viernes, 25 de enero de 2019

"EL ÁNGEL EXTERMINADOR"





No, no me estoy refiriendo a la famosa película de Buñuel, ni al supuesto demonio que vendrá como Anticristo para acabar con la humanidad, según el Apocalipsis, sino a una enigmática sociedad secreta creada en el siglo XIX cuyos fines eran los de devolver a la Inquisición sus antiguos poderes y preservar la fe y el dogma frente a la herejía, y las falsas creencias.
Las sociedades secretas son tan antiguas como la propia civilización. Desde siempre han corrido ideas de que el mundo era gobernado por sabios secretos, desde una caverna y que sus designios eran puestos en práctica por los peones que cumplían sus órdenes.
Hay mucha literatura al respecto y alguna con una fuente documental realmente impresionante que concluyen acerca de la verdad o falsedad de la existencia de determinadas sectas, porque su mismo secretismo hace que a veces haya sido el afán popular de justificar según qué actitudes, el que ha creado la propia conciencia popular de su existencia.
En el caso que quiero relatar se da posiblemente esta circunstancia, no lo sé, por lo que me limitaré a exponer lo que conozco de esta esotérica organización.
Ni siquiera hay coincidencia en cuanto a su creación, que podría ir desde 1817, que propone un general contemporáneo, a 1823 en que un historiador, también contemporáneo, cree que fue constituida, aunque por sus fines más me inclino por la segunda.
Nace con una clara intención de restituir los poderes absolutos a la monarquía española, hostilizar a los liberales y según se dice, devolver a la Inquisición sus antiguos poderes, ya muy caducos y abocados a la desaparición. Por eso, es más creíble su creación durante el llamado Trienio Liberal, o inmediatamente después (1820-1823), durante el que el rey Fernando VII cedió muchas de sus prerrogativas que como absolutista conservaba.
Entre sus fundadores y siempre según creencia popular muy extendida, y como persona de mayor realce se encontraba el obispo de Osma que sería su primer Gran Maestre, Juan de Cavia González, el cual encabezaría una relación de otros personajes eclesiásticos de su mismo rango, así como importantes personajes civiles de la época, de los que nada ha trascendido.
Desde las Cortes de Cádiz, la Santa Inquisición estaba abolida legalmente. Pero seguía existiendo y con el gobierno absolutista de Fernando VII, durante el que se desprecia olímpicamente la Constitución de 1812, el Santo Oficio continua vivo, muy disminuido y con escaso poder, pero aún aleteando. La defensa a ultranza de la fe ya no era una necesidad perentoria como lo había sido en épocas anteriores y así, sus facultades se le fueron retirando hasta que en 1834 fue definitivamente abolida por el ministro de la Regente María Cristina, el liberal moderado Martínez de la Rosa.
Aquella sociedad secreta pretendía devolver a la Inquisición todo su esplendor del pasado cuando castigaba con durísimas penas y torturas cualquier falta contra las normas de un buen cristiano.
Uno de los últimos juicios celebrados en España, quizás el último, tuvo lugar en 1826 y en la crónica histórica como en el convencimiento popular, estaba relacionado con “El Ángel Exterminador” que habría influido notablemente tanto en la denuncia como durante el proceso.
Se acusaba de herejía a Cayetano Ripoll, un maestro de escuela natural de Solsona, Lérida, que tras la Guerra de la Independencia se afincó en la provincia de Valencia y que, según la denuncia que se formuló en 1824, no iba a misa ni incitaba a sus alumnos a que lo hicieran; no salía a ver el paso de las procesiones, o comía carne los viernes. Como se ve, gravísimos delitos que presuntamente cometía por su condición de masón.
Eso ya era el colmo de la gravedad punitiva, algo intolerable que, acabado el Trienio Liberal, al adquirir la Inquisición nuevas fuerzas, quiso de inmediato corregir.
Las circunstancias políticas del momento en que se iniciaba lo que se dio en llamar la Década Ominosa, eran propicias a acrecentar el poder de la Iglesia como defensora de la moral, las costumbres y la propia práctica religiosa, pero es dudoso que atravesando una época tan convulsa, en la que los liberales hubieron de salir del país a toda carrera, se quisiese, políticamente, echar leña al fuego con un nuevo acto de retroceso en las libertades que el pueblo clamaba. Por eso la sospecha de que detrás de aquella denuncia y la posterior instrucción del proceso, se encontraba el apoyo de aquella sociedad secreta.
Ni siquiera la intervención del nuncio apostólico que escribió al papa solicitando su intervención para impedir la ejecución que se veía venir, pudo evitar la condena a la horca del maestro Ripoll y posterior quema de su cuerpo.

