jueves, 31 de diciembre de 2020

UN BUEN PUÑETAZO

 

El naufragio más dramático de la historia de España ocurrió el día 10 de marzo de 1895. El acorazado “Reina Regente”, construido ocho años antes, se fue a pique con su tripulación de 472 hombres, sin ningún superviviente.

Sencillamente se lo tragó la mar que devolvió a los pocos días unos resto insignificantes que demostraban que el terrible suceso se había producido.

Este naufragio, del que mi abuela me hablaba desde que yo era muy pequeño, pues ella había sufrido el dolor en sus carnes, me dio pie para escribir una novela que aún no he publicado y que me llevó muchos años de intensa documentación.

El barco era un navío magnífico, nuevo, pero como muchas de las cosas que ocurren en este país, demasiadas personas habían metido sus manos en él y tenía fallos estructurales que lo hacía poco “marinero” que dirían los expertos.

En primer lugar se habían montado cuatro cañones de 240 mm diseñados especialmente por el artillero jerezano González Hontoria, que se colocaron a proa y popa y bajo los cuales se hallaban los pañoles de munición.

El extremado peso de estas baterías, en relación con el desplazamiento total del barco, limitaba la maniobrabilidad y sobre todo, la batería de proa, impedía que el buque tomara la mar con la gracia que los buques de guerra lo suelen hacer y le costara levantar la proa cuando la hundía en una ola.

En segundo lugar, su timón era muy pesado, catorce toneladas, y con un solo punto de apoyo y por último, problemas de presupuesto no tenían en perfecto estado de conservación y funcionamiento las compuertas de cubierta, cuyas juntas estaban muy deterioradas y permitían la entrada del agua.

Cuento todo esto para centrar un poco la historia que viene a continuación.

En la década de los noventa del siglo XIX, Marruecos era un hervidero bélico. Las hordas rifeñas asediaban Melilla y en una de las escaramuzas, defendiendo el fuerte llamado Cabrerizas Altas, el general García Margallo, comandante militar de la plaza, recibió un disparo y falleció en el acto.

 

General García Margallo

 

La contienda se solucionó después con una muy buena gestión diplomática; entre España y el Sultanato se firmaron unas capitulaciones que se refrendaron por el sultán Hasan I, en Fez y tenían que ser refrendadas en Madrid por la reina María Cristina, regente por la minoría de edad de Alfonso XIII.

Tras la primera firma, el sultanato de Marruecos nombró una embajada que iba encabezada por Abd el Krim Brisha, un diplomático y hombre de estado muy poderoso que hablaba español correctamente.

La comitiva mora se hospedó en el Hotel Rusia, de la capital de España y la mañana en que salía hacia el palacio real para culminar el protocolo, de entre el público salió un hombre que de un fuerte puñetazo derribó a Brisha por los suelos.

Por un momento pareció que todo se iba al traste, sobre todo cuando se comprobó que el hombre era nada menos que el general Miguel Fuentes Sanchiz, compañero y amigo del general García Margallo que con aquel puñetazo quería vengar la muerte de su amigo.

Por extraño que parezca, Brisha comprendió el sentimiento de su agresor y el incidente se olvidó, pero España quería quitarse a los marroquíes de encima, así que en cuanto pudieron los mandaron a Cádiz, los embarcaron en el Reina Regente que no estaba en condiciones de navegar y esperaba para entrar en reparación y se los llevaron a Tánger.

La ida fue un viaje casi normal, aunque empezó a emborrascarse el tiempo, pero la vuelta es una incógnita. El barco se hundió frente a Barbate y nada se pudo saber de qué había sucedido.

Y todo por el puñetazo que un dolor profundo por la pérdida de una compañero y amigo, hizo perder la cordura a un general.

Ése es y así se entiende, lo que es el honor militar y hasta el embajador marroquí lo comprendió, pero no estoy tan seguro de que actualmente un deshonor militar lleve a un general a pegarle un puñetazo a un compañero.

 


Como cualquier persona, un militar puede desarrollar el pensamiento ideológico que más acaricie sus sentimientos. ¡Faltaría más!, pero de lo que no estoy tan seguro es de que un militar pueda o deba traicionar aquellos principios que seguramente con gran honor y satisfacción, juró en su día.

