, por citar algunos gremios que se tienen por ganar fortunas, son los que más dinero han ganado, pero no es así. Hoy lo veremos con este casi desconocido personaje y como hace ya unos años hicimos con otro sobre el que publiqué un artículo en 2013 y que se trataba del deportista mejor pagado de la historia que resultaba ser un conductor de cuadrigas romanas (puedes consultar el artículo en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/search?q=el+deportista+mejor+pagado ).

En el caso de Jacob Fugger (conocido en España como Jacobo Fúcar) se trata de alguien que vivió en una de la épocas de mayor esplendor que ha experimentado la historia: El Renacimiento, en donde aparte de la proliferación de artistas y humanistas en casi todas las ramas del saber, el mundo occidental estaba conformado por dos grandes poderes que eran el Sacro Imperio Romano y la Iglesia, con su papa al frente.

Pues bien, a esos dos grandes poderes los financió Jacob Fugger, hasta el extremo de que Carlos I de España, no hubiera sido V de Alemania de no ser por las “pelas” que le prestó Jacobo.

Fugger, apodado “El Rico”, nació el 6 de marzo de 1459 en Augsburgo, al sur de Alemania, hijo de un padre con los mismos nombres que fue obrero tejedor, concejal y comerciante y al que para diferenciarlo de su hijo, se le llamaba “Jacob, el Viejo”, el cual siendo de humilde cuna, llegó a ser uno de los hombres más ricos de Augsburgo, claro que nada que ver con lo que llegó a ser su hijo, el noveno de diez hermanos, compuesto por siete varones y tres hembras.

Los cinco hermanos mayores fueron educados por su padre en el mundo de los negocios y las finanzas, pero para Jakob y Markus, el hermano que le precedía, se decidió que debían seguir la carrera eclesiástica, como era costumbre para los segundones.

Así las cosas, ingresaron en el monasterio franciscano de Herrieden, en Baviera, donde el pequeño Jacob fue rápidamente objeto de atención por su preclara inteligencia y el abad le nombró canónigo.

Pero en su familia estaban ocurriendo muchas cosas y así, sus dos hermanos mayores murieron cuando estudiaban en Venecia víctimas de unas fiebres que asolaron la ciudad durante una década. Unos años después, murió su padre y cuatro años más tarde su hermano Peter, el mayor de los hijos, dejando gran parte del negocio familiar en manos de Markus, inmediatamente anterior a Jacob y que tras las muertes familiares había empezado a dirigir la rama del negocio radicada en Italia.

Pero el éxito financiero de la familia llega cuando por diversas vicisitudes, Jacob debe abandonar su formación eclesiástica y dedicarse a dirigir el clan familiar. Ciertamente que había recibido muy poca instrucción financiera, pero era extremadamente inteligente para los negocios y pronto se colocó en la cima de las finanzas europeas, que es como decir del mundo.

 

 

Retrato a plumilla de Jacob Fugger, por Holbein, El Viejo

 

Ciertamente, la actividad económica de la época era escasa, pues no existían las empresas ni las grandes producciones de bienes de consumo. Las sociedades eran autárquicas y casi el único comercio que trascendía fronteras era el de las especias.

Los ricos vivían del trabajos de sus arrendatarios que a cambio recibían la protección del señor, los cuales no se interesaban en ampliar sus capitales. La minería, bastante extendida en Europa se reducía al hierro, el cobre y la plata, con producciones escasas para el gran esfuerzo que suponía arrebatar esos metales a la tierra.

Fugger creó la primera empresa multinacional dedicada a la minería y en poco tiempo monopolizó el comercio de aquellos metales y además creó otra empresa para comerciar con especias.

La minería de metales nobles, como la plata, despertó gran interés en el joven Jacob que empezó a financiar a los trabajadores autónomos de Alemania que a cambio de dinero efectivo, cedían participación en los futuros beneficios, así como vendían la plata directamente al prestamista, que se ahorraba importantes cantidades en intermediarios.

Los beneficios que empezó a obtener le impulsó a extender su actividad a Austria y a Suiza, con lo que internacionalizó sus actividades.

Por estas dos razones, se le considera uno de los fundadores del sistema capitalista, tan denostado en los momentos actuales, pero que es el único que no tiene un creador que no sea otro que la necesidad, ni está sustentado por ninguna ideología, aunque frecuentemente se achaca a la derecha política.

