jueves, 25 de mayo de 2023

DE ROMA A CINCINNATI

  

 

Ya no podemos ni debemos quejarnos más de la situación por la que estamos atravesando; ha llegado la hora de actuar, pero la actuación de los ciudadanos es tan insulsa que parece que de poco va a servir.

Oía a un político emergente decir eso mismo hace unos días. De qué sirve que el que llegue al poder con la promesa de derogar unas leyes consideradas indeseables si después de ocho años no ha derogado ninguna.

O que más da que prometan no pactar con estos o aquellos si luego se revuelcan en el mismo colchón.

El alzamiento de parte del ejército contra la República tenía como finalidad restablecer el orden, no acaudillar el país, pero al final fue así.

Y de por medio, todos los arribistas de la política con una sola idea: situarse bien en lo social y en lo económico, sobre todo en esto último.

¡Que distinta la realidad de la promesa! y contra la falta de escrúpulos de la clase política, tenemos un arma de papel que ya vemos sirve de bien poco.

En la España colonial, los gobernantes eran sometidos a “juicio de residencia” tras sus mandatos y se fiscalizaba hasta la última de sus acciones.

Y antes, mucho antes, en Roma, las cosas pintaban de otra manera para los que hacían el “cursus honorum” que no era otra cosa que la carrera política. Éste se iniciaba accediendo al cargo de edil de su ciudad, para ascender luego a otras magistratura que se explican perfectamente en los libros de historia

Cuando un ciudadano quería ganarse la fama entre sus vecinos para ser elegido para la curia local, de su dinero, financiaba reformas de edificios, embellecimiento de la ciudad e incluso la construcción de una vía, como la llamada Vía Apia en honor a su financiador, Apio Claudio, el Ciego, que unía Roma con Brindisi, el puerto más importante en el sur de Italia.

Hombres y mujeres, de sus propias fortunas, engrandecieron sus ciudades con bibliotecas, templos, estatuas, fuentes, etc., con lo que se ganaban el reconocimiento y el agrado de sus conciudadanos, incrementando su fama.

Como sucede en la actualidad, las ciudades se gestionaban por los concejales, entonces llamados “curiales”, los cuales debían procurar los ingresos, mediante tributos, para cubrir las necesidades y aportar, primero al reino, luego a la república y por último al imperio, los fondos que este les requería para mantener toda la organización que empezó siendo pequeña, pero terminó ocupando el mundo conocido.

Lo mismo que ahora, si una ciudad no cumplía con sus obligaciones, era intervenida por el gobierno, por medio de una institución llamada “curator civitatis” que gestionaba las finanzas hasta que la ciudad volvía a ser viable económica y fiscalmente.

O sea, como la mal llamada “troika europea” o “los hombres de negro” que actualmente operan en situaciones similares, pero con una salvedad y es que actualmente la capacidad de endeudamiento no conoce límites.

En Roma, las personas sensatas proponían a las curias de la ciudad que se hiciesen planes de ahorro y se redujese el gasto en boato ceremonial, festivales gratuitos para el pueblo y otros gastos superfluos, y se hiciese frente a las verdaderas necesidades, pero no, en Roma imperaba el pan y circo.

Algo parecido a lo que ocurre ahora, con gastos injustificados pero con una salvedad y es que si la cuantía de la recaudación de impuestos no llegaba a la cantidad que el estado les exigía, o no llegaba a cubrir las necesidades de la ciudad, el déficit lo tenían que cubrir los curiles (concejales) de sus bolsillos.

Exactamente igual que ahora, ¿no?: se llevan el dinero y que lo ponga otro que el dinero público no es de nadie.

Claro está que la medida causó profunda mella en las vocaciones políticas y la merma de aspirantes fue tal que casi nadie quería iniciarse en el “cursus honorum” y había que buscar candidatos con mil triquiñuelas, como hacer el cargo hereditario. Y eso teniendo muy en cuenta que para optar a una plaza de edil tenía que haber sido antes “cuestor”, una especie de recaudador de impuestos, secretario de algún cónsul, administrador del tesoro público, administrador de la ciudad.

A estos cargos le seguía el de pretor, una especie de magistrado que ejercía la justicia en la ciudad y de los que había hasta ocho, según la entidad, entre los que competían para convertirse en lo que hoy llamaríamos alcalde.