Es una constante caprichosa de los políticos poner al frente de determinados ministerios a personas que no tienen ni idea de lo que se cuece en ellos y eso viene ocurriendo desde hace algunos años, sobre todo en uno muy concreto, el de Defensa, para el que se viene eligiendo a una mujer con la esperanza de que se enfrente a un contingente esencialmente masculino y salga airosa.

Tras este comentario me tacharán de machista y acepto el calificativo porque soy de la opinión de que para cada puesto hay que elegir al mejor, sea hombre o mujer y seguro que para Defensa los mejores no se encuentran entre el “sexo débil”.

Eso hizo que Carme Chacón, ministra de Defensa con el presidente Zapatero, eligiera como Jefe del Estado Mayor a un teniente general de aviación llamado Julio Rodríguez Fernández, al que todos conocían como “Julio el Rojo”.

 No entiendo como siendo tan “rojo”, ingresó en el Ejército del Aire en 1969, estando Franco vivito y coleando. Lo suyo es que se hubiera dedicado a la militancia en aquellos partidos extremos, rojos como PCEr, ORT, Liga Comunista Revolucionaria, OMLE, o incluso otros más moderados, como PC y PSOE.

Pero no, no va a la confrontación directa, lo hace por detrás, por la espalda, con un puesto en el Ejército asegurado de por vida y con la absoluta seguridad de que empezó a “rojear” cuando su caudillo, al que juró lealtad, había muerto.

Pues bien, “Julio el Rojo” alcanzó la máxima categoría profesional: General de cuatro estrellas, que hasta entonces solo lo era el rey.

En 2011, al ganar las elecciones el PP, fue sustituido por un almirante de la Armada.

A partir de ese momento sale de dentro todo lo que “El Rojo” llevaba y que resultó que no era rojo, sino morado, porque el “podemita”, Rafael Mayoral lo recluta y muy pronto va de la mano de Pablo Iglesias que desde entonces lucha por situarlo políticamente en un buen puesto del partido. Pero Julio no vale para político. Lo “incrustan” de número dos en Zaragoza en las listas para las Generales de 2015 y no sale elegido.

Un nuevo experimento para colocarlo son las siguientes elecciones, donde va de número uno por Almería y tampoco sale elegido. Un fracaso tras otro, hace que la única posibilidad de seguir contando con la inestimable colaboración del ex JEMAD es meterlo con calzador en la Asamblea de Podemos en Madrid, donde Pablo Iglesias lo controla todo y consigue que le gane por amplio margen a Isabel Serra.

Tras la dimisión de Ramón Espinar, Iglesias lo vuelve a “colocar” como Secretario General de Podemos en la Comunidad de Madrid.

Por sí mismo sólo consiguió aprobar las oposiciones para ingresar en el honorable Ejército del Aire, del que salió despedido (retirado) por el gobierno de Rajoy, por dedicarse a la política estando en situación de reserva, actividad prohibida.

Ya casi no le quedaba iniquidad por hacer, pero aún había algo en la caja de los truenos y se ha despachado abundantemente a favor del pacto entre PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu para conseguir, primero la Comunidad Navarra, luego los presupuestos de la vergüenza de España que se ha visto abocada a que sus dirigentes pacten con los asesinos que tiempo atrás les pegaban tiros por la espalda.

Ya no sé si el general lo ha dicho o lo habrá pensado y es que como Podemos va de capa caída y es más que previsible que de buena parte de España desaparezca esa indeseable formación política de resentidos e improductivos parásitos sociales subsidiados, ya que tanto le gustan a él los asesinos de Bildu, en las próximas elecciones irá en la lista de este partido, o en coalición con los etarras, por Navarra o por cualquier otra provincia en la que Podemos se pueda engarzar con los terroristas, formando una bellísima joya de escoria.

Ya no es que sea rojo, ni morado, ni de ningún otro color que el negro, el de las capuchas que usaron y usan sus nuevos conmilitones cuando se sentaban cobardemente tras una mesa y con los rostros cubiertos, para dar a los españoles la “feliz noticia” de que habían asesinado a un militar, poniendo una traicionera y cobarde bomba lapa en su coche o mediante un acto de valentía como el que supone dispararle a bocajarro un tiro en la nuca a una persona indefensa.

Y yo no paro de preguntarme, ¿no es mucho peor este deshonor que desahogarse por la muerte en combate de un general amigo?

¿Nadie va a emular al general Fuentes Sanchiz?

