jueves, 9 de septiembre de 2021

ENEKO "EL ROBLE"

 

Antes de empezar a escribir este artículo, me puse en contacto con unos amigos pamploneses y les pregunté si el personaje de esta historia era muy conocido en Navarra.

La respuesta no se hizo esperar y era bien escueta. Poco más o menos me vinieron a decir que con el nombre que yo les daba hay una calle en Pamplona y que el personaje en cuestión está considerado como el primer rey de Navarra y fundador de la dinastía Fortún, precisamente el apellido de mi amiga.

Yo no pregunté por Eneko sino por su nombre castellanizado: Íñigo y añadiendo lo que al parecer es el apelativo por el que se le conocía: Arista o Aritza, nombre que en vascuence significa roble o persona fuerte.

Así pues, Íñigo Arista tiene una calle en Pamplona, perpendicular a la Avenida de Navarra, en cuya intersección una extraña escultura eterniza la figura del que se considera primer rey navarro.

 

Monumento a Íñigo Arista en Pamplona

Pero a pesar de su calle y de su escultura, como ocurre en muchas ciudades con sus personajes locales, el tal Arista ha sido un gran desconocido de la historia de España hasta que muy recientemente se descubrieron unos textos de un historiador árabe llamado Ibn Haiyan, gracias a los cuales se puso al personaje en la historia.

Por esos textos del erudito musulmán, nacido en Córdoba en 987 y fallecido en la misma ciudad cuando contaba con la increíble edad de 88 años, sabemos que hacia el año 780 nació en algún lugar de Navarra Eneko Enékez, es decir, Íñigo  ya figura ante conocida por haber aparecido taba con la increible ido de la historia de españa Íñiguez  cuya figura era someramente conocida por haber aparecido en dos códices de época posterior a los escritos del musulmán.

Eran los códices de Rodrigo Jiménez Rada, eclesiástico, militar e historiador navarro, nacido en 1170 en Puente la Reina que fue durante cuarenta años arzobispo de Toledo y el que consiguió para su sede arzobispal la primacía de España que aún conserva y más famoso por haber participado al frente de sus huestes en la batalla de Las Navas de Tolosa.

Junto a su espíritu militar y eclesiástico, Rada había conjugado una erudición poco común en la época, lo que le permitió destacar en los concilios de Letrán y Lyon. Así mismo fue autor de una historia de España, conocida como Historia gótica.

El otro códice es el llamado De Roda, un manuscrito de finales del siglo X y en el que se hacen referencias a los reinos de Asturias, Pamplona y el incipiente condado de Aragón. El nombre lo recibe por haberse conservado en la iglesia románica de San Vicente, en Roda de Isábena, en Aragón.

Por los dos códices y los textos árabes sabemos que designan a este personaje como príncipe o “shaib” de las tierras de Pamplona que eran unos territorios que iban desde la línea de los Pirineos, hasta casi la mitad de la actual Navarra.

De su nacimiento no se conoce fecha ni lugar, aunque todo parece señalar que habría que ubicarlo en las tierras antes mencionadas; tampoco se tiene una clara genealogía y en ese sentido los textos árabes aportan más datos que los códices cristianos.

Así, por textos árabes se sabe que su madre se llamaba Onneca y que de otro padre, seguramente un musulmán llamado Musa Ibn Fortún, era hermano de un muladí, es decir, cristiano convertido al Islam, llamado Muza ben Muza, poderoso señor de las riberas del Ebro y que también tuvo otro hermano de nombre Fortún.

Aparecen también el nombre de dos hijos llamados García y Galindo y  de su hija Assona y se menciona a una segunda hija cuyo nombre no aparece.

Al mismo personaje se le nombra convertido al árabe como Wannaqo ben Wannaqo, equivalente a Íñigo Íñiguez.

Es en el Códice de Roda donde aparece el sobrenombre por el que ha sido conocido en la historia: Arista, situándosele como padre de García I Íñiguez que le sucedió al frente de los territorios cristianos de Pamplona, como señor o líder aristocrático de la región, que situada en los confines del emirato árabe, desde muy pocos años después de la invasión, había firmado un tratado que convertía la región en una especie de protectorado, que a cambio de un tributo y promesa de lealtad, quedaba en libertad para continuar con sus costumbres y tradiciones, tanto religiosas como jurídicas y sociales.