Bueno, como se ve en esta quizás enrevesada exposición, para llegar a alcalde había que pasar todo un calvario y siempre sin cobrar ni un “as” que era la unidad monetaria romana, y continuarlo si se quería llegar a lo más alto de la carrera: cónsul.

Y si después de haber ejercido de cónsul y enjuiciada su trayectoria, su figura salía sin mancha, accedía a “censor”, cargo más honorífico que ejecutivo. Pero si no superaba la prueba, el cónsul podía ser condenado a la pena más grave que podía soportar el ciudadano romano que era la “damnatio memoriae” que consistía básicamente en borrar todo cuanto pudiera recordar a esa persona, aunque en la mayoría de los casos se condenaba previamente al destierro y tras su muerte se aplicaba la pérdida de la memoria.

Hace dos mil años, los ciudadanos de Roma se defendían de sus gobernantes obligándoles a prepararse antes de entrar verdaderamente en tareas de gobierno y sobre todo a preparar su bolsillo si las cuentas no salían.

Será que ahora somos más ricos o más tontos y no hace falta que el que quiera dedicarse a la política venga preparado, ni mucho menos. De la nada opta a la alcaldía de su ciudad; de la nada a parlamentario autonómico, a diputado, a senador.

Y lo que es mucho peor, de la nada más absoluta, a ministro del gobierno de la nación. Y a cobrar un sueldazo durante toda la vida, que para eso somos ricos.

Roma tenía marcados los puestos de la administración; su número no podía ser alterado pero aquí pasamos de quince a veintidós ministerios en un leve pestañear y si agarramos un cargo, ni con agua hirviendo lo soltamos.

Quizás en Roma también se dieran esas prácticas pero se dieron muchas otras extraordinariamente ejemplares y una de ellas, tras esta larga introducción es la un hombre excepcional.

Se llamaba Lucius Quinctius Cincinnatus y fue designado dictador por el Senado de la República en el año 458 antes de nuestra era.

La situación era dramática. Los celtas, procedente del norte de Europa, se habían asentado en puntos del sur continental y muchas de sus tribus, como los volscos y los eccuos, se habían instalados alrededor de la región del Lacio, cuya capital era Roma y desde sus asentamientos hostigaban a las huestes romanas que los combatían con poca coordinación y menor fortuna.

Decidió el Senado concentrar todo el poder militar en una sola persona y eligieron a Cincinnatus por su valía personal. Había sido cónsul, general de las legiones, donde había dado muestras de valor y talento táctico y, además, era un conocido y reputado demócrata de probada honradez.

Cincinnatus estaba retirado y vivía en el campo, cerca de la Urbe, pero separado por el río Tíber y pasaba su vida cultivando la tierra y cuidando el ganado.

Parece que cuando recibió la visita de los senadores que le emplazaban a presentarse ante el Senado, se encontraba arando, pero al día siguiente se presentó en la curia y aceptó la designación. Puesto manos a la obra, reunió un ejército y en dieciséis días acabó con el problema, venciendo de manera aplastante a los hostigadores, a los que permitió retirarse una vez entregadas las armas y a todos sus jefes. De inmediato se dirigió a Roma donde entregó la toga de dictador y se retiró a sus quehaceres rurales.

 


Visita de los senadores a Cincinnatus

 

Pero Roma volvió a necesitarlo y, por segunda vez y a la edad de ochenta años, el Senado lo invistió de dictador para oponerse a las actividades de un ciudadano romano de origen plebeyo pero inmensamente rico llamado Espurio Melio que aspiraba a convertirse en rey de Roma. Aprovechando la hambruna que padecía la ciudad y valiéndose de su fortuna, comenzó a repartir trigo entre la población y a hacer otros regalos a gentes más importantes, hasta el extremo que el pueblo lo seguía incondicionalmente.

A la vez, organizaba un ejército con el que enfrentarse al Senado que entendía correr un grave peligro de ser arrasado por las turbas que manejaba Espurio.

Era el año 439 y Cincinnatus vistió nuevamente la toga orlada de dictador, máxima autoridad de la Urbe.