¿Sus compañeros militares no sentirán vergüenza de haber sido algún día sus amigos?

¿Los políticos socialistas que lo encumbraron sin mayores virtudes, ¿no sentirán ningún estremecimiento hacia semejante criatura que no ha dudado en traicionarlos para colocarse en la izquierda más radical?

Del Rojo no voy a colocar ninguna foto, ya sale demasiadas veces en los periódicos y no es digno de ilustrar esta página.


jueves, 24 de diciembre de 2020

AMERICA Y LOS CABALLOS


La conquista del Nuevo  Continente contó con tres factores esenciales que la hicieron sensiblemente más fácil que cualquier otra conquista de territorios que tenga registrada la historia. El primero fue la armadura de los soldados, que los hacía casi  invulnerables frente a las rudimentarias armas de los nativos y a la que se unía el terror que causaban los ruidosos disparos de mosquetes y arcabuces.

Protegidos de cabeza a pies y disparando a distancia sin que el indígena se explicase qué lo había herido, causaban pavor hasta el punto de que los asustados indios se postraban a los pies de los conquistadores, implorando clemencia a unos seres extraños, con la cara cubierta de pelos que aquellas imberbes y sorprendidas criaturas, veían por primera vez.

El tercer factor y quizás el más importante fue el caballo. Nunca habían visto los habitantes de aquellas tierras un animal igual ni semejante y mucho menos que aquellos barbudos montaran en ellos y los manejaran con la destreza obtenida por la larga experiencia como jinetes.

Los primeros caballos que llegaron a América fueron transportados en el segundo viaje de Colón por una orden expresa del rey Fernando.

Con el afán de llevar buenos ejemplares con los que poblar las nuevas tierras, Colón aprobó la compra de unos espléndidos ejemplares hispano árabe traídos de Granada, donde los musulmanes habían cuidado en extremo la selección de la raza.

Esos caballos fueron trasladados a Sevilla para ser embarcados, pero ocurrió que en el último momento, Colón cayó enfermo y los mismos comerciantes que habían seleccionado los animales, los sustituyeron por otros de muy inferior calidad, conocidos vulgarmente como “matalones”, que se definen como flacos, endebles y llenos de mataduras.

Lo que pudo haber sido un verdadero desastre, se convirtió al final en un éxito providencial por las circunstancias que seguidamente se exponen.

Aquellos caballos, veinte machos y cinco yeguas, fueron traídos de las marismas del Guadalquivir, una zona que sufre inundaciones constantes, abierta, con escaso arbolado, en fin, un ecosistema muy inhóspito que exige mucho en la vida diaria y que producía ejemplares de ganado caballar muy feos de aspecto, pero muy resistentes y competitivos.

Eran los caballos en su mayoría de una raza conocida como “marismeños”, aunque también se incluyeron otros que eran conocidos como de “retuerta”, jamelgos de una raza autóctona que se crían en las fértiles bandas de tierra entre las marismas y la tierra seca y que está considerada como la raza autóctona más antigua de Europa. Las “retuertas” son unas lagunas de agua dulce que aparecen en verano y que son producto de las lluvias que se almacenan en las montañas de arena (dunas) y que por efecto del calor la van soltando y descienden sobre una capa arcillosa impermeable, llegando a formar esas lagunas, donde sacian su sed las diferentes especies de animales que pueblan la zona, entre ellas esos caballos que reciben de ahí su nombre.

Ambos ejemplares son caballos resistentes, de escasa alzada, muy propensos a mostrar la osamenta, sobre todo en cuartos traseros y los únicos capaces de sobrevivir en las duras condiciones que las marismas exigen. En muchas ocasiones se ha tratado de aclimatar otros ejemplares de mejor aspecto y el experimento ha sido siempre negativo.

Llegados los caballos a las islas que se iban conquistando, encontraron un terreno muy similar al de su procedencia: manglares, tierras inundables, terrenos fangosos y otras dificultades que los caballos hispano árabes no hubieran soportado.

Y así, aquellos matalones se fueron adaptando perfectamente al terreno y aumentando la cabaña poco a poco.

 

Ejemplares de caballos de las Retuertas

 

Pero eso fue en el descubrimiento y la conquista de las islas caribeñas, porque la primera vez que los caballos pisaron el continente americano fue en la expedición de Hernán Cortes. En las tierras de lo que luego se llamó Nueva España, los caballos se encontraron a sus anchas y prosperó la cabaña hasta hacerse con un contingente importante.

