Algo
ocurre al pueblo judío que desde la más remota antigüedad se ha ganado la
enemistad, si no el odio, de muchos otros pueblos y religiones. Pero algo tiene
también que contra tanta adversidad y a lo largo de casi tres milenios ha
sabido sobrevivir, recomponerse y volver a causar el odio y la envidia entre
los demás.
Lo estamos
viendo estos días en los que Hamas le lanza doscientos misiles al día y su
Cúpula de Hierro detiene el noventa y cinco por ciento.
Esos
ataque, ahora con armas de alta tecnología, existieron desde siempre, sobre
todo entre los cristianos que les acusaban de haber causado la muerte de Jesús,
creando un caldo de cultivo en el que se desarrollaron otros odios contra los
hebreos, a los que ni aún convertidos al catolicismo, dejaron de azuzar con
acusaciones de la más lesa gravedad.
Durante la
Edad Media ese odio fue atroz y se materializaba en acusaciones hechas por
escrito que recibieron el nombre de Libelos de Sangre o Calumnias de la Sangre.
En ellas
se vertía toda suerte de atrocidades efectuadas por los judíos, según las
cuales cometían los más abyectos crímenes empleando sangre humana en sus
rituales.
Toda la
Europa de la Baja Edad Media padeció esta continua muestra de odio y venganza
contra los judíos a los que se les veía recreando la muerte de Cristo con el
sacrificio de niños cristianos durante la Pascua, tiempo en el que murió Jesús.
Según esas
acusaciones un niño cristiano que no hubiera alcanzado la pubertad era
secuestrado y a veces comprado a unos padres muy necesitados. Seguidamente era
ocultado en algún lugar escondido y seguro hasta el momento de su sacrificio.
En ese
momento los judíos se reunían en el lugar de la ejecución que podía ser la
propia sinagoga y se iniciaba una farsa teatralizada para juzgar al niño, con
muchos visos de parecerse a la pasión y muerte de Jesús, con latigazos, y
corona de espinas incluida, crucifixión y lanzazo final.
Eso era lo
que incluían los libelos de la sangre, una sarta de mentiras contrarias a todos
los principios de la religión judía, cuya enseñanza aboga muy claramente contra
el asesinato y el sacrificio de humanos.
Entre los
muchos relatos de este tipo que desde el segundo milenio empezaron a circular
por toda Europa, también tuvieron presencia en España que no podía quedar al
margen y entre las varias acusaciones que corrieron en nuestro país, quizás la
más conocida es la del Santo Niño de La Guardia.
La Guardia
es un pueblo de la provincia de Toledo, al este de la capital, en donde se daba
una gran concentración de judíos. Corría el año 1491 en pleno auge de la
Inquisición y en vísperas de producirse la expulsión decretada por los Reyes
Católicos.
Según
cuenta la tradición en ese delicado momento los judíos deciden dar a los
cristianos un escarmiento por lo que ellos están padeciendo: expuestos a la
expulsión, a torturas y muerte a manos del Santo Tribunal, confiscación de
bienes, desprestigio de los integrantes de la comunidad, algunos de ellos
personas muy respetables y necesaria para el buen gobierno del país y la
transmisión de la cultura, etc.
Siguiendo
siempre la tradición, grupos de perseguidos de las ciudades de Quintanar de la
Orden, Tembleque y La Guardia que habían presenciado en sus ciudades la quema
de sus correligionarios acusados de herejía y asustados por su futuro
inmediato, decidieron castigar ellos también a los cristianos.
Así,
entraron en contacto con un judío llamado Benito de las Mesuras, nigromante por
más señas, recién llegado de Francia y residente en La Guardia.
Este
visionario les aseguró que consiguiendo el corazón de un niño cristiano y una
hostia consagrada y quemándolo juntos, se conseguirían unas cenizas que
vertidas en las fuentes de los pueblos, produciría en los cristianos un daño
irreparable.
De ese
modo, dice la leyenda, eligieron a un judío llamado Juan Franco que era carrero
y viajaba con sus mercancías de pueblo en pueblo, para que en su deambular
procurara hacerse con un niño cristiano.
El carrero llegó a Toledo, donde al pasar por la puerta de la catedral, vio a
un niño que junto a su madre pedían limosna. No le costó mucho convencer al
pequeño mediante regalos para que se fuera con él y así lo llevó hasta
Quintanar de la Orden, donde lo esperaban sus correligionarios. Desde allí lo
trasladaron a La Guardia, donde fue encerrado y maltratado.
Los
secuestradores esperaron pacientemente al momento de la Pascua Hebrea en el que
fue martirizado, crucificado y muerto Jesús, y decidieron que fuera el
decimocuarto día de la luna de marzo, el momento de iniciar el ritual, en el que
empezaron a aplicarle los mismos tormentos que siglos atrás infligieron a Jesús
de Nazaret y dice la tradición que el niño sufrió todo el tormento sin
pronunciar una sola queja.