Escena del juicio a Cayetano Ripoll, con sambenito (Goya)

Fue la última ejecución que se produjo en España y levantó oleadas de indignación en todos los países del entorno que ya habían superado la supremacía eclesiástica que aquí, débilmente, aun existía y se decía que apoyada por la secta secreta.
También se quiso ver la intervención que tendría en la actividad del bandolero Luís Candelas, de quien se dice que su mano derecha, “Paco el Sastre”, era en realidad un sicario de la secta.
Otro bandolero al que apodaban “El Barbudo”, al parecer con ideas absolutistas, atacaba siempre a los liberales, dirigido en la sombra por los prebostes exterminadores.
Algunos historiadores de prestigio, como el hispanista Gerald Brenan, dan por segura la existencia de esta orden secreta y cruel y aseguran que fue el obispo de Osma su fundador. Ciertamente que este obispo se había distinguido por su radicalidad religiosa y que, según él, usaba del poder que había recibido de Dios.
Sin embargo el más prestigioso escritor español del XIX, Pérez Galdós, que en los Episodios Nacionales menciona a esta sociedad secreta, no cree en su verdadera existencia y pone en duda que ningún historiador haya probado nunca que “El Ángel Exterminador” hubiera existido más allá de la creencia o leyendas populares.
Se basa fundamentalmente en trabajos de contemporáneos con los acontecimientos que se le atribuyen a la sociedad, a la que se califica de patraña inventada por los liberales para amedrentar a los absolutistas y desprestigiar a los católicos.
No es esta la única sociedad secreta habida en España, sino una de las que han existido si bien nunca se ha podido demostrar que la creencia se correspondiera con la realidad, pues en el fondo su supuesta existencia era exclusivamente alimentada por la cultura popular que transmitía la información sin ningún rigor.
Si durante algunos años se tenía el convencimiento de que dicha sociedad secreta existía en la sombra, es poco probable que nunca trascendiera el nombre o las características personales de alguno de sus miembros, pues nunca se mencionó a ninguna persona de las que se decía dirigían la sociedad, que no fuera el mencionado obispo.
A finales del siglo XIX se habló muchísimo en Andalucía de una organización secreta llamada La Mano Negra, la cual ha producido ríos de tinta, sin que nunca se haya podido demostrar su vinculación real y efectiva con los numerosos crímenes que se le achacaban.
En el fondo, todas esas sociedades eran fruto de bulos bien alimentados con los que tener a la población doblemente preocupada, en transmitirlos y en temer las acciones de las supuestas bandas asesinas.
En este caso concreto, parece que tras La Mano Negra existe un movimiento de agitación dirigido a los trabajadores agrícolas con el fin de inquietar a los terratenientes que campaban a sus anchas y que se resume en palabras del embajador de Francia desde 1883, al que no le parece que sea mas que un nombre nuevo para un malestar que desde hace mucho agita e inquieta a las provincias andaluzas.
Lo mismo que al Ángel Exterminador, a La Mano Negra se le atribuyen numerosas acciones, todas graves que tenían lugar siempre en zonas agrícolas, siempre en despoblado y ejecutados en cuadrillas y con extrema violencia.
Lo que haya de verdad tras esas asociaciones maléficas es cosa que será difícil de probar, lo que sí es cierto que la convulsión que vivió España a lo largo del siglo XIX, produjo un elevado número de sociedades más o menos esotéricas, con fines muy distintos y que se diluyeron con el paso de los años.
Que a la sombra de ellas alguien inventara otras para beneficiar sus intereses, puede ser una explicación.