Hay que entender la importancia que aquel territorio tenía, tanto para los árabes, en sus deseos expansionistas hacia Europa, como para los carolingios con su temor a que el imperio musulmán volviera a intentar otra incursión bélica en territorio galo, como años antes había ocurrido en la batalla de Poitiers, afortunadamente con victoria cristiana. En una época tan convulsa y en la que grupos desorganizados y poco numerosos habían de enfrentarse a los poderosos ejércitos árabes, se comprende todo aquello de territorios tributarios, protectorados, continuas escaramuzas y deserciones de un ejército al otro.

La ambigüedad del territorio hace posible aceptar protección tanto del lado carolingio como árabe. Entre los partidarios de respetar los pactos acordados con el emirato de Córdoba se encontraba una facción liderada por la familia Arista que contaba con el apoyo de la poderosa familia Banu Qasi, hispanogodos islamizados, muladíes por tanto, que señoreaban importantes territorios en la cuenca del río Ebro.

Desde entonces los imperios carolingio y árabe, luchan por hacerse con el territorio y unos y otros toman sucesivamente Pamplona, lo que hace que Íñigo y sus huestes hayan de estar tanto al lado de uno como de los otros, en una situación que impulsa al propio emir cordobés, Abderramán II, a ponerse al frente de su ejercito para someter el territorio.

Tras una importante victoria árabe en las cercanías de Pamplona contra unas tropas navarras apoyadas por guerreros alaveses y castellanos y en la que perdió la vida Fortún, hermano de Íñigo y 115 soldados pamploneses, Abderramán se enseñorea de todo el territorio y la situación bélica, tras muchas escaramuzas y la batalla antes mencionada, se salda con un pacto de sometimiento al emirato de Córdoba y el pago de un tributo anual de 700 dinares.

Pero el espíritu rebelde de los pamploneses no les permitía vivir con tranquilidad y años más tarde se inició una nueva etapa de enfrentamientos con el emirato que duró una década.

Como ya se ha advertido, la documentación histórica es escasa y parece que durante ese período, Íñigo había colocado a su hijo García Íñiguez al frente del ejército pamplonés, pues él había sufrido una alferecía, hoy diríamos un ictus, que le dejó imposibilitado hasta su muerte, ocurrida, según textos árabes, en el año 237 de la Hégira, que se corresponde con el 851-852 de la cronología cristiana.

La prueba del coraje, valentía y arraigo que Íñigo tenía entre sus gentes lo demuestra el hecho de que a pesar de los bandazos que dio en sus pactos, su tropas le seguían con fidelidad absoluta y el hecho de haber colocado a su hijo como sucesor de su dinastía es una clara prueba de que era aceptado como monarca de aquel territorio con absoluta lealtad de sus súbitos, aunque nunca lo hubiesen coronado ni aclamado como rey.

Su hijo y sucesor, García Íñiguez se decantó por materializar alianzas con cristianos, haciéndolo con el único rey cristiano de la península el astur Ordoño I, con una de cuyas hijas casó a uno de sus descendientes.

A su muerte, ocurrida hacia el año 882 le sucedió su hijo Fortún, nieto por tanto de Íñigo y que dio nombre a la dinastía que desde ahí arranca. Fortún era apodado por los árabes como “el Tuerto” y por los cristianos “el Monje”, pues terminó sus días en el monasterio de Leyre donde murió con 96 años y que había permanecido durante veinte años cautivo en Córdoba.

El mérito de haber sido creador de una dinastía y sobre todo, la de haber preservado sus territorios contra las incursiones carolingias y musulmanas, merece un reconocimiento de esta importante figura diluida en la historia. Un reconocimiento algo más sensible que ese monumento con el que se la querido recordar, una cosa más así, como esta estatua también dedicada a él.

Estatua de Arista en la Plaza de Oriente de Madrid


jueves, 2 de septiembre de 2021

LAS PLANTAS TAMBIÉN SIENTEN

 

De hasta dónde puede llegar la estupidez humana estamos teniendo buenas y abundantes muestras en estos últimos tiempos.

Los partidos feministas, que en realidad es un machismo revestido de mujer, que quieren que haya tantos sexos como gustos sexuales tenemos las personas, o las que proponen igualar a hombres y mujeres sodomizando a los primeros, pasando por las que quieren volver a casa solas y borrachas, hay toda una serie de propuestas realmente singulares.

