jueves, 26 de agosto de 2021

BIENVENIDO, DON MARIANO

 

Decía en el último párrafo del artículo de la semana pasada que además de otras experiencias anteriores a su cinematógrafo, los hermanos Lumiere aprovecharon la idea concebida por un sacerdote español, para poner a punto lo que resultó no ser su invento, pero sí su logro.

Y esto no es invención ni ganas de quitar méritos a quien en verdad los tiene, es reconocérselos a quienes se lo han merecido y no han sido reconocidos por la posteridad.

Este es el caso del sacerdote de la orden de los Paules, Mariano Díez Tobar.

Nació Mariano en Tardajos, un pueblo a unos diez kilómetros al oeste de Burgos, el día 21 de mayo de 1868. Hijo de una familia humilde, su padre, Alejo, era labrador y su madre, Petra, se dedicaba exclusivamente a las labores del hogar.

Destacó como estudiante y sus profesores lo enviaron a los diez años a que completara su formación en un pueblo cercano, Las Quintanillas, donde rápidamente fue captado por el clero que le ofreció la posibilidad de continuar estudios en un seminario, cosa que el joven Mariano aceptó y con catorce años ingresó en el colegio seminario de Sigüenza. Un año más tarde entró como fraile en la Congregación de la Misión que fundara San Vicente Paúl y que se dedicaba a la evangelización de los pobres y la formación del clero.

Su interés por la proyección de figuras en movimiento procede de la fascinación que le causó un espectáculo de sombras chinescas que se representaban con cierta frecuencia en los llamados teatros de sombras.

Siguió muy de cerca los trabajos de Plateau y Mybride que se relacionaron en el artículo anterior y trabajó de manera incansable en el aparato de su invención: el cinematógrafo.

 

Mariano Díez, un ayudante y algunos inventos

Durante todo ese tiempo había estado ejerciendo como profesor de ciencias en un colegio que la orden de los Paules poseía en Murguía, en la provincia de Álava, en donde inicia su interés en el desarrollo de la proyección de imágenes animadas que será el inicio de la cinematografía, como también se expuso en el artículo precedente y que estaba surgiendo en diferentes países como Alemania, Estados Unidos y Francia. Es ahí, cuando empieza a dar clases, cuando se inician sus problemas dentro de la propia congregación, problemas que le acompañarán hasta el final como más adelante se verá.

En 1892 recibió la orden de presbítero que quedaba entre sacerdote y obispo y ese mismo año pronunció una conferencia en Murguía sobre el cinematógrafo, que fue repitiendo en diferentes ciudades que le reclamaban para oír su disertación.

Según se ha investigado y aclarado recientemente, el padre Mariano, varios años antes de que los Lumiere patentaran e hicieran público su cinematógrafo, recibió a un ingeniero y empresario francés llamado Flamereau después de una conferencias en Bilbao sobre su máquina capaz de grabar y proyectar imágenes en movimiento. Este ingeniero tenía relaciones con la empresa de los hermanos franceses dedicada a fabricar placas fotográficas y celuloide y que trabajando en el perfeccionamiento del cinematógrafo, no conseguían su puesta a punto. Algo fallaba en el ensamblaje de las imágenes que pasaban ante el obturador, donde una pieza, llamada Cruz de Malta, las iba secuenciando.

El padre Mariano le dio a Flemereau la fórmula matemática completa a la que habían de ajustarse los pasos de las secuencias ante el obturador, la velocidad de arrastre de la cinta y todos los detalles que él ya había puesto a punto.

Es necesario aclarar que el sacerdote español no perseguía ninguna gloria y animaba a cuantos le escuchaban a que practicasen con los conocimientos que él les transmitía. Eso y no haber patentado ninguno de sus inventos, ha sido causa fundamental en su tan prolongado anonimato.

Nada más volver a Francia, Flamereau inició la construcción para los Lumiere de aquel aparato cuyas descripciones muy pormenorizadas le había facilitado el padre paúl.