Jacob era un buen comunicador y sabía de la importancia que tiene la información y para eso montó un servicio de transmisión de noticias sobre las actividades mercantiles en distintas partes de Europa, pagando a los mensajeros que le aportaban la información que necesitaba para dirigir su actividad económica. Estas informaciones se transcribían en lo que podría llamarse un ancestro de los modernos diarios.

La Iglesia no permitía que los banqueros pagaran intereses por los depósitos que los clientes poderosos le hacían, lo que constituía un verdadero escollo en una sociedad tan dominada por el credo católico; pero Fugger era poderoso. El papa era un “cliente” suyo, al que había financiado para que se ciñera la tiara papal y le costó poco convencerlo para que levantara tan ridícula prohibición, cosa que el Vicario hizo muy a gusto y Fugger empezó a pagar intereses a las personas que depositaban sus capitales en su banco de Augsburgo.

Siguiendo con la Iglesia propuso la venta de indulgencias, practica que ha durado hasta nuestros días y así, con los capitales recibidos para salvar almas, evadir el ayuno y la abstinencia, ganar indulgencias y otras prerrogativas, financiar las obras de la Basílica de San Pedro.

Este hecho, provocó la rebelión de Lutero y el inicio de la Reforma Protestante, así que Fugger tuvo su parte de culpa en esta nueva situación religiosa.

Tan pronto se conoció el descubrimiento de América, el financiero comprendió la enorme magnitud económica que traería consigo y rápidamente creó un fondo para financiar otras expediciones que sabía que se iban a producir y así costeó el primer viaje portugués a la India y posteriormente el viaje de Magallanes.

El clan familiar que dirigía Jacob fue el principal financiador de Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio y por esa razón, a su muerte y sucedido por Carlos V, pasó a ser igualmente el primer financiador del nuevo dueño de Europa.

El poder terrenal y el eterno. Los dos estaban en manos de los Fugger. Maximiliano era un auténtico manirroto, siempre falto de dinero y siempre pidiendo más, acumulando unos deudas astronómicas, para las que ofreció como avales, condados enteros o ciudades con todas sus industrias, las cuales aceptaba Fugger sin ningún remilgo.

Endiosado por su poder y su fortuna tuvo la osadía de hacer ver al emperador Carlos que de no haber sido por él, no hubiera conseguido la corona de emperador y que él muy bien podría haberse decantado por Francisco I de Francia, el eterno enemigo de Carlos, con el que hubiera obtenido grandes beneficios.

Jacobo Fugger murió el 30 de diciembre de 1525 siendo el hombre más rico de Europa, que cabe decir del mundo, con una herencia de más de dos millones de florines que serían hoy unos cuatrocientos mil millones de euros.

A Felipe II también alcanzó la deuda que su padre tenía con los Fugger y que saldó declarando la bancarrota del estado español.

Pero Fugger no solamente estaba interesado en el dinero, pues en un gesto altruista propio de aquella época en la que los principios religiosos primaban y para paliar la angustiosa situación de artesanos y campesinos, explotados por sus señores, Jacob creó los llamados “Fuggerei”, el proyecto social de vivienda más antiguo del que se tiene noticia, que se construyó en su ciudad, Augsburgo y donde por el simbólico precio de un florín al año, las gentes de las clases pobres podía acceder a una vivienda muy digna y suficientemente amplia.

Este proyecto, inaugurado a principios del siglo XVI, está todavía en funcionamiento y actualmente cuenta con 147 apartamentos de 60 metros cuadrados a los que se accede con las mismas condiciones sociales y económicas que cuando se fundó.

 

 

Una cuidada calle del actual Fuggerei de Augsburgo

jueves, 6 de mayo de 2021

NO ME REPRESENTA

 

Hace un par de meses celebrábamos el día de Andalucía con las lógicas restricciones impuestas por las circunstancias sanitarias que atravesamos, pero un año más hemos ensalzado el día y hemos vuelto a escuchar las mismas falsedades que desde hace años nos vienen intentando hacer creer, aunque se me escapa cuál sea la finalidad de tenernos sumidos en esas mentiras.

La celebración de este año ha sido atenuada; mejor así, que pase sin pena ni gloria y sobre todo que no contribuya a ensalzar la figura del que se nos quiere imponer como “padre de la patria andaluza”.