En esta ocasión no tuvo que hacer casi nada, solo enviar al jefe de la caballería a que citara a Espurio Melio a su presencia, el cual, conocedor sobrado de la fama que rodeaba al dictador y la efectividad de sus decisiones, entendió que aquello era una celada, por lo que se propuso huir protegido por el pueblo, pero el jefe de la caballería lo detuvo y le dio muerte.

Conocedor el dictador de que el conflicto estaba zanjado, nuevamente entregó la toga y se retiró al agro, lugar donde únicamente era feliz.

Por dos veces se pudo eternizar en el cargo de máxima autoridad de la República y por dos veces entregó sus poderes tras cumplir su cometido.

No sé si guarda alguna similitud con lo que ocurre ahora que el que abraza el poder ya no lo suelta.

A finales del siglo XVIII, al norte de los Estados Unidos se organizó un territorio al que llamaron Territorio del Noroeste, a orillas del lago Eire y surcado al sur por el río Ohio, que dio nombre a lo que luego fue un Estado.

Pues bien, al sur de ese Estado se formó un núcleo de población que se empezó a llamar Losantville, pero poco tiempo después el gobernador del Territorio, Arthur St. Clair, presidente de una asociación de oficiales del ejército que participaron en la Guerra de la Independencia y que recibía el nombre del dictador romano Lucius Quintius Cincinnatus, decidió que la ciudad debería llamarse Cincinnati, en honor a tan ilustre personaje.

Y ahí está.

viernes, 19 de mayo de 2023

FRAY TEMBLEQUE



            El secreto de que muchas construcciones romanas hayan permanecido casi indemnes al paso de los siglos, se debe fundamentalmente al cemento que en ellas se empleaba, aunque también construyeron impresionantes obras de arquitectura sin emplear ninguna argamasa, como el Acueducto de Segovia.

Actualmente, con toda la tecnología de que disponemos, el cemento que se utiliza y que es conocido como “Portland”, ideado a principios del siglo pasado por un albañil llamado Joseph Aspdin que le puso ese nombre por la semejanza de su color con el de las rocas de la isla británica de Portland, aguanta mucho más de un siglo y sin embargo el romano ha permanecido más de veinte.

Pero aun siendo nuestro cemento de inferior calidad, muchas obras arquitectónicas están resistiendo el paso de los siglos con una gran dignidad y en España y en Hispanoamérica hay muy buenas muestras de ello.

Lamentablemente y como suele ocurrir con nuestras cosas, gran parte de ellas desconocidas para nosotros y mucho más si se encuentran en el lejano continente que colonizamos, aunque alguna haya recibido el honor de ser considerada Patrimonio de la Humanidad.

Una de ellas y casi seguro que la más importante arquitectónicamente hablando es la que construyó el fraile que da título a este artículo: Un impresionante acueducto de 48 kilómetros de largo construido para llevar agua a las poblaciones de Otumba y Zempoala, pertenecientes a los estados de Hidalgo y México, en el virreinato de Nueva España.

 

 

Dos vistas del acueducto

 

Esta obra extraordinaria fue dirigida y ejecutada por un fraile franciscano español que ha permanecido oculto durante muchos siglos y al que afortunadamente se le empieza a hacer justicia, sacándolo de su anonimato.

Natural de un pueblo de la provincia de Toledo llamado Tembleque, poco o nada más se conoce de la vida de Fray Francisco de Tembleque, ni tan siquiera su verdadero nombre, sus ascendentes familiares, ni qué estudios había cursado, antes o después de ingresar en la orden. Aparece, por tanto, a la vida pública cuando llega al Virreinato de Nueva España en el año 1540, acompañado de otros dos franciscanos: fray Juan de Romanones y fray Francisco de Bustamante, no asentándose en un lugar concreto y siempre dedicados a predicar a los indígenas y a aprender de ellos su lengua, sus tradiciones y costumbres, a la vez que se hacía eco de sus necesidades.

Concretamente fray Romanones llegó a tener tal dominio de la lengua nativa que daba sus sermones en el idioma náhuatl de corrido y sin leer.

En su predicar ambulante, el padre Tembleque llegó al poblado de Otumba, cerca de la llanura en la que se celebró la célebre batalla que librara Hernán Cortés contra los aztecas. Su conocimiento de las lenguas indígenas le permite recibir confesiones en esas lenguas, además de comprender mucho mejor las necesidades de los pueblos y allí, precisamente, conoce el problema de la escasez de agua que impide toda clase de desarrollo y que incluso diezma las poblaciones indígenas.