viernes, 18 de enero de 2019

UN ARTILLERO CIENTÍFICO





Por el Tratado de Tordesillas, firmado en 1494, España y Portugal llegaron a un acuerdo sobre la forma de repartirse el recién descubierto continente americano, pero los límites, las fronteras entre los dominios coloniales de ambos países no se delimitaron, había tanto territorio para cada país que bien poco importaba colocar la división millas allá o acá.
Hubieron de pasar más de dos siglos hasta que ambos países firmaran el Tratado de San Ildefonso, en 1777 en el que España cedió parte de los territorios que había ocupado en Brasil y recibió a cambio parte del actual estado de Uruguay y las islas de Annobon y Fernando Poó, situadas frente a Guinea Ecuatorial, y a su vez se estableció la conveniencia de llevar a cabo las delimitaciones exactas de los territorios correspondientes a cada país, mediante la creación de una línea fronteriza de  manera definitiva.
En consecuencia, las Cortes de Madrid y Lisboa aprobaron una Real Instrucción por la que se encomendaba al virrey de Río de la Plata la dirección del proyecto de trazar la frontera definitiva entre los territorios del Brasil y el Virreinato, que sería ejecutado por técnicos de ambos países designados al efecto.
Las cosas de palacio van despacio y en aquellos tiempos mucho más, así que hasta 1784 no se iniciaron los trabajos que se dejaron en 1790 sin finalizar hasta el día de hoy.
Ambos países designaron a sus comisionados y por parte de España este nombramiento recayó en un personaje notable tanto en la milicia, o la ingeniería como en las ciencias naturales y tremendamente desconocido a pesar de su enorme aportación científica: Félix de Azara y Perera.
Había nacido en 1742 en la provincia de Huesca, sexto hijo de una familia acomodada de la baja nobleza aragonesa, en la que todos destacaron en diferentes ramas, tanto religiosa como civil, militar y judicial.
Criado en un entorno amante de la cultura su educación fue dirigida hacia la ilustración, con la que el joven estaba entusiasmado, dada su sed de conocimientos y su innata curiosidad.
Con solo once años empezó su formación académica en la universidad de Huesca, en donde permaneció cuatro años, al final de los cuales optó por la carrera militar, pues solamente en las academias militares se estudiaban las ramas de ciencia, mientras las universidades seguían ancladas en la enseñanza de las humanidades.
Así, con su buena formación y con dieciséis años comenzó su carrera militar en el Colegio de Artillería de Segovia y seis años después fue nombrado cadete del Regimiento de Artillería de Galicia.
Pero más que el castrense, su afán era continuar sus conocimientos en ciencias y matemáticas, por lo que solicitó ingresar en una de las escuelas más prestigiosas de la época, la Real y Militar Academia de Matemáticas de Barcelona, en donde estuvo dos años con buen aprovechamiento teórico, pero mediocre en lo práctico y el dibujo, según consta en su expediente académico.
Con veinticinco años era ingeniero militar y comenzó a desarrollar su labor en Cataluña realizando obras de reconstrucción de fortificaciones, correcciones hidrográficas y otras obras militares.
Pero su dedicación a la ingeniería no le hizo desdeñar su espíritu militar y con treinta y tres años participó en la expedición contra Argel, que tenía por misión demostrar al sultán la capacidad del ejército español para defender sus plazas del norte de África y que terminó de forma desastrosa.
Nada más desembarcar, Félix fue herido y dado por muerto en la misma playa, pero el atrevimiento de un marinero de sacarle la bala que tenía incrustada en el pecho, los cuidados de un amigo y una larga temporada de convalecencia, permitieron que tras cinco años de recuperación, se pudiese incorporar a la actividad normal.
Como es natural en un espíritu con afán de aprendizaje, aquellos años fueron muy provechosos para sus conocimientos.
En 1779  es nombrado capitán de Infantería e Ingeniero Extraordinario y un año después es ascendido a teniente coronel, con destino en Guipúzcoa.
Allí permaneció hasta que es nombrado por la comisión de límites española, como agregado a la marina de guerra, recibiendo en 1781 la orden de presentarse en Lisboa ante el embajador español que coordinaba la formación de la comisión conjunta que había de desplazarse hasta Montevideo, desde donde iniciarían los trabajos sobre las lindes.
Permaneció en tierras americanas durante veinte años, sin regresar a España en  ningún momento aunque durante ese largo periodo solicitó el relevo en varias ocasiones, pero no fue atendido.