Indudablemente que los conocimientos que el ingeniero se llevó de España fueron fundamentales para la puesta en funcionamiento del cinematógrafo, que como se ha demostrado muy actualmente se debe no a los franceses ni a los estadounidenses, sino a un español, modesto en sus aspiraciones personales, pero sublime en ingenio y conocimientos, dándose además la circunstancia que su única formación académica era el sacerdocio, todo lo demás lo aprendió de manera autodidacta.

Para la total puesta a punto de este ingenio en Francia, colaboraron diversas personas, todas muy interesadas en el mundo de la fotografía, como Charles  Pathé, pionero en la industria del cine francés o George Melies, el primer cineasta de la historia.

Pero el padre Mariano no solamente es el inventor y constructor del cinematógrafo que fue presentado años después por los Lumiere sino que en su haber hay varios inventos más dignos de resaltar, aunque, indudablemente, éste fue el que alcanzó mayor notoriedad. Actualmente en el Museo Etnográfico de Baños de Molgas, en Orense, se puede ve en una vitrina el cinematógrafo construido por el sacerdote, conservando un trozo de celuloide, ya casi negro y todas sus piezas en perfecto funcionamiento.

 

El cinematógrafo del padre Mariano

Actualmente existes numerosos programas de ordenador e incluso máquinas electrónicas como el NotePad capaces de convertir la voz en escritura y al revés, pero a finales del siglo XIX, donde lo único que se había conseguido era la grabación de la voz con el fonógrafo inventado por Edison, era un avance tecnológico impensable.

El sacerdote burgalés construyó una máquina a la que llamó “logautógrafo” capaz de recoger la voz y transformarla en escritura, invento por el que se interesó la poderosa firma Olivetti que construía máquinas de escribir.

Otro invento fue el “iconoscopio”, un aparato capaz de captar y transmitir imágenes a distancia, lo que sería un primer germen de la televisión.

Diseñó y construyó un reloj que se accionaba con la voz y que tenía en el aula en la que daba clases y funcionó por espacio de varios años.

Desde Murguía, el padre fue destinado a Villafranca del Bierzo en el año 1900 y allí desarrolló su labor contribuyendo a la creación de un Museo de Historia Natural, donde reunió cuatro mil piezas, así como un laboratorio de física donde realizaba sus experimentos.

Algunos de sus avances fueron publicados en forma de artículos sin su autorización por algunos de sus colaboradores, consciente de que aquellas experiencias debían ser conocidas en el mundo científico y nuevamente su propia orden se revolvió contra él, encabezados por el propio padre general que tachaba aquello de vanidad impropia de un sacerdote paúl.

Reconocido su trabajo en los medios científicos, las universidades y colegios le ofrecieron licenciaturas y doctorados en ciencias físicas, todas las que él rechazó y que enrabietaba aún más a sus detractores, llegando al extremo de que exigieron al pobre sacerdote que se deshiciera de todas sus investigaciones, cosa que hizo quemando todos sus trabajos y sus notas.

Las causas fundamentales que llevaron a un hombre de esta valía a permanecer casi ignorado durante casi un siglo ya están expuestas y no son otras que la persecución de su propia orden, con la envidia incluida que achacaba a pactos demoníacos la consecución de los logros del modesto sacerdote; luego estaba su humildad y su generosidad al no aprovechar sus descubrimientos de manera exclusiva y quererlos compartir con todos; la ausencia de patentes que respaldaran sus invenciones y, sobre todo el acto de humildad y obediencia, sometiéndose a destruir toda la documentación de sus trabajos.

Por eso, cuando este año 2021 se cumplen los ciento cincuenta años de su nacimiento y parte de su familia ha empezado a dar a conocer la trayectoria del sabio burgalés, no se me ocurre otra cosa que decirle: Bienvenido, don Mariano.

jueves, 19 de agosto de 2021

¿QUIEN INVENTÓ EL CINE?