El poder de la Iglesia era omnímodo y desconociendo los resortes que tocara, lo cierto es que por parte de las autoridades correspondientes del virreinato, se decidió construir un acueducto que llevara a los estados de México e Hidalgo, el preciado bien del agua que tanto escaseaba.

Indudablemente que fray Tembleque tenía que tener profundos conocimientos de arquitectura, materiales, dibujo y técnicas generales de construcción, pues sin mucha más colaboración comenzó a diseñar el más largo acueducto del virreinato.

Dos años estuvieron reuniendo el material necesario y ahí se acabó el dinero que habían obtenido mediante una Cédula Real que le otorgó el rey Carlos I que destinaba los impuestos de las poblaciones afectadas, a financiar las obras. A partir de ese momento los trabajos siguieron con la ayuda económica y laboral de los nativos que cada día acudían a la obra en un número superior a quinientas personas

Solamente ayudado por los nativos y durante dieciocho años, trabajaron incansablemente en la traída del agua desde el cerro de Tecajete, donde existían unas abundantes fuentes.

Fueron construyendo, metro a metro, primero un túnel subterráneo de diez kilómetros y a continuación seis tramos de arquerías, tres de las cuales son de bellísima planta. Una de ellas salva el curso del río Papalote, con ciento treinta y siete arcos y casi un kilómetro de largo por 39 metros de altura, la cual, cuatro siglos y medio después, luce su solidez además de su bella estructura, lo mismo que el resto de los tramos aéreos.

Bajo algunos de esos tramos de arquerías se ha hecho pasar incluso una línea férrea, como se ve en la siguiente foto, lo que da idea de sus dimensiones.

 



 

Desde la época en la que Roma civilizaba al mundo y construía acueductos, no se había acometido una obra de esta envergadura y mucho más importante si vemos que el padre Tembleque no tenía la cohorte de arquitectos que tenían los latinos, como el gran Vitruvio, ni el potencial económico de la metrópolis romana, ni la mano de obra gratis que proporcionaban los esclavos, ni el ya nombrado cemento. En el virreinato fue todo artesanal y todo dirigido, diseñado y coordinado por un solo hambre.

Pero para construir semejante obra no solo es necesario saber de arquitectura, topografía, materiales, etc., es necesario saber de hidrodinámica, como para colocar las llamadas “cajas de agua” para estabilizar niveles del líquido y muchos otros conocimientos de física para salvar los innumerables obstáculos que se irían presentando.

Lo cierto es que tras esos dieciocho años de durísimo trabajo, la obra quedó terminada y tal como quedó se encuentra a día de hoy, claro que con algunos desperfectos que casi cinco siglos han ido haciendo mella en la pétrea estructura, pero ha resistido a todas las inclemencias y a los numerosos terremotos que son muy frecuentes en la zona.

Fray Tembleque no ha sido olvidado en el pueblo donde predicaba y residió, Otumba; se le recuerda y conmemora su figura con una escultura situada muy cerca de la iglesia en la que vivió. En ella se ve al franciscano con un rollo de papeles en la mano, haciendo referencia a los planos de su acueducto y un gato a sus pies, porque la llegada del predicador coincidió con la introducción del gato como animal de compañía en las Américas y que dicen historiadores que él mismo tenía uno que le acompañaba a todas partes.



Su obra tampoco ha sido olvidada ni desconsiderada pues en 2015 fue reconocida como Patrimonio de la Humanidad.

viernes, 12 de mayo de 2023

LA INVASIÓN COMUNISTA

         


            Tengo escrito este artículo desde hace mucho tiempo y sin gran interés por mi parte para publicarlo pero, recientemente, he leído dos libros en los que se hace referencia al personaje de esta historia y eso me ha hecho pensar en contribuir por mi parte con algo para ayudar a sacarlo del olvido.

Las dos experiencias republicanas de las que los españoles hemos “disfrutado” deberían ser suficientes para no querer incidir en la ya casi eternizada cuestión de Monarquía-República; aunque en los tiempos que corren, hacerse el mártir frente a la monarquía y defender una tercera república, es de las cosas más sencillas y “progres”, simplemente porque la Constitución Española lo permite. Cosa muy distinta es conseguirlo. Estamos bien así, ¡para que cambiar lo que está bien!