Azara, un personaje importante pintado por Goya

Durante su estancia en tierras de Uruguay, Paraguay, Argentina y Brasil, había muchas etapas en la que se suspendía el trabajo y a veces éstas duraban meses e incluso años, durante los cuales Félix de Azara aprovechaba ventajosamente el tiempo, despertándose su vocación de naturalista, disciplina en la destacó sobremanera.
Ya había escrito un libro que lleva por título Geografía física y esférica y decidió ampliar el contenido con observaciones sobre aves y cuadrúpedos de las zonas cuyas fronteras estaba delimitando y así, a veces solo, a veces escasamente acompañado, con pocas vituallas y equipaje y sí algunas baratijas, para ganarse las simpatías de los nativos, recorría los parajes selváticos de la región, observando, analizando y clasificando aves y cuadrúpedos.
Su formación como científico le hizo proceder con muchísimo método en el registro de las diferentes especies que iba catalogando de las que hizo una clasificación muy acertada.
En aquella época, existía una tendencia general a creer que todas las especies animales de América eran producto de una degeneración general sufrida por el aislamiento al que había sido sometida aquella tierra, y que era consecuencia de las aseveraciones que el naturalista francés, marqués de Buffon, había reflejado en su extensísima obra Historia natural, general y particular, compuesta por treinta y seis tomos y ocho volúmenes adicionales que fue durante años la piedra angular en la que descansaron todas las investigaciones sobre la naturaleza.
Dejando de lado y por supuesto, los amplios conocimientos del marqués de Buffon, así como su capacidad de divulgación, Azara, que había estudiado parte de sus obras en profundidad, empezó a ver claro que los estudios del científico francés contenían fallos importantes pues demostraba que no conocía un gran número de especies americanas, se basaba en exámenes de animales o bien disecados y en mala conservación, o trasladados a Europa en muy malas condiciones, lo que podía hacer pensar que se estaba ante especies que degeneraban de sus primitivos caracteres. Pero la observación directa y en vivo de innumerables especies a las que estudió, describió, diferenció por sexos y catalogó, vinieron a demostrar que el francés estaba en un error, detectando además otra notable deficiencia y es que no conocía el ambiente natural en el que se desarrollaba la vida de aquellos animales y sobre el que Azara aportó innumerables datos.
En consecuencia, la publicación de sus trabajos, en los que además de las descripciones, vertía sus opiniones relacionadas con la evolución de aquellas especies,  aportó a la comunidad científica un material de observación y consulta de primer orden que tuvo la virtud de enfrentar las tesis comúnmente aceptadas a las nuevas informaciones que el español incorporaba.
Lo más importante de las aportaciones de Azara son precisamente las relacionadas con las evoluciones que las diferentes especies han venido observando a través de los tiempos, formulando una teoría sobre la herencia genética que es muy similar a la que Charles Darwin formularía muchos años después y que actualmente con algunas reticencias, está completamente aceptada.
La aportación fundamental de este destacado científico fueron sus observaciones personales ante mutaciones apreciadas en diferentes animales en las que proponía que existen causas de carácter interno que pueden explicar esas mutaciones, que es en definitiva lo que se contiene en la teoría de la evolución de las especies. Apreciaba que en el ser vivo existe la posibilidad de cambiar, aunque no comprendía ni sabía explicar cuales eran los mecanismos por los que se producían esos cambios, esa evolución.
Solamente por haberse adelantado a Darwin, Azara debería tener un mayor reconocimiento, pero es que además, el militar metido a estudioso, destacó como filósofo, historiador, literato y por supuesto en lo que fue su inicial dedicación de ingeniero.
Regresó a la Madre Patria cuando tenía cincuenta y nueve años e inmediatamente fue acogido por muchas sociedades científicas españolas y francesas y recibido con honores en el Museo de Historia Natural.
En 1803 rechazó el ofrecimiento del Virreinato de Nueva España que comprendía toda América Central, parte importante de Estados Unidos, las Antillas y Filipinas.
Murió en su pueblo natal, Barbuñales, el veintiséis de octubre de 1821 y sus restos mortales se encuentran en la catedral de Huesca, donde es medianamente reconocido, no así en su país ni en las tierras que tan profundamente estudió.
Una última curiosidad, antes de marchar a las Américas sufría unos continuos episodios de dolor abdominal con malestar general, persistente e intenso, lo que le hizo consultar con un médico de su entorno, el cual tras el somero examen al que lo sometió y un análisis de la dieta que observaba le recomendó que no comiese pan ni otros alimentos elaborados con harina. Desde que inició la nueva dieta desaparecieron las molestias. Evidentemente se trataba de un enfermo celíaco detectado por el médico que lo atendió que demostró así un magnífico ojo clínico, pues la enfermedad celíaca no fue descrita en medicina hasta finales del siglo XIX.

viernes, 11 de enero de 2019

¡QUÉ BONITA ES LA IGNORANCIA!





Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro, dijo Descartes, el filósofo y matemático francés y  se pasó muy de largo.
Yo reduciría esa mitad ignorada a una décima e incluso una centésima parte de lo que desconozco: ¡es tanto! Con esto acepto mi ignorancia, lo que me parece que no deja de ser una actitud positiva, escasa en el género humano, pero mejor que no reconocerla.
Cierto que el desconocimiento se nota mucho más en unas personas que en otras. Si se es discreto y no se tiene afán de destacar nada más que en aquello en que uno se siente seguro, muchas personas conseguirán recorrer toda su vida sin haber demostrado su ignorancia. Pero si descollar en todo es la premisa fundamental de nuestra orientación en la vida, es seguro que la ignorancia saldrá a relucir mas pronto que tarde.
El problema no está en no saber, sino en no querer saber que se es un ignorante.
Sólo sé que no sé nada, dijo Sócrates en un alarde de inteligencia, cuando era uno de los hombres más sabios de su tiempo y de muchos tiempos, anteriores y posteriores.
En la actualidad y en una sociedad tan tecnificada como la que nos ha tocado vivir, el saber es esencial. Estamos en la era del conocimiento y se avanza en ese campo como nunca a lo largo de la historia.
Prácticamente tomas las ramas en las que se diversifica el árbol social, están impregnadas por el conocimiento. Saber cada vez más es un reto para todos los habitantes del mundo.
Bueno, para todos no; a los políticos parece que no les importa tanto el saber como el aparentar. Es mucho más importante fingir que se sabe y asegurar en sus currículums que se tienen tales o cuales títulos o que se han cursado estudios de cualquier cosa, aunque la realidad sea otra muy contraria. Se puede falsificar un postgrado o una tesis y no pasa nada. Incluso te pueden regalar los títulos. Se ignora casi todo y no pasa nada. Se demuestra constantemente la falta de conocimientos y no pasa nada y así ocurre que esa deficiencia, su escasa preparación, les empuja a continuar en política pase lo que pase. No tienen otra forma de seguir adelante con sus vidas, cuyo nivel quieren conservar.
No abren la boca para nada y cuando la abren hubiera sido mejor dejarla cerrada. Calientan el escaño, y pulsan un botón cuando se lo piden, sin plantearse si lo que está haciendo es lo correcto en conciencia.
Es necesario volver a los clásicos, a Sócrates y su discípulo Platón, hombre sabio donde los haya, el cual comenta en sus escritos que siendo joven, pensó, como otros de su tiempo, dedicarse a la política y explica las vicisitudes por las que hubo de pasar cuando los “Treinta Tiranos” impuestos por la ciudad enemiga de Esparta, se apoderaron del gobierno de Atenas.
Como quiera que algunos de aquellos mandatarios eran conocidos del filósofo, le solicitaron que colaborase con el nuevo gobierno, ya que dadas sus aptitudes personales y sus profundos conocimientos podría ser una persona muy válida para la sociedad y el propio gobierno. Hoy se vería como un “independiente” incrustado en el ejecutivo.
Pensaba Platón que aquellos gobernantes iban a sacar a la ciudad del régimen de vida injusto en que se encontraba anteriormente y la llevarían a un orden mejor, así que, fiel a sus ideas y principios, decidió colaborar con los Tiranos, por ver si lo conseguían.
Busto de Platón

Para su sorpresa pudo apreciar que en poco tiempo habían hecho parecer bueno al régimen anterior, como si de una edad de oro se tratara.
Y narra el insigne sabio que aquellos tiranos desalmados cometían tropelías de grueso calibre, una de las cuales fue la de enviar a Sócrates, ya anciano, pero siempre prestigioso y del que Platón era un devoto amigo, a que prendiera a un ciudadano para conducirle a la ejecución por la fuerza.
Tenían los gobernantes suficientes resortes para cumplir aquel mandato sin recurrir a la bajeza de utilizar a Sócrates en sus escarnios, pero deseaban la implicación del viejo filósofo para que se viera mezclado en el crimen.
El protagonista de esta historia consideraba a su viejo profesor como el hombre más justo de su tiempo, el cual, a riesgo de sufrir innumerables represalias y castigos, no accedió a ser cómplice de semejante ignominia.
Aquello pesó enormemente en la conciencia de Platón, al que otras indignidades similares provocaron tal repulsión que se abstuvo de colaborar con los Treinta.
Poco tiempo después cayó la nefasta tiranía y todo su sistema y los exiliados del régimen que durante aquel periodo se había visto obligados a alejarse del poder de aquellos indeseables, regresaron a Atenas y accedieron al gobierno de la polis, en una forma de alternancia muy común en política. También éstos se acercaron a Platón con ánimo de hacerle colaborar con ellos y nuevamente el filósofo sintió la tentación de aportar su capacidad y conocimientos a un régimen que parecía una regeneración del anterior y se mostraba respetuoso y moderado con los ciudadanos.
Pero era todo apariencia y algunos de los que se habían alzado con el poder de la ciudad, llevaron a Sócrates a los tribunales bajo absurdas acusaciones de impiedad y de corrupción de la juventud y hasta hicieron beber la cicuta a aquel que había sido capaz de enfrentarse al inmenso poder de la tiranía, mientras que los que le acusaban, vivían tranquilamente en sus destierros dorados.