 

Hace ya unos años publiqué un artículo que lleva por título Del Teléfono a la Radio y que se puede consultar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/del-telefono-la-radio.html

En él trataba de poner algunas cosas en su sitio, así por ejemplo que el teléfono no lo inventó Graham Bell, sino un italiano llamado Antonio Meucci, como ha reconocido por aclamación el congreso de los Estados Unidos, o que Marconi no inventó la radio, sino que usó diecinueve componentes inventados y patentados por el serbio Nicola Tesla, como así lo ha considerado la Corte Suprema de los Estados Unidos en 1943.

Pero nada de eso importa. Para el gran público los inventores seguirán siendo Bell y Marconi.

Con el cinematógrafo sucede igual. Se atribuye su invención a los hermanos Lumiere que tienen el indudable mérito de haber puesto a punto otros inventos anteriores basados todos ellos en la cualidad del ojo humano de mantener imágenes en la retina por un reducidísimo espacio de tiempo.

 

Auguste y Louis Lumiere

Un poco de historia antes de entrar en el tema.

Si una secuencia de fotografías se proyecta a una velocidad de veinticuatro instantáneas por segundo, dan la sensación en el ojo humano de que esas imágenes están en movimiento. En un primer momento la secuencia era de dieciséis fotogramas por segundo y eso producía el característico movimiento como a saltitos de las imágenes que veíamos en las primeras películas.

Esa cualidad retiniana de conservar las imágenes unas décimas de segundo hace que un carbón ardiendo se convierta en una línea de fuego si lo movemos con cierta rapidez. Desde la más remota antigüedad este fenómeno fue observado, si bien no comprendido. El estudio más o menos científico de este fenómeno se empezó en el siglo XVII y XVIII por Newton y por Patrice D’Arcy, pero sus observaciones no llevaron a ningún avance y no fue hasta 1831 en que aplicando la rotación de la Rueda de Faraday y utilizando unos dibujos secuenciados, se daba la sensación de movimiento.

Es tan sencillo como que un pájaro pintado en una cara de un disco de cartón y una jaula pintada en la otra cara, dan la sensación al girar y pasar ante nuestros ojos las dos caras de que el pájaro está dentro de la jaula.

Este experimento se hizo en 1825 y el resultado de esta experiencia fue la construcción de juguetes que usando varios procedimientos consistente todos en hacer pasar imágenes por un visor, daban la sensación de movimiento.

Evidentemente esto no es cine, porque el cine necesita de la fotografía instantánea.

Las primeras fotografías tomadas en la década de los veinte del siglo XIX requerían larguísimas exposiciones y por tanto se tomaban sobre objetos inanimados ya que personas o animales eran incapaces de estar hasta catorce horas inmóviles para impresionar la placa.

Con la invención del daguerrotipo, las exposiciones se redujeron a una media hora, todavía demasiado tiempo. A partir de 1840 se fueron reduciendo las tiempos y empezaron a usarse modelos humanos que tenían que permanecer veinte minutos inmóviles, con los ojos cerrados y a pleno sol.

Pero se progresaba constantemente y en pocos años uno o dos minutos bastaban para impresionar la placa, que a partir de 1851 empezaron a usarse de cristal, que habilitaban para sacar muchas copias de una sola foto, a la vez que el tiempo de exposición se redujo a unos segundos y surgió una nueva profesión artesanal: el fotógrafo.

En pocos años había miles de fotógrafos en el mundo mientras en los laboratorios de los experimentadores sobre la fotografía se iniciaba un paso adelante que era conseguir la foto animada.

Con la técnica de aquellos momentos para mostrar a un hombre andando se tomaban fotos de los pies juntos, luego de un paso, seguidamente de otro y así hasta conseguir una secuencia que diera la sensación del movimiento; todo esto teniendo al modelo inmovilizado mientras se cargaba el aparato una y otra vez. El procedimiento era muy complicado, pero aun así, hizo posible que algunos estudiosos y experimentadores del tema, vieran la posibilidad de futuros usos.