Sobre todo cuando recientemente se ha publicado que de entre los diez países más democráticos del mundo, siete son monarquías.

Desde que la II República Española, que decía tenerlo todo para ganar la guerra, salió de España por patas, con la cabeza baja y los baúles llenos, hasta hace muy pocos años, nadie volvió a hablar de las excelencias republicanas y, los muchos partidos que llevaban el republicanismo en sus siglas, que a raíz de la legalización del PCE, empezaron a surgir como hongos, fueron experimentando un fenómeno delicuescente que acabó con casi todos.

Alguno queda, más por matices independentistas que realmente republicanos; pero quedan, aunque han nacido de este lado de la democracia, porque si antes de la muerte del dictador existían, eran una simple anécdota.

Con Franco vivo nadie se atrevió a decir nada, aunque ahora parece que todos luchaban por restablecer la República contra la voluntad del dictador que murió de viejo, en su cama y en loor de multitudes que le adoraban en vida y lo añoran después de muerto, algo que ni comprendo ni comparto.

En los muchos años de dictadura franquista solamente hubo un intento real y cierto de restablecer la República en España y es tan desconocido que bien merece la pena dedicarle algunas líneas. Y no digan los republicanos y los comunistas que lucharon por imponerla, porque el único que lo hizo es el personaje de esta historia.

Durante la II República había en España muchos partidos de izquierda, pero el único con estructura y dirección era el Partido Comunista. Tras la debacle que supone la victoria de las tropas de Franco, todo el gobierno republicano y multitud de comunistas, anarquistas y de otros partidos de izquierda, se refugian en Francia, lugar ideal por la protección que ofrece a los exilados y la proximidad geográfica. Pero cuando se produce el acuerdo entre Hitler y Stalin, previo a la II Guerra Mundial, la dirección del Partido Comunista se traslada a Moscú o a Méjico, dejando muy desamparados a los comunistas que aún tenían la idea de volver a España, derrotar a Franco y reinstaurar la República.

En territorio francés se había creado un “para ejército”, como se diría hoy, llamado Unión Nacional Española y que estaba compuesto por antiguos militares republicanos, comunistas, anarquistas, socialistas y de cualquier otro ideario contrario al nuevo régimen instaurado en España, tachado de fascista.

Curiosamente, la policía francesa, catalogaba a aquel conglomerado de organización terrorista, a la que consideraba con estructura jerarquizada, secreta, de dedicarse al sabotaje, a emitir propaganda contra el gobierno francés, ayudar a pasar por la frontera a los evadidos y a robar explosivos con los que construir bombas.

La UNE se fundó en el año 1941 por un político navarro llamado Jesús Monzón Repáraz y un catalán de ascendencia andaluza que llegó a ser general del ejército republicano llamado Juan Blázquez Arroyo. Los fines de aquella organización eran exclusivamente combatir contra los nazis en suelo francés, hacerse fuertes y trasladar su lucha a territorio español y conseguir cambiar el régimen fascista del general Franco.

Monzón nació en Pamplona en 1910 en el seno de una familia acomodada que mandó a su hijo a estudiar con los jesuitas de Tudela y luego a Madrid donde se licenció en derecho.

 


Jesús Monzón

 

Desde su paso por la universidad, Monzón mostró su afinidad con el marxismo y acabada la carrera, volvió a Navarra donde creó la primera célula del PCE y contrajo el primer matrimonio civil celebrado en Pamplona.

Durante la república fue muy adicto al régimen y llegó a ocupar cargos de Gobernador Civil de Albacete, Cuenca y Alicante. En plena guerra civil, fue nombrado Secretario General del Ministerio de Defensa.

En marzo de 1939 abandonó España hacia Argelia, en el mismo avión que Dolores Ibárruri. Desde allí pasó a Francia en donde participó en la evacuación de refugiados españoles hacia Hispanoamérica y la Unión Soviética.

En la UNE estaban organizados en guerrillas, dentro de la resistencia francesa contra los nazis, apoyándose mutuamente con los ejércitos aliados, consiguiendo logros militares importantes y llegando a juntar un contingente de unos diez mil hombres.