Cuadro La muerte de Sócrates, de J.L. David

Cuando Platón comprobó el comportamiento de aquellos hombres que ejercían el poder público y conforme había ido madurando en edad y conocimientos, comprendió que le era imposible colaborar con un régimen que ya no respetaba las costumbres y prácticas de los antepasados cuando para él, como a la mayoría de sus conciudadanos, le resultaba imposible adquirir otras nuevas, tan distintas a las que les habían enseñado y que tan caladas estaban en la sociedad ateniense.
Las leyes se iban corrompiendo y su número crecía con extraordinaria rapidez y a pesar de su afán de dedicarse a la vida pública con intención de introducir algunas mejoras, declinó todos los ofrecimientos que casi permanentemente venía recibiendo.
Lamentablemente, el sabio terminó por adquirir el convencimiento de que todos los Estados están mal gobernados, sin excepción y empezó a reconocer que de la verdadera filosofía depende el tener una visión total de lo justo, tanto en el orden privado como en el público y no cesarán los males del género humano hasta que no sean recta y verdaderamente filósofos los que ocupen los cargos públicos.
Hay que trasladar el concepto que tenía Platón de la filosofía, que es el concepto clásico, a otro muy distinto que es lo que en la actualidad se entiende por tal. Ahora parece que los filósofos no se ocupan nada más que del pensamiento, de la ética y poco mas, pero para la antigua Grecia el significado exacto de filosofía es amor al conocimiento y ese conocimiento comprendía todas las ramas del saber, sin excepción.
Platón creó una escuela llamada Academia (de donde toman nombre las escuelas actuales), en la que estudió su discípulo Aristóteles, otro gran sabio griego que abarcó notables conocimientos en todas las áreas del saber.
Queda claro que era un hombre de profundos conocimientos en todos los campos y ahí están sus escritos, sus Diálogos, sobre ética, antropología, metafísica, cosmogonía, lenguaje, educación y tantísimos temas más.
Su conocimiento, su sabiduría, le hizo comprender que no se podía dedicar a la política al lado de aquellos energúmenos que no respetaban nada por tal de seguir afincados en el poder, por mucho que le apeteciera hacerlo.
Lástima que la falta de conocimientos actuales impulsen a los seres humanos a ir en la dirección contraria y optar por dedicarse a la política precisamente por el escaso bagaje intelectual que les acompaña. Se ingresa en un partido desde joven y no hace falta destacar mucho en nada, solamente perseverar y el propio partido te irá ascendiendo hasta que te ofrezcan un carguito, o te postules para él. Luego todo ha de venir rodado y si tienes facilidad para hablar o poder de convicción, el éxito está asegurado. No hace falta que sepas de nada, ni poco ni mucho, te aprendes lo que tienes que decir y lo sueltas las veces que haga falta.
Al principio de la democracia a un amigo, hombre ya maduro y muy bien preparado, le ofrecieron militar en un partido. Él se resistía bajo el argumento de su escasa preparación política y el que trataba de convencerlo le dijo: por eso no te preocupes, aquí los que sepamos leer y escribir llegaremos arriba.
Así es la ignorancia, atrevida e irresponsable que impulsa a acometer tareas sin estar preparado. Solamente las personas con formación, con conocimientos, son capaces de negarse a participar en actividades para las que no se está adecuadamente formado, o con las que no pueden identificarse, por más que la tentación sea mucha y muy fuerte.
No sé si se verá algún paralelismo entre lo escrito y la política actual, pero en ese caso es únicamente producto de la imaginación del lector.