Lo mismo pasó con los caballos que desembarcaron en tierras de Venezuela, tan pantanosas e inundadas de agua que un veneciano que viajaba en la expedición fue el que puso nombre a aquellas inmensas tierras, cuando dijo que se le asemejaban a su Venecia natal y la bautizó como “Pequeña Venencia”: Venezuela.

Más al sur, en tierras de La Pampa, Río de la Plata, Uruguay, volvió a suceder lo mismo, la aclimatación de aquellos caballos era excepcional y se reproducían de manera muy satisfactoria.

Desde Méjico, Juan de Oñate, un conquistador poco nombrado, realizó una expedición hacia los territorios del norte y se extendieron por las inmensas llanuras que forman el sur de los actuales Estados Unidos.

Muchos de aquellos caballos terminaron asilvestrados, al irse alejando de los ranchos en los que vivían, lo que dio lugar a cruces incontrolados y la aparición de los cimarrones, caballos domesticados que tras varias generaciones volvían a la vida salvaje creando manadas de una nueva raza que se llamaron “Mustang”, muchos de los cuales fueron formando inmensas manadas porque faltos de depredadores y disfrutando de abundantes pastos y extensas praderas, nada impedía su reproducción.

Algunos tribus indias, que habían tenido contacto con los españoles y vieron cómo estos manejaban los caballos. Se dedicaban a robo en los presidios que formaban la frontera, pero otras optaron por cazar los ejemplares salvajes y domesticarlos.

La diferencia de las capas y fisonomía de estos animales en relación con los “matalones” que llegaron a América se debe a que estos animales, en plena libertad recuperaron una de las principales características de la selección de las razas y es que suelen reproducirse los mejores.

Esta selección natural mejoró sensiblemente la raza, a la vez que fueron proliferando mejores ejemplares que a su vez contribuían a la superación.

El más famoso de los caballos  que viven en libertad en las praderas estadounidenses es el conocido como “Picasso”, un ejemplar único de rarísima capa.

 

Picasso, un nombre bien merecido

 

Aunque nada tiene que ver con la introducción del caballo en el continente americano, me ha venido al recuerdo un estudio sobre el toro de lidia que hace tiempo me comentó un amigo muy aficionado y docto en materia de tauromaquia.

Es bien patente la degradación que el ganado bravo está sufriendo como consecuencia de la presión que ejercen las figuras de la tauromaquia. Todos quieren toros pequeños, abrochados de cuernos, con poca o escasa fuerza, que no tengan peligro, que no corneen en el suelo al torero caído y muchas otras características que han hecho degradar la raza, hasta un punto que en algunos casos, la bravura que ha caracterizado a estos animales es difícilmente recuperable.

A este respecto y como única solución, un prestigioso veterinario de renombre mundial, muy interesado en el toro bravo, propuso, hace ya muchos años lo que él consideraba la forma de salvaguardar la casta bravía.

Esto era aislar un cierta cantidad de vacas bravas y un número mucho menor de los toros que en el campo se considerasen portadores de los valores tradicionales de la raza.

En un gran acotado, que creo recordar lo situaba en el Coto Doñana, se soltarían a todos los animales con espacios enormes entre ellos, de manera que fuesen dejando actuar a la naturaleza y los más fuertes y bravos cubriesen las vacas.

Calculaba que en cincuenta años se podría producir un número suficiente de machos y hembras que hubiesen recuperado sus ancestrales cualidades que lo han convertido en la única raza de toros bravos del mundo.

Seguro que aficionados y personas más entendidas pondrán miles de peros a esta teoría. Yo me limito a contar lo que me dijo mi amigo y considero que puede no ser una cosa tan descabellada.

Pero volviendo al caballo en América, recientes estudios arqueológicos han venido a demostrar que hace unos doce mil años existían caballos en América del Norte y que por alguna razón ignorada de momento, se extinguieron.

Es más, parece que el caballo es originario de aquel continente y que en época de glaciaciones, cuando el estrecho de Bering era transitable, pasaron a Asia, de la misma forma que tribus humanas hicieron el recorrido contrario.

En Asia el caballo fue una pieza fundamental en la vida doméstica y desde allí se extendió a Europa.