La importancia que Monzón adquirió se debió a que tras el pacto Hitler-Stalin, miles de refugiados políticos españoles quedaron abandonados a su suerte en campos de concentración de Francia. En ese momento Monzón tomó el control de las operaciones en el sur francés y dirigió la salida de refugiados, a la vez que organizaba a los que se quedaron en Francia para luchar contra las tropas nazis, que empezaban a invadir el territorio galo.

En 1943, Jesús Monzón cruza clandestinamente la frontera española y trata de reorganizar a los comunistas en torno al PCE, moviéndose por toda España, desde Andalucía hasta Cataluña, en un esfuerzo por movilizar un contingente que comprendiera no solo a los comunistas sino a todos aquellos opuestos al régimen e incluso a los desencantados de la nueva situación.

No toda la dirección del partido, en el exilio, estaba de acuerdo con la actuación de Monzón y mientras Dolores Ibárruri y la dirección de Méjico lo alababa, Santiago Carrillo y Moscú lo tildaba de traidor.

En los finales de 1944, el “para ejército” de Monzón, con unos siete mil soldados/guerrilleros, cruzaron los Pirineos con intención de hacerse con algunas poblaciones del Valle de Arán e iniciar desde allí una especie de reconquista.

La primera acción fue ejecutada por un grupo de 250  hombres que entró en territorio español por Roncesvalles, enfrentándose a un contingente de la Policía Armada. Casi al tiempo, otro contingente igual penetró por el valle de El Roncal, enfrentándose al ejercito, que ya alertado estaba presto a la intervención. La mayor parte de los participantes salió huyendo en desbandada y el resto fueron capturados o abatidos.

En vista del fracaso Monzón decidió iniciar otra ofensiva con más efectivos que pasaron a España por Hendaya y que se encontró inmediatamente con el ejército que igualmente los puso en fuga, aunque esta vez hubieron de lamentar 21 muertos y muchos heridos.

Enseguida se produjo el asalto final, esta vez por el valle de Arán con la intención de tomar el puerto de la Bonaigua y crear un corredor para recibir ayuda de los aliados, tomando la ciudad de Viella y establecer allí la capital de la Tercera República.

Aunque al principio tomaron muchos pueblos de escaso valor estratégico y vencieron a destacamentos de la Guardia Civil, tuvieron que detenerse porque a las afueras de Viella se encontraron a un ejército mandado por el general Moscardó con miles de soldados y mucho mejor  armamento. En inferioridad total, sin recibir el apoyo que esperaban de los aliados, tras iniciarse las escaramuzas, se retiraron en desbandada hacia Francia, aunque muchos se quedaron con los “maquis” que operaban en la zona. En el campo dejaron más de 5.000 muertos.

Como es comprensible, la operación iniciada por Monzón, no contó con el respaldo del PCE que la consideraba inútil y descabellada y que además podía interferir en sus planes de infiltración social, lenta pero constante, con la que se había propuesto minar el gobierno fascista instalado en España. Santiago Carrillo, ya al frente del partido, inició un proceso de “stalinización” contra Monzón y sus seguidores, que no era otra cosa que ir quitándolos de en medio.

A la misma vez, las fuerzas policiales y militares españolas, trataban de atajar aquel avance comunista y el propio Monzón fue detenido el día ocho de junio de 1945 en Barcelona, cuando iba de camino hacia Francia convocado por la dirección del PCE. Perseguido  por la policía española, lo encontraron refugiado en la casa de un activista comunista llamado Jaume Serra, el cual, junto con un grupo de seguidores, había sido detenido por el asesinato de un líder falangista.

El propio Monzón reconoció que de no haber sido detenido por la policía, hubiera muerto en manos de los que en el partido estaban aplicando el “stalinismo”.

Ingresó en la cárcel de Ocaña y a los tres años se le abrió un consejo de guerra en el que se pedía su pena de muerte. Inexplicablemente no fue ejecutado, pero sí condenado a treinta años de cárcel que cumplió en el penal de El Dueso.

El Partido comunista, o mejor dicho, Santiago Carrillo, se encargó personalmente de desacreditar y criminalizar a este comunista ejemplar acusándolo  de agente del imperialismo ligado a los servicios de inteligencia estadounidenses, cuando nada de eso era verdad ya que todas sus actuaciones iban dirigidas a la victoria del comunismo, del que era un ferviente apóstol.