Crucifixión del Niño de la Guardia (grabado del siglo XVIII)
Luego siguieron
con el ritual que el nigromante Benito les había marcado, recogieron sangre y
con un puñal hurgaron en el costado hasta extraerle el corazón, faltaba la
hostia consagrada que encargaron a un sacristán converso, al que le fue muy
fácil conseguirla.
Terminada
la ceremonia, Benito se dirige hacia Zamora, portando las cenizas, pero es
detenido en Ávila acusado de judaizante, sin que en la instrucción de la causa
conste en ningún momento la existencias de las cenizas.
Es a
partir de los interrogatorios con torturas extremas que se empieza a construir
falsamente el ritual al que hacemos referencia. Benito inculpa en el macabro y
falso suceso a vecinos de La Guardia, Tembleque y otros pueblos, que al pasar
por el Santo Tribunal, van incrementando el número de horrores vividos por el
inocente niño. Todo absolutamente falso y sin ninguna base, pues no se tenía
registrado en Toledo la desaparición del niño, ni constancia alguna de su real
existencia y mucho menos que hubiese sido arrancado del lado de su madre sin
que ni ella misma lo advirtiera ni diera voz de alarma.
Pero nada
de eso era importante. Lo único que preocupaba era perjudicar al colectivo
judío, demonizarlo hasta límites difíciles de entender en un pueblo
tremendamente religioso y temeroso de Dios.
No fue
esta la primera vez, ni por supuesto la última. Desde los primeros siglos de
nuestra Era ya se tienen referencias de autores que describen cómo los judíos
engordaban cada año a un griego para comérselo, cosa tan poco creíble como que
la religión judía es la más estricta en relación con la alimentación, figurando
una larguísima lista de alimentos prohibidos y permitidos (Kosher), así como
los utensilios necesarios para cocinarlos.
Pero
incluso basado sobre un supuesto falso, el Tribunal consiguió llevarlo a juicio
y sentó en el banquillo a Benito, los hermanos Franco y otros vecinos de La
Guardia, los cuales fueron llevados a Ávila, no se sabe muy bien por qué razón
y allí, tras un proceso cargado de imaginaciones y falsas confesiones
impulsadas por los tormentos a los que fueron sometidos, se les condenó a la
hoguera.
Similares
denuncias seguidas de juicios por actos cometidos por los judíos se han dado en
Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania, Suiza, Hungría y Ucrania, que se puede
considerar el más moderno, pues ocurrió en 1911.
Este caso
es conocido como El Proceso Beilis y en el, un empleado de una fábrica de
ladrillos de Kiev, llamado Menahem Mendel Beilis fue acusado de haber asesinado
con fines rituales a un niño cristiano de 13 años llamado Andrei Yushchinsky,
cuyo cuerpo fue hallado el 20 de marzo de 1911 en una cueva cerca de la fábrica
de ladrillos.
Fotografía de M. M. Beilis
El cuerpo
presentaba numerosas heridas producidas por un arma blanca y las primeras
actuaciones de la policía determinaron que se trataba de un crimen como muchos
otros, cometido por una banda de ladrones que dirigía una mujer llamada Vera
Cheberyak, la cual sospechaba que el niño había delatado sus actividades a la
policía, conclusión a la que llegaron diversas personas que intervinieron en el
proceso, testigos, peritos, investigadores, etc.
Pero
algunas organizaciones antisemitas, muy abundantes en la Rusia de los Zares,
como la llamada “Centurias Negras”,
se aferraron al caso del niño asesinado y acusaron públicamente de haberse
cometido un crimen ritual por el colectivo judío.
Se inició
una feroz campaña difamatoria contra los judíos, incluida la prensa, que llegó
hasta la Duma, el Parlamento ruso, que impulsó una investigación por parte del
Ministro de Justicia.
Cuatro
meses después de descubierto el cuerpo del pequeño, fue detenido el operario de
la ladrillera, Beilis y acusado de haber cometido tan horrendo crimen en la
persona de un adolescente.
Uno de los muchos folletos antisemitas publicados
Esta
acusación levantó una oleada de protestas contra el gobierno zarista,
encabezadas por el escritor y político ruso Máximo Gorki y en otros países,
como Francia, por Anatole France, pero todo fue inútil. El 25 de septiembre de
1913 se inició el juicio contra Beilis que duró 34 días durante los cuales los
mejores juristas del momento se dieron cita para apoyar y defender al pobre
judío.
Al final
se impuso la cordura, pero solamente a medias, pues Beilis fue declarado
inocente de la muerte del joven Andrei Yushchinsky, pero el tribunal sostuvo
que la muerte había sido consecuencia de un acto ritual.
Su
historia fue reflejada en un libro que Beilis escribió cuando se exiló en
Estados Unidos y que se llama “La
historia de mis sufrimientos”.