El empuje definitivo lo dio un multimillonario californiano llamado Stanford al contratar a un fotógrafo inglés para que demostrara los pasos que daba un caballo al galope, sosteniendo que en algún momento de la carrera tenía las cuatro patas en el aire.

El fotógrafo, llamado Muybridge, instaló veinticuatro cabinas oscuras a lo largo de una pista por donde iban a correr varios caballos. En cada cabina, unos operadores prepararon sus cámaras con placas de un producto llamado colodión húmedo, así llamado porque se vertía sobre la placa en el preciso momento de hacer la foto.

Los dispositivos de disparo se conectaron a unos hilos que atravesaban la pista y que se rompían al paso del primer caballo, disparando el obturador y tomando la foto.

Durante seis años Muybridge trabajó en este sistema hasta que consiguió perfeccionarlo y en 1878 se publicaron las fotografías tomadas del caballo al galope, provocando el entusiasmo de todos los investigadores del tema, pues una tras otra daban prueba gráfica del movimiento de las patas del caballo.

Pero era necesario proyectar las fotos sobre una pantalla y eso se consiguió diez años más tarde por el francés Charles Reynaud que fue el primero en proyectar figuras en movimiento con un artilugio que llamó “praxinoscopio”, un complicado juego de espejos que proyectaban las fotos a una pantalla.

El éxito fue arrollador y Reynaud, enardecido, comenzó a hacer proyecciones de dibujos, por lo que actualmente es considerado el padre del dibujo animado.

Ese mismo año, Edison patentó su invento mas maravilloso: el “fonógrafo” que ha devenido en lo que hoy conocemos como magnetofón, prácticamente en desuso por mor de las tecnologías digitales.

El sabio estadounidense quiso completar la grabación sonora con imágenes en movimiento, para lo que entró en sociedad con un colaborador llamado Dikcson para que fusionara las dos invenciones.

La sincronización de imagen y sonido no fue posible, de momento, pero en cambio inventó un aparato en el que a través de una mirilla, un espectador podía ver imágenes de un artista circense haciendo piruetas. Al invento le llamó “kinetoscopio” y fue patentado por Edison en 1891. Aparatos como aquél se fabricaron muchos y antes de que los hermanos Lumiere presentaran al publico su invento.

Edison también fue el primero en usar la película de celuloide de 35 milímetros perforada para facilitar su arrastre.

El único problema y no menor del kinetoscopio, era el uso individualizado y su peso que pasaba de los quinientos kilos.

Basándose en este invento tan vanguardista como poco práctico y en una información que recibieron y que será objeto del siguiente artículo, los hermanos Lumiere patentaron el 13 de febrero de 1895 su invento llamado cinematógrafo, capaz de grabar y proyectar películas y el 28 de diciembre de aquel año lo presentaron al público en el salón Indien del Gran Café del Boulevard de Los Capuchinos, en donde los famosos hermanos proyectaron diez películas basadas en la vida cotidiana de París: la llegada de un tren, la comida de un bebé, la salida de los obreros de una fábrica y lo que se ha venido en considerar la primera comedia con trama argumental filmada de la historia, en la que un jardinero riega mientras otro le pisa la manguera para soltarla cuando el primero examina la boquilla y queda empapado.

 

Cinematógrafo Lumiere cerrado y en proyección

Multitud de operadores fueron formados por los Lumiere y sus cinematógrafos fueron vendidos a casi todas las casas reales de Europa y en poco tiempo se habilitaron salas para las proyecciones en numerosas ciudades del continente.