Los partidos ecologistas o los de la defensa de los animales que dicen que ordeñar a una vaca es atentar a su intimidad, o que los gallos violan a las gallinas, o los que se oponen al sacrificio del ganado por el sufrimiento que genera y que como contramedida todos tenemos que hacernos vegetarianos o veganos como se dice ahora, ignoran los dictados de la ley natural, presente en toda la naturaleza en la que los animales superiores e inferiores, terrestres, aéreos y acuáticos cazan haciendo sufrir a sus presas, porque el sufrimiento es parte de lo cotidiano.

A todos estos que con argumentos tan insólitos quieren hacernos creer que el hombre es el único ser que causa daño porque come a otros animales, les vendrá bien leer esta historia que voy a contar.

El 27 de febrero de 1924 nacía en Lafayette Township, un pueblo de Nueva Jersey, Grover Clevelan Backster, más conocido como “Cleve” Backster.

Tras una juventud sin resaltes Cleve empezó a trabajar para la CIA después de la II Guerra Mundial, como especialista en el manejo del polígrafo, ese complejo aparato que sirve para medir el grado de sinceridad de las personas que se someten.

 

Backster con su polígrafo

 

En este campo destaco muy pronto, convirtiéndose en todo un experto capaz de crear una escuela para formación de operadores de polígrafo en San Diego y años después otra en Nueva York.

Cierto día de poco trabajo en su laboratorio decidió conectar los electrodos de la máquina a una planta con la intención de ver si los vegetales experimentaban algún cambio en su sistema ante determinadas acciones.

Muy probablemente Backster hubiera estado en contacto con alguno de los trabajos del científico indio Jagadish Chandra Bosé que a principios del siglo XX había constatado que las plantas reaccionaban favorablemente a determinados estímulos como algunos tipos de música que la hacían crecer más rápidamente. Esta teoría está actualmente aceptada y son muchos los viveros que usan música ambiental melódica para estimular a sus plantas.

Una vez conectada la planta al polígrafo, regó la maceta, apreciando que las líneas en reposo que observaba la planta, sufrieron una leve variación que en la práctica con personas era interpretada como de bienestar.

Aquel descubrimiento lo dejó muy intrigado y decidió seguir investigando sobre las sensaciones que pudieran experimentar los vegetales.

Lo siguiente fue aplicar fuego a una parte de la planta. Inmediatamente el polígrafo emitió una señal muy potente de una frecuencia que en la experimentación con personas era interpretada como dolor.

Sorprendido ante lo que acababa de descubrir de una forma tan casual, llegó a la conclusión de que las plantas son capaces de experimentar sensaciones que son medibles y calificables, como los demás seres vivos.

Como su formación era muy estricta con los protocolos, Cleve repitió la experiencia con otras plantas y en otras situaciones, comprobando que las reacciones de las plantas se repetían una y otra vez, quedando sentado, para él, el principio de que una planta tenía algún tipo de actividad sensorial que él no estaba preparado para calificar, pero continuó experimentando y subiendo en un grado la complicación del experimento.

En primer lugar intentó comprobar si de alguna manera las plantas desarrollaban una memoria. Era un experimento complicado, para el que se sirvió de seis de los estudiantes de su escuela y dispuso las acciones que se iban a llevar a cabo. En primer lugar, el estudiante debía estar solo en una habitación con dos plantas en sus respectivas macetas y perfectamente saludables. Debía “asesinar” a una de las plantas en presencia de la otra sin que Backster supiera qué alumno lo había efectuado.

Seguidamente se conectaron los cables a la planta que estaba viva y fueron entrando en la habitación, uno a uno, todos los estudiantes. Era como si, aplicando terminología policial, estuvieran realizando una rueda de reconocimiento.

Para sorpresa de todos, cuando el autor de la “muerte” de la planta entró en la sala, la planta empezó a emitir unos estímulos que el polígrafo recogió, presentando un aspecto como de reacción enloquecida.

Otro experimento fue comprobar que las plantas sienten una sensación similar al dolor de los humanos cuando le cortan una rama, aunque desaparece con mucha rapidez.