Grandes civilizaciones de la antigüedad usaron los caballos domesticados, tanto para la guerra como para labores del campo o el transporte. Sin embargo, en el resto del África Subsahariana este animal apenas ha sido conocido, salvo los llevados  por los ejércitos colonizadores.

Actualmente solamente hay caballos asilvestrados, los llamados mustang, en las praderas de Estados Unidos y cimarrones en tierras de La Pampa, pero ambos proceden de los caballos españoles. En realidad el único equino salvaje que existe en la actualidad es el “Przewalski”, casi un fósil viviente.

 

“Przewalski” luchando en libertad

jueves, 17 de diciembre de 2020

EL BISABUELO JUDIO DE CERVANTES

 

Una de las cosas más apasionantes de la Historia es descubrir en los archivos algún dato inédito sobre cualquier hecho o personaje. En esta tarea tengo muy cercano a mi cuñado Manolo, al que he dedicado algún artículo y él mismos ha contribuido a este blog con otros de su creación, como el dedicado a Cándida la Negra, la última esclava de El Puerto de Santa María. (Por “Mi cuñado Manolo” y “Cándida la Negra” puedes localizarlos en el buscador de este blog)

Manolo es un rastreador de archivos de primer orden, acumula una experiencia amplísima, con cuyo argumento muchas veces insiste en que lo practique yo.

Pero soy más de consultar trabajos publicados que bucear en las fichas y los legajos de los archivos, en muchos de los cuales, según me cuenta él, la labor investigativa se vuelve por días más complicada.

Eso le debió pasar al que descubrió a este personaje del que hoy me propongo hablar.

Por su nombre que era Juan Díaz de Torreblanca, no es fácil que nadie sospechara el grado de parentesco que tenía con el autor del inmortal Don Quijote y por su profesión tampoco.

Díaz de Torreblanca fue uno de los médicos más conocido en la Córdoba  de finales del siglo XV.

Consta su titulación como bachiller en Medicina en documentos de los últimos veinte años de aquel siglo.

Decir médico en Córdoba, una de las ciudades más importantes de España en aquel momento, es como decir que era parte de la élite médica de toda la Península. No olvidemos que en los siglos precedentes, Córdoba fue la ciudad desde la que irradió la cultura occidental y que esa misma ciudad fue cuna de grandes médicos, como el andalusí Averroes o el judío Maimónides.

 

Esculturas de Averroes y Maimónides en Córdoba 

Gran parte de esta ciencia y tradición médica de la ciudad comienza a perderse con la conquista cristiana y la expulsión de los musulmanes, pero es conservada y aumentada entre la comunidad judía, cuya cultura médica era perfectamente comparable con la musulmana.

Gran parte de esa comunidad se había convertido al cristianismo para evitar las persecuciones a las que estaban permanentemente sometidos, pero seguían practicando sus ritos en la intimidad de sus casas, eran los falsos conversos, muy perseguidos y desprestigiados.

La extensa comunidad hebrea, indistintamente compuesta por conversos y falso conversos, conservó la tradición de dedicar a sus más preclaros descendientes al noble ejercicio de la medicina y eso explica el origen judío de muchos de los médicos cordobeses. En un estudio de la universidad de Córdoba, se hace una relación de cincuenta médicos que ejercieron su profesión en la segunda mitad del siglo XV, gran parte de los cuales alcanzaron una amplia notoriedad y gozaron de gran influencia política y social, llegando a ocupar cargos importantes en las diferentes áreas de la administración local, a pesar de sospecharse su falsa conversión.

Incrustado en esta élite médica y ocupando un lugar destacado aparece el protagonista de este artículo.

No se sabe la fecha exacta de su nacimiento ni tampoco la de su defunción, que se cifra entre 1504 y 1512. Era hijo de Rodrigo Díaz de Torreblanca y de su esposa María Alfonso, la cual, al enviudar tempranamente, contrajo nuevas nupcias con el médico Juan Sánchez que seguramente fue quien inculcó la vocación en el joven Juan Díaz de Torreblanca.

A edad conveniente, se casó con Isabel Fernández, hija de un mercader cordobés, con la que tuvo nueve hijos, tres varones y seis hembras, la segunda de las cuales, Leonor, se casaría con el bachiller  en medicina Juan de Cervantes.