Recuerdo que el año ochenta y dos u ochenta y tres, leí una novela de Antonio Burgos que había ganado el premio Ateneo de Sevilla, una segunda sala de los premios Planeta. La novela se llamaba “Las cabañuelas de Agosto”, esa suerte de nigromancia que pretende descubrir el clima que hará cada uno de los meses del siguiente año, basándose en unas interpretaciones del clima en los primeros doce días del mes de agosto, y hace tanto tiempo que las leí que ya no recuerdo gran cosa, pero sí que se me quedó grabado cómo relata la muerte de Blas Infante, el once de agosto de 1936, recién alzado buena parte del ejército contra la República y al que fusilan por ideas contrarias a las imperantes en el famoso alzamiento.

Ciertamente que en aquel momento yo sabía poquísimo del personaje en cuestión y siempre había pensado que la bandera de Andalucía era un símbolo del verdor de nuestra tierra y el himno, fruto de la inspiración de algún contemporáneo.

La cuestión es que sin quererlo, se nos ha impuesto la teoría convertida ya en soflama, de que Blas Infante es el padre de la patria andaluza.

Hoy leo en la prensa que un diputado andaluz, perteneciente al partido  Adelante Andalucía, una escisión de Podemos, que se llama José Ignacio Molina Arroyo ha solicitado del presidente de la comunidad autónoma que retire la medalla de Andalucía que hace tres años se le concedió a la andaluza, ensayista, escritora, licenciada en Filología Clásica y en Filología Hispánica, doctora cum laude, profesora y por no seguir recurriendo a sus atributos, persona con una mente brillante y sensata donde las haya: Elvira Roca Barea.

Esta ilustre profesora autora de un ensayo titulado “Imperiofobia y Leyenda Negra”, de lectura altamente recomendable que cuenta cómo se gestó el odio a España, cuando la realidad es que el verdadero sentimiento era el de la envidia.

El motivo que el diputado andaluz esgrime para pedir la retirada de la condecoración es que hace unas fechas, en una de las múltiples conferencias que esta señora imparte por todo el país, concretamente esta vez en Valladolid, llamó a Blas Infante, el supuesto padre de la patria andaluza, botarate, e imbécil integral.

A mi y a muchísimas personas con las que me he relacionado a lo largo de mi ya dilatada vida, que digan eso de un personaje como Infante, no me produce ningún escozor, pero a las izquierdas radicales parece que sí.

Esa reacción del diputado es francamente comprensible desde la perspectiva intelectual de esta persona, cuya única virtud es la de manejar el megáfono en las manifestaciones y concentraciones con una destreza digna de envidia y hacerse oír desde muy lejos gracias a su estentórea voz y su prodigioso artilugio.

Gritar mucho no es llevar más razón. Mejor que elevar el tono es elevar el nivel de los argumentos. Se convence mucho más, pero eso a este diputado no le importa porque las personas a las que se dirige no necesitan que se les convenza de nada. Vienen convencidos de casa y no entra en sus planes ponerse a pensar si lo que se les está diciendo es verdad o mentira.

Igual que los políticos de aquel momento no se pararon a pensar si verdaderamente Blas Infante era el padre de la Patria Andaluza o era el padre de una querida y añorada Patria Andalusí, cosa muy distinta, porque la verdad es que entre una y otra, la diferencia es abismal.

Este personaje, hijo de un abogado, también estudió derecho y se hizo notario, por oposición. Escribió algunos opúsculos con tinte de ensayos, como Ideal Andaluz y una obra de teatro sobre el Rey moro Motamid, último rey de Sevilla.

A él se le han atribuido los colores y el escudo de la bandera de Andalucía, así como la música y letra del Himno Andaluz que más tarde veremos cómo.

Entre sus escritos, el notario Infante dice cosas como esta: “El profeta de nuestros antepasados de Al-Ándalus que, como todos los profetas, será nuestro profeta”, refiriéndose a Mahoma. Y más adelante se reitera en ese espíritu de inspiración islámica: “Trabajemos con suma cautela en estos principios para que Andalucía vuelva a ser inspirada por su propio genio y porque su libro vuelva a ser Al Korán”.

En otro párrafo del mismo texto dice: “El pueblo andaluz fue arrojado de su patria  por los reyes españoles…”

 

Blas Infante con sus amigos marroquíes

 Y volviendo a la bandera, es lamentable que se eligiera el blanco y verde como los colores representativos de Andalucía y que ya venía de antiguo, propuesto por Infante en la Asamblea Regionalista de Ronda que se proclamaba sucesora de la constitución de Antequera de 1883, un proyecto de federalización de España que no llegó a ninguna parte, pero sí que inició el germen federalista y que ya fijó la bandera y el escudo de Andalucía, que más tarde Infante defendió en Ronda y más tarde aún, el parlamento andaluz adoptó como los símbolos de nuestra tierra.