Jesús Monzón falleció en Pamplona el 24 de octubre de 1973.

En 1986, Gerardo Iglesias, al frente de la nueva dirección del PCE, procedió a la rehabilitación de Monzón y otros antiguos militantes también difamados, pasando a ser considerado como un héroe y un luchador por las libertades.

viernes, 5 de mayo de 2023

UN INVENTOR INCÓMODO

          


            La Comunidad Europea prevé que para 2035 no se fabriquen más vehículos de combustión interna; todos habrán de ser eléctricos. La idea es la de combatir la contaminación ambiental que dicen que está acabando con nuestro planeta.

Yo espero no estar aquí para entonces y si estoy, será en unas condiciones en las que me dará lo mismo qué clase de coches se fabriquen.

Me sorprende y mucho, el buenismo con que esta medida se ha acogido por los diversos sectores afectados, porque, en amenazas anteriores que el sector automovilístico ha tenido, las reacciones han sido muy drásticas.

Los países productores de petróleo no han dicho nada, como tampoco los fabricantes de automóviles que serán los más afectados, pues tendrán que cambiar toda su estructura para adaptarse a los nuevos vehículos, a sabiendas de que será imposible tener un mercado tan amplio como el que tienen ahora. Pero es que los usuarios tampoco se han manifestado, cuando todo el mundo sabe que la inmensa mayoría de ciudadanos, que tienen sus coches durmiendo en la calle, les resultará imposible mantener un coche totalmente eléctrico.

Sí que hemos oído voces de reconocida y acrisolada solvencia en la que advierten de las dificultades de imponer el motor eléctrico como única forma de automoción, entre ellas la lentitud de las cargas, la escasez de autonomía, el peso y duración de las baterías y el complicado proceso de fabricación de estos acumuladores.

Puedes ampliar las informaciones sobre los coches eléctricos en este enlace:

https://youtu.be/0gJJnlgVUh8 .

Hace unos días leí un artículo en el que se decía que por cada batería fabricada para mover un coche eléctrico, habrá que remover 500 toneladas de tierra, con el consiguiente gasto, para luego procesarla y obtener los elementos imprescindible como el litio, el cobre, el hierro y otros que no alcanzo a recordar.

O sea, que para no contaminar  con el funcionamiento de los automóviles de combustión interna, nos cargaremos la corteza terrestre porque, si nada más se construyeran un millón de baterías al año, supondría 500 millones de toneladas de tierra movida; pero es que habrá que construir muchos más coches si queremos que se nivelen la oferta y la demanda.

Hace casi diez años que mi mujer tiene un coche híbrido y digo con conocimiento de causa que es un verdadero engaño. La batería a plena carga apenas dura diez minutos y el motor de gasolina tiene que arrancar, no solamente cuando aquella se agota, sino en cualquier momento que le pidas al coche alguna prestación que vaya más allá de un arranque tipo caracol o una velocidad superior a los cincuenta kilómetros a la hora, que es hasta donde llega con el motor eléctrico. El motor de combustión gasta alrededor de cinco litros sin pedirle mucho, así que ya me dirán donde está la economía, teniendo en cuenta que ya mismo habrá de sustituir la batería, pues su vida se agota y ve preparando “una pasta” y eso sin contar el precio de salida de un coche de gama media/baja, al que hay que equipar con dos motores.

Además no tiene caja de cambios, por lo que no puedes reducir velocidad bajando de marcha y cuando subes una cuesta empinada la sensación es que le patina el embrague que no tiene, es decir, se acelera el motor y no aumenta su velocidad.

En fin, una filfa, un verdadero disparate al que todo el mundo parece doblegarse sin ningún atisbo de oposición.

Hace muchos años, un español dijo haber inventado un motor que funcionaba con agua e incluso hizo una demostración. Ese acontecimiento fue objeto de un artículo que escribí hace años y que puedes consultar aquí: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2018/06/invento-o-fraude.html

El final de esta historia es un enigma, pues el caso, después de estudiado, se archivó por orden, al parecer, del propio Franco.

Este otro caso que ahora voy a comentar y que es el que da título a este artículo, es distinto. No se trataba de un milagroso motor de agua, sino una innovación en los motores de gasolina que reduciría su consumo en muchos litros a los cien kilómetros.