Y un detalle muy importante, su hija mayor fue monja en el convento de Santa María de las Dueñas, de Córdoba, con cuya profesión, la familia se aseguraba un tratamiento de cristianos.

Fruto de la unión de Isabel con el Cervantes, nació un varón al que pusieron por nombre Rodrigo que pasados los años, se convertiría en el padre del famoso Miguel de Cervantes.

Volviendo con el médico Juan Díaz, se sabe que conoció a Cristóbal Colón a través de su padrastro, el médico Juan Sánchez y muy probablemente éste acompañase a Colón como médico de la expedición descubridora.

Es muy posible que así sucediera, pues el rastro del padrastro se pierde desde ese momento y su lugar, como médico de prestigio cordobés, empieza a ocuparlo Juan Díaz que ya tenía cierta fama como médico y según consta en protocolos y documentos de la ciudad, disfrutaba de una holgada posición económica, pues desde 1483 tenía el título de bachiller y era requerido por destacados miembros de las clases altas cordobesas para cuidar de su salud.

Tras la reconquista de Málaga en 1487, su población entera fue hecha cautiva y trasladada, como esclavos, a diversas ciudades. Córdoba recibió un contingente importante de estos moros cautivos que venían en unas condiciones desastrosas, tras el largo asedio de la ciudad y la marcha hasta Córdoba y según se piensa, la epidemia de peste bubónica ocurrida en la ciudad al año siguiente, fuera transmitida por aquellos cautivos. Torreblanca tuvo una actuación muy destacada en el control de aquella epidemia.

Asimismo, está acreditado que ejerció una gran actividad contra la enfermedad de la lepra, tan común en la época.

Ya está centrado un bisabuelo y el abuelo materno, de Miguel de Cervantes, pero siempre hemos sabido que el insigne escritor nació en Alcalá de Henares, hijo de Rodrigo Cervantes, un cirujano y sangrador y de Leonor de Cortinas y que tuvo seis hermanos y que Saavedra no era su apellido, sino que lo empezó a utilizar después de quedarse manco, pues es la castellanización de la palabra árabe “shaibedraa” que en árabe quiere decir precisamente eso, manco.

Por la saga familiar lo lógico es que Miguel hubiese seguido la tradición que desde su bisabuelo seguían los hombres de la familia y hubiese estudiado y ejercido la medicina, sobre todo teniendo en cuenta que gracias a la profesión y situación económica de su padre, así como encontrarsee en la ciudad donde radicaba la mejor universidad de España, pudo haber estudiado medicina con facilidad.

No existe constancia de que el joven Miguel realizase en la Complutense, ningún estudio superior, ni en su siguiente residencia de Valladolid, donde la familia se refugia por las deudas del padre. Tampoco en Madrid, donde se sabe que asistía como alumno al llamado Estudio de la Villa, centro ya antiguo creado por Alfonso XI a finales del siglo XIV.

En este centro, donde daba clases el eminente Juan López de Hoyos, Cervantes despierta a su vocación de escritor y allí confecciona sus primeros poemas y entremeses.

Siempre se tuvo por segura al ascendencia judía del escritor y de hecho y por vía materna, como se ha visto, ciertamente que dicha ascendencia existía, pero después de un siglo y sin que nadie de la familia hubiese sido acusado de falso converso, lógico es pensar la completa integración familiar, quizás impulsada por aquella lejana ascendiente que había sido abadesa en un convento cordobés.

La definitiva conclusión llegó hace muy poco tiempo de manos de una profesora  universitaria cordobesa, autora de un artículo titulado Medicina y conversos en la Córdoba del siglo XV y en el que recoge que una tal Mencía Fernández, hermana del bisabuelo de Cervantes, pagaba una importante cantidad de dinero para “reconciliarse” con el Tribunal de la Inquisición de Córdoba, por ser hija de un condenado llamado Ruy Díaz de Torreblanca en uno de los primeros juicios que este Tribunal practicó en la ciudad.

No constaban los cargos que se presentaron contra el condenado, pero habida cuenta de que su hija se ve obligada a la reconciliación, cabe pensar que sería por judaísmo pues era un cargo cuya pena se prolongaba hasta la tercera generación.

Hipótesis muy acertada porque Juan Díaz, el bisabuelo y hermano de Mencía renegó por escrito de su padre, del que menciona más arriba que murió prematuramente y de manera muy probable, a manos de la Inquisición.