Lamentablemente para los hermanos inventores, no supieron ver el alcance y trascendencia que tendría aquel invento que era perfectamente transportable, pues pesaba solo diez quilos y se movía a manivela, por tanto muy fácil de manejar y no supieron explotar adecuadamente el invento, cosa que sí hizo un mago profesional llamado George Melies que, con gran olfato, se convirtió en uno de los cineastas de su época y el primero que advirtió el alcance que el invento iba a tener en el mundo.

El hecho de que inventos muy anteriores a los de los hermanos Lumiere se hubiesen registrado en diversos países, no empaña en absoluto el mérito de estos dos hermanos pero es indudable que no fueron los inventores de la técnica que por espacio de casi setenta años se fue perfeccionando hasta pasar del dibujo a la fotografía y de esta al celuloide, que fue invento de Edison, como tampoco empece que el verdadero inventor del cinematógrafo fuera un sacerdote burgalés llamado Mariano Díez Tobar y que lo facilitó a los Lumiere que supieron ventajosamente aprovechar todas estas circunstancias.

Pero esa será la próxima historia.

viernes, 13 de agosto de 2021

"HERMANO CRISÓSTOMO"

 

Con este extraño nombre fue conocido, al final de su vida, un hombre tan inteligente y adelantado a su tiempo, como singular.

Se trata de Louis Sebastien Lenormand, cuya sola mención de su nombre dejará indiferente a casi todo el mundo, pues es, en verdad, una persona conocida, pero al explicar un poco su vida, sus descubrimientos y su pensamiento, quizás coincidamos en reseñarlo como una mente privilegiada.

Lenormand nació en Montpellier en mayo de 1757, en el seno de una familia de artesanos acomodados, pues su padre era relojero, una profesión muy en auge en aquellos tiempos.

Estudió física y química con el importante científico Lavoisier, destacando en sus conocimientos sobre la fabricación de la pólvora.

Terminados los estudios, volvió a Montpellier empezando a trabajar en el taller de relojería de su padre, frecuentando la sociedad intelectual de la ciudad.

En cierta ocasión presenció un espectáculo de funambulismo en el que un equilibrista tailandés caminaba por un delgado cable ayudado por una sombrilla para mantener el equilibrio.

A partir de ese momento comenzó a realizar estudios y experimentos sobre un dispositivo que él mismo llamó “paracaídas” (para=contra en latín; chute=caída en francés).

Lenormand comenzó experimentando saltos desde poca altura, para lo que se subía a árboles, desde los que se tiraba consiguiendo disminuir la velocidad de la caída con dos paraguas a los que había modificado su estructura a fin de que ofrecieran mas resistencia al aire.

A base de diseño y constancia, fue perfeccionando y agrandando su prototipo de paracaídas y por fin se decidió a hacer una pública demostración de su invento. Así el día 26 de diciembre de 1783, Lenormand saltó desde la torre del observatorio astronómico de Montpellier ante una multitud que se había congregado con la insana aspiración de ver como el atrevido inventor se estrellaba contra el suelo.

Pero no fue así. Lenormand había preparado muy escrupulosamente el evento para el que utilizó un tejido muy fino y tupido, una estructura de madera de unos cuatro metros de diámetro y una especie de barquilla a la que se sujetaba.

Provisto de su “parachute”, descendió suavemente sin causarse ningún daño y ante la admiración de todos sus convecinos.

Entre el público se encontraba uno de los hermanos Montgolfier, que en junio de aquel año habían hecho elevarse un globo aerostático hecho de papel y tela, con una barquilla en la que se colocaron un gallo, una oveja y un pato. El evento tuvo lugar en los jardines del palacio de Versalles, ante el rey Luis XVI y su esposa María Antonieta.

Llegados a este punto, en el que por primera vez en la historia una persona hace un descenso controlado, es necesario hacer varias reflexiones. La primera es decir que Lenormand no inventó el paracaídas que ya lo había diseñado Leonardo da Vinci, pero como muchos de los inventos del sabio renacentista, se quedaron solo en bocetos y descripciones. Muy pocos de sus inventos fueron los que soportaron el experimento y la comprobación empírica de su viabilidad. Por tanto si que cabe al inventor francés la gloria de haber demostrado que el paracaídas funciona.

Sin duda que la presencia de Montgolfier en aquel acto era para interesarse por eficacia de aquel invento y en su caso aplicarlo en futuras experiencias a tripulantes humanos de la barquilla de su globo.

La segunda reflexión es acerca de cómo se le ocurrió inventar el paracaídas cuando aun no había sido inventado ningún artilugio volador, aparte del aerostato de los Montgolfier que ocupado por animales, hacía imposible su utilización. Esta tiene una fácil explicación. En el siglo XVIII, igual que en los anteriores y parte de los posteriores, la única forma de alumbrarse en las noches eran las antorchas, las velas, los quinqués, las lámparas de aceite, etc., todos con el común de usar una llama. Eso hacía muy peligrosa la vida nocturna y eran numerosos los incendios que se producían en los edificios, los cuales, además, reunían la particularidad de usar mucha madera en su construcción, por lo que el fuego se propagaba con suma facilidad, cogiendo a los inquilinos en una ratonera difícil de escapar.

 

Grabados de la escena y del paracaídas 

Por eso, en muchos incendios, el mayor número de víctimas se producían por precipitación al vacío, huyendo de las llamas.

Lenormand quiso con su invento, poner a disposición del pueblo un artilugio con el que arrojarse a la calle sin necesidad de pagar con la vida. Claro que esto era una quimera pues supondría tener un artilugio que no era plegable como los actuales, por cada habitante del inmueble.

Tras el éxito de su demostración, el inventor quiso establecer las bases físicas sobre las que su invento se fundamentaba y para gozar de una mayor concentración, decidió ingresar en un convento cartujo, yendo a parar al monasterio de Saïx, en el Mediodía francés y cercano a Montpellier, en donde se le permitió continuar con sus estudios, aunque siendo una materia tan profana como aquella que retaba a la ley de la gravedad, no era bien visto por la generalidad de los monjes.

Un tiempo después abandonó la clausura durante la Revolución Francesa, llegando a contraer matrimonio y trasladándose a Albi, ciudad famosa por haber sido el último reducto de la herejía “albigense”, propagada por los cátaros.

En Albi se dedicó as enseñar tecnología en una escuela universitaria fundada por su suegro.

En plena ebullición revolucionaria, se trasladó a París en donde obtuvo una plaza de funcionario en unas oficinas del Ministerio de Hacienda.

A partir de ese momento Lenormand empezó a publicar artículos en diversas revistas tecnológicas, consiguiendo ganarse un lugar entre los tecnólogos franceses, a la vez que patentaba algunos otros inventos como un bote accionado por unas palas movida por pedales, que curiosamente existen actualmente en casi todas las playas del mundo. Se llama “hidropedal” y es un sencillo y eficaz mecanismo.

Construyó el reloj que continúa instalado en el Teatro de la Ópera de París. También diseñó un sistema de alumbrado público, pionero de los empleados mas tarde, primero con gas y luego con electricidad.

Conseguida la jubilación, dedicó todo su tiempo a transmitir sus conocimientos mediante la publicación de varios libros como Los anales de la industria nacional y extranjera, El Mercurio tecnológico y desde 1822 hasta su fallecimiento en 1837, veintidós tomos de El diccionario tecnológico.

Aproximadamente en 1830, regresó a Saïx, donde vivía su familia, se divorció de su esposa y volvió a ingresar en un convento como hermano lego y con el nombre que da título a este artículo “Hermano Crisóstomo”.

En el certificado de defunción, extendido el 4 de abril de 1837 figura su profesión como profesor de teología, quizás porque la persona que lo extendió no habría oído hablar nunca de tecnología y confundió ambos términos.  

Louis Sebastien Lenormand