Otra de las experiencias fue la de comprobar cómo reaccionaba una planta al ataque de una plaga observando que en un primer momento parecía enloquecer, aunque si el ataque continuaba, la calma sustituía a la reacción violenta. Parecía dar la impresión de que la planta conseguía inmunizarse frente al dolor.

Pero quizás la experiencia más destacable ocurrió en su laboratorio de Nueva York, cuando recibió una comunicación de una profesora de botánica de una universidad de Canadá que quería presenciar sus experimentos.

Backster no era muy proclive a experimentar en público, pero a la vista del curriculum de la botánica decidió recibirla y hacerle una demostración. Preparó varias plantas y esperó a que llegase la visita. Cuando la botánica se dispuso a presenciar el experimento, Backster conectó los electrodos e hizo varias pruebas y para su sorpresa no se produjo actividad en ninguna de las plantas. Pasados unos minutos sin detectar cambios revisó el aparato y comprobó que no había fallo.

Así que un poco molesto, tuvo que reconocer que el experimento no había funcionado. Por alguna razón las plantas no se querían manifestar.

Con cierta experiencia en estos experimentos, Cleve dedujo que las plantas habían caído en el silencio antes de conectarle los electrodos, por lo que era muy posible que su hubiera producido en el momento en el que la mujer entró en el laboratorio.

Con mucho tiento y usando su experiencia como interrogador fue induciendo a la mujer a que contara cual era su actividad en el departamento de biología de su universidad y para su sorpresa descubrió que la bióloga se dedicaba a obtener pesos netos de las masas vegetales, para lo que solía someter las plantas a un proceso de horneado.

Cuando la mujer abandonó el laboratorio, Cleve pudo comprobar que sus plantas volvían a tener su actividad normal.

De alguna manera, incomprensible por el momento, las plantas había detectado aquella actividad de la botánica, llenándolas de pavor y evitando cualquier tipo de comunicación.

Como es natural los experimentos de Backster causaron sensación en el mundo científico si bien aducían que el investigador carecía de una formación académica que avalara sus experiencias, aunque si que era reconocida su profesionalidad como agente de la CIA experto en interrogatorios a través de polígrafos.

Un investigador ruso llamado Benjamín Puskin, especializado en psicología se interesó en los experimentos del americano y decidió contrastarlos pero sin usar el polígrafo; en su lugar utilizó un aparato de los empleados para hacer electro encefalografías.

Para sorpresa de todos, los resultados fueron idénticos. Qué mecanismo utilizaban las plantas para expresar sus emociones seguía siendo  desconocido, pero era indudable que usaban una comunicación celular con el exterior y que otras plantas en su entorno eran capaces de captar aquellas emociones.

El fenómeno descubierto por Cleve se ha llamado percepción primaria, aunque la comunidad científica no lo aceptó por no haberse utilizado un método científico.

Eso impulsó a Backster a diplomarse en medicina mientras escribía libros de divulgación como el denominado “La vida secreta de las plantas”, o “Percepción primaria”.

En la actualidad la existencia de una actividad eléctrica en las plantas se acepta cada vez más, impulsando estudios biológicos en los que se ha puesto de manifiesto que las plantas producen señales que se parecen mucho a la actividad neuronal de los animales.

Existen estudios que aseguran que las plantas pueden comunicarse entre ellas o que son capaces de racionar su consumo de nutrientes para no desfallecer en ausencia de luz solar.

Que existe comunicación entre las plantas es bien sabido desde que se detectó la simbiosis entre algunas especies con la finalidad de sobrevivir ambas.

Con todo esto lo que se quiere dejar bien patente es que las plantas siente y padecen y a un árbol le duele cuando le cortan una rama, aunque el dolor se mitigue casi de inmediato, o una lechuga siente que va a morir cuando la arrancamos para comerla.

Así pues, amigos vegetarianos, veganos o como queráis llamaros: el mismo daño que se hace a una ternera o a un cordero al sacrificarlo para consumo humano se le hace a un puerro cuando se le arranca brutalmente del suelo, dejando al aire su raíces y eso es la misma crueldad que abrazar un olivo con una máquina que le produce una fuerte sacudida para que suelte las aceitunas.

        Además, deberían de estar en contra de todos los animales que se alimentan exclusivamente de plantas, produciendo tanto o mas dolor en el reino vegetal que los humanos en el animal.