Y todo ello sin efectuar ninguna reflexión sobre lo que significan esos colores ni quienes lo portaban, que no eran otros que los fanáticos almohades, una facción del Islam declarada integrista/fundamentalista que llegaron a formar un imperio en el norte de África, al que los reyezuelos de las Taifas Andalusíes, pidieron ayuda para frenar el avance castellano.

Y desembarcaron los almohades y causaron estragos, como en la batalla de Alarcos en 1195 que significó una gran pérdida para los ejércitos cristianos y un frenazo en la expansión reconquistadora, aunque se resarcieron más tarde, en 1212, con la gran victoria de Las Navas de Tolosa.

Pues bien, esa era la bandera que ondeaba en las huestes islámicas y la misma que usaron los moriscos en sus muchas sublevaciones.

Pero no es de extrañar esta elección sin reflexión previa, porque ya Blas Infante se había erigido en padre de la patria Andalusí y basta hacer un pequeño recorrido por la vida de este “botarate”, como la profesora Roca Barea lo define, para comprender el enorme error cometido y que ya no va a tener arreglo.

Infante fue experimentando un tan apasionado amor por la cultura árabe que no llevó solo a aprender el idioma sino a abrazar su religión en un acto solemne y publico en una mezquita cercana a Marraquech, en el que se renombró como “Ahmad” que significa: “el que pone en acto lo que está en potencia”, dejando muy claras cuales eran sus verdaderas intenciones que no eran otras que las de recuperar Andalucía para el Islam.

Claro que nunca hizo públicas estas circunstancia y vivió su islamización en la más estricta intimidad, como ya hicieran los moriscos falsamente cristianizados.

Por su carácter inquieto y federalista, quería conseguir una Andalucía libre y por esa idea compitió políticamente en varias ocasiones, presentando su proyecto a los andaluces en diversos comicios electorales, en ninguno de los cuales obtuvo representación parlamentaria.

Es decir, el pueblo de su época le castigó en las urnas una y otra vez y eso que desconocía la circunstancia que antes se ha expuesto de su conversión al Islam y su anhelo Andalusí, que de haber sido así, no se sabe en qué podría haber terminado su efímera e infructuosa carrera política.

En plena época de la II República se permitió cambiar la letra de un canto religioso llamado Santo Dios que termina: “Sea por una Andalucía Libre, España y la Humanidad”, el cual propuso como himno y que no fue aceptado sino hasta después de la Constitución de 1978 y de la concesión autonómica de Andalucía.

Pues ese himno que empieza con aquello de que la bandera blanca y verde vuelve tras siglos de guerra…, se canta en todos los actos oficiales andaluces y yo me pregunto: ¿Si la bandera blanca y verde vuelve tras siglos de guerra, es por que se fue?

Si era la de los almohades y después asumida por el reino nazarí de Granada, efectivamente se fue, cuando los Reyes Católicos terminaron conquistando granada y expulsaron a los invasores. Porque no otra cosa eran los moros en nuestra tierra que invasores. Aprovecharon su potencial bélico contra una monarquía débil y un país medio deshabitado y se apoderaron de la Península Ibérica por la fuerza de las armas.

Desde ese momento la bandera blanca y verde desaparece de la vida de nuestro país y entonces ¿a qué guerras de siglos se refiere? Creo que no pueden ser otros que los tres últimos de la Reconquista, en los que, efectivamente estuvieron guerreando contra los reinos de Castilla y Aragón, fundamentalmente, es decir los reinos cristianos de nuestra querida España, enarbolando esa bandera blanca y verde. Por tanto, y si esto es así, adoptamos una bandera que fue nuestra enemiga y que guerreó contra nosotros.

Por otro lado y ya como mera especulación, cabría plantearse la posibilidad de que Blas Infante no hubiera sido fusilado y hubiese llegado vivo al estatuto de Andalucía, ¡habríamos votado a favor de una Andalucía islámica prescindiendo de nuestras Navidades, Semana Santa, romerías, el jamón ibérico y las copitas de la feria?

¿No es de botarate?