El protagonista de la historia es un joven mecánico estadounidense natural de la ciudad de El Paso, en el estado de Texas y justo en la frontera con México, llamado Tom Ogle, nacido el año 1953.

Cierto día, cuando se encontraba cortando el césped de su jardín, el tanque de gasolina de la cortadora sufrió un percance y se agujeró, por lo que la gasolina dejó de fluir al carburador.

Ogle reparó la avería haciendo una especie de “by pass” y metiendo combustible vaporizado directamente al cilindro. Trabajando con este nuevo sistema comprobó que si en vez de inyectar combustible pulverizado en los cilindros de los automóviles, se calentaba la gasolina hasta que se convirtiese en vapor y ese fluido era inyectado a los cilindros, el motor no solamente ganaba en potencia sino que consumía muchísimo menos carburante.

 Realizadas las oportunas experiencias, sustituyó el carburador y la bomba de combustible por un aparato de su invención al que llamó “filtro” y que era una modificación del sistema de carburación que, aplicado a su coche, un Ford Galaxy de 8 cilindros, que consumía alrededor de veinte litros a los cien kilómetros, recorrió esa distancia con un consumo inferior a los cuatro litros.

El secreto estaba en que el combustible llegaba sin presión hasta “el filtro” y allí se calentaba hasta que se convertía en vapor y esos gases se inyectaban en las cámaras de combustión de los cilindros. Por añadidura pudo comprobar que la emisión de gases de la combustión era prácticamente nula.

 


Foto aparecida en prensa del inventor Tom Ogle

 

En 1977, cuando apenas tenía veinticuatro años, hizo público su descubrimiento, causando un revuelo en todo el país. Hizo saber que pensaba recorrer unos trescientos veinte kilómetros, desde la ciudad de El Paso, en Texas, hasta Deming, en Nuevo México, con un gasto inferior a dos galones de gasolina, equivalente a unos siete litros y medio, lo que supondría un consumo de menos de dos litros y medio cada cien kilómetros.

Prensa especializada en el motor, técnicos, mecánicos y expertos en automovilismo, se congregaron para presenciar la prueba y después de comprobar que el coche no llevaba ningún otro depósito escondido, se vertieron los dos galones de combustible y comenzó el recorrido.

La prueba fue un éxito total y así lo señaló la prensa y casi de inmediato, el inventor empezó a recibir muchas ofertas de personas interesadas en invertir para financiar la fabricación de su invento, así como empresas del sector del automóvil  interesadas en la fabricación en serie del nuevo dispositivo sobre el que el joven mecánico tenía la convicción de que en vehículos de menos peso que el suyo, la reducción del consumo sería mucho mayor.

La mejor oferta la recibió de parte de la petrolífera Shell que le ofreció veinticinco millones de dólares por la patente, a lo que Ogle no accedió, siendo consciente de que esa venta sería para guardar la patente en un cajón y olvidarse del invento.

Quizás una campaña interesada por parte de las compañías petrolíferas comenzó a hacer rodar noticias encontradas sobre el nuevo sistema de carburación, del que se dijo que ya existían patentes similares, una de ellas propiedad de la empresa General Motors y que no eran viables .

Esta campaña hizo que muchos de los interesados en invertir, se fueran retirando y los ingresos que se recibían y empleaban en el desarrollo del proyecto fueron desapareciendo, hasta el extremo de que el mecánico fue a la quiebra.

Desesperado, abandonado por su mujer, su vida se hizo imposible, cayendo en una espiral de drogas y alcohol hasta que en 1981, cuando salía borracho de un bar de El Paso, alguien le disparó acabando con su vida.

Curiosamente la policía calificó la muerte de suicidio, aunque el arma no fue encontrada y su taller y su domicilio habían sido escrupulosamente registrados.

            Lo cierto es que con su muerte se acabó el invento y todo volvió a la normalidad que interesaba a los poderosos.
         Pero el invento está ahí. Hay planos, descripciones, estudios y muchas más circunstancias que acreditan la veracidad del “filtro” de Tom Ogle y sería mucho mejor para todos que en vez de trastocar todo el orden con los coches eléctricos, a los que la inmensa mayoría de la población no va a poder tener acceso, se pusieran en marcha investigaciones sobre las posibilidades de disminución del consumo y de la contaminación de los automóviles